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Irma se fue, ¡solavaya!
Ciro Bianchi Ross • digital@juventudrebelde.cu
16 de Septiembre del 2017 22:05:51 CDT
Ahora que Irma nos dejó para siempre, quiere el escribidor traer a
cuento cifras y anécdotas de huracanes pasados. Curiosidades y un poco
de historia acerca de esos fenómenos que se conocen desde tiempos
inmemoriales y a los que los taínos llamaban juracán. Mis abuelos
hablaban del ciclón del 20 de octubre de 1926 y del meteoro que el 9
de noviembre de 1932 provocó el ras de mar de Santa Cruz del Sur, en
Camagüey. Mis padres, por su parte, se estremecían al recordar el
ciclón del 18 de octubre de 1944. Aunque hubo otros, algunos de ellos
recientes, como el Sandy que golpeó a Santiago de Cuba, el 25 de
octubre de 2012, y el Matthew, que causó destrucciones sin cuento en
la zona más oriental de la Isla, y los que antes se ensañaron con el
territorio pinareño —en 2008 tres huracanes de gran intensidad debió
enfrentar el país en menos de dos meses—; a mí me tocó el ciclón
Flora, aquel meteoro de octubre de 1963, que entró al país por el este
de la bahía de Guantánamo y con trayectoria noroeste cruzó sobre
Yateras, Mayarí y la ciudad de Holguín. Buscó entonces el sudeste e
hizo un lazo sobre Jiguaní para con rumbo oeste salir por Campechuela
al golfo de Guacanayabo y penetrar otra vez en la Isla por las
inmediaciones de Santa Cruz del Sur, subir, llegar a la ciudad de
Camagüey, girar al sudeste, pasar cerca de Manzanillo y Bayamo y, ya
con rumbo norte, rozar de nuevo la ciudad de Holguín y salir por
Gibara.
El Flora es, para mí, lo que los ciclones del 26, el 32 y el 44 fueron
para mis antecesores. Este fenómeno, que salió y volvió a entrar y que
es el único ciclón que completó un lazo sobre el territorio insular,
es para mi generación la más triste de las referencias en lo que a
desastre natural se refiere. Ocasionó casi 2 000 muertos y destrozos
inenarrables, luego de pasar por Haití, donde dejó 4 000 víctimas
fatales.
En Cuba, con anterioridad a 1959, no existió un sistema que permitiese
una efectiva reducción de los desastres naturales. Solo la Cruz Roja,
el Cuerpo de Bomberos y la Policía Nacional actuaban en determinadas
labores de salvamento ante intensas lluvias, inundaciones, derrumbes y
otras secuelas de ciclones y huracanes. La Defensa Civil surge el 31
de julio de 1962. Todavía en octubre de 1963 el país no estaba
suficientemente preparado para enfrentar un peligro de la magnitud del
Flora y reducir su impacto. Aun así se procedió con eficacia y energía
en la evacuación y rescate de personas, con anfibios y helicópteros
del Ejército al servicio de la población, lo que posibilitó evitar
males mayores. El Comandante en Jefe Fidel Castro, que asumió durante
el fenómeno la dirección de las tareas de rescate y salvamento en los
llanos del Cauto, y que estuvo a punto de perder la vida, diría
después, muy gráficamente, que el agua «bajaba en oleadas», porque los
principales destrozos del Flora fueron ocasionados en lo esencial por
las lluvias torrenciales y las inundaciones.
El huracán y la palma
La mayor tragedia natural que se registra en nuestra historia fue la
de Santa Cruz del Sur. Un huracán penetró por la costa meridional de
la provincia camagüeyana y al barrer con los vientos de su ala derecha
las aguas del mar, las empujó sobre ese poblado costero y provocó la
muerte de más de 3 000 personas y lesiones a otras tantas. Solo una
edificación quedó en pie en la localidad.
