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Las últimas horas de Víctor Jara: “Latiendo como una campana”
Por: Arnaldo Pérez Guerra
El abogado y militante comunista, quien se desempeñó durante la Unidad Popular como jefe del departamento de personal y miembro del consejo superior de la Universidad Técnica del Estado (UTE) hasta el 11 de septiembre de 1973, nos relata las últimas horas con vida de Víctor Jara.
“Desde la UTE nos llevaron prisioneros al Estadio Chile. Me tocó entrar por Unión Latinoamericana. Había un túnel de soldados y los oficiales les ordenaban golpearnos con patadas, con culatazos, llevábamos las manos en la nuca, pero en verdad nos pusimos las manos en la cabeza para evitar que nos golpearan el cráneo”, relata el abogado Boris Navia, que compartió tormentos el 11 de septiembre junto a Víctor Jara.
“Víctor iba cuatro o cinco lugares antes que yo, también saltando porque nos hacían saltar para que nos agotáramos, y de repente un oficial que estaba parado sobre una tarima, con uniforme guerrero, porque andaban todos dispuestos para la guerra, con cascos hasta los ojos, el rostro pintado, granadas en el pecho, pistolas, corvos, ametralladoras… Ese oficial descubre a Víctor Jara y dice: ‘¡A ese hijo de puta me lo traen para acá!’. Un soldado lo saca de la fila, pero suavemente… Entonces el oficial protesta: ‘¡No lo traten como señorita, carajo!’. A la voz del oficial, el soldado toma el fusil y le da un feroz culatazo en la espalda.
Víctor trastabilla pero no alcanza a caer. Le da un segundo culatazo. Víctor cae casi a los pies del oficial, que había bajado de su tarima: ‘¡Vó’ soy el hijo e’ puta… yo te enseñaré a cantar canciones chilenas, no canciones comunistas, hijo e’ puta!’. Y empieza a golpearlo, con sadismo. Víctor trata de protegerse el rostro, pero lo golpea, una, dos, diez patadas, qué se yo.
Víctor se arrolla y el torturador parece que se desespera y se desequilibra cuando ve que Víctor se levanta y, en lugar de pedir clemencia o algo así, simplemente contesta con una sonrisa… De improviso, en esa histeria fascista, saca la pistola, y nosotros pensamos que le descerrajaría un tiro. En el intertanto, toda la fila que estaba saltando deja de hacerlo. Los conscriptos que nos custodiaban dejan de gritar y de golpearnos, y todo el mundo queda transido frente a esa escena de horror…
El oficial saca la pistola y comienza a golpearle con el cañón en la cabeza. Y vemos como la sangre de Víctor le empapa el pelo, la frente, y le empieza a correr por su cara. Ese rostro ensangrentado como un verdadero Cristo, se nos quedó grabado… Y lo golpea, lo increpa, pero de repente se da cuenta que hay cientos de ojos mirando, y dice: ‘¡Y qué pasa con estas mierdas que no avanzan! ¡Avancen, huevones! A este carajo me lo lleva a ese pasillo, y al menor movimiento, lo matas. ¿Me entiendes, carajo? Lo matas…’.
Y el soldado arrastra a Víctor muy mal herido. Después comprobaríamos que tenía dos o tres costillas rotas, a pesar que se protegía con sus manos, los puntapiés penetran. Tenía un ojo reventado, prácticamente fuera, hinchado. Y el soldado lo deja en el pasillo de entrada por el ingreso de Unión Latinoamericana”.
