martes, 11 de julio de 2017

ARISTAS HABANERAS

Aristas habaneras
Ciro Bianchi Ross • digital@juventudrebelde.cu
9 de Julio del 2017 0:27:02 CDT

Agustín Lara, el famoso compositor autodidacto mexicano autor de más
600 canciones, fue, como otras grandes figuras de su país, fue visita
frecuente en La Habana.
Una noche el autor de Granada, Noche de ronda y Palmera ofrecía un
recital en un teatro habanero cuando una muchacha, desde el público,
exclamó en voz alta para que el artista la oyera:
—Lara no canta, ladra.
Era ciertamente un compositor de primera línea, pero el peor
intérprete de sus canciones.
A Lara, en apariencia, no le ofendió el comentario; ni siquiera se
inmutó. Colocó el cigarrillo, que en él parecía eterno, en el borde
del cenicero. Volvió sobre su piano, dejó escuchar algunas notas y
dijo:
—Bien, señorita, vamos a seguir ladrando.
Conocido como el Flaco de Oro, Lara se llamaba realmente Ángel Agustín
María Carlos Fausto Mariano Alfonso del Sagrado Corazón de Jesús Lara
y Aguirre del Pino. Nació en Veracruz, el 3 de octubre de 1897 y murió
en la Ciudad de México el 6 de noviembre de 1970. Fueron sonados sus
amores con María Félix, que le inspiró una de sus composiciones más
conocidas, María bonita.
En la Avenida del Puerto habanero el escultor José Villa Soberón
inmortalizó al artista con una obra en la que el compositor, con un
cigarrillo entre los dedos, mira nostálgico el mar como si buscara a
su Veracruz natal más allá de la línea del horizonte. Muy cerca de él
se erigió el busto de su compatriota y amigo Pedro Vargas.

Un caso patético
Corría el mes de octubre de 1940 cuando una noticia conmovió a la
opinión pública de la Isla y del sur de Florida.
Se supo entonces que el cadáver de Milagros Elena Hoyos, una bella
habanera de 19 años de edad, muerta en Cayo Hueso, donde residía, a
causa de la tuberculosis, había sido robado de su tumba por el médico
alemán Karl T. Van Cosel.
Enamorado de manera enfermiza de su joven paciente, a la que no pudo
salvar, el anciano intentó revivirla mediante soluciones químicas y
ungüentos de su invención.
Descubierto el secuestro, los restos de Milagros Elena volvieron a la
soledad y al silencio de su tumba. El doctor Van Cosel fue internado
en un manicomio.

Tendedera
No creo que sean muchos los que recuerden en Cuba a Diego González,
aquel periodista que en el diario Avance y también en un canal de
televisión mantuvo un espacio que se llamó Tendedera, palabra que con
el tiempo devino especie de segundo apellido del personaje: Diego
González Tendedera o, mejor, Dieguito González Tendedera.
El sujeto llenaba su espacio, ya lo imaginará el lector, con cuanto
chisme podía allegar acerca de una persona conocida, por lo general
gente de la farándula, de quienes conocía vida y milagros, y sobre los
que hacía revelaciones al duro y sin guante sin preocuparse por el
daño que podía infligir. Colocaba el chisme en su tendedera para
hacerlo púbico. La cosa llegó a tal extremo que en el sector se le
consideró como la representación más genuina de la chismografía
nacional, mientras que Jorge Quintana, decano del Colegio de
Periodistas de La Habana, lo perseguía sin tregua, pero también sin
éxito, por intrusismo profesional. Diego González es la indiscreción
vestida de cuello duro y corbata, decía el periodista Bernardo Viera
Trejo, también de la Redacción de Avance.
Y con Bernardo Viera Trejo se relaciona parte de esta historia.
«Vierita», lo dice sin rodeos el escribidor, era la pata del diablo,
siempre dispuesto a propinar un porrazo en la oreja de quien tenía ya
con la cabeza en el suelo. Un hombre de chispa, con la frase oportuna
siempre a flor de labios. «Vierita, usted es un hombre de mucho
ingenio», le dijo un día Julio Lobo, el zar del azúcar, cubano, aunque
nacido en Venezuela. A lo que Vierita respondió, rapidísimo: «Pues yo,
señor Lobo, doy todo mi ingenio a cambio de uno solo de sus centrales
azucareros». Lobo era propietario de 16 fábricas de azúcar.
A lo que iba. Decidió Dieguito tomar unas vacaciones en Miami, un
corto descanso que lo mantendría fuera de la Redacción algo más de un
fin de semana, y pidió a Vierita que durante su asueto se ocupara de
la columna, lo que el otro aceptó encantado.
Ahí vino la cosa. En la primera nota, que seguía apareciendo con el
crédito de Dieguito, Viera Trejo la emprendió con Rita Montaner y
levantó una calumnia. Dijo que Ray Tatú, el luchador boliviano casado
con la artista, había propinado a La Única una golpiza que había
obligado a internarla en una clínica privada, donde, a causa de las
lesiones, se le mantenía aislada del resto de los pacientes y
registrada con un nombre supuesto.
Al día siguiente la emprendió Vierita contra Carlos D’Man, compañero
de Tendedera en la televisión. Otra vez bajo la firma de Dieguito dijo
que, más que inculto era prácticamente analfabeto y que no demoraría
en sacárselo de encima por lo que deslucía el programa.
D’Man respondió esa misma noche al ataque de Vierita, que atribuyó con
razón a Dieguito. Lo tachó de traidor y recalcó que se salía del
espacio antes de que lo botaran. Ray Tatú se tomó la cosa en serio y,
en cuanto se lo permitieron sus compromisos, se personó en la
Redacción de Avance dispuesto a ajustarle cuentas al ofensor y
castigarlo con la golpiza que no le dio a su esposa, de la que Diego
González Tendedera se salvó en tablitas al buscar refugio en el café
Tupi, situado frente al edificio que ocupaba el periódico de la viuda
de Zayas, establecimiento, dicho sea de paso, que le disputaba al café
Las Villas la fama de expender el mejor café con leche de La Habana.
Antes de su entrada en Avance, Dieguito trabajó en una sastrería, La
Casa Washington. Era ese empleado, que el escribidor recuerda
perfectamente, que permanecía todo el tiempo en la puerta de la tienda
con el fin de sonsacar al transeúnte para que entrara al local. Jovial
y sonriente proponía al potencial cliente la oferta del día y lo
invitaba a pasar prometiéndole calidad óptima y los mejores precios.
Si el individuo no mordía el anzuelo, Dieguito le decía sin ambages:
—Mi hermano, lo de menos es que compres. Entra de todas maneras para
que el dueño vea que yo hago bien mi trabajo.
Salió de Cuba tras el triunfo de la Revolución. Se radicó en Miami
donde, en la calle Flager, abrió una bodega que se llamó Los 14
hermanos, que ese era el número de hijos procreados por sus
progenitores.

