La Reforma.
Auspiciado por la Fundación Cambio Cubano.
Trabajando por el Desarrollo Sostenible
PROGRESO SOCIAL Y DESARROLLO SOSTENIBLE
Dos observaciones rigurosas y algunas pistas
Dos observaciones rigurosas y algunas pistas
Tomado de Lemonde Diplomatique
Por Anne-Cécile Robert
Por Anne-Cécile Robert
La desigualdad, problema social y político, constituye asimismo un obstáculo para la protección del medio ambiente y una barrera para el desarrollo económico. Estas son las observaciones del Programa de la ONU para el Desarrollo y de la Organización Internacional del Trabajo, que propone algunas soluciones.
El vigésimo informe anual sobre desarrollo humano del Programa de las Naciones Unidas para el Desarrollo Humano (PNUD) describe un círculo vicioso: las desigualdades amplifican los daños ambientales, los cuales, a su vez, incrementan las desigualdades (1). Los ataques a la naturaleza perjudican más duramente a las poblaciones pobres, en particular a los 1.300 millones de personas que viven de la pesca, la silvicultura, la caza y la cosecha. Así pues, “los países con un índice de desarrollo humano (IDH) bajo, son los que menos han participado en el cambio climático planetario (2), pero quienes han sufrido la mayor reducción de las precipitaciones”. Y eso afecta negativamente su producción agrícola, su acceso al agua potable, al saneamiento, etc., y contribuye a hacer que baje su IDH.
¿Bastaría con que esos países se enriquecieran para protegerse de los daños ambientales? No, responde el PNUD: históricamente, el incremento de las riquezas ha engendrado un aumento de las emisiones de CO2 y un deterioro de la calidad del aire y del suelo. En esas condiciones, ¿cómo hacer para que las exigencias en materia ambiental no perjudiquen el desarrollo de estos países? ¿Cómo “llegar a un equilibrio entre la extensión del suministro de energía y las emisiones de CO2”?
Según los autores, hay “muchas perspectivas prometedoras”, y algunos Estados –como Costa Rica– han logrado a la vez aumentar su IDH, reducir las desigualdades sociales y reducir la contaminación del aire, favoreciendo el acceso al agua potable. Es necesario, entonces, inventar nuevas prácticas que permitan combinar “equidad” y “sostenibilidad”: ampliar el acceso a las energías renovables, reforzar la “autonomización política” de las poblaciones, apoyar la “gestión comunitaria” de los recursos naturales, establecer un impuesto a las operaciones de cambio a escala mundial para financiar las medidas de atenuación y adaptación a los cambios climáticos, o incluso extender el control de los nacimientos. En efecto, “si todas las mujeres pudieran elegir libremente en materia de reproducción, la población aumentaría de una manera lo suficientemente lenta como para llevar las emisiones de gases de efecto invernadero por debajo de su nivel actual. Se cree que si se resolvieran las carencias en materia de planificación familiar antes de 2050, se reducirían las emisiones mundiales de carbono un 17% con respecto a la actualidad”. Uno de los intereses de este informe es formular múltiples propuestas a partir de las observaciones efectuadas en el terreno. Todas ellas implican un cambio de modelo de desarrollo.
La Organización Internacional del Trabajo (OIT) también está buscando “una alternativa” (3). Al poner de manifiesto los fallos del sistema actual, la crisis financiera habría abierto el camino hacia el cambio, ya que “no es de ningún modo discutible que la incapacidad de los responsables políticos de hoy para tomar medidas decisivas que permitan al poder del Estado proteger a los trabajadores está ligada al discurso neoclásico dominante de las últimas décadas”. Los autores, de distintas formaciones y nacionalidades, hacen primero un balance de varios movimientos sociales de las últimas décadas en Francia, Sudáfrica, Brasil, Asia, etc. En su prefacio, Dan Cunniah, director de la Oficina de Actividades para los Trabajadores de la Organización Internacional del Trabajo (OIT), se alegra por la combatividad cada vez mayor, y a veces victoriosa, en especial en los países del Sur.
Como lo muestra el caso de Brasil, los avances sociales no son incompatibles con el dinamismo económico. Según Paulo Eduardo de Andrade Baltar, la experiencia reciente de este país “contradice la hipótesis frecuentemente postulada según la cual la fijación de un salario mínimo conllevaría una pérdida concreta de empleos y presiones inflacionarias. De hecho, destaca la importancia de la reglamentación del mercado laboral nacional por parte de los poderes públicos”. Una reglamentación tanto más urgente cuanto que, según otro informe de la OIT, 2,34 millones de personas murieron en accidentes laborales o por enfermedades de trabajo en 2008, es decir, más de 6.300 al día (4).
