domingo, 30 de agosto de 2015
DESTINOS (I)
Destinos (I)
Ciro Bianchi Ross • digital@juventudrebelde.cu
29 de Agosto del
2015 20:41:55 CDT
¿Cuál fue el destino de personajes que en un momento
anterior a 1959
ocuparon planos de actualidad en la vida cubana? El tiempo
no
transcurre en balde y, por supuesto, a estas alturas ya murió la
mayoría de
ellos. De todas formas, rastrearlos y seguir sus pistas no
siempre es fácil
porque esa «celebridad» de la que disfrutaron pasó,
en muchos casos, al más
absoluto de los anonimatos.
En otras ocasiones he abordado este tema y lo hago
ahora, con muchas
adiciones, compulsado por la solicitud de un lector. Será,
por fuerza,
una relación incompleta. No siempre logra uno enterarse de dónde
está
o qué se hizo gente que un día ocupó espacio en la crónica social o
en
las noticias del acontecer político.
Empecemos por los
presidentes.
Entre dos ciudades
El coronel Carlos Mendieta Montefur,
presidente de la República entre
enero de 1934 y diciembre de 1935, murió en La
Habana, en 1960.
Residía en Tercera, 1202 equina a 12, en Miramar, y se hizo
famoso por
su cría de gallos de pelea, los muy celebrados gallos
Mendieta.
Carlos M. Piedra, jubilado en 1959 del Poder Judicial, falleció,
ya
nonagenario, en su casa No. 661 de la calle D, entre 27 y 29, en el
Vedado.
No llegó a la primera magistratura; estuvo, sí, a punto de
alcanzarla el 1ro.
de enero del año mencionado, pero la Sala de
Gobierno del Tribunal Supremo se
negó a tomarle juramento y aceptó la
designación hecha en la Sierra Maestra del
también magistrado Manuel
Urrutia Lleó. Meses después, en julio, renunciaba
Urrutia. Buscó asilo
en la Embajada de Venezuela y pasó a la de México cuando
el país
sudamericano rompió relaciones con Cuba. Murió en Estados
Unidos.
Carlos Prío Socarrás (74 años) se suicidó en 1977 en su casa de
la
Florida. Fue inhumado en el cementerio de Woodland Park, de Miami,
donde
también reposan los restos de los ex presidentes cubanos Carlos
Hevia y Gerardo
Machado. Su esposa, Mary Tarrero, quien vivía retirada
desde la muerte de Prío,
murió en septiembre de 2010.
Ramón Grau San Martín (87 años) falleció en La
Habana el 28 de junio
de 1969. Poco antes de su muerte escribía en este mismo
diario el
periodista Mario Kuchilán: «Aún hoy vive en su “choza” de la
Quinta
Avenida y se mantiene lúcido y empecinado. Grau sigue igual. El
mismo
viejo socarrón de siempre; no se rehabilita ni se va».
Militares y
ministros
El dictador Fulgencio Batista, quien usurpó el poder mediante un
golpe
de Estado en 1952 e implantaría un régimen sanguinario, murió
en
Marbella, España, en 1973, a los 72 años de edad. Se hallaba reunido
con su
familia cuando sufrió un infarto masivo. Está enterrado en
Madrid, en la misma
fosa donde inhumaron a su hijo Carlos Manuel, que
falleció con 19. En la bóveda
contigua fueron inhumados Emelina
Miranda, su suegra, y el coronel Hernández
Volta, uno de sus
ayudantes. Marta Fernández Miranda, su viuda, murió en el
2006. Mucho
antes, el 19 de junio de 1993, había muerto Elisa Godínez, la
primera
esposa de Batista.
El general de brigada Roberto Fernández Miranda,
jefe del Regimiento
7, Máximo Gómez, con sede en La Cabaña, y director general
de
Deportes, dio a conocer sus memorias bajo el título de Mis relaciones
con
el general Batista. Era hermano de Marta. «Panchín» Batista,
hermano del
dictador y gobernador de La Habana hasta el 31 de
diciembre de 1958, se vio
obligado a ganarse la vida en Miami como
sereno. Andrés Rivero Agüero, el
presidente electo en los comicios de
noviembre del 58, perdió en una mala
inversión lo que logró sacar de
Cuba, y vivía de las entradas de su esposa,
quien trabajaba como
peluquera. Anselmo Alliegro, presidente del Senado, poseía
en Miami,
desde su exilio de 1944, casas de apartamentos y otros bienes que
le
permitieron vivir con cierta holgura. Murió el 22 de noviembre
de
1961.