Los habitantes del puerto de Júcaro, situado a la izquierda de la
trayectoria del huracán, refirieron después que vieron cómo el mar se
retiraba varios metros de la costa para volver con fuerza sobre ella y
tragarse a Santa Cruz. En Júcaro los vientos más intensos fueron de la
tierra hacia fuera. Testimonio impactante de ese siniestro es la foto
en la que se ven arder, en una pira gigantesca, los cadáveres de más
de la mitad de la población de Santa Cruz del Sur.
El comúnmente llamado ciclón del 26 atravesó La Habana de sur a norte,
devastó la capital y sus efectos alcanzaron a Pinar del Río, Matanzas
y Las Villas. Causó 650 muertos, y dejó 5 000 edificios dañados, 120
000 árboles derribados y 300 embarcaciones hundidas. Los daños
calculados sumaron más de cien millones de pesos. El fenómeno atravesó
la Isla de Pinos y destruyó Gerona. Entró en territorio habanero por
el Surgidero de Batabanó, pasó por Melena del Sur y siguió su marcha
destructiva por Quivicán, Managua y Santa María del Rosario hasta que
salió por Bacuranao, en la costa norte. Castigó el territorio durante
diez horas. La fuerza del viento no pudo ser medida, ya que todos los
equipos contadores de la fuerza de las ráfagas fueron destruidos por
el huracán. Sin embargo, en el Observatorio de Belén la máxima
registrada fue de 103 millas por hora, antes de ser destruidos los
anemómetros. Se dice que una embarcación de cien toneladas fue sacada
del agua y llevada por el viento a diez kilómetros de la costa. Hay
una imagen que quedó como la representación de este meteoro. El listón
de madera que atravesó el tronco de una palma real. Inspirado en ella,
Sindo Garay compuso El huracán y la palma.
En las Memorias del ciclón de 1926, publicadas un año más tarde por la
Secretaría (ministerio) de Obras Públicas, se da cuenta que tanto el
Observatorio Nacional como el del Colegio de Belén alertaron temprano
sobre la perturbación formada a cien millas de la costa oriental de
Nicaragua. Desde el comienzo, el avance del ciclón se tomó en serio y
más cuando se constató que se había convertido en una amenaza también
para Pinar del Río. Se dio una idea de su trayectoria y se vaticinó
que el ojo pasaría por la provincia de La Habana, como en efecto
sucedió. Es uno de los huracanes más destructivos que azotaron la
Isla.
¿Ha visto al Valbanera?
En 1855, Andrés Poey, hijo del ictiólogo Felipe Poey, fundó el primer
observatorio meteorológico con que contó el país. Tres años más tarde,
sacerdotes jesuitas fundaban el suyo como un anexo del Colegio de
Belén, en La Habana. En 1870 asume la dirección de este centro el
padre Benito Viñes, que fue de los primeros en investigar la
circulación y la traslación de los huracanes en el Caribe. Viñes fue
el autor del primer parte o aviso que se registra en la historia de la
meteorología. Ocurrió el 12 de septiembre de 1875. Nunca antes había
tenido lugar un hecho científico de tal naturaleza, aseguran
historiadores. Se trataba de una sencilla nota, elaborada en la tarde
del día anterior, con un carácter muy preliminar, pero el hecho de
haber sido enviada a los periódicos y publicada le confiere el
carácter de ser el primer aviso de ciclón tropical de que se tenga
noticia y el primer ejercicio dirigido a pronosticar la trayectoria de
un organismo de ese tipo.
Durante la Colonia, los ciclones eran nombrados por el día del santo
en que causaban sus mayores estragos. Posteriormente se identificaban
por números según iban surgiendo en cada temporada o por el año en que
ocurrían o por un hecho que le daba relevancia particular. Tal es el
caso del célebre ciclón del Valbanera. Se hizo sentir entre el 7 y el
10 de septiembre de 1919. Bordeó toda la costa norte de la Isla hasta
La Habana, donde provocó un ras de mar.