Al igual que el PNUD, la OIT pone el acento en las desigualdades, que son a la vez la expresión del modelo dominante y un freno para cualquier salida de una crisis que, no es tanto presupuestaria, sino que más bien está ligada a una mala distribución de las riquezas. “Es más urgente que nunca hacer que los trabajadores reciban la parte equitativa que les corresponde. Más que una cuestión de moral, es la única forma de extirparnos del desbarajuste macroeconómico actual”, explica Sharan Burrow, secretaria general de la Organización. Y añade: “En tiempos de crisis, sin duda no es cuestión de seguir actuando como de costumbre...”
Según los autores, hay “muchas perspectivas prometedoras”, y algunos Estados –como Costa Rica– han logrado a la vez aumentar su IDH, reducir las desigualdades sociales y reducir la contaminación del aire, favoreciendo el acceso al agua potable. Es necesario, entonces, inventar nuevas prácticas que permitan combinar “equidad” y “sostenibilidad”: ampliar el acceso a las energías renovables, reforzar la “autonomización política” de las poblaciones, apoyar la “gestión comunitaria” de los recursos naturales, establecer un impuesto a las operaciones de cambio a escala mundial para financiar las medidas de atenuación y adaptación a los cambios climáticos, o incluso extender el control de los nacimientos. En efecto, “si todas las mujeres pudieran elegir libremente en materia de reproducción, la población aumentaría de una manera lo suficientemente lenta como para llevar las emisiones de gases de efecto invernadero por debajo de su nivel actual. Se cree que si se resolvieran las carencias en materia de planificación familiar antes de 2050, se reducirían las emisiones mundiales de carbono un 17% con respecto a la actualidad”. Uno de los intereses de este informe es formular múltiples propuestas a partir de las observaciones efectuadas en el terreno. Todas ellas implican un cambio de modelo de desarrollo.
La Organización Internacional del Trabajo (OIT) también está buscando “una alternativa” (3). Al poner de manifiesto los fallos del sistema actual, la crisis financiera habría abierto el camino hacia el cambio, ya que “no es de ningún modo discutible que la incapacidad de los responsables políticos de hoy para tomar medidas decisivas que permitan al poder del Estado proteger a los trabajadores está ligada al discurso neoclásico dominante de las últimas décadas”. Los autores, de distintas formaciones y nacionalidades, hacen primero un balance de varios movimientos sociales de las últimas décadas en Francia, Sudáfrica, Brasil, Asia, etc. En su prefacio, Dan Cunniah, director de la Oficina de Actividades para los Trabajadores de la Organización Internacional del Trabajo (OIT), se alegra por la combatividad cada vez mayor, y a veces victoriosa, en especial en los países del Sur.
Como lo muestra el caso de Brasil, los avances sociales no son incompatibles con el dinamismo económico. Según Paulo Eduardo de Andrade Baltar, la experiencia reciente de este país “contradice la hipótesis frecuentemente postulada según la cual la fijación de un salario mínimo conllevaría una pérdida concreta de empleos y presiones inflacionarias. De hecho, destaca la importancia de la reglamentación del mercado laboral nacional por parte de los poderes públicos”. Una reglamentación tanto más urgente cuanto que, según otro informe de la OIT, 2,34 millones de personas murieron en accidentes laborales o por enfermedades de trabajo en 2008, es decir, más de 6.300 al día (4).
Al igual que el PNUD, la OIT pone el acento en las desigualdades, que son a la vez la expresión del modelo dominante y un freno para cualquier salida de una crisis que, no es tanto presupuestaria, sino que más bien está ligada a una mala distribución de las riquezas. “Es más urgente que nunca hacer que los trabajadores reciban la parte equitativa que les corresponde. Más que una cuestión de moral, es la única forma de extirparnos del desbarajuste macroeconómico actual”, explica Sharan Burrow, secretaria general de la Organización. Y añade: “En tiempos de crisis, sin duda no es cuestión de seguir actuando como de costumbre...”
Comunidad cubanoamericana: futuro y relaciones con Cuba
06 June 2o12
LA HABANA - Mucho se habla de los cambios que están teniendo lugar en la comunidad cubanoamericana como resultado de la llegada de los “nuevos emigrados” y, en tal sentido, se enfatizan sus diferencias con el llamado “exilio histórico”, hasta ahora base política de los sectores dominantes de la extrema derecha.
Tal conclusión no deja de ser cierta. Evidentemente, los nuevos emigrados responden a orígenes clasistas e históricos distintos a sus antecesores, por lo que su creciente peso demográfico en el conjunto cubanoamericano ya se expresa en sus inclinaciones políticas, particularmente en lo referido a las relaciones con Cuba. No es por gusto que la extrema derecha esté proponiendo modificar incluso la Ley de Ajuste Cubano, con tal de limitar su impacto en la vida política miamense.
Sin embargo, en mi opinión, el cambio fundamental en la composición de la comunidad cubanoamericana y lo que a corto plazo augura cambios relevantes en su estructura y manifestaciones culturales y políticas no radica en los nuevos emigrados, sino en factores endógenos, expresados en el hecho de que cerca de la mitad de los componentes de esa comunidad son nacidos en Estados Unidos.