Quien lo exhibía era el oficial llamado ‘el Príncipe’ -Edwin Dimter, pensamos que es él-. Era muy teatral, histriónico, de repente se paraba cuando ya habíamos tres o cuatro mil presos, y desde una de las graderías gritaba: ‘¡A ver, ustedes, la escoria marxista, los vende patria, los come mierda de allá! ¿Me escuchan?’. Y había que contestarle: ‘¡Sí, señor!’. Histriónicamente, se aclaraba la garganta y decía: ‘¡Ah, me escuchan todos, tengo voz de príncipe!’. Era el más sádico, andaba con un linchaco con el que acostumbraba golpear a los presos en la espalda, testículos…
Él exhibía a Víctor, y todos lo castigaban, lo golpeaban, hacían escarnio del cantor. Incluso, un oficial de la FACH le dijo: ‘¡Fuma hueón!’. Andaba con un cigarrillo a medio consumir, y lo tiró cerca de Víctor. Y él le dice que no fuma. Y le grita: ‘¡Vas a tener que fumar, hueón!’. Víctor estira temblorosamente su mano y cuando va a coger la colilla, el oficial se la aplasta con la bota izquierda, y con la derecha empieza a triturarle la muñeca: ‘¡A ver si vai a poder tocar la guitarra ahora, hueón!’, y lo golpeaba ferozmente…”
“Víctor permanece en ese pasillo hasta el jueves 13, a medio día. Está muy mal, desfalleciendo, la sangre empieza a secarse en su rostro… Lo arrastramos hacia las graderías, y allí le limpiamos la sangre. Le dimos agua -que era lo único que teníamos-, y con un corta uñas empezamos a cortarle su pelo ensortijado. Un carpintero se sacó su chaquetón y así le tapamos la camisa campesina. Intentábamos disfrazar a Víctor. Y cuando hacemos listados para el traslado al Estadio Nacional, le ponemos su nombre completo para que no apareciera ‘Víctor Jara’, sino ‘Víctor Lidio Jara Martínez’… No teníamos qué darle, nosotros mismos no habíamos comido nada casi.
Hablamos con un soldado, un estudiante de la UTE dijo: ‘Parece que lo conozco’, y se acercó a él. ‘Oye, el que está ahí es Víctor Jara. ¿No tienes nada? Un pedazo de galleta, de pan’. ‘No -dijo- no tengo nada’. Contestó de mal modo, pero luego volvió, y volvió con un huevo crudo… Se lo dimos y Víctor lo perforó con un fósforo y empezó a chuparlo. ‘Así comía los huevos en mi Lonquén’, y cuando terminó -lo chupó íntegro-, dijo: ‘Ahora mi corazón vuelve a latir como campana’… Permanecemos con él.
Es jueves 13 y ya había 5.000 presos políticos… Logramos conseguirle un lugar para dormir. En la cancha se podía dormir estirado. Le conseguimos un lugar allí. Víctor estaba muy maltrecho. Los demás dormíamos sentados con la luz de los reflectores en nuestras cabezas. Víctor está mal, pero había recuperado su ánimo”.
“Duerme esa noche con nosotros… Y el viernes 14 empieza el traslado. Teníamos el presentimiento que a Víctor lo iban a matar. Queríamos de todas maneras llegar con él vivo al Estadio Nacional, esperanzábamos que en ese recinto no hubiese tanta crueldad, tortura y muerte… Pasamos, nos hicieron formar, y alcanzamos a salir a la calle el medio día del viernes 14, con Víctor, saltando, con culatazos, y todo lo demás… pero cuando estamos en la calle hubo una balacera enorme, y nos hicieron volver al recinto.
Permanecemos con Víctor la noche del viernes 14, ya estaba más repuesto, nos habían dado un tazón de porotos o lentejas, estábamos mejor… Pudimos hablar, y le preguntan qué sensación tenía de ver el estadio que lo había aclamado el 69, cuando ganó el primer lugar en un festival de la Universidad Católica con Plegaria a un labrador… y Víctor empieza a preguntar si sabíamos de Ángel Parra, de la gente de la Peña… Ya se sabía de la muerte de Allende. Y nosotros insistíamos: ‘¿Qué vas a hacer?
Un cantante revolucionario, militante comunista. ¿Qué va a ser de tu vida en esta dictadura? ’. Ya algo se sabía de lo que estaba ocurriendo en las calles, y él contestaba con un rostro muy sombrío: ‘La gringa -refiriéndose a Joan- con las niñas se van a tener que ir’. Pero insistíamos: ‘¿Y qué vas a hacer tú’. Decía: ‘No sé. Yo volveré a mi tierra… Soy de Lonquén’…”.
Efectivamente, se iban yendo; le estábamos entregando los papeles, y Víctor seguía concentrado escribiendo, y escribía y escribía… Después desistimos de exigirle, y que se fueran no más los que salían en libertad… Y estando Víctor escribiendo, llegan dos soldados que cumplían órdenes de un oficial del ejército”.
