lunes, 4 de febrero de 2019

CRONICAS MAMBISAS (II)

Ciro Bianchi Ross (cirobianchiross@gmail.com)To:you + 44 more Details
Crónicas mambisas  (II y final)
Ciro Bianchi Ross

El domingo pasado, al aludir a Crónicas mambisas, de Ismael Pérez
Gutiérrez, prometimos que volveríamos sobre sus páginas. Se trata de
una obra,  publicada en dos volúmenes con el sello de Ediciones
Loynaz, de Pinar del Río, que aborda, como se desprende de su título,
pasajes de nuestras guerras por la independencia.  Es un libro que
debía estar al alcance de los maestros cubanos y en las estanterías de
las bibliotecas escolares, sin no está dirigido en particular a un
público infanto- juvenil  Es de esos libros que cuando uno empieza a
leerlos, no se aparta de ellos hasta el final.
    En el prólogo a este título, afirma René González Barrios, presidente
del Instituto de Historia:
    «Los protagonistas de estas historias son generales, oficiales,
soldados, simpatizantes de la Revolución, pueblo sencillo,  mujeres,
hombres, niños y ancianos, blancos, negros, mulatos y chinos, y
también extranjeros, es especial españoles, que se unieron al pueblo
cubano para ayudarlos a hacer patria».
    Reproducimos a continuación algunas de las crónicas mambisas de
Ismael Pérez Gutiérrez.
EL PADRE DE TODOS
El joven Oscar de Céspedes y Céspedes, el menor de los hijos del
primer matrimonio del Presidente de la República en Armas, había
partido de Nueva York en una goleta expedicionaria, logrando
desembarcar armas y hombres en la costa norte de Oriente. Cuando
pretendía llegar hasta el lugar donde estaba su padre para unírsele,
en el trayecto entre Tunas y Holguín, el 12 de mayo de 1870, es
capturado por las contraguerrillas La Unión y San Quintín,
capitaneadas por Antonio Medina y Cipriano Villamarín, pertenecientes
a una columna española al mando de Bonagasi.
    Identificados por estos y conocedores de que poseen una buena presa,
es trasladado a Puerto Príncipe. Allí se encontraba en esos  momentos
el mismísimo Capitán General, Antonio Caballero y Fernández de Rodas,
quien lo exhibe como trofeo de guerra. Suponiendo encontrar en el
padre rebelde los mismos instintos primarios que lo  caracterizaron
bajo su falso traje de militar de honor y pensando alcanzar la
victoria a precio de infamia, hizo llegar a Carlos Manuel la propuesta
de que, a cambio de su salida de la Isla, respetaría la existencia de
su hijo. La respuesta intransigente y viril, aun con el alma
desgarrada, no se hizo esperar.
    -Oscar no es mi único hijo; soy el padre de todos los cubanos que han
muerto por la Revolución.
    A pesar de los esfuerzos realizados por el cónsul norteamericano en
La Habana, Thomas Baddle, el joven Oscar es fusilado el 3 de junio en
la capital camagüeyana, causando el asombro de sus mismos asesinos por
la altivez con que enfrentó al muerte. El padre, herido en lo más
íntimo, perdía un hijo para ganar la paternidad de toda la patria
cubana.
PRIMERO LA MANO
La columna española al mando del general Ramón Fajardo Izquierdo se
adentra en la Sierra de Cubitas. El oficial español posee buenos
informes de que la esposa del mayor general Ignacio Agramonte, Amalia
Simoni Argilagos, en compañía de varias mujeres y niños, se refugia en
un ranchón próximo a la finca El Idilio.
    Sigilosamente avanzan hacia la posición y la rodean. Allí, ese 26 de
mayo de 1870, el grupo de aprestar a celebrar el primer año del
vástago del Mayor con la esperanza de que este se presente, pues saben
que se  encuentra cerca. De pronto, la tropa española penetra en el
claro, arrasa el rancho y después de identificar a los presentes
inicia el regreso a su base, llevándose a las mujeres y los infantes.
    Durante un alto en el trayecto, el militar se aproxima a Amalia y  le
propone dejarla en libertad si firma un papel en que se pide a
Agramonte abandone la lucha por la independencia de Cuba. Mirándole
