Date: | Sun, Feb 21, 2016 10:10 pm |
¡Salud y chinchín!
Ciro Bianchi Ross • digital@juventudrebelde.cu
20 de Febrero del 2016 21:35:22 CDT
Varios mensajes recibió el escribidor con relación a la página del 7
de febrero (Bares habaneros). Bruno Emilio Rea y Gabriel M. Valdés
aluden al mojito, uno de los diez clásicos de la coctelería cubana,
mientras que Aníbal García y Modesto Reyes Canto recuerdan detalles de
interés acerca de algunos de los bares citados en la crónica
mencionada, en especial Dos Hermanos y Sloppy Joe’s. Sobre este último
establecimiento se extiende otro lector: Carlos Villanueva. Roberto
Garaycoa y César O. Gómez López escriben para dar la receta del coctel
Pepín Rivero, que yo no pude localizar y que, me dicen, aparece en el
libro Cocteles cubanos; 1 100 recetas en el tiempo, de José Alfonso
Castro, publicado con el sello de la Editorial Oriente. Otro lector,
Manuel Rodríguez González, ofrece detalles interesantísimos sobre los
ferry entre Cayo Hueso y La Habana. Vayamos por parte.
Decía Fernando G. Campoamor, historiador del ron y autor de ese libro
delicioso que es El hijo alegre de la caña de azúcar, que el mojito
era una derivación del draque o drake, un «compuesto» que hasta bien
entrado el siglo XIX fue muy demandado en Las Antillas. Añadía
Campoamor que lo inventó el corsario de ese nombre, Francis Drake, y
se elaboraba con aguardiente. Tenía propiedades curativas. Al menos
Ramón de Palma escribió en su novela El cólera en La Habana (1838):
«Yo me tomo todos los días a las once un draquecito y me va
perfectamente». Para preparar el mojito se vierte en un vaso zumo de
limón y una cucharadita de azúcar. Se añade yerba buena y se macera el
tallo, no las hojas, a fin de que su jugo se mezcle bien con el limón
y el azúcar. Se adiciona línea y media de ron blanco, se revuelve la
mezcla y se ponen dos o tres cubitos de hielo en el vaso, que se
completa con agua mineral y se adorna con una ramita de yerbabuena.
Sobre 1910 empieza a hablarse en La Habana del mojito batido. Más
tarde, cuando se inaugura el balneario de La Concha, en la playa de
Marianao, el mojito se convierte en el coctel insignia de la
instalación. Han dicho a quien esto escribe que en el bar había dos
mostradores. Uno de ellos, en exclusiva, para el mojito, y el otro
para todo lo demás. De La Concha, el mojito salta al bar del hotel
Florida, en Obispo y Cuba, donde lo asume un barman conocido como
Maragato. De allí pasa a La Bodeguita del Medio.
Precisamente al mojito de La Concha se refiere el lector Bruno Emilio
en su mensaje. Apunta que había allí un barman llamado Rogelio, que
los elaboraba «de manera ejemplar», y precisa que socios de otros
clubes acudían a La Concha a deleitarse con ellos. Llegaban desde
clubes tan exclusivos como el Havana y el Miramar Yacht Club y el
Casino Español, a pasar un buen rato en torno a un mojito en un
balneario eminentemente popular, al que se accedía solo con abonar el
importe del tique de entrada. En el Club Náutico, cuenta Gabriel M.
Valdés, se preparaban asimismo excelentes mojitos y no era raro que un
grupo de amigos se jugara al cubilete el pago de la ronda. ¡Salud y
chinchín!
Carlos Villanueva expresa que tanto Dos Hermanos, en la Avenida del
Puerto, como el Sloppy disponían de habitaciones para que las
prostitutas que «hacían la vida» en esas instalaciones se encontraran
con los clientes. Añade que cuando se restauró el bar, luego de
permanecer cerrado durante casi cinco décadas, se comentó que en su
sótano funcionaba una sala de juegos a la que por el alto monto de las
apuestas solo los escogidos tenían acceso. Recuerda haber visto allí
no pocos plomos de balas incrustados en las paredes. No había quien
atestiguara si ocurrieron en esa sala uno o varios encuentros a tiros.
Después se supo, sigue diciendo Villanueva, que en los inicios de la
Revolución el lugar fue sede de la jefatura de un batallón de Milicias
y es de pensar que algunos de sus componentes afinaran la puntería con
objetivos colocados en aquellas paredes.