“Arriba, divisamos en el palco del sector norte a oficiales de la Marina… Víctor es arrastrado por esos soldados y… lanza la libreta. Yo la recojo y me la guardo en el bolsillo interior de mi chaqueta, y me olvido. Seguimos con la vista a Víctor, no teníamos la posibilidad de movernos mucho, estábamos vigilados… nos acercamos lo más que pudimos al sector donde estaba y vemos que un gordo oficial de la Marina empieza a insultarlo, y Víctor algo dijo o no, o simplemente con esa sonrisa… y el oficial da orden de golpearlo y empiezan otra vez… Vemos la sangre en su rostro y la última mirada que lanza hacia los presos, en una suerte de visión de despedida… Logra levantarse dos veces y después ya no. Es la última vez que lo vemos con vida… Inconsciente, lo arrastran…”.
Después supimos que fue llevado a un camarín, donde juegan a la ruleta rusa con él… ¿Cómo constatamos que fue asesinado el día 15? -yo digo entre las dos y las seis de la tarde-, porque cuando salimos del estadio por la puerta principal hacia la Alameda, en el foyer vimos un espectáculo realmente dantesco: había un montón de cadáveres… veinte, treinta, no sé cuántos más, y encabezando, dos rostros: Litré Quiroga y Víctor Jara… Salimos del Estadio Chile, con la congoja tremenda de saber que habían asesinado a Víctor, nuestro querido cantor, y con la muerte de Allende, dos cargas emocionales enormes”.
“Nos esperaba el Estadio Nacional, donde sabemos que llegaron a haber cerca de 14.000 presos políticos. Cuando llegamos era un pandemonio. Los milicos ordenaban a través de los micrófonos que hiciéramos listados por empresas, otros decían por edad, etc., y me piden papel, y echo mano a la libreta, y en ese minuto recién descubrimos el último canto, el último poema de Víctor Jara, que tituló Estadio Chile, donde cuenta los horrores que vivíamos… Éramos un grupo muy pequeño de profesores de la UTE y el ex senador Ernesto Araneda, del Partido Comunista, y todos fuimos de la opinión que había que preservar el poema. Ernesto me dice: ‘Antes, haz unas dos copias.
Tengo entendido que sale en libertad un par de compañeros de esta escotilla’… Hice dos versiones y traté de memorizármelo por si me lo robaban. Se las entregamos a un muchacho joven y un médico, cuyos rostros ni siquiera recuerdo, no sé sus nombres, fue en el momento, y partieron… Yo me quedé allí, tranquilo, comentando el hecho… pero como a los 15 minutos me llaman. Me dicen: ‘Oye viejo, a lo mejor te vai en libertad’. Yo pensaba: ‘No tengo ningún pituto, nadie en las fuerzas armadas, ni nadie que pueda aclamar por mí’. No me dio mal presentimiento, salvo cuando ya en el pasillo, abren las rejas y me empujan”.
“Un conscripto me tira una frazada sobre la cabeza y me pega un culatazo. Pienso: ‘Esto va mal’… Al Velódromo, que en ese momento era un centro de tortura, me llevan caminando, y lo primero que veo son seis o siete presos colgando de las vigas con alambre, casi todos desnudos… Y al primero que veo es al muchacho al que le habíamos entregado el poema… El oficial, me dice: ‘¡Sácate ese zapato cabrón!’. Y yo me saco el de la izquierda, sabiendo que lo llevaba en la derecha. ‘¡Ese no, cabrón!’. Sabía todo… Así que pesca mi zapato y… me cuelgan también. Yo pensaba: ‘Queda uno’, y trataba de aguantar…
Lo que querían era que les dijera si había hecho más copias. No me logran sacar nada y, finalmente, me llevan amarrado a los camarines… Nunca supe si la otra copia del poema se había salvado, hasta dos o tres años después, el 75 ó 76, cuando desde Argentina llegó fotocopiado clandestinamente un libro del periodista Camilo Taufic: Chile en la hoguera, donde hay una versión de la muerte de Víctor… No soy especialista en las canciones de Víctor ni en su trayectoria, simplemente fui un mero testigo de las últimas horas de su vida. Me decían: ‘Te sacaste la cresta por nada, te sacaron la mierda por nada’… y no, ¡valió la pena!… Nunca he sabido el nombre de ese doctor.
