Las denominaciones y la verdad
Por Lorenzo Gonzalo, 12 de abril del 2012
Una vez terminada la insurrección cubana en contra de la dictadura de Fulgencio Batista en 1958, la palabra socialismo devino en expresión común de la mayoría de las personas que se identificaban con una nueva era de prosperidad y trabajo en el país.
Durante algunos años la palabra comunismo no era aceptada popularmente. Sin dudas que existían prejuicios en relación a Rusia, toda vez que el referente de esa palabra era, fue y sigue siendo el estalinismo, independientemente que conceptualmente nada tenga que ver con esa etapa gris de la Rusia de entonces.
Irónicamente, anterior al triunfo insurrecto a nadie se le ocurría hablar de socialismo, a pesar de que autores muy leídos entre la intelectualidad y las juventudes y que nada tenían que ver con las ideas soviéticas, empleaban el término y se definían como tales.
Durante la insurrección esas denominaciones no se escuchaban. Lo más usual en ese entonces era autocalificarse como revolucionario. Quizás eran contadas las personas que se sumaron a la lucha en contra de la injustificada dictadura de Batista, bajo la bandera del marxismo.
El objetivo planteado durante la lucha insurrecta, con la participación de más del 90% de la población cubana, se centraba en la restauración del orden Constitucional y en materializar la reforma agraria aprobada en la Constitución de 1940, la cual fue constantemente postergada, entre otras cosas, por las presiones de Estados Unidos. En ese tiempo la palabra socialismo no era pronunciada por quienes todos los días exponían sus vidas para traer de nuevo las libertades perdidas. Algunos quizás se llamaban cristianos pero la mayoría se autonombraban revolucionarios.
Por cierto, la palabra revolucionario era más bien empleada para identificar la actitud insurrecta asumida por aquella población, cuando las vías institucionales y el derecho al voto, se perdieron tras la violación Constitucional del Golpe de Estado.
Dicha palabra tampoco implicaba cambios radicales encaminados a subvertir el orden económico conocido. Más bien se refería a una actitud de condena al Golpe de Estado y de rechazo a las normas políticas utilizadas para elegir a los administradores estatales. Las personas en general, pensaban en la necesidad de reformar, los procedimientos políticos existentes, eliminando de la vida pública a la mayoría de los políticos tradicionales, para que no volviesen a participar en las cuestiones de Estado.
Al momento del triunfo de la insurrección en contra de Batista, existía un ambiente general de desprecio hacia los políticos, aun para quienes se identificaron con la lucha armada, porque predominaba un deseo colectivo por erradicar el pasado de prebendas y abusos que siempre ocurrieron, aun con los gobiernos más “democráticos” electos antes del mencionado Golpe.
Al triunfo, hubo un alivio generalizado porque las direcciones del Estado, a todos los niveles, pasaron a ser ejercitadas por personas que nunca se habían dedicado a los menesteres electorales de triste recordación. Fue entonces, en esos primeros meses que la palabra socialismo fue incorporada al léxico popular de forma generalizada.
Luego llegaron las aguas turbias del Norte y comenzaron sucesos que ocasionaron grandes pesadumbres.
Estados Unidos enseñó las uñas y la gente comenzó a reaccionar. Se acordaron que durante los treinta primeros años de la llamada república, aquel país condicionó el retiro de sus tropas del suelo cubano a la aprobación de una Constitución que tenía que contener, por mandato expreso de Washington, un Apéndice llamado Enmienda Platt, el cual autorizaba a los marines estadounidenses a desembarcar cuando lo estimasen conveniente. El nombre de la Enmienda se debe al autor e impulsor de la misma, el senador estadounidense Orville H. Platt.
Cuando llegaron las primeras noticias de las agresiones y la hostilidad del Norte, hacia un país que contaba con toda la aprobación popular, las personas se pusieron en guardia, porque sobraban los antecedentes agresivos para pensar que lo pero ocurriría.
