Venezuela se
teñiría de sangre
Por
Hedelberto López Blanch
Si el
legítimo gobierno de la República Bolivariana de Venezuela fuese derrocado, por
los caudalosos ríos de esa nación correrían en vez de sus aguas cristalinas,
abundantes torrentes de sangre porque el odio y la violencia de las fuerzas de
derecha arremeterían contra todo aquel que hubiera apoyado al Chavismo.
Los ejemplos
de esas sangrientas venganzas, no solo en América Latina sino también en otros
continentes han quedado plasmados en historias recientes.
El
derrocamiento del Presidente guatemalteco Jacobo Arbens en 1954, dejó miles de
muertos y desaparecidos por la represión de los militares apoyados y dirigidos
desde Washington.
El golpe de
Estado derechista contra el brasileño Joao Goulart en 1964, dio inicio a un
período de sanguinarias persecuciones, asesinatos y desapariciones contra las
fuerzas progresistas y abrió las puertas a la implantación de regímenes
represivos que se expandieron por Latinoamérica bajo la orientación de Estados
Unidos.
Linchamientos,
torturas, asesinatos, desapariciones de hombres y mujeres, secuestro de recién
nacidos con saldo de más de 30 000 muertos dejó la represión desatada contra
cualquiera que hubiera simpatizado y trabajado con el legítimo Gobierno del
presidente constitucional chileno, Salvador Allende.
Con las
ansias de apoderarse de los inmensos yacimientos petrolíferos existentes en el
Medio Oriente y controlar esa estratégica zona, Washington con ayuda de otras
naciones occidentales, atacaron Afganistán, Irak, Libia y desestabilizaron
otras naciones cercanas donde han muerto o desaparecido millones de personas. Casos
parecidos se cuentan por decenas.
¿Podrían
ustedes imaginar lo que ocurriría en Venezuela si esa fanática y violenta
oposición ultraderechista que hasta ataca hospitales, centros de salud,
escuelas, organismos gubernamentales o instalaciones culturales y deportivas,
lograra derrocar al Gobierno Bolivariano?
Caudales de
sangre llenarían las calles de las ciudades y no habría escapatoria alguna para
los que hubieran osado apoyar a un Estado que llevó la independencia y la
soberanía a la nación después de años de colonialismo y regímenes derechistas
entregados a los mandatos de Washington.
Si en
cualquier país, grupos de manifestantes osan atacar con implementos sólidos e
incendiarios a la fuerza pública, además de usar cámaras antigases como si
fuera una guerra convencional, inmediatamente serían reprimidos y encarcelados
sin mediar juicio alguno como ha ocurrido en Estados Unidos, Alemania, Bélgica,
Brasil, Perú, Argentina.
Sin embargo,
el presidente constitucional Nicolás Maduro continúa buscando el diálogo y la
paz con los agresivos participantes de la extrema derecha, que han hecho caso
omiso a esos llamados.
La guerra
económica pasó a ser guerra terrorista con todo un proyecto bien diseñado por
la oligarquía venezolana con pleno apoyo de medios de comunicación occidentales
que desde hace más de un año han inventado historias fraudulentas y denigrantes
contra el gobierno de Caracas.
Detrás de
este escenario, se encuentran los hilos que ejercen esas acciones desde la Casa
Blanca, que ya sin ocultarse, ha pasado a una descomunal ofensiva para
desmontar la Revolución Bolivariana, debilitar la integración latinoamericana y
tratar de dominar nuevamente, como hicieron en el siglo pasado, a toda la
región.
El peligro
cada vez es más inminente y si al final las fuerzas reaccionarias de derecha
logran su objetivo, la furia derechista superará con creces las realizadas en
las décadas de los 60, 70 y 80 del pasado siglo en Brasil, Argentina, Bolivia,
Uruguay y Chile.
Ríos de
sangre sustituirían a los ríos de agua.
Venezuela y
la comunidad internacional deben impedirlo.
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