Esa parte del relato está trunca. Y en el Estadio Chile, que hoy se llama Estadio Víctor Jara, están justamente esos versos, el estribillo de ese poema: ‘¡Canto que mal me sales cuando tengo que cantar espanto! Espanto como el que vivo, como el que muero, espanto…’.
Paredes señaló que con la fuerza de los disparos daban vuelta el cuerpo de Víctor… Está muy distante el día en que se haga justicia, si es que la hay. Yo creo que va a ser muy difícil… es la palabra de gente sencilla, ex conscriptos, contra la de oficiales que han vivido en la impunidad. Paredes dijo sus nombres: Hesse, Barrientos y otros. Dimter es cómplice. El ex coronel Manríquez -que ya murió-, había sido encargado reo como autor… pero insisto, va a costar mucho, mucho, que se haga justicia”.
“Desde la UTE nos llevaron prisioneros al Estadio Chile. Me tocó entrar por Unión Latinoamericana. Había un túnel de soldados y los oficiales les ordenaban golpearnos con patadas, con culatazos, llevábamos las manos en la nuca, pero en verdad nos pusimos las manos en la cabeza para evitar que nos golpearan el cráneo”, relata el abogado Boris Navia, que compartió tormentos el 11 de septiembre junto a Víctor Jara.
“Víctor iba cuatro o cinco lugares antes que yo, también saltando porque nos hacían saltar para que nos agotáramos, y de repente un oficial que estaba parado sobre una tarima, con uniforme guerrero, porque andaban todos dispuestos para la guerra, con cascos hasta los ojos, el rostro pintado, granadas en el pecho, pistolas, corvos, ametralladoras… Ese oficial descubre a Víctor Jara y dice: ‘¡A ese hijo de puta me lo traen para acá!’. Un soldado lo saca de la fila, pero suavemente… Entonces el oficial protesta: ‘¡No lo traten como señorita, carajo!’. A la voz del oficial, el soldado toma el fusil y le da un feroz culatazo en la espalda.
Víctor trastabilla pero no alcanza a caer. Le da un segundo culatazo. Víctor cae casi a los pies del oficial, que había bajado de su tarima: ‘¡Vó’ soy el hijo e’ puta… yo te enseñaré a cantar canciones chilenas, no canciones comunistas, hijo e’ puta!’. Y empieza a golpearlo, con sadismo. Víctor trata de protegerse el rostro, pero lo golpea, una, dos, diez patadas, qué se yo.
Víctor se arrolla y el torturador parece que se desespera y se desequilibra cuando ve que Víctor se levanta y, en lugar de pedir clemencia o algo así, simplemente contesta con una sonrisa… De improviso, en esa histeria fascista, saca la pistola, y nosotros pensamos que le descerrajaría un tiro. En el intertanto, toda la fila que estaba saltando deja de hacerlo. Los conscriptos que nos custodiaban dejan de gritar y de golpearnos, y todo el mundo queda transido frente a esa escena de horror…
El oficial saca la pistola y comienza a golpearle con el cañón en la cabeza. Y vemos como la sangre de Víctor le empapa el pelo, la frente, y le empieza a correr por su cara. Ese rostro ensangrentado como un verdadero Cristo, se nos quedó grabado… Y lo golpea, lo increpa, pero de repente se da cuenta que hay cientos de ojos mirando, y dice: ‘¡Y qué pasa con estas mierdas que no avanzan! ¡Avancen, huevones! A este carajo me lo lleva a ese pasillo, y al menor movimiento, lo matas. ¿Me entiendes, carajo? Lo matas…’.
Y el soldado arrastra a Víctor muy mal herido. Después comprobaríamos que tenía dos o tres costillas rotas, a pesar que se protegía con sus manos, los puntapiés penetran. Tenía un ojo reventado, prácticamente fuera, hinchado. Y el soldado lo deja en el pasillo de entrada por el ingreso de Unión Latinoamericana”.