El sonámbulo de Mazón y San Miguel
Eusebio Hernández Norda era sonámbulo y en ese estado solía escalar
los edificios aledaños a su domicilio en la calle Ronda, al costado de
la Universidad.
Una noche despertó aterrorizado en lo alto de la torre del canal 4 de
la TV cubana, actual Canal Habana, en Mazón y San Miguel, 246 pies
sobre el nivel de la acera. Y otra noche no despertó. Cayó al vacío.

Sastrería literaria
En los años iniciales de la década de 1940 vino a Cuba invitado por
Batista, que cumplía entonces su mandato constitucional, el escritor
alemán Emil Ludwig, célebre por sus incursiones en el género
biográfico, con libros sobre Napoleón, Beethoven y Bismark, entre
otras figuras.
Se ha dicho que el gesto de Batista al invitarlo obedecía al interés
del mandatario de que el alemán escribiese su biografía. Es posible.
Lo cierto es, sin embargo, que Ludwig escribió un libro sobre Cuba
—Biografía de una isla—, en el que incluyó una nota biográfica del
Presidente. Una obra que pasa sin pena ni gloria, aseguran los que la
conocen.
Por aquellos días, Ramón Vasconcelos, la llamada Pluma de Oro del
periodismo cubano, insinuó en una crónica que tituló Sastrería
literaria, que la del visitante era una pluma tarifada, como si la
suya estuviese libre de polvo y paja.
Ripostó Emil Ludwig. Dijo desconocer al Vasconcelos que lo atacaba
porque en América, en lo que a Vasconcelos se refería, él solo conocía
a dos, el mexicano y el brasileño.
Volvió a la carga entonces el Vasconcelos cubano. Escribió:
«Hay una diferencia entre nosotros. Yo soy ventajosamente conocido en
mi país, aunque no en el extranjero, y usted es muy conocido en el
extranjero, pero no en su país».
Por su condición de judío, Ludwig, perseguido por Hitler, se había
visto obligado a salir de Alemania. Encontró refugio en Suiza, que le
otorgó la ciudadanía.

Vasconcelos
Chibás le llamaba «Vascomplata». Cambió varias veces su afiliación
política, aunque solía decir que él era el mismo siempre y que lo que
cambiaba eran las circunstancias. Combatió a José Miguel Gómez y a
Menocal. El 24 de febrero de 1919, en el curso de una reyerta
callejera, en Santiago de Cuba, fulminó de un balazo al joven liberal
Alfredo Jústiz, por lo que fue condenado a seis años de presidio.
Zayas lo indultó en 1921. Combatió a Machado con dureza hasta que el
dictador le ofreció, en 1927, un puesto diplomático en Europa
generosamente remunerado, cargo del que se valió para espiar en París
a los estudiantes cubanos opuestos a la dictadura.
A su regreso a Cuba se empeñó en conseguir la legalización del Partido
Liberal, inhabilitado por el presidente Grau a la caída de Machado.
Fue Ministro de Educación en el primer Gobierno de Batista y se opuso
a Grau cuando asumió la presidencia por segunda vez. Prío trató de
incluirlo en el tiquete senatorial del Partido Auténtico, con lo que
Grau no estuvo de acuerdo porque «a los traidores se les paga, no se
les premia». Rompió con Prío y militó en la Ortodoxia hasta que
Batista, tras el golpe de Estado, lo hizo consejero consultivo y
ministro de Comunicaciones.
Pese a su posición, dio cabida en el periódico Alerta, que dirigía, a
la entrevista de Benjamín de la Vega en que Fidel Castro expresa su
determinación de iniciar la guerra de guerrillas contra la dictadura
batistiana: aquella en la que afirma «Si salgo, llego; si llego,
entro; si entro triunfo», y que Miguel Quevedo no quiso acoger en
Bohemia por considerarla un llamado a la rebelión.
Salió de Cuba con el fin del Gobierno de Batista. Autorizado por las
autoridades cubanas volvió a la Isla para morir, en 1965, en su casa
de la playa de Tarará.

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Ciro Bianchi Ross
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