domingo, 9 de febrero de 2014
DEPORTIVAS
Deportivas
Ciro Bianchi Ross * digital@juventudrebelde.cu
8 de Febrero del 2014 20:01:55 CDT
El deporte de los puños o de las coliflores tuvo en Cuba un comienzo
relativamente tardío. Su historia oficial se inicia a partir de 1921,
cuando se crea la Comisión Nacional de Boxeo. Antes --y parecerá
increíble-- la práctica de dicho deporte se prohibió en la Isla. Así lo
dispuso en 1912 la Secretaría de Gobernación del presidente José
Miguel Gómez. Una prohibición aleatoria, como ocurre muchas veces con
las proscripciones, pues aun así se celebraban peleas y sus resultados
se publicaban incluso en los periódicos. Bastaba con pedir el permiso
correspondiente o celebrarla de manera clandestina. No había, en
realidad, argumentos sólidos contra ese deporte. Fue como cuando se
dijo que los juegos de fútbol no debían permitirse porque los
jugadores salían al terreno en calzoncillos.
No pocos combates tuvieron por escenario en la época, la azotea del
American Club, en Prado esquina a Virtudes, donde radica en la
actualidad la Federación de Sociedades Asturianas. Allí se celebró en
1915 el encuentro entre Léster Johnson y Anastasio Peñalver, primer
campeón cubano de los pesos pesados, quien perdió, y por la vía
rápida, en el primer asalto. Hubo además, peleas en la sede del Club
Atlético de Cuba, también en Prado, pero de aquellos tiempos, que los
cronistas insisten en calificar como románticos, las más recordadas
fueron las del ring del periódico Cuba, el cotidiano de los hermanos
José María y José Ramón Villaverde, en la calle Empedrado. Cualquier
sitio parecía apropiado para un match de boxeo, y se habla de un
campeonato que se dirimió en la sala de una casa con piso de cemento
del callejón de Cañongo.
Con prohibición y todo, el 5 de abril de 1915, en el hipódromo
Oriental Park, de Marianao, dos norteamericanos contendieron por la
faja de oro de los pesos completos: el campeón Jack Johnson, negro, y
el retador Jess Willard, considerado entonces la gran esperanza blanca
del deporte de los puños. Era una pelea pactada a 45 asaltos y que fue
presenciada por unos 20 000 espectadores, entre ellos el mismísimo
presidente de la República, Mario García Menocal. A la altura del
round 26 y ante la consternación general sucedía, sin embargo, lo
inconcebible: Johnson caía a la lona sin posibilidades de reanudar el
combate, y Willard se alzaba con el título de oro. No demoró aquella
multitud en comprender lo que sucedió realmente.
De todas las peleas de boxeo celebradas en Cuba, es de esta de la que
más se habla pese a los 99 años transcurridos desde entonces. La razón
es simple: fue una pala. Johnson vendió su faja de campeón por 30 000
dólares. Pensó que le entregarían el dinero en el momento del pesaje,
pero le dijeron que se lo darían a su esposa en el transcurso del
combate. Cuando la señora, desde las gradas, con una señal convenida,
le comunicó que tenía el dinero, Johnson, que había estado dándole
largas a su rival, cayó sorpresivamente ante un derechazo ineficaz. El
sol le molestaba --la pelea se celebró de día-- y Johnson se cubrió el
rostro con los brazos hasta que tranquilamente se puso bocabajo. El
combate había durado una hora con 44 minutos.
Ocho golpes por cero
Ya en 1907 se conocía el balompié en Cuba. Y tomen nota de lo que el
escribidor dirá enseguida: uno de los primeros encuentros serios de
ese deporte tuvo carácter internacional y terminó con victoria para
los cubanos. Un equipo conformado por los tripulantes del buque inglés
Cidra se enfrentó, en Palatino, al equipo local que llevaba el nombre
de Hatuey. El marcador de ocho goles por cero a favor de los del patio
hizo que ingleses residentes y en tránsito por La Habana fueran por el
desquite.
Surgió así el equipo Rovers, que no pocas veces se enfrentó al Hatuey.