La tortura y el terrorismo
“En la gradería sur, podíamos seguir viendo a Víctor, quien permanece ahí el día miércoles 12 hasta el jueves 13. Durante la noche, no le dan ni agua ni alimento alguno, nada. Está sangrando, había perdido mucha sangre, y durante la noche del 12 para el 13, es exhibido como trofeo frente a los personeros de otras ramas castrenses que llegaban al estadio. Recuerdo perfectamente bien a una delegación de la FACH…Quien lo exhibía era el oficial llamado ‘el Príncipe’ -Edwin Dimter, pensamos que es él-. Era muy teatral, histriónico, de repente se paraba cuando ya habíamos tres o cuatro mil presos, y desde una de las graderías gritaba: ‘¡A ver, ustedes, la escoria marxista, los vende patria, los come mierda de allá! ¿Me escuchan?’. Y había que contestarle: ‘¡Sí, señor!’. Histriónicamente, se aclaraba la garganta y decía: ‘¡Ah, me escuchan todos, tengo voz de príncipe!’. Era el más sádico, andaba con un linchaco con el que acostumbraba golpear a los presos en la espalda, testículos…
Él exhibía a Víctor, y todos lo castigaban, lo golpeaban, hacían escarnio del cantor. Incluso, un oficial de la FACH le dijo: ‘¡Fuma hueón!’. Andaba con un cigarrillo a medio consumir, y lo tiró cerca de Víctor. Y él le dice que no fuma. Y le grita: ‘¡Vas a tener que fumar, hueón!’. Víctor estira temblorosamente su mano y cuando va a coger la colilla, el oficial se la aplasta con la bota izquierda, y con la derecha empieza a triturarle la muñeca: ‘¡A ver si vai a poder tocar la guitarra ahora, hueón!’, y lo golpeaba ferozmente…”
“Víctor permanece en ese pasillo hasta el jueves 13, a medio día. Está muy mal, desfalleciendo, la sangre empieza a secarse en su rostro… Lo arrastramos hacia las graderías, y allí le limpiamos la sangre. Le dimos agua -que era lo único que teníamos-, y con un corta uñas empezamos a cortarle su pelo ensortijado. Un carpintero se sacó su chaquetón y así le tapamos la camisa campesina. Intentábamos disfrazar a Víctor. Y cuando hacemos listados para el traslado al Estadio Nacional, le ponemos su nombre completo para que no apareciera ‘Víctor Jara’, sino ‘Víctor Lidio Jara Martínez’… No teníamos qué darle, nosotros mismos no habíamos comido nada casi.
Hablamos con un soldado, un estudiante de la UTE dijo: ‘Parece que lo conozco’, y se acercó a él. ‘Oye, el que está ahí es Víctor Jara. ¿No tienes nada? Un pedazo de galleta, de pan’. ‘No -dijo- no tengo nada’. Contestó de mal modo, pero luego volvió, y volvió con un huevo crudo… Se lo dimos y Víctor lo perforó con un fósforo y empezó a chuparlo. ‘Así comía los huevos en mi Lonquén’, y cuando terminó -lo chupó íntegro-, dijo: ‘Ahora mi corazón vuelve a latir como campana’… Permanecemos con él.
Es jueves 13 y ya había 5.000 presos políticos… Logramos conseguirle un lugar para dormir. En la cancha se podía dormir estirado. Le conseguimos un lugar allí. Víctor estaba muy maltrecho. Los demás dormíamos sentados con la luz de los reflectores en nuestras cabezas. Víctor está mal, pero había recuperado su ánimo”.
“Duerme esa noche con nosotros… Y el viernes 14 empieza el traslado. Teníamos el presentimiento que a Víctor lo iban a matar. Queríamos de todas maneras llegar con él vivo al Estadio Nacional, esperanzábamos que en ese recinto no hubiese tanta crueldad, tortura y muerte… Pasamos, nos hicieron formar, y alcanzamos a salir a la calle el medio día del viernes 14, con Víctor, saltando, con culatazos, y todo lo demás… pero cuando estamos en la calle hubo una balacera enorme, y nos hicieron volver al recinto.
