De los guerreros de antes a los de ahora. De Betancourt a Maduro. De Douglas Bravo a Carlos Blanco
Eligio Damas
Blog., 24-04-19
Si de algo se cuidó Betancourt, para eso era demasiado inteligente y por demás “vivo”, no por lo que decían sus adversarios, quienes le calificaban de cobarde – revísese la literatura de la época y se hallará acusaciones de esas, sin fundamento alguno por montones – fue aparecer en un escenario de guerra, pero de esas de plomo fundido por doquier. Maduro tampoco ha estado en una, pues pertenece a una generación de cuando aquellos ímpetus izquierdistas se habían agotado o aquietados. Sólo le quedó el discurso, los gritos, gorra, casaca e idea que nuestros conflictos sólo tienen solución por la vía violenta, pese en veces dicen lo contrario. Se acogen a una narrativa de la violencia menos cruenta que la armada. No olvidemos que si en algo le impactó a él y los suyos Chávez fue lo del alzamiento del 4 de abril y aquella como mágica expresión “Por ahora”, que puede interpretarse en el lenguaje de los chamos como “time”. En varias oportunidades he dicho y no me cansaré de decirlo, porque se trata de un asunto sustancial y trascendente, pese mucha gente le preste poca atención, Maduro admiró el estilo dirigente de Chávez, ese férreo, quizás demasiado liderazgo, pertinente a la autoridad militar. Estilo que es habitual en toda la derecha.
Betancourt si fue partidario de la violencia, pese le vendan como “Padre de la Democracia” sin poder ocultar que llamó a “disparar primero y averiguar después”, pero que esta, la violencia, se diese en escenarios donde él nunca estuviese. “A la guerra solo van los pendejos”, se dice. Desde el exterior fue de los promotores de aquella lucha suicida, de practicar el terrorismo, de poner explosivos, pero usando a otros para eso. Absurdo que sólo servía para que la policía política del perezjimenismo arreciase la represión, detenciones multitudinarias, creación de campos de concentración, tortura sin recato y hasta asesinatos. Y el partido apenas se reponía, le ordenaba seguir en lo mismo para también obtener los mismos resultados. Dos secretarios generales del partido en la clandestinidad, Alberto Carnevali, Antonio Pinto Salinas, fueron asesinados por la policía política, mientras Betancourt en la seguridad del exilio no daba descanso a su “heroica lucha armada” o mejor terrorista. Hasta que llegó Leonardo Ruiz Pineda a ponerle freno a aquella locura e irresponsabilidad, aunque tuvo que pagar también con su vida. No obstante, logró que su partido se desentendiese de aquellas irresponsables líneas trazadas del exterior y se iniciase un proceder distinto que condujo a la caída de la dictadura.
Los guerreristas o partidarios de la lucha armada en Venezuela de los años sesenta, si algo hicieron bien, dentro de aquella abundancia de errores y disparates, fue actuar con coherencia. Dijeron, la salida es por la vía armada y “la guerra será larga”. Y todos ellos, con muy pocas excepciones, se fueron a las montañas. Abajo quedaron quienes no estaban de acuerdo con eso o los que la dirección señaló se quedasen para organizar lo que llamaron la retaguardia, que era en fin de cuentas estar dentro de lo mismo. Esta retaguardia operaba para apuntalar el trabajo de arriba. Quienes se fuesen al exilio de hecho quedaban expulsados y aquellos que el gobierno expulsase del país, porque eso éste hacía, debían entrar de inmediato. No había entonces la posibilidad de un comando en la comodidad del exilio, aquella de la cual disfrutó Betancourt y menos un dar a los demás la orden, desde allá, de inmolarse o someterse al sacrificio.
Los guerreros de ahora aspiran una guerra, que declaran por todos los medios, como las redes sociales y por artículos de prensa, sin verse sujetos a coerción alguna, pero que la libren otros y sin que ellos no tengan que verse obligados a irse al exterior, sumirse en la clandestinidad y menos alterar su vida cotidiana. Si se quiere son hasta más cómodos que Betancourt y los practicantes de su guerra.