Mi corresponsal, que tiene en su haber un estudio sobre los parqueos
olvidados de La Habana, dice que el Sloppy tenía el suyo, subterráneo,
en el sitio donde en la década de 1990 se encontraba la carpintería y
el departamento de mantenimiento del hotel Plaza, y hoy son los
sótanos de la ampliación del hotel Parque Central.
Va la receta
Constantino Ribalaigua, el rey de los cantineros cubanos, aunque era
catalán, tenía el coctel Pepín Rivero como una de sus mejores
creaciones, junto al Daiquirí y el Presidente, como ya se comentó hace
un par de semanas. Rivero dirigió el Diario de la Marina desde la
muerte de su padre, en 1919, hasta su prematuro fallecimiento, el 1ro.
de abril de 1944. Muy leída fue la columna que durante años publicó
bajo el título de Impresiones.
La receta del coctel que lleva su nombre es esta: Póngase hielo en una
copa de vidrio y viértase en ella 1,5 onzas de London Dry Gin, una
onza de Kuyper Crema de cacao blanco y una onza de leche. Agite los
ingredientes y cuélelos en un vaso frío. Decórelo con una llanta de
chocolate espolvoreado.
Ferrys
El lector Manuel Rodríguez González aclara en su mensaje que ha
publicado varios artículos sobre los ferry ferroviario y de pasajeros,
y quiere, con su mensaje al escribidor, ofrecer algunas precisiones
sobre el tema. Señala:
«Henry Flagler construyó la línea ferroviaria Florida-Cayo Hueso
(1905-1912) como parte de su proyecto de hacer de ese último punto una
gran base comercial por su cercanía con Cuba y el Canal de Panamá, en
construcción entonces. Cayo Hueso era el puerto de aguas profundas más
meridional de Estados Unidos. El propósito inicial era el de
transportar, a bordo del ferry, trenes cargados de mercancías con
destino a La Habana.
«El servicio comenzó en enero de 1915 y se construyeron tres ferry: el
SS Henry M. Flagler, el SS Estrada Palma y el SS Joseph R. Parrot.
Cada uno de ellos podía transportar 26 vagones. La travesía entre Cayo
Hueso y La Habana demoraría seis horas».
Recuerda Rodríguez González que aquello fue toda una novedad; algo
inédito en la transportación internacional. Lo cataloga como el
precedente más inmediato de la actual transportación containerizada.
Los vagones hacían la función de los contenedores, solo que poseían
ruedas, y abarataban los costos de transporte y manipulación de los
cargamentos. Así, un tren de mercancías salía, digamos, de Chicago,
abordaba el ferry en Cayo Hueso, llegaba a La Habana y podía continuar
viaje a Santiago de Cuba o a cualquier otro punto de la geografía
cubana sin que su carga sufriera manipulación de ningún tipo.
Puntualiza Rodríguez González en su email: «El ferry se cargaba en
media hora, mientras que un barco corriente demoraba entre tres y seis
días en cargar el mismo volumen de mercancías. De ahí la ventaja
comercial del sistema, que tuvo total aceptación por parte de
empresarios, comerciantes y consignatarios».
Añade:
«El tren Havana Special fue una idea de Flagler paralela a los ferry
ferroviarios, pero comenzó antes, en 1912. El tren demoraba 38 horas
en la ruta Nueva York-Cayo Hueso y allí los pasajeros eran
transferidos a trasbordadores que cruzaban el estrecho de la Florida,
como el SS Governor Cobb, el SS Cuba y el SS Miami. Según lo que he
investigado durante años hasta ahora, no hay evidencias de que los
viajeros cruzaran el mar a bordo de los vagones, pues los ferry
estaban diseñados solo para vagones de mercancías».
La terminal de aquellos ferry trasbordadores, dice mi corresponsal,
era el emboque del Arsenal, adyacente a los muelles que eran entonces
de la Pan American —actual La Coubre— y Ward Line —actual Aracelio
Iglesias—. A un lado del espigón estaba el emboque del ferry. Aún
pueden verse los restos de las líneas férreas que atravesaban la
calzada hacia la Terminal de Trenes donde, en un patio, se
concentraban los vagones que llegaban de Estados Unidos y los que
partían. Del otro lado estaban los referidos trasbordadores del Havana
Special. Ese muelle fue el atracadero del SS Florida, el único que
quedó en servicio hasta la implantación del bloqueo.
«El viaducto ferroviario, en efecto, fue seriamente dañado por el
ciclón de 1935. La base de los ferry ferroviarios se trasladó a Palm
Beach y la duración del viaje hasta La Habana era entonces de 18
horas. Se construyeron dos nuevos ferry: el New Grand Haven, en 1951,
y el City of New Orleáns, en 1959. Transportaban 56 vagones cada uno.