con desprecio, la espartana compañera, la digna camagüeyana, la
insigne patriota, altivamente le dice:
-General, primero me cortará usted la mano que le escriba yo a mi
marido que sea traidor.
A PRUEBA
El general José Maceo sobresalía por derecho propio, no solo por ser
hermano del Titán. Hombre de valentía rayana en la heroicidad,
serenidad absoluta y habilidad increíble, sobresalía con gran tirador
de rifle y revólver. De él se contaba que, en noches oscuras y para
demostrar su puntería, se acercaba a los campamentos españoles y se
hacía sentir por los centinelas para dirigir el fuego por el sonido
del «¿Quién vive?» dejándolos muertos ante que aquellas voces
expiraran en sus gargantas.
    El general José era también un gran bromista con aquellos que gozaban
de su confianza y amistad. Uno de estos era el médico Félix Figueredo.
En una ocasión se le presentó manifestándole determinados dolores. El
médico, preocupado por la salud del guerrero, lo examinó
minuciosamente, y al final le expresó su confusión.
    -No tienes nada, eres un roble, ni las balas logran penetrar en tu
cuerpo de hierro.
    José soltó una carcajada y mostrando la blancura de sus dientes, le dijo:
    -¡Ah, yo creía que usted se iba a equivocar! No tengo nada ni me
siento mal, solo quería ponerlo a prueba.
CUESTIÓN DE TIEMPO
Después de recorrer el territorio habanero, la columna invasora de
Gómez y Maceo, compuesta de unos 4 000 hombres, se divide en dos el 7
de enero de 1896. El primero permanece en La Habana distrayendo
grandes fuerzas españolas para favorecer la acción del otro, burlando
a 10 000 soldados enemigos sin salir de la llanura que se extiende
entre Alquizar y Quivicán. El segundo, con 1 500 jinetes, invade la
región pinareña.
    Esta sección de la columna invasora se dirige al norte de la
provincia; ocupa Cabañas, San Diego de Núñez, Bahía Honda y Las Pozas.
Toma posteriormente rumbo suroeste, acampa en Pilotos, desfila a poca
distancia de la ciudad de Pinar del Río, triunfa en Las Taironas, y
entra triunfal en Guane. El 22 de enero arriba a Mantua, el pueblo más
occidental del país, entre doblar de campanas y gritos entusiastas de
la multitud a Maceo, al ejército invasor y a la independencia.
    La sala capitular espera. A ella concurren ediles, pueblo y soldados,
bajo la presidencia del Titán, se efectúa solemne sesión y se levanta
el acta histórica como prueba irrefutable de que sobre su corcel de
guerra el glorioso jefe mambí ha recorrido la Isla de un extremo a
otro La noticia llegó rápidamente al Generalísimo, quien,  con su modo
de ser característico, esbozó una leve sonrisa y se limitó a decir:
    -Ahora todo es cuestión de tiempo.
LA «GUAPERIA» DE WEYLER
Desde su llegada a Cuba para hacerse cargo de la Capitanía General,
Valeriano Weyler, aquel que escogió el gobierno hispano para sustituir
a Arsenio Martínez Campos, se había limitado a dirigir las operaciones
desde Palacio. Al fin, en noviembre de 1896, con todas las seguridades
dadas por sus generales de que podría lograrse la derrota final de
Maceo en tierras pinareñas, se decidió, perfectamente escoltado, a dar
un paseo por el escenario occidental con la idea de vanagloriarse que
había ido el eje de tan importante futura victoria.
    Reunió 12 mil hombres mandados por González Muñoz, Echagüe, Bernal,
Suárez Inclán, Obregón, Gasco, Hernández de Velasco, Aguilar y Segura
(¡Nada menos que nueve de los más reputados generales y coroneles
españoles!) y con todo ese aparato el día 9 se presentó en El Rosario.
Allí le aguardaba Maceo. Las columnas españolas atacan por diferentes
lugares. Los mambises resisten y llega la noche sin ningún resultado
positivo para los atacantes, que incluso pierden a Echagüe,  herido en
una pierna.
    El día 10, Maceo deja en El Rosario al general Rius Rivera y pasa a
El Rubí a dirigir personalmente el combate, sitio por donