lunes, 3 de febrero de 2020

EL MARISCAL SUCRE O CUANDO LOS GRANDES SE CRECEN EN LAS DIFICULTADES

To:you Details
El Mariscal Sucre o cuando los grandes se crecen en las dificultades

Eligio Damas

               Hoy 3 de febrero, se cumplen 225 años del nacimiento del Mariscal Sucre. Me formé en una escuela, que nada tenía de revolucionaria por definición y disposición estatal pero con unos maestros, aunque de pocas credenciales o, para mejor decirlo, de papeles y pergaminos, pero altísimo nivel pedagógico, cultural, profundo amor por la gente, sus alumnos, la patria, valores o comprometidos con el destino de ella. De las manos de aquellos quijotes de su tiempo, como antes lo fue Simón Rodríguez, para quienes la escuela no era un negocio o sólo manera de ganarse la vida, pese las limitaciones de aquellos gobiernos, sin esos papeles que les acreditasen como egresados de posgrados de la Sorbona u otra prestigiosa universidad extranjera, obtenidos justamente con la ayuda de los gobiernos a los cuales generalmente decían combatir, pudimos formarnos la idea del país que queríamos, valorar e internalizar las grandiosas ideas de los padres de la patria, los libertadores. Por eso, en Cumaná, para hablar de mi espacio o mi “patria chica”, asunto que esos posgraduados suelen minimizar por intelectualismo, aprendimos a amar y valorar como les corresponde a los héroes nacionales y particularmente al Libertador y a nuestro “Toñito” Sucre. Además del Manzanares, el generoso y bello espacio marino y la historia heroica de aquella tierra, los maestros fueron claves en formarnos ese profundo amor por la tierra que siempre nos anima.
             El mismo Mariscal nacido en la que Andrés Eloy Blanco, otro de los ilustres hijos, llamase ciudad “Marinera y Mariscala”, dijo en una carta dirigida a la municipalidad de Cumaná, escrita en el Potosí el 1° de octubre de 1825:
              “En medio de los favores que la fortuna ha querido dispensarme en la guerra al sur de Colombia y en la del Perú, jamás he tenido sentimientos más agradables que los recuerdos de la tierra de mi nacimiento. Yo no decidiré cual objeto me ha estimulado más en mis trabajos militares, si el patriotismo, la gloria o el anhelo de buscar la paz con la esperanza que ella me restituya donde mis amigos de la infancia. Puedo asegurar que Cumaná nunca se separó de mi corazón”.
               Aquel gran guerrero, fue amplio como para concebir el tratado de regularización de la guerra, firmado entre Bolívar y Morillo en Santa Ana en 1821, que entre otras cosas dispuso algo inconcebible en el mundo hasta ese momento, “todo militar o dependiente de un ejército tomado en el campo de batalla aun antes de decidirse ésta, se conservará y guardará como prisionero de guerra, y será tratado y respetado conforme a su grado hasta lograr un canje”. Tratado que a Bolívar hizo decir: “Este tratado es digno del alma del general Sucre; la benignidad, la clemencia, el genio de la beneficencia lo dictaron”.
               El tratado al cual hemos referencia antes tiene tanta importancia y trascendencia que el historiador ecuatoriano Jorge Salvador Lara dijo sobre el mismo:
               “En el camino recorrido por el hombre para llegar al moderno “Derecho Internacional Humanitario”, corresponde el singular honor de pioneros a los miembros de la Comisión hispano-colombiana que en Trujillo suscribieron aquel primer tratado bilateral para la regularización de la guerra, presidida por los generales Ramón Correa, español y Antonio José de Sucre, gran colombiano. Particularmente éste, que redactó las bases para la discusión de aquel célebre convenio que puso fin a la guerra a muerte…”.
                Fue el mismo hombre que siendo general del ejército fue enviado dos veces a la retaguardia a organizar el ejército y supo entender aquellas decisiones que pudieron ser tomadas por otro que no hubiese sido él, con humildad y actuar de verdad y con coherencia con aquella frase casi de adorno para muchos, “todo soldado de la revolución debe cumplir su deber sin importar dónde y en qué condiciones debe combatir”. En los dos casos cumplió a cabalidad y con la eficiencia que le era habitual para volver con honor a los puestos de comando que le estaban destinados. Gestos que Bolìvar supo valorar, tanto como para ayudarle a llegar al sitial que le asignò la historia.
                Cuando el 9 de diciembre derrota en Ayacucho al virrey La Serna, apenas contaba con 6 mil hombres mientras su contrincante dispuso de 10 mil combatientes. Ante aquella desventaja, el gran cumanés desplegò todo su talento y capacidad guerrera, llevó al enemigo a grandes marchas hasta agotarle. De aquella proeza dijo Bolívar: “Ayacucho es la desesperación de nuestros enemigos. Ayacucho, semejante a Waterloo, que decidió el destino de Europa, ha fijado la suerte de las naciones americanas”.
               Aquel talentoso y arriesgado Mariscal, ante las serias dificultades que confrontaba la Gran Colombia para 1827, dijo en carta al Libertador: “Todos los americanos hemos construido nuestros edificios políticos sobre arena, y cualquier audaz de un empujón puede botarlos”.
              ¡Cuánta vigencia tiene esta frase en la Venezuela y América de ahora, aquella que Bolívar solía llamar “antes española!”.
            Honor a ese Mariscal quien además, siendo casi un niño estuvo bajo las órdenes de Miranda, con quien aprendió la idea de la gran patria americana, que pese a haber combatido al lado de Mariño, Bermúdez, estar con ellos en la gran y admirable campaña de oriente, supo entender la posterior prédica bolivariana de la “gran Colombia” y convertirse en el más leal y cercano al pensamiento del futuro Libertador.
            El 4 de junio de 1830, en la montaña de Berruecos le dan muerte de manera cobarde. Todos aquellos que han hablado del asunto no han dudado de calificarle como un asesinato por encargo, un crimen político, una brutal decisión para golpear a Bolívar y su proyecto, deshaciéndose de su más leal colaborador y su indiscutible sucesor. Pero aquel golpe también lo fue contra el destino que debió conducir a la unidad de la América nuestra, concebida para evitar que las fuerzas externas nos sometiesen, sirvió para que posteriormente nos hiciesen su patio trasero.
 Reply  Reply All  Forward

No hay comentarios:

Publicar un comentario