Había una especie de colaboración entre ambas agrupaciones: jugaban
con los ingleses los hombres que sobraban en el banco de los criollos.
No sería hasta 1908 en que el Rovers y el Hatuey se enfrentaron en el
primer partido formal, en el polígono del campamento militar de
Columbia. No obstante, el partido de balompié que, de manera oficial,
se reconoce como el primero en la Isla se efectuó en Palatino, el 11
de diciembre de 1911.
Hay una crónica de Víctor Muñoz, de 7 de enero de 1912. En ella reseña
un juego, en el Almendares Park, entre el Rovers y el Hatuey. Muñoz,
que fue el introductor en Cuba del Día de las Madres, era un cronista
proteico e incansable, dueño de una vena humorística extraordinaria.
Fue, entre nosotros, el creador de la crónica deportiva, y reseñaba
los juegos de fútbol y, sobre todo, de béisbol, en los que se
enfrentaba un equipo cubano contra una agrupación foránea
--norteamericana por lo general-- como una competición en que la
naciente República justificaba su derecho a la vida. Alentaba el
triunfo cubano como una cuestión de soberanía nacional. Ya imaginará
el lector el título de aquella crónica, publicada a plana completa: El
Hatuey dejó en blanco a los ingleses.
Ya en 1925 un equipo cubano, Fortuna, salía al extranjero, y ganaba
los cuatro partidos que celebró en Costa Rica. Sonaba ya el balompié
local cuando, en 1926, llegó desde Nueva York un equipo conformado por
españoles. El éxito de esa visita hizo que no demoraran en arribar
otros de España y Chile. Llegó además el Nacional, de Uruguay, campeón
mundial en aquel momento. Debutó en La Habana frente al Iberia y salió
vencedor cuatro por uno. Cayó frente al equipo de la Juventud
Asturiana, cuatro por dos, y humilló al Hispano con una despedida de
ocho goles.
Varios hechos se inscriben con letras de oro en los anales
balompédicos criollos. El triunfo frente al equipo campeón del Uruguay
es uno de ellos. Otro, las victorias de Cuba frente a las selecciones
de Jamaica, Honduras, El Salvador y Costa Rica durante los II Juegos
Centroamericanos y del Caribe de La Habana, en 1930. Y por último, la
presencia cubana en la Copa del Mundo, en 1938. En la ciudad francesa
de Toulouse, Cuba logró empate a tres goles con Rumania y la derrotó
luego dos por uno, para caer ante Suecia ocho por cero.
La red y las raquetas
Si ingleses y cubanos colaboraron en la arrancada del balompié en la
Isla, no parece que sucediera lo mismo con el tenis. Aunque no hay
fecha disponible en cuanto a los inicios de la práctica del deporte de
la red y las raquetas entre nosotros, especialistas aseguran que se
conoce en Cuba desde antes de que comenzara el siglo XX. Se dice que
ya en 1886 ingleses avecindados en La Habana lo practicaban a
escondidas, temerosos de que los cubanos aprendieran a jugarlo. Otros,
en cambio, aseveran que fueron cubanos sus iniciadores. Los llamados
vedadistas, en el pequeño court que ellos mismos construyeron y que
sería el del Vedado Tennis Club. Al llamado <> pertenecieron
los primeros campeones nacionales. Las competencias oficiales de este
deporte se registraron a partir de 1903, y se abrieron para las
féminas desde el año siguiente.
Con anterioridad a 1959, el tenis cubano participó en numerosas series
internacionales, entre ellas la famosísima Copa Davis y en olimpiadas
centroamericanas y caribes, donde los del patio jamás ofrecieron
exhibiciones pálidas. La Habana fue asimismo sede de lides de carácter
internacional y muchos ases mundiales cruzaron sus raquetas con los
del patio.
El basket ball llegó a Cuba en 1905. Lo trajeron, entre otros miembros
de la Juventud Cristiana (Y.M.C.A.), los hermanos Leopoldo y José
Sixto de Sola, fundadores de la importante revista Cuba Contemporánea.