«Cabe mencionar que el ferry City of Havana, que desde Cayo Hueso
transportaba viajeros en sus automóviles, siguió usando el antiguo
viaducto de Flagler reconstruido como autopista en 1938, la actual
Overseas Highway. Ese ferry de pasajeros, en servicio entre 1956 y
1960, era el mayor de toda el área pues transportaba 500 pasajeros y
125 automóviles. Atracaba en el emboque de Hacendados en la ensenada
de Atarés y resultó un éxito comercial al igual que los ferry
ferroviarios», finaliza su mensaje Manuel Rodríguez González, y el
escribidor pasa a otro tema.
¿Qué pasó con mi abuelo?
El lector Ramón de Armas refiere en su mensaje que su abuelo, español
llegado a Cuba alrededor de 1881 con unos 18 años de edad, no aparece
en ningún registro «aun cuando trabajó, creó una familia, se jubiló y
recibió pensión que, a su muerte, disfrutó mi abuela hasta su
fallecimiento».
Imagino que el registro al que se refiere el lector sea el de
extranjeros. Inquiere: «¿Qué sucedió con los españoles residentes en
Cuba luego de la intervención norteamericana y posteriormente al
constituirse la República? ¿Les fue obligatorio registrarse como
extranjeros o les fue otorgada automáticamente la ciudadanía cubana?
¿Si no se registraron, cuál fue entonces su estatus?».
La respuesta que el que esto escribe puede ofrecer ahora al
interesado, quizá no sea la más completa. Sobre el tema, el escribidor
tiene más datos de los que ofrece aquí, pero se niegan a aparecer en
un archivo que se caotiza por día.
Según el censo que el Gobierno de ocupación norteamericano acometió en
la Isla en 1899, residían en Cuba 129 236 españoles de nacimiento. Una
cantidad significativa si se toma en cuenta que el país tenía una
población total de 1 572 797 habitantes.
En 1902, una ley de la recién proclamada República dispuso que todos
los extranjeros que lo solicitaran se considerarían como cubanos de
nacimiento. Imagino que el abuelo de De Armas se habrá acogido a los
beneficios de esa ley.
--
Ciro Bianchi Ross
cbianchi@enet.cu
http://wwwcirobianchi.blogia.com/
http://cbianchiross.blogia.com/
Ciro Bianchi Ross • digital@juventudrebelde.cu
20 de Febrero del 2016 21:35:22 CDT
Varios mensajes recibió el escribidor con relación a la página del 7
de febrero (Bares habaneros). Bruno Emilio Rea y Gabriel M. Valdés
aluden al mojito, uno de los diez clásicos de la coctelería cubana,
mientras que Aníbal García y Modesto Reyes Canto recuerdan detalles de
interés acerca de algunos de los bares citados en la crónica
mencionada, en especial Dos Hermanos y Sloppy Joe’s. Sobre este último
establecimiento se extiende otro lector: Carlos Villanueva. Roberto
Garaycoa y César O. Gómez López escriben para dar la receta del coctel
Pepín Rivero, que yo no pude localizar y que, me dicen, aparece en el
libro Cocteles cubanos; 1 100 recetas en el tiempo, de José Alfonso
Castro, publicado con el sello de la Editorial Oriente. Otro lector,
Manuel Rodríguez González, ofrece detalles interesantísimos sobre los
ferry entre Cayo Hueso y La Habana. Vayamos por parte.
Decía Fernando G. Campoamor, historiador del ron y autor de ese libro
delicioso que es El hijo alegre de la caña de azúcar, que el mojito
era una derivación del draque o drake, un «compuesto» que hasta bien
entrado el siglo XIX fue muy demandado en Las Antillas. Añadía
Campoamor que lo inventó el corsario de ese nombre, Francis Drake, y
se elaboraba con aguardiente. Tenía propiedades curativas. Al menos
Ramón de Palma escribió en su novela El cólera en La Habana (1838):
«Yo me tomo todos los días a las once un draquecito y me va
perfectamente». Para preparar el mojito se vierte en un vaso zumo de
limón y una cucharadita de azúcar. Se añade yerba buena y se macera el
tallo, no las hojas, a fin de que su jugo se mezcle bien con el limón
y el azúcar. Se adiciona línea y media de ron blanco, se revuelve la
mezcla y se ponen dos o tres cubitos de hielo en el vaso, que se
completa con agua mineral y se adorna con una ramita de yerbabuena.