Su hecho más significativo fue la desaparición del vapor Valbanera, de
2 000 toneladas, con unos 200 pasajeros y tripulantes. Imposibilitado
de entrar al puerto habanero (estaba ya el ciclón pasando) su capitán
decidió capear el temporal en mar abierto. Nunca más volvió a saberse
del vapor.
Antes de su arribo a La Habana, el Valbanera hizo escala en Santiago.
Descendieron allí los pasajeros que tenían como destino esa ciudad,
mientras que otros, que debían llegar a La Habana, decidieron hacerlo
por tierra a fin de anticiparse a la llegada del buque.
Un hombre bajó con uno de sus hijos, quedando a bordo el resto de la
familia. Se rencontrarían en la capital. Cuando ocurrió la tragedia,
el hombre continuó yendo al puerto un día tras otro a preguntar por el
arribo del Valbanera. El niño se hizo médico y el padre, cada vez más
ensimismado en su locura, debió ser recluido en la Quinta de
Dependientes. Todavía en los años 50, asomado a las verjas del
pabellón de dementes de esa casa de salud, seguía preguntado a los que
pasaban si habían visto al Valbanera.
EL 44
El ciclón del 44 azotó primero la Isla de Pinos, penetró luego por la
zona oriental de Pinar del Río y causó daños cuantiosos en la capital.
Asoló la ciudad durante 14 horas con vientos que alcanzaron rachas de
hasta 262 kilómetros por hora y dejó alrededor de 300 muertos.
«La electricidad, las comunicaciones telefónicas y telegráficas, el
transporte y los servicios públicos quedaron paralizados; las
cosechas, arruinadas. Miles de familias perdieron sus viviendas. Hubo
derrumbes en casi todos los barrios de La Habana, donde además cayó
buena parte del arbolado y se registraron daños en importantes
instalaciones y edificaciones (…). A causa del ras de mar, el
Surgidero de Batabanó fue destruido casi totalmente, quedaron
arrasadas sus casas y desapareció la flota pesquera. Igual suerte
corrieron poblados como Cajío y Guanímar. En la Isla de Pinos el
ciclón hizo estragos hasta en el imponente Presido Modelo. Una estela
de hambre, enfermedades y desamparo amenazaba con seguir la furia de
la naturaleza», escribe el investigador Humberto Vázquez en su libro
El gobierno de la Kubanidad.
Se creó una comisión, que presidió el premier Félix Lancís, para
coordinar la ayuda a los damnificados y se organizó una colecta
pública para recaudar fondos. Grau pidió a las compañías de
electricidad y de teléfonos, así como a las empresas de transporte, el
restablecimiento acelerado de los servicios y estableció la
congelación de los precios de los productos de primera necesidad, que
debían venderse a los mismos niveles de octubre de 1943. Estableció
por otra parte el encarcelamiento, con exclusión de fianza, de los
detallistas que especularan con los productos básicos.
Militantes del Partido Auténtico y del Partido Socialista Popular,
convertidos en socorristas, contribuyeron a salvar muchas vidas.
Eduardo Chibás, tocado con un casco de bombero, se echó a la calle a
ayudar a los que lo necesitaban: gesto insólito en un senador de la
República. También Grau salió de Palacio a recorrer las zonas más
afectadas. Prometió que la recuperación se iniciaría de inmediato. El
Congreso facultó al Presidente para disponer de un crédito de cinco
millones de pesos destinado a las tareas de reconstrucción, y el
mandatario dispuso, mediante decreto, el subsidio de los trabajadores
más afectados por el meteoro. Ya el 18 de febrero de 1945 Grau
entregaba en Cajío las primeras 40 viviendas a igual número de
familias que habían perdido las suyas. A esa entrega se sucedieron
otras.
«De tal manera —dice Humberto Vázquez— ante una calamidad que
conmocionó a toda la sociedad cubana, el país ofreció una muestra de
unidad nacional de inestimable valor para aliviar los sufrimientos y
las necesidades de decenas de miles de cubanos.
