En la misma noche del 13 de marzo de 1957, tras el frustrado levantamiento armado organizado por el Directorio Revolucionario (DR), los dirigentes de esta organización que habían sobrevivido se dieron a la tarea de localizar a los combatientes dispersos para conocer su situación.
Doce días después, en casa del revolucionario Andrés “Cheo” Silva, se reunió el ejecutivo del DR, presidido ahora por Fructuoso Rodríguez y compuesto por Enrique Rodríguez Loeches, Julio García Olivera, Joe Westbrook y Faure Chomón. Según testimonio de este último, se eligieron como nuevos miembros a José Machado y Juan Pedro Carbó Serviá, se reincorporó a Cheo Silva y más tarde hubo otras dos incorporaciones: Guillermo Jiménez y Osmel Francis.
Como ha expresado Chomón, el ejecutivo del DR “decidió seguir luchando y aplazar los grandes combates. Reorganizarnos y rearmarnos. Sin ceder ni huir fuera de Cuba. Unidos unos con otros con la única aspiración de no rendirnos. José Antonio seguiría vivo en la decisión de sus compañeros de no retroceder”.
“Recibimos un mensaje de Fidel ofreciéndonos a cinco o seis de nosotros en mayor peligro, marchar a la guerrilla en la Sierra Maestra. Consultamos entre nosotros, lo analizamos, concluyendo de que debíamos enviarle nuestro agradecimiento a él y excusarnos, ya que considerábamos que no podíamos abandonar La Habana como frente de la Guerra Revolucionaria”.
En ese encuentro, mientras reflexionaba con sus compañeros, se le oyó decir a Fructuoso: “Para asumir el lugar de José Antonio, tengo que seguirlo hasta terminar igual que él y eso es lo que haré”. Carbó Serviá afirmó que el DR con mucho arrojo había obtenido un incalculable prestigio gracias a
Echeverría y era una obligación estar a su altura. Machadito añadió: “En una época nos sentíamos guapos y ahora es que sabemos que sencillamente somos valientes seguidores de José Antonio”.
Bajo las orientaciones de Fructuoso se comenzó a reorganizar el aparato clandestino de la organización en La Habana y se rehizo la red insurreccional reactivando los contactos con otros compañeros del movimiento estudiantil de Pinar del Río, Las Villas y otras provincias. Pero tuvieron que sortear grandes dificultades, entre ellas, la escasez de refugios para los combatientes perseguidos. Rememoraría Faure Chomón años después: “Con el levantamiento del 13 de marzo se utilizaron todos los recursos. Ya no quedaban casas seguras. No había nada. Solo la fe en la decisión de vencer o morir”.
Julio García Olivera, segundo de Chomón en el frente de Acción del DR, ha testimoniado: “Y ahí se producen los acontecimientos que van a llevar a Humboldt 7. En ese momento (19 de abril de 1957) no teníamos ninguna alternativa”. Julio recordó que Joe Westbrook había alquilado un apartamento a través de un estudiante amigo que no lo ocupaba y el cual servía a veces de refugio al propio Joe. Hacia allá trasladó a Fructuoso, Juan Pedro y Machadito, pues decidieron ubicar a Faure en otra casa, situada en el entonces municipio de Marianao.
De acuerdo con el testimonio de García Olivera, “inesperadamente encontramos en el apartamento a un sujeto que era amigo de la novia de Joe. Se produjo una gran discusión con este personaje, quien tenía una actitud muy negativa con los partidarios de la lucha armada”. Horas después, ya 20 de abril, este individuo informó del paradero de los revolucionarios a Esteban Ventura, uno de los más sanguinarios asesinos oficiales de la tiranía batistiana.
Cuando este sicario y sus huestes llegaron al edificio marcado con el número 7 de la calle Humboldt, a los tres jóvenes héroes se les había sumado Joe Westbrook en el apartamento. Los cuatro estudiantes apenas pudieron defenderse de la acometida policial. Juan Pedro fue masacrado en el pasillo, cuando trataba de escapar. Machadito y Fructuoso se tiraron por una ventana hacia un pasillo aledaño. Este quedó inconsciente por la caída. Machadito se fracturó ambos tobillos. Ambos estaban desarmados. Y ante la consternación y el asombro de los vecinos, fueron asesinados.
Joe logró descender hacia un apartamento del piso inferior. Pero la jauría adivinó su intención y hacia allá fue a buscarlo. Lo mataron a la vista de todos y arrastraron su cadáver por las escaleras, manchadas con una estela de sangre. Un niño, atónito, se quedó observando los peldaños, una vez que el sicario y su tropa abandonaron el lugar, y un fotógrafo captó el momento en una instantánea que le dio la vuelta al mundo. Ni la OEA ni el gobierno de los Estados Unidos protestaron por la feroz masacre de cuatro líderes estudiantiles cubanos.
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