Sobre 1910 empieza a hablarse en La Habana del mojito batido. Más
tarde, cuando se inaugura el balneario de La Concha, en la playa de
Marianao, el mojito se convierte en el coctel insignia de la
instalación. Han dicho a quien esto escribe que en el bar había dos
mostradores. Uno de ellos, en exclusiva, para el mojito, y el otro
para todo lo demás. De La Concha, el mojito salta al bar del hotel
Florida, en Obispo y Cuba, donde lo asume un barman conocido como
Maragato. De allí pasa a La Bodeguita del Medio.
Precisamente al mojito de La Concha se refiere el lector Bruno Emilio
en su mensaje. Apunta que había allí un barman llamado Rogelio, que
los elaboraba «de manera ejemplar», y precisa que socios de otros
clubes acudían a La Concha a deleitarse con ellos. Llegaban desde
clubes tan exclusivos como el Havana y el Miramar Yacht Club y el
Casino Español, a pasar un buen rato en torno a un mojito en un
balneario eminentemente popular, al que se accedía solo con abonar el
importe del tique de entrada. En el Club Náutico, cuenta Gabriel M.
Valdés, se preparaban asimismo excelentes mojitos y no era raro que un
grupo de amigos se jugara al cubilete el pago de la ronda. ¡Salud y
chinchín!
Carlos Villanueva expresa que tanto Dos Hermanos, en la Avenida del
Puerto, como el Sloppy disponían de habitaciones para que las
prostitutas que «hacían la vida» en esas instalaciones se encontraran
con los clientes. Añade que cuando se restauró el bar, luego de
permanecer cerrado durante casi cinco décadas, se comentó que en su
sótano funcionaba una sala de juegos a la que por el alto monto de las
apuestas solo los escogidos tenían acceso. Recuerda haber visto allí
no pocos plomos de balas incrustados en las paredes. No había quien
atestiguara si ocurrieron en esa sala uno o varios encuentros a tiros.
Después se supo, sigue diciendo Villanueva, que en los inicios de la
Revolución el lugar fue sede de la jefatura de un batallón de Milicias
y es de pensar que algunos de sus componentes afinaran la puntería con
objetivos colocados en aquellas paredes.
Mi corresponsal, que tiene en su haber un estudio sobre los parqueos
olvidados de La Habana, dice que el Sloppy tenía el suyo, subterráneo,
en el sitio donde en la década de 1990 se encontraba la carpintería y
el departamento de mantenimiento del hotel Plaza, y hoy son los
sótanos de la ampliación del hotel Parque Central.
Va la receta
Constantino Ribalaigua, el rey de los cantineros cubanos, aunque era
catalán, tenía el coctel Pepín Rivero como una de sus mejores
creaciones, junto al Daiquirí y el Presidente, como ya se comentó hace
un par de semanas. Rivero dirigió el Diario de la Marina desde la
muerte de su padre, en 1919, hasta su prematuro fallecimiento, el 1ro.
de abril de 1944. Muy leída fue la columna que durante años publicó
bajo el título de Impresiones.
La receta del coctel que lleva su nombre es esta: Póngase hielo en una
copa de vidrio y viértase en ella 1,5 onzas de London Dry Gin, una
onza de Kuyper Crema de cacao blanco y una onza de leche. Agite los
ingredientes y cuélelos en un vaso frío. Decórelo con una llanta de
chocolate espolvoreado.
Ferrys
El lector Manuel Rodríguez González aclara en su mensaje que ha
publicado varios artículos sobre los ferry ferroviario y de pasajeros,
y quiere, con su mensaje al escribidor, ofrecer algunas precisiones
sobre el tema. Señala:
«Henry Flagler construyó la línea ferroviaria Florida-Cayo Hueso
(1905-1912) como parte de su proyecto de hacer de ese último punto una
gran base comercial por su cercanía con Cuba y el Canal de Panamá, en
construcción entonces. Cayo Hueso era el puerto de aguas profundas más
meridional de Estados Unidos. El propósito inicial era el de
transportar, a bordo del ferry, trenes cargados de mercancías con
destino a La Habana.
«El servicio comenzó en enero de 1915 y se construyeron tres ferry: el
SS Henry M. Flagler, el SS Estrada Palma y el SS Joseph R. Parrot.
Cada uno de ellos podía transportar 26 vagones. La travesía entre Cayo
Hueso y La Habana demoraría seis horas».
Recuerda Rodríguez González que aquello fue toda una novedad; algo
inédito en la transportación internacional. Lo cataloga como el
precedente más inmediato de la actual transportación containerizada.