--
Ciro Bianchi Ross
cbianchi@enet.cu
http://wwwcirobianchi.blogia.com/
http://cbianchiross.blogia.com/
Ciro Bianchi Ross • digital@juventudrebelde.cu
16 de Septiembre del 2017 22:05:51 CDT
Ahora que Irma nos dejó para siempre, quiere el escribidor traer a
cuento cifras y anécdotas de huracanes pasados. Curiosidades y un poco
de historia acerca de esos fenómenos que se conocen desde tiempos
inmemoriales y a los que los taínos llamaban juracán. Mis abuelos
hablaban del ciclón del 20 de octubre de 1926 y del meteoro que el 9
de noviembre de 1932 provocó el ras de mar de Santa Cruz del Sur, en
Camagüey. Mis padres, por su parte, se estremecían al recordar el
ciclón del 18 de octubre de 1944. Aunque hubo otros, algunos de ellos
recientes, como el Sandy que golpeó a Santiago de Cuba, el 25 de
octubre de 2012, y el Matthew, que causó destrucciones sin cuento en
la zona más oriental de la Isla, y los que antes se ensañaron con el
territorio pinareño —en 2008 tres huracanes de gran intensidad debió
enfrentar el país en menos de dos meses—; a mí me tocó el ciclón
Flora, aquel meteoro de octubre de 1963, que entró al país por el este
de la bahía de Guantánamo y con trayectoria noroeste cruzó sobre
Yateras, Mayarí y la ciudad de Holguín. Buscó entonces el sudeste e
hizo un lazo sobre Jiguaní para con rumbo oeste salir por Campechuela
al golfo de Guacanayabo y penetrar otra vez en la Isla por las
inmediaciones de Santa Cruz del Sur, subir, llegar a la ciudad de
Camagüey, girar al sudeste, pasar cerca de Manzanillo y Bayamo y, ya
con rumbo norte, rozar de nuevo la ciudad de Holguín y salir por
Gibara.
El Flora es, para mí, lo que los ciclones del 26, el 32 y el 44 fueron
para mis antecesores. Este fenómeno, que salió y volvió a entrar y que
es el único ciclón que completó un lazo sobre el territorio insular,
es para mi generación la más triste de las referencias en lo que a
desastre natural se refiere. Ocasionó casi 2 000 muertos y destrozos
inenarrables, luego de pasar por Haití, donde dejó 4 000 víctimas
fatales.
En Cuba, con anterioridad a 1959, no existió un sistema que permitiese
una efectiva reducción de los desastres naturales. Solo la Cruz Roja,
el Cuerpo de Bomberos y la Policía Nacional actuaban en determinadas
labores de salvamento ante intensas lluvias, inundaciones, derrumbes y
otras secuelas de ciclones y huracanes. La Defensa Civil surge el 31
de julio de 1962. Todavía en octubre de 1963 el país no estaba
suficientemente preparado para enfrentar un peligro de la magnitud del
Flora y reducir su impacto. Aun así se procedió con eficacia y energía
en la evacuación y rescate de personas, con anfibios y helicópteros
del Ejército al servicio de la población, lo que posibilitó evitar
males mayores. El Comandante en Jefe Fidel Castro, que asumió durante
el fenómeno la dirección de las tareas de rescate y salvamento en los
llanos del Cauto, y que estuvo a punto de perder la vida, diría
después, muy gráficamente, que el agua «bajaba en oleadas», porque los
principales destrozos del Flora fueron ocasionados en lo esencial por
las lluvias torrenciales y las inundaciones.
El huracán y la palma
La mayor tragedia natural que se registra en nuestra historia fue la
de Santa Cruz del Sur. Un huracán penetró por la costa meridional de
la provincia camagüeyana y al barrer con los vientos de su ala derecha
las aguas del mar, las empujó sobre ese poblado costero y provocó la
muerte de más de 3 000 personas y lesiones a otras tantas. Solo una
edificación quedó en pie en la localidad.