José Sixto, que falleció prematuramente --su único libro, Pensando en
Cuba, una compilación de sus escritos, apareció, ya muerto el autor,
en 1917-- no solo formó el equipo de su agrupación, sino que instó a
estudiantes de la Universidad habanera, la única que había entonces en
Cuba, a que lo imitaran. Surgió así el equipo Caribe, que se enfrentó
al de la Y.M.C.A., el 13 de octubre de 1906, en lo que se considera el
primer partido serio de basket ball que se efectuó en Cuba y que
ganaron los universitarios que no pudieron, sin embargo, repetir la
victoria en encuentros sucesivos, quedando el trofeo en manos de la
Y.M.C.A. Volvieron las competencias en 1907, esa vez con un equipo
más, en representación de las tropas norteamericanas acantonadas en el
campamento de Columbia. No sería hasta 1915 cuando José Sixto fundó la
Liga Nacional de Basket Ball.
Llegó a practicarse mucho, y con amplia cobertura de prensa, el tiro
al platillo en el Club de Cazadores de Buena Vista. Por esa misma
época, en el Parque de Diversiones de Palatino tenían lugar certámenes
para proclamar al hombre más fuerte de La Habana, eventos que solían
acompañarse de retretas y fuegos artificiales. Se patinaba en el
Skating Park del Vedado y las galas del sábado por la noche en esa
instalación recreativa merecían reseñas en todos los periódicos.
Malolo
Se dice, aunque no se ha probado, que el deporte hípico, en Cuba, se
inició en la ciudad matancera de Colón. Corrían los tiempos de la
colonia y el ejército español mantenía una escuela de aplicación en
dicha localidad. Los oficiales allí destacados, quizá para matar el
aburrimiento, trazaron una pista y empezaron las competencias. Poco
después se despertaba en Camagüey extraordinario interés por las
carreras de caballos. Un camino recto sirvió de pista y se
construyeron unos cuantos palcos que eran ocupados por militares
españoles, sus familiares y algunos cubanos invitados. Fue entonces
que, por primera vez, se efectuaron apuestas entre los espectadores.
Apostadores como tales, en realidad, no había, pero la gente se
lanzaba de un palco a otro bolsitas que contenían, en onzas de oro, la
cantidad estipulada en cada postura.
El hipódromo Oriental Park, inaugurado el 14 de enero de 1915, fue, en
su momento, orgullo de Cuba y de América. En 1927 tuvieron lugar allí
competencias memorables. Los premios instituidos para las carreras
ordinarias no eran apetitosos. Pero los directivos de la empresa
convocaron a una serie de eventos extraordinarios con recompensas
altísimas. Eso hizo que muchos propietarios de las cuadras de Hialeah
Park y Tropical Park trajeran sus caballos y el hipódromo habanero
alojara a un nutrido grupo de ejemplares de alta clase, incluyendo a
Extreme, ya muy famoso entre la afición cubana.
Entre esos caballos había uno, cubano, propiedad del periodista Manuel
Braña. Se llamaba Malolo. No tenía condiciones para medirse con aquel
grupo de pura sangre. Sin embargo, los derrotó a todos en los eventos
extraordinarios gracias a la forma en que se mantuvo durante todas las
competencias, lo que reportó a su propietario una bonita suma de
dinero.
Ya en los años 40 el Oriental Park entra en crisis. La falta de
estabilidad en su programación, el inflado presupuesto y la magnitud
de los llamados gastos secretos empiezan a corroer la práctica del
hipismo. Faltaban caballos cubanos pura sangre. Eran pocos los
criadores del patio que se aventuraban con un caballo por el que, como
mínimo, tendrían que esperar tres años para que empezara a dar sus
frutos. En 1957 los propietarios del hipódromo querían vender sus
terrenos a fin de que se urbanizaran. El negocio no llegó a
concretarse porque pedían dos millones y medio de pesos por la
propiedad. Eso hubiera dado lugar a la construcción de un nuevo
hipódromo.
--
Ciro Bianchi Ross
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