Permanecemos con Víctor la noche del viernes 14, ya estaba más repuesto, nos habían dado un tazón de porotos o lentejas, estábamos mejor… Pudimos hablar, y le preguntan qué sensación tenía de ver el estadio que lo había aclamado el 69, cuando ganó el primer lugar en un festival de la Universidad Católica con Plegaria a un labrador… y Víctor empieza a preguntar si sabíamos de Ángel Parra, de la gente de la Peña… Ya se sabía de la muerte de Allende. Y nosotros insistíamos: ‘¿Qué vas a hacer?
Un cantante revolucionario, militante comunista. ¿Qué va a ser de tu vida en esta dictadura? ’. Ya algo se sabía de lo que estaba ocurriendo en las calles, y él contestaba con un rostro muy sombrío: ‘La gringa -refiriéndose a Joan- con las niñas se van a tener que ir’. Pero insistíamos: ‘¿Y qué vas a hacer tú’. Decía: ‘No sé. Yo volveré a mi tierra… Soy de Lonquén’…”.
Papel y Lápiz
“Llega el sábado 15, hay traslados, y en ese minuto se sabe que dos personas de nuestra universidad saldrán en libertad. Sentados en las graderías -incluso sigue pintada de blanco hasta hoy-, fue en el último asiento donde estuvo Víctor… Él me pide papel y lápiz. Yo tenía una libreta donde quedaban pocas hojas en blanco. Se la paso y un lápiz, y Víctor empieza a escribir, y escribía rápido, concentrado, muy rápido. Escribía como con la incertidumbre que venía o del presentimiento… Y le decimos: ‘Víctor se van a ir los mensajeros’.Efectivamente, se iban yendo; le estábamos entregando los papeles, y Víctor seguía concentrado escribiendo, y escribía y escribía… Después desistimos de exigirle, y que se fueran no más los que salían en libertad… Y estando Víctor escribiendo, llegan dos soldados que cumplían órdenes de un oficial del ejército”.
“Arriba, divisamos en el palco del sector norte a oficiales de la Marina… Víctor es arrastrado por esos soldados y… lanza la libreta. Yo la recojo y me la guardo en el bolsillo interior de mi chaqueta, y me olvido. Seguimos con la vista a Víctor, no teníamos la posibilidad de movernos mucho, estábamos vigilados… nos acercamos lo más que pudimos al sector donde estaba y vemos que un gordo oficial de la Marina empieza a insultarlo, y Víctor algo dijo o no, o simplemente con esa sonrisa… y el oficial da orden de golpearlo y empiezan otra vez… Vemos la sangre en su rostro y la última mirada que lanza hacia los presos, en una suerte de visión de despedida… Logra levantarse dos veces y después ya no. Es la última vez que lo vemos con vida… Inconsciente, lo arrastran…”.
Los últimos minutos
“Siempre pensé que Víctor había muerto por los golpes, porque lo golpearon mucho, con las culatas de los fusiles, pero no… más tarde, Osiel Núñez, presidente de la Federación de Estudiantes, a quien también tenían aparte, logró verlo a las cuatro de la tarde. La última vez que nosotros lo vimos debe haber sido entre las 12 y la una. El doctor Bartulín, médico de Allende, también lo vio vivo antes que lo llevaran a los camarines donde lo asesinan… Esa fue la última vez que lo vemos con vida.Después supimos que fue llevado a un camarín, donde juegan a la ruleta rusa con él… ¿Cómo constatamos que fue asesinado el día 15? -yo digo entre las dos y las seis de la tarde-, porque cuando salimos del estadio por la puerta principal hacia la Alameda, en el foyer vimos un espectáculo realmente dantesco: había un montón de cadáveres… veinte, treinta, no sé cuántos más, y encabezando, dos rostros: Litré Quiroga y Víctor Jara… Salimos del Estadio Chile, con la congoja tremenda de saber que habían asesinado a Víctor, nuestro querido cantor, y con la muerte de Allende, dos cargas emocionales enormes”.