Los habitantes del puerto de Júcaro, situado a la izquierda de la
trayectoria del huracán, refirieron después que vieron cómo el mar se
retiraba varios metros de la costa para volver con fuerza sobre ella y
tragarse a Santa Cruz. En Júcaro los vientos más intensos fueron de la
tierra hacia fuera. Testimonio impactante de ese siniestro es la foto
en la que se ven arder, en una pira gigantesca, los cadáveres de más
de la mitad de la población de Santa Cruz del Sur.
El comúnmente llamado ciclón del 26 atravesó La Habana de sur a norte,
devastó la capital y sus efectos alcanzaron a Pinar del Río, Matanzas
y Las Villas. Causó 650 muertos, y dejó 5 000 edificios dañados, 120
000 árboles derribados y 300 embarcaciones hundidas. Los daños
calculados sumaron más de cien millones de pesos. El fenómeno atravesó
la Isla de Pinos y destruyó Gerona. Entró en territorio habanero por
el Surgidero de Batabanó, pasó por Melena del Sur y siguió su marcha
destructiva por Quivicán, Managua y Santa María del Rosario hasta que
salió por Bacuranao, en la costa norte. Castigó el territorio durante
diez horas. La fuerza del viento no pudo ser medida, ya que todos los
equipos contadores de la fuerza de las ráfagas fueron destruidos por
el huracán. Sin embargo, en el Observatorio de Belén la máxima
registrada fue de 103 millas por hora, antes de ser destruidos los
anemómetros. Se dice que una embarcación de cien toneladas fue sacada
del agua y llevada por el viento a diez kilómetros de la costa. Hay
una imagen que quedó como la representación de este meteoro. El listón
de madera que atravesó el tronco de una palma real. Inspirado en ella,
Sindo Garay compuso El huracán y la palma.
En las Memorias del ciclón de 1926, publicadas un año más tarde por la
Secretaría (ministerio) de Obras Públicas, se da cuenta que tanto el
Observatorio Nacional como el del Colegio de Belén alertaron temprano
sobre la perturbación formada a cien millas de la costa oriental de
Nicaragua. Desde el comienzo, el avance del ciclón se tomó en serio y
más cuando se constató que se había convertido en una amenaza también
para Pinar del Río. Se dio una idea de su trayectoria y se vaticinó
que el ojo pasaría por la provincia de La Habana, como en efecto
sucedió. Es uno de los huracanes más destructivos que azotaron la
Isla.
¿Ha visto al Valbanera?
En 1855, Andrés Poey, hijo del ictiólogo Felipe Poey, fundó el primer
observatorio meteorológico con que contó el país. Tres años más tarde,
sacerdotes jesuitas fundaban el suyo como un anexo del Colegio de
Belén, en La Habana. En 1870 asume la dirección de este centro el
padre Benito Viñes, que fue de los primeros en investigar la
circulación y la traslación de los huracanes en el Caribe. Viñes fue
el autor del primer parte o aviso que se registra en la historia de la
meteorología. Ocurrió el 12 de septiembre de 1875. Nunca antes había
tenido lugar un hecho científico de tal naturaleza, aseguran
historiadores. Se trataba de una sencilla nota, elaborada en la tarde
del día anterior, con un carácter muy preliminar, pero el hecho de
haber sido enviada a los periódicos y publicada le confiere el
carácter de ser el primer aviso de ciclón tropical de que se tenga
noticia y el primer ejercicio dirigido a pronosticar la trayectoria de
un organismo de ese tipo.
Durante la Colonia, los ciclones eran nombrados por el día del santo
en que causaban sus mayores estragos. Posteriormente se identificaban
por números según iban surgiendo en cada temporada o por el año en que
ocurrían o por un hecho que le daba relevancia particular. Tal es el
caso del célebre ciclón del Valbanera. Se hizo sentir entre el 7 y el
10 de septiembre de 1919. Bordeó toda la costa norte de la Isla hasta
La Habana, donde provocó un ras de mar.