La labor reformadora, los planes de trabajo participativo, la sociedad donde los políticos profesionales desaparecerían para ser sustituidos por dirigentes electos de las entrañas mismas del profesorado, de los obreros, de los profesionales, amas de casa, del campesinado y los estudiantes, todo aquel sueño se vino abajo. En lo adelante la defensa del país sustituyó aquellas esperanzas y las diversas complicaciones surgidas dieron al traste con un movimiento nacional que había tenido como base, durante la lucha en contra de la dictadura, poner la economía sobre sus pies, transformándola sin cambiarla y la política al servicio de todos.
No fue un determinado credo el que estimuló la lucha en contra de aquella dictadura que al poco tiempo de vencida cedió el paso a un complicado proceso revolucionario, encasillado entre la dinámica de las ideas nacionalistas expresadas por líderes como Nasser en Egipto, el argelino Ben Bella, Sandino en Nicaragua, Rómulo Gallegos de Venezuela, junto a una larga pléyade de pensadores latinoamericanos, sumado esto a una interpretación socialista con gran dosis de zarismo, que se desarrollaba en Rusia.
Cincuenta y tres años de entuertos no han permitido aún poner al país sobre sus pies y si ha sobrevivido el proceso, es porque una mayoría ciudadana ha participado en las esferas de los poderes centrales, en el entendimiento y la discusión de una problemática que la inmensa mayoría de la población considera asunto de responsabilidad común. Más allá de la denominación marxista, difícil de definir porque la misma se refiere en esencia a un instrumento teórico tendiente a producir un amplio margen de opiniones y de las concepciones cristianas tendientes a sentar dogmatismos morales, Cuba ha mostrado ser un fenómeno sui géneris en el camino de hallar nuevos rumbos y en contra de toda confesión de las partes involucradas, está más allá de cualquier precepto doctrinario.
De no haber existido esta fusión popular, debilitada a veces, fortalecida otras, el proceso andaría hoy por los caminos de la URSS, Libia y el resto de la Primavera Árabe. A gran distancia del totalitarismo que algunos malintencionados han querido imputarle, el protagonismo de la ciudadanía ha sido el factor definitivo de esa supervivencia. En ese balance, donde por un lado, la represión social nunca ha podido inmovilizar a un movimiento civil armónicamente organizado y por el otro, un Poder Central que se ha cuidado mucho de no negar sus prédicas sobre el respeto ciudadano, se ha ido conformando un tipo de Estado y sociedad, que han hecho posible esa supervivencia y han desarmado las intrigas del enemigo.
De otra manera no se explica que Cuba haya sobrevivido al derrumbe soviético, cuyo poder, todos consideraban su mentor y único soporte. Si no nos creen que vengan los expertos y expongan sus criterios. Lo decimos como observadores, a quienes no nos ata ninguna obligación hacia ese gobierno o hacia esa dirección.
Lo expresado hasta aquí es una realidad y la única explicación objetiva de los hechos. Por tanto, debemos pensar que esta misma fusión de sociedad y Estado, junto a la ponderación de su dirección política, serán las únicas capaces de devolverle fluidez y traer de nuevo la esperanza a una población que hasta el momento, la ha postergado en aras de los deberes.
No hay primeras ni terceras vías. Solamente existe una segunda que en los últimos años ha sido escogida por la sociedad y el Estado cubano en su conjunto y donde por razones obvias, el Estado tiene la mayor influencia pero también las probabilidades de ser el causante mayor de cualquier equívoco.
Ojalá el mundo termine por entender que la dinámica poder – oposición, en Cuba se produce de maneras diferentes al de otras naciones, pero con probabilidades de mejores resultados y un mínimo de contradicciones. Esa dinámica es una cazuela donde se cocina, junto a lo que incorrectamente se ha llamado marxismo, el socialismo (no materializado aún en ningún lugar), los revolucionarios de antaño, demócratas y por encima de todas estas marcas y etiquetas, la confianza y deseos por obtener justicia y equidad. Denominaciones más o confesiones menos, no serán las vías para encontrar finalmente la verdad, sino la organización de la economía objetivamente existente y las relaciones a que da lugar, junto a los nuevos factores que han sido agregados por el devenir.
Cuando así sea comprendido ese proceso por el mundo hostil que asedia la Isla, estamos seguros que entonces su dinámica se multiplicará mucho más, al influjo de sus propias fuerzas.
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