“Nos esperaba el Estadio Nacional, donde sabemos que llegaron a haber cerca de 14.000 presos políticos. Cuando llegamos era un pandemonio. Los milicos ordenaban a través de los micrófonos que hiciéramos listados por empresas, otros decían por edad, etc., y me piden papel, y echo mano a la libreta, y en ese minuto recién descubrimos el último canto, el último poema de Víctor Jara, que tituló Estadio Chile, donde cuenta los horrores que vivíamos… Éramos un grupo muy pequeño de profesores de la UTE y el ex senador Ernesto Araneda, del Partido Comunista, y todos fuimos de la opinión que había que preservar el poema. Ernesto me dice: ‘Antes, haz unas dos copias.
Tengo entendido que sale en libertad un par de compañeros de esta escotilla’… Hice dos versiones y traté de memorizármelo por si me lo robaban. Se las entregamos a un muchacho joven y un médico, cuyos rostros ni siquiera recuerdo, no sé sus nombres, fue en el momento, y partieron… Yo me quedé allí, tranquilo, comentando el hecho… pero como a los 15 minutos me llaman. Me dicen: ‘Oye viejo, a lo mejor te vai en libertad’. Yo pensaba: ‘No tengo ningún pituto, nadie en las fuerzas armadas, ni nadie que pueda aclamar por mí’. No me dio mal presentimiento, salvo cuando ya en el pasillo, abren las rejas y me empujan”.
“Un conscripto me tira una frazada sobre la cabeza y me pega un culatazo. Pienso: ‘Esto va mal’… Al Velódromo, que en ese momento era un centro de tortura, me llevan caminando, y lo primero que veo son seis o siete presos colgando de las vigas con alambre, casi todos desnudos… Y al primero que veo es al muchacho al que le habíamos entregado el poema… El oficial, me dice: ‘¡Sácate ese zapato cabrón!’. Y yo me saco el de la izquierda, sabiendo que lo llevaba en la derecha. ‘¡Ese no, cabrón!’. Sabía todo… Así que pesca mi zapato y… me cuelgan también. Yo pensaba: ‘Queda uno’, y trataba de aguantar…
Lo que querían era que les dijera si había hecho más copias. No me logran sacar nada y, finalmente, me llevan amarrado a los camarines… Nunca supe si la otra copia del poema se había salvado, hasta dos o tres años después, el 75 ó 76, cuando desde Argentina llegó fotocopiado clandestinamente un libro del periodista Camilo Taufic: Chile en la hoguera, donde hay una versión de la muerte de Víctor… No soy especialista en las canciones de Víctor ni en su trayectoria, simplemente fui un mero testigo de las últimas horas de su vida. Me decían: ‘Te sacaste la cresta por nada, te sacaron la mierda por nada’… y no, ¡valió la pena!… Nunca he sabido el nombre de ese doctor.
Esa parte del relato está trunca. Y en el Estadio Chile, que hoy se llama Estadio Víctor Jara, están justamente esos versos, el estribillo de ese poema: ‘¡Canto que mal me sales cuando tengo que cantar espanto! Espanto como el que vivo, como el que muero, espanto…’.
Que se haga justicia
“José Paredes, ex conscripto, hoy pescador alcohólico de El Quisco, confesó la versión que Víctor es asesinado en un camarín, con la ‘ruleta rusa’. Dice que Pedro Pablo Barrientos metió dos balas en su revólver, y le dijo a Víctor, que estaba con sus manos atadas y de rodillas en el suelo: ‘Si andai con suerte, huevón, te salvai… Voy a disparar y si no sale en los dos primeros, te salvai’. Y dice que disparó y salió la bala… Antes, se dudaba de si las perforaciones eran una de entrada y otra de salida, pero hoy se sabe que le descerrajó dos balazos en la cabeza. Tras el primer tiro vino inmediatamente el segundo… Después rociaron su cuerpo a balas, incluso en la espalda.Paredes señaló que con la fuerza de los disparos daban vuelta el cuerpo de Víctor… Está muy distante el día en que se haga justicia, si es que la hay. Yo creo que va a ser muy difícil… es la palabra de gente sencilla, ex conscriptos, contra la de oficiales que han vivido en la impunidad. Paredes dijo sus nombres: Hesse, Barrientos y otros. Dimter es cómplice. El ex coronel Manríquez -que ya murió-, había sido encargado reo como autor… pero insisto, va a costar mucho, mucho, que se haga justicia”.
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