martes, 21 de julio de 2015

CRÓNICAS POLICIALES O ¿TODO TIEMPO PASADO FUE MEJOR?

ELIGIO DAMAS Escribiré sobre dos asuntos acontecidos en espacios y tiempos diferentes. No obstante, uno y otro, se produjeron en la IV República, cuando la delincuencia también era preocupante y hacía de las suyas, salvo que se trataba de un país poblacionalmente más pequeño y donde factores como la droga y particularmente el paramilitarismo, negocios ilícitos, delincuencia “exquisitamente” armada y fines políticos, no se mezclaban. Los delitos políticos como las desapariciones o el sabotaje y explosión del avión de Cubana de Aviación, eran practicados por terroristas adiestrados en y por EEUU e introducidos oficialmente en el aparato del Estado nuestro. El paramilitarismo que se ocupa de actos al margen de la ley de distinta naturaleza, como el negocio de la droga, secuestros, sicariato y hasta tiene sus vínculos no muy ocultos con la política, todavía no había llegado al país o por lo menos no era significante. La primera de estas pequeñas historias, más no ajenas a lo dramático, me la contó el primer actor o personaje de la misma. Se trató de un médico de militancia copeyana entonces – murió unos pocos años atrás, siendo todavía joven - , quien ejercía como gobernador de un Estado oriental, en los tiempos del gobierno de Rómulo Betancourt. Se hallaba en Caracas, donde había viajado acompañado por un importante funcionario y colaborador suyo, a bordo de un pequeño automóvil Wolsvagen, de moda entonces y de muy bajo costo, para asistir a una reunión de Gobernadores, organismo recién creado por el presidente. A su llegada a la capital se alojó en un hotel de Chacaíto. Al día siguiente de su llegada, estando en el estacionamiento del hotel con la intención de abordar su pequeño vehículo para dirigirse con su acompañante y colaborador a Miraflores, irrumpieron en aquel espacio con violencia dos carros del cual bajaron varios hombres. Quien a estos comandaba, dio al médico de nuestra historia y gobernador, como a las otras personas que allí se hallaban, que eran seis, la consabida orden: -“¡Todos contra la pared!” Curiosamente, la pared estaba muy lejos de donde todos se encontraban, por lo que pareció como un lugar común o una orden que se repite de manera automática, cosa que ya insinuamos. Tuvieron los demandados, para cumplir aquella orden azarosa y violenta, que caminar hasta la pared más próxima y asumir la pose consabida. Antes, quien daba las órdenes, se identificó mediante una placa como comisario de la ahora fenecida PTJ; el mismo que luego vació los bolsillos y hasta los automóviles de cuanto consideró de valor o “importante” y quizás útil, pidiendo para ello las llaves respectivas y obligando a sus dueños a identificarlos para ahorrarles el trabajo. Ante el propio Betancourt se quejó el gobernador - ¡dichoso él! – quien llamó al jefe del organismo policial, le exigió recibiese la denuncia y tomase las medidas que considerase pertinentes. El médico-gobernador de nuestra historia acudió a la PTJ y ratificó su denuncia que envolvía a un comisario de la Policía Judicial, como se le llamaba usualmente, quizás con premeditada intención y sabiduría popular, pues eliminaba aquello de “Técnica”. El jefe policial, mostrando extrañeza y tomando en cuenta que el gobernador venía enviado por el presidente mismo y éste le había ordenado proceder como era debido, puso frente al denunciante todos los comisarios a su disposición en la región capital. -“Estos son los comisarios bajo mi orden inmediata; dígame si alguno de ellos es quien usted acusa”. -“¡No! No está en esa fila. Falta uno”. Así, con seguridad, habló el médico, sabiéndose apoyado en su condición de ser importante funcionario, respaldado por un importante partido de la coalición gobernante y seguro que allí no estaba quien le atropelló. -“Bueno Dr., entonces no es nadie. Son esos todos los comisarios de los cuales dispongo y sabiendo de antemano de su denuncia les conminé que estuviesen aquí para el debido reconocimiento.” -“Entonces falta uno”, respondió con poco ánimo de condescender el gobernador. -“Bueno sí, falta uno”, comentó el alto jefe policial y continuó, “pero se trata del segundo jefe del cuerpo, quien está inmediatamente debajo de mí y no creo y tampoco que usted, sea el sujeto que denuncia”. -“Pero falta uno”, insistió el médico. Ante tal firme postura, al jefe policial no le quedó otro remedio que mandar a llamar al funcionario, ahora sospechoso, que en esa fila faltaba. -“Este es el tipo que me asalto y a otras personas en el hotel”, así con firmeza y sin duda dijo el gobernador al jefe policial y le agregó, “si quiere busquemos a las otras personas abusadas”. Se refirió al recién llegado, segundo Jefe del cuerpo. El jefe prefirió dejar aquello hasta allí y le prometió al gobernador que al día siguiente le devolverían sus