Su hecho más significativo fue la desaparición del vapor Valbanera, de
2 000 toneladas, con unos 200 pasajeros y tripulantes. Imposibilitado
de entrar al puerto habanero (estaba ya el ciclón pasando) su capitán
decidió capear el temporal en mar abierto. Nunca más volvió a saberse
del vapor.
Antes de su arribo a La Habana, el Valbanera hizo escala en Santiago.
Descendieron allí los pasajeros que tenían como destino esa ciudad,
mientras que otros, que debían llegar a La Habana, decidieron hacerlo
por tierra a fin de anticiparse a la llegada del buque.
Un hombre bajó con uno de sus hijos, quedando a bordo el resto de la
familia. Se rencontrarían en la capital. Cuando ocurrió la tragedia,
el hombre continuó yendo al puerto un día tras otro a preguntar por el
arribo del Valbanera. El niño se hizo médico y el padre, cada vez más
ensimismado en su locura, debió ser recluido en la Quinta de
Dependientes. Todavía en los años 50, asomado a las verjas del
pabellón de dementes de esa casa de salud, seguía preguntado a los que
pasaban si habían visto al Valbanera.
EL 44
El ciclón del 44 azotó primero la Isla de Pinos, penetró luego por la
zona oriental de Pinar del Río y causó daños cuantiosos en la capital.
Asoló la ciudad durante 14 horas con vientos que alcanzaron rachas de
hasta 262 kilómetros por hora y dejó alrededor de 300 muertos.
«La electricidad, las comunicaciones telefónicas y telegráficas, el
transporte y los servicios públicos quedaron paralizados; las
cosechas, arruinadas. Miles de familias perdieron sus viviendas. Hubo
derrumbes en casi todos los barrios de La Habana, donde además cayó
buena parte del arbolado y se registraron daños en importantes
instalaciones y edificaciones (…). A causa del ras de mar, el
Surgidero de Batabanó fue destruido casi totalmente, quedaron
arrasadas sus casas y desapareció la flota pesquera. Igual suerte
corrieron poblados como Cajío y Guanímar. En la Isla de Pinos el
ciclón hizo estragos hasta en el imponente Presido Modelo. Una estela
de hambre, enfermedades y desamparo amenazaba con seguir la furia de
la naturaleza», escribe el investigador Humberto Vázquez en su libro
El gobierno de la Kubanidad.
Se creó una comisión, que presidió el premier Félix Lancís, para
coordinar la ayuda a los damnificados y se organizó una colecta
pública para recaudar fondos. Grau pidió a las compañías de
electricidad y de teléfonos, así como a las empresas de transporte, el
restablecimiento acelerado de los servicios y estableció la
congelación de los precios de los productos de primera necesidad, que
debían venderse a los mismos niveles de octubre de 1943. Estableció
por otra parte el encarcelamiento, con exclusión de fianza, de los
detallistas que especularan con los productos básicos.
Militantes del Partido Auténtico y del Partido Socialista Popular,
convertidos en socorristas, contribuyeron a salvar muchas vidas.
Eduardo Chibás, tocado con un casco de bombero, se echó a la calle a
ayudar a los que lo necesitaban: gesto insólito en un senador de la
República. También Grau salió de Palacio a recorrer las zonas más
afectadas. Prometió que la recuperación se iniciaría de inmediato. El
Congreso facultó al Presidente para disponer de un crédito de cinco
millones de pesos destinado a las tareas de reconstrucción, y el
mandatario dispuso, mediante decreto, el subsidio de los trabajadores
más afectados por el meteoro. Ya el 18 de febrero de 1945 Grau
entregaba en Cajío las primeras 40 viviendas a igual número de
familias que habían perdido las suyas. A esa entrega se sucedieron
otras.
«De tal manera —dice Humberto Vázquez— ante una calamidad que
conmocionó a toda la sociedad cubana, el país ofreció una muestra de
unidad nacional de inestimable valor para aliviar los sufrimientos y
las necesidades de decenas de miles de cubanos.
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Ciro Bianchi Ross
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