Por ejemplo, como ya escribimos antes, Douglas Bravo, de aquellos guerrilleros de los años sesenta, ahora quiere una guerra que den los militares e iglesias para llamar a una constituyente, habiendo la posibilidad, si se maneja la política y diplomacia con certeza, de hacerlo sin tener que pasar por esa tan calamitosa cosa que una guerra es. Obsérvese que quiere esa guerra donde él, que comandante guerrillero fue contra los militares, se mantenga al margen y seguro.
Carlos Blanco, haciéndose eco de la prédica de los radicales todos que hacen oposición, llama a la “guerra a muerte”, porque según, como los guerrilleros de la década del sesenta del siglo XX, toda opción legal está cerrada. Pasa por alto que escribió ese artículo, le puso su firma, no tuvo necesidad de usar seudónimo, le publicó en una agencia de noticias y opinión que circula en las redes y sigue tranquilo en su casa porque goza de una libertad de expresión, que según él mismo, en Venezuela no existe. Y la gente leyó aquello y hasta lo difundió con toda libertad. Pero para Blanco justificar sus fines de “guerra a muerte”, esa libertad no existe. Se imagina un mundo aparte para sustentar lo que dice. Los partidarios de la lucha armada en el sesenta dejaron por sentado que todo “espacio de lucha legal” había desaparecido. Obviaron que ellos hicieron todo lo posible para que el gobierno eso hiciese. Pero se jugaron la vida y hasta el porvenir.
Los “guerreros” aquellos del siglo XX, actuaron movidos por un sentimiento ecuménico. La Revolución cubana y su forma de lucha determinada por circunstancias muy particulares de la vida de la isla antillana, como la casi neutralidad de EEUU, impactó tanto que en América nuestra se optó por imitarla. Como Batista no dejaba un resquicio de legalidad por dónde meterse e impuso que sus contrarios tomasen la vía de la “ilegalidad”, aunque uno no sabía por dónde andaba una y otra, nuestros guerrilleros se inventaron el mismísimo cuadro. Todo recurso legal para ellos se había cerrado y todavía lo dicen, mientras el congreso funcionaba, con gente de ellos adentro y se actuaba con libertad en las universidades y sindicatos, etc., hasta que le dieron argumentos al gobierno para acusarles de haber violado toda legalidad y en verdad cerrar todo resquisio. Pero por eso pagaron ellos y mucha gente que no tuvo responsabilidad por aquello. Toda la legalidad quedó cerrada y cualquier opinión, emitida en privado, escuchada por algún agente del gobierno era castigada con excesiva rigurosidad. Ni imaginar ir a decir algo incómodo a la televisión, radio o escribir un artículo en la prensa. Esta misma estaba censurada. Y se pagó con la cárcel, el exilio, la tortura y hasta la muerte. Y nació aquella figura del desaparecido.
Ahora hay mucho de parecido pero también sus diferencias y al comparar uno cree que aquellos disparatados dirigentes que se cerraron la legalidad, inventaron una guerra con puros generales y poco soldados, fueron mejores por coherentes, que quienes ahora llaman a una guerra pero donde sean otros quienes ofrezcan el pecho, mientras ellos, esperan en sus casas y mirando por televisión los acontecimientos, porque hasta allá no llegarán las bombas y metralla, les llamen a tomar el coroto. Los guerrilleros del 60 del siglo pasado, además de correr los riesgos y no mandar a otros peleasen por ellos, no estuvieron nunca dispuestos a ceder la soberanía nacional a potencia extranjera alguna.
La oposición radical y unos personajes como metidos a la fuerza en el libreto, tal es el caso de Douglas Bravo y Carlos Blanco, llaman la guerra, pero que la den otros y si son los gringos mejor; eso, según sus cálculos, les garantizaría un fin de semana divertido, sin salir de casa, mientras ven por televisión como los gringos, en cosa de horas entran, salen y dejan todo arregladito. “¡Qué manteca la de quilla!”, diría un viejo amigo ex guerrillero.
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