pertenencias, pero le pidió que cómo miembro del gobierno, colaborase para que aquello no trascendiese. Hasta le dijo “quizás, es seguro, él no sabía que usted era gobernador”. Como si eso fuese una razón para justificar al delincuente. En efecto, de mañana, muy temprano, antes que volviese a Miraflores, le devolvieron sus cosas. Cuando el médico me contó esa historia años después, comentando lo relacionado con el asesinato del abogado caraqueño Carmona, ejecutado por una banda de ex policías o ex petejotas, como decíamos entonces, asunto en el cual apareció relacionado un comisario activo, resaltó como un hecho inaudito que aquel funcionario denunciado por él, todavía estuviese en aquellas funciones. Pues el denunciado por él, quien le asaltó en un hotel de Chacaíto y el presuntamente comprometido en la muerte del abogado eran la misma persona. Tómese en cuenta que quien cuenta la historia y en la cual jugó el papel de víctima, era miembro del gobierno de turno y toda su vida partidario del Puntofijismo. Eran las doce del día y, en el aeropuerto de Barcelona, el mismo y estrecho espacio que entonces hacía las veces de nacional e internacional, el calor era algo más que sofocante. El aire acondicionado en nada podía ayudar, pues allí estaba aglomerada una pequeña multitud de personas que habían arribado de los aeropuertos de Maiquetía y Margarita. Quienes esperaban por salir con diferentes destinos, incluyendo turistas canadienses que llegaban en viajes expresos desde allá lejos, más los muchos de éstos que hacían los trámites de salida. Fue una época cuando por razones cambiarias, con posterioridad al “viernes negro”, a esta ciudad, donde vivo desde hace unos cuantos años, llegaban grandes contingentes de gringos y canadienses a aprovechar la ventaja cambiaria, la estructura hotelera y las bellezas naturales del espacio. Yo había llegado de la capital de una reunión del Colegio de Profesores de Venezuela en mi condición de directivo de la Seccional 9, la de Anzoátegui. En aquel incómodo espacio me hallé una colega y vieja amiga quien ejercía un importante cargo en el gobierno y allí recibía unas hermanas procedentes de Margarita. De repente, dentro del pequeño grupo que formábamos, una de ellas, eran tres, tiró del brazo de una de las otras, le dijo como asombrada, en tono de voz que todos los del grupo escuchamos: ¡Mira quiénes vienen entrando! Dos hombres vestidos al estilo de los oficiales de la PTJ, de flux y corbata, viniendo de la pista de aterrizaje de un vuelo procedente de Margarita, hacían su entrada al salón del aeropuerto, el espacio donde nos hallábamos. Según ellas, eran los mismos individuos que, días atrás en la isla, les habían atracado, robado lo de valor que portaban, más el vehículo que habían llevado de viaje. Su hermana, mi colega, con cargo importante en el gobierno, quien sabía de lo que sus hermanas habían sido víctimas días atrás, enterada de la presencia de los “presuntos”, se dirigió rápidamente a un alto jefe policial que allí estaba, supuestamente amigo suyo, y le informó sobre los pormenores del asunto. -“¿Usted y ellas están seguras de lo que denuncian? - “¡Claro!”, respondió la denunciante. “Las tres no tienen duda alguna que ellos son y están dispuestas a denunciarlos y reconocerlos ante ustedes”. “Es más, en Margarita, hay por lo menos dos testigos más que podemos presentar para el reconocimiento”. -“Okey, mañana mismo le llamo para el procedimiento debido”. De esa manera, muy al estilo policial, como quien llena un formulario o da una estereotipada respuesta, habló el jefe policial ante la seguridad de nuestra amiga. Sólo por insistencia de mi colega, el funcionario procedió a darle el número telefónico donde le pudiera hallar, en caso que en lo inmediato, con la debida premura, no recibiese respuesta. “En todo caso, insistió la colega, informaré al gobernador de este asunto, para que nos ayude por lo menos a recuperar el vehículo”. “El gobernador” de la entidad a quien la denunciante se refirió era además un importante miembro del partido de gobierno. Pasaron los días y, como el jefe policial, no le llamaba para informarle la marcha “del procedimiento”, y tampoco atendía sus llamadas, optó por presentarse a la oficina de aquél. Salió de allí no decepcionada porque eran muchas las ventajas que estaba recibiendo en su condición de militante del partido de gobierno e importante funcionaria regional del mismo, pero sí con una nueva experiencia. En la PTJ había ya, en aquellos tiempos, ladrones y vulgares atracadores, que actuaban impunemente, amparados tras la credencial de comisarios del cuerpo. Por supuesto también le sirvió de consuelo saber que hasta los jefes policiales andaban en lo mismo que otra gente del gobierno. -- Publicado por Eligio Damas para BLOG DE ELIGIO DAMAS el 7/18/2015 05:49:00 p. m.

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