Casa propia también tenía allí el senador César Camacho
Covani,
presidente del Partido Liberal en la antigua provincia de
Oriente.
Ministro de Justicia en el batistato, «Lulú» Camacho, como
le
llamaban, se creyó obligado a tomar el camino del exilio. Buscó amparo
en
la Embajada española y luego de pasar varios días en una
instalación de esa
sede diplomática, tuvo que enfrentar la
circunstancia de que España no concedía
asilo político. Volvió
entonces a su casa, un apartamento del edificio marcado
con el número
255 de la calle N. Tuvo suerte. Una mañana amaneció con la
noticia de
que el apartamento de los altos había sido alquilado como un anexo
de
la Embajada de Brasil. Hizo su maleta y solo tuvo que subir la
escalera
para encontrar asilo. Justo Luis del Pozo, el alcalde de La
Habana, hizo la
misma operación, pero al revés. Enterado de la fuga de
Batista, tomó el
ascensor en el noveno piso del edificio que habitaba.
Llegó al segundo piso y
estaba ya en la Embajada de Paraguay.
El gran culpable
El siniestro Julio
Laurent, del Servicio de Inteligencia Naval —el
hombre que asesinó a Jorge
Agostini en plena calle, frente al hospital
Angloamericano del Vedado y a la
vista de los vecinos, y ultimó,
asimismo, a Lydia y Clodomira—, trabajó en
Miami como carpetero de un
hotel de cuarta categoría. Y el no menos terrible
teniente coronel
Irenaldo García Báez, segundo jefe del Servicio de
Inteligencia
Militar y asesino de Oscar Lucero y de decenas de
jóvenes
revolucionarios, todavía en los años 80 laboraba como profesor en
una
escuela de segunda enseñanza, en West Palm Beach.
El brigadier Dámaso Sogo
Hernández salió de Cuba el 1ro. de enero de
1959 y se estableció en Miami,
donde murió, como barbero. Era el
oficial superior de Columbia —tenía entonces
grados de capitán— cuando
el golpe de Estado del 10 de marzo de 1952 y fue el
hombre que abrió a
Batista las puertas del campamento, lo que le valió el
ascenso a
coronel. Otro de los grandes culpables del zarpazo, que ayudó
a
consolidar con su nombre, prestigio y autoridad, el mayor general
Eulogio A.
Cantillo Porras, fue condenado, en 1959, por su
participación en ese suceso. En
Estados Unidos se vinculó a planes
contrarrevolucionarios, en particular al
llamado Plan Torriente. Murió
olvidado por amigos y enemigos.
Francisco
Tabernilla Dolz, general de cinco estrellas y jefe del
Estado Mayor Conjunto,
no le ganó una sola escaramuza a los barbudos.
Pero no más salió de Cuba, en
1959, no se cansó de culpar a Batista de
todas las desgracias del Ejército,
además de las propias. Él y sus
hijos llegaron a pagar al periodista José
Suárez Núñez, batistiano
hasta la víspera, un libro contra Batista, El gran
culpable. Toda una
tribu que se enriqueció gracias a sus altos grados en las
fuerzas
armadas y al negocio de contrabando que operaban en naves de la
fuerza
aérea cubana. Uno de los reproches que el viejo Pancho hace a
su
antiguo jefe es el dinero que no pudo sacar de Cuba. El mismo reclamo
que
le hará el ex vicepresidente Guas Inclán, quien lo acusa de haber
llevado a la
indigencia, con su fuga, a la «clase política» cubana.
El escribidor no cree
del todo lo de la platica dejada en Cuba, pues
el general de brigada Francisco
Tabernilla Palmero —alias Silito,
hijo del viejo Pancho—, como secretario
militar de Batista, supo de la
fuga con suficiente antelación. Él copió en unas
hojitas color violeta
los nombres que el dictador le dictó para que estuvieran
listos a la
hora de la partida.