Los vagones hacían la función de los contenedores, solo que poseían
ruedas, y abarataban los costos de transporte y manipulación de los
cargamentos. Así, un tren de mercancías salía, digamos, de Chicago,
abordaba el ferry en Cayo Hueso, llegaba a La Habana y podía continuar
viaje a Santiago de Cuba o a cualquier otro punto de la geografía
cubana sin que su carga sufriera manipulación de ningún tipo.
Puntualiza Rodríguez González en su email: «El ferry se cargaba en
media hora, mientras que un barco corriente demoraba entre tres y seis
días en cargar el mismo volumen de mercancías. De ahí la ventaja
comercial del sistema, que tuvo total aceptación por parte de
empresarios, comerciantes y consignatarios».
Añade:
«El tren Havana Special fue una idea de Flagler paralela a los ferry
ferroviarios, pero comenzó antes, en 1912. El tren demoraba 38 horas
en la ruta Nueva York-Cayo Hueso y allí los pasajeros eran
transferidos a trasbordadores que cruzaban el estrecho de la Florida,
como el SS Governor Cobb, el SS Cuba y el SS Miami. Según lo que he
investigado durante años hasta ahora, no hay evidencias de que los
viajeros cruzaran el mar a bordo de los vagones, pues los ferry
estaban diseñados solo para vagones de mercancías».
La terminal de aquellos ferry trasbordadores, dice mi corresponsal,
era el emboque del Arsenal, adyacente a los muelles que eran entonces
de la Pan American —actual La Coubre— y Ward Line —actual Aracelio
Iglesias—. A un lado del espigón estaba el emboque del ferry. Aún
pueden verse los restos de las líneas férreas que atravesaban la
calzada hacia la Terminal de Trenes donde, en un patio, se
concentraban los vagones que llegaban de Estados Unidos y los que
partían. Del otro lado estaban los referidos trasbordadores del Havana
Special. Ese muelle fue el atracadero del SS Florida, el único que
quedó en servicio hasta la implantación del bloqueo.
«El viaducto ferroviario, en efecto, fue seriamente dañado por el
ciclón de 1935. La base de los ferry ferroviarios se trasladó a Palm
Beach y la duración del viaje hasta La Habana era entonces de 18
horas. Se construyeron dos nuevos ferry: el New Grand Haven, en 1951,
y el City of New Orleáns, en 1959. Transportaban 56 vagones cada uno.
«Cabe mencionar que el ferry City of Havana, que desde Cayo Hueso
transportaba viajeros en sus automóviles, siguió usando el antiguo
viaducto de Flagler reconstruido como autopista en 1938, la actual
Overseas Highway. Ese ferry de pasajeros, en servicio entre 1956 y
1960, era el mayor de toda el área pues transportaba 500 pasajeros y
125 automóviles. Atracaba en el emboque de Hacendados en la ensenada
de Atarés y resultó un éxito comercial al igual que los ferry
ferroviarios», finaliza su mensaje Manuel Rodríguez González, y el
escribidor pasa a otro tema.
¿Qué pasó con mi abuelo?
El lector Ramón de Armas refiere en su mensaje que su abuelo, español
llegado a Cuba alrededor de 1881 con unos 18 años de edad, no aparece
en ningún registro «aun cuando trabajó, creó una familia, se jubiló y
recibió pensión que, a su muerte, disfrutó mi abuela hasta su
fallecimiento».
Imagino que el registro al que se refiere el lector sea el de
extranjeros. Inquiere: «¿Qué sucedió con los españoles residentes en
Cuba luego de la intervención norteamericana y posteriormente al
constituirse la República? ¿Les fue obligatorio registrarse como
extranjeros o les fue otorgada automáticamente la ciudadanía cubana?
¿Si no se registraron, cuál fue entonces su estatus?».
La respuesta que el que esto escribe puede ofrecer ahora al
interesado, quizá no sea la más completa. Sobre el tema, el escribidor
tiene más datos de los que ofrece aquí, pero se niegan a aparecer en
un archivo que se caotiza por día.
Según el censo que el Gobierno de ocupación norteamericano acometió en
la Isla en 1899, residían en Cuba 129 236 españoles de nacimiento. Una
cantidad significativa si se toma en cuenta que el país tenía una
población total de 1 572 797 habitantes.
En 1902, una ley de la recién proclamada República dispuso que todos
los extranjeros que lo solicitaran se considerarían como cubanos de
nacimiento. Imagino que el abuelo de De Armas se habrá acogido a los
beneficios de esa ley.
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Ciro Bianchi Ross
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