A diferencia de los nuevos emigrados, que por lo general aún transitan el largo proceso de integración a la sociedad norteamericana y, por tanto, son los menos favorecidos económicamente y los que menor influencia tienen en la política local, los nacidos en Estados Unidos constituyen el grupo más dinámico de la comunidad cubanoamericana.
La composición etaria de la segunda y tercera generación de inmigrantes cubanos abarca desde los recién nacidos, hasta personas que ya arriban a los 50 años, por lo que se trata de un grupo relativamente joven, en pleno desarrollo, que tiende a imponer su impronta en el futuro inmediato de la comunidad cubanoamericana, pudiendo transformar muchos patrones que aún la caracterizan.
Un 41 % de los que se encuentran en edad laboral ocupan empleos en la escala superior del mercado del trabajo y solo el 12 % vive por debajo del nivel de pobreza, conformando el grupo más favorecido en la escala social del conjunto. A lo que se suma que en su totalidad son ciudadanos norteamericanos, mientras que apenas tiene esta condición un 25 % de los nuevos emigrados, lo que implica que ya hoy constituyen la mayoría de los potenciales votantes o están abocados a serlo.
La emergencia de nuevos políticos cubanoamericanos también refleja el creciente papel de esta generación en la vida política local, a pesar de que aún no son representativos de renovadas actitudes políticas, sino continuadores de las tradiciones que han caracterizado a sus antecesores. La razón de este desfase, es que su ascenso ha sido a través de las maquinarias políticas tradicionales, vinculadas con los sectores más conservadores del país.
No es posible afirmar, por tanto, que el impacto de estas generaciones implicará un movimiento automático hacia la izquierda. En definitiva son, en su mayoría, los descendientes directos del “exilio histórico” y esta influencia ha marcado sus vidas en muchos sentidos. Tampoco son ajenos a una dinámica política que, basada en el enfrentamiento con Cuba, los ha beneficiado; a las corrientes neoconservadoras que han influido en toda la sociedad norteamericana y a la relación especial de Miami con la oligarquía latinoamericana y las empresas transnacionales norteamericanas que operan en la región.
Sin embargo, existen indicadores que demuestran cierto distanciamiento de las posiciones sostenidas por sus padres y abuelos, ya que son el único segmento de la comunidad cubanoamericana mayoritariamente demócrata, un indicador que ni siquiera muestran los nuevos emigrados. Si en 2008 Obama obtuvo un 35% del voto cubanoamericano, se debió en parte a que así lo hizo un 65% de aquellos comprendidos entre las edades de 18 y 29 años, la mayoría de los cuales debe corresponder a los que nacieron en ese país.
Si bien la diferencia entre republicanos y demócratas ha perdido relevancia en buena parte de la sociedad norteamericana, este no es el caso de la comunidad cubanoamericana, donde sirve para diferenciar, en buena medida, las fronteras políticas, toda vez que alrededor de la afiliación republicana se ha construido básicamente la maquinaria de la extrema derecha y ello constituye tanto un aspecto diferenciador de los cubanoamericanos respecto al resto de los latinos, como expresión simbólica de su reticencia al mejoramiento de las relaciones y los contactos con Cuba, un aspecto donde también aparecen marcadas diferencias.
En 2011, el Cuban Research Institute (CRI) presentó los resultados de una muy comentada encuesta relativa a las actitudes políticas de la comunidad cubanoamericana, donde el 71 % de los nacidos en Estados Unidos apoyó restablecer las relaciones de Estados Unidos con Cuba, un porciento casi idéntico al de los que emigraron después de 1994 y muy superior a la media cubanoamericana (58 %).
Está claro que para este segmento poblacional cubanoamericano, Cuba representa algo distinto a lo que ha sido tanto para el “exilio histórico” como para los “nuevos emigrados”. No obstante, diversos indicadores muestran que existe interés por el contacto con sus orígenes y que las relaciones con el pueblo cubano pueden ser mayores a las que podemos suponer, aunque la mayoría de ellos ni siquiera ha visitado el país. De hecho, se calcula que el 47 % envía remesas a sus familiares y, según la encuesta del CRI, un 44 % plantea estar dispuesto a invertir en Cuba cuando esto sea posible.
Aunque dada la cantidad de variables que intervienen en el mismo, es difícil pronosticar la evolución que tendrá este proceso, resulta evidente que estamos en presencia de una situación histórica nueva, toda vez que la sociedad cubana ha transitado por una evolución similar y la mayoría de sus ciudadanos no había nacido cuando triunfó la Revolución.
Entonces serán las nuevas generaciones las encargadas de determinar el futuro de las relaciones entre cubanos y cubano-americanos y con seguridad lo harán a su “imagen y semejanza”.
(Tomado de progreso semanal)
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