Jefe del Regimiento Mixto de Tanques 10 de
Marzo y de la División de
Infantería Alejandro Rodríguez, con sede en la Ciudad
Militar de
Columbia, el general Silito dirigió una escuela militar en la
Florida.
Dice el coronel Irenaldo García Báez en una entrevista publicada en
la
revista Réplica, de Miami, en febrero de 1972: «Pero se le apretó el
cuadro
y trabaja en el jai alai y como bookkeeper (contador) en una
fábrica de
muebles».
En la misma entrevista, Irenaldo revela que ya en los finales de
la
noche del 31 de diciembre de 1958, por orden de Batista, volvió a la
sede
del Servicio de Inteligencia Militar y quemó todos los papeles
comprometedores,
sobre todo aquellos que dejaban constancia de los
nombres de los agentes
batistianos infiltrados en partidos
oposicionistas y organizaciones
revolucionarias. Regresó a la Ciudad
Militar y en la oficina de Silito
coincidió con el general Cantillo.
Asegura: «Cuando me vio, me dio un abrazo y
me dijo: “La guerra
terminó. Al fin… Gracias a Dios habrá tranquilidad”. Me
interesé por
conocer nuestra situación, y él explicó: “Ustedes marchan
al
extranjero y en meses regresan. Se les respetarán propiedades y
cuando
regresen se retiran y a vivir felices”».
El coronel Florentino Rosell y
Leyva era el jefe de la Ingeniería del
Ejército y, por tanto, del tren
blindado. Murió en Miami enormemente
rico. El general Alberto Ríos Chaviano, el
carnicero del cuartel
Moncada en 1953 y concuño del viejo Tabernilla, salió de
Cuba días
antes de la caída de la tiranía, cuando Batista lo destituyó de
su
mando militar en Las Villas y lo designó agregado militar en la
República
Dominicana. Derrocada la dictadura, se estableció allí como
ganadero. Ramón
Tabunda, un cubano que se fue después, de Caibarién, y
que llegó a convertirse
en el «zar de la carne» en ese país caribeño,
tenía una opinión pésima acerca
del ex militar. Decía: «Tramposo. Mala
persona, mal amigo, mal negociante. Le
comprabas 500 cabezas y si
podía te robaba diez. Pensé en boicotearlo para que
no pudiera salir
de sus reses ni regalándolas, pero, por suerte, murió».
El
coronel Rego Rubido, el hombre que rindió la plaza militar de
Santiago de Cuba
al Ejército Rebelde y fungió, reconocido por la
guerrilla, como último jefe del
Ejército, salió de Cuba en 1959 para
ocupar, por designación del Gobierno
Revolucionario, un cargo
diplomático en Brasil. Desertó e instalado en Puerto
Rico, vendió
guarapo con un trapiche ambulante por las calles de San Juan,
hasta
que el coronel Ramón Barquín lo rescató y lo llevó a trabajar a
su
escuela.
Coda
No acaba aquí la lista, pero sí el espacio. En una entrega
posterior,
el escribidor abordará el final del coronel Orlando Piedra, jefe
del
Buró de investigaciones, muerto a consecuencia de la golpiza que
le
propinaron en el asilo de ancianos donde se hallaba recluido. Tratará
de
otras figuras civiles y militares del batistato, como Santiago Rey
y Guillermo
de Zéndegui, y los brigadieres generales Hernando
Hernández y Julio Sánchez
Gómez, entre otros. Y también de personas
que nada tuvieron que ver con
Batista: políticos como el ex candidato
presidencial Carlos Márquez Sterling y
el ex senador Emilio (Millo)
Ochoa, que pudo haber sido presidente de Cuba y
fue taxista y
mensajero en Miami; un hombre de acción como Mario
Salabarría,
protagonista, en 1947, de la masacre de Orfila; una mujer de
sociedad,
como la condesa de Revilla Camargo, y hombres de empresa como
Julio
Lobo. (Continuará)
--
Ciro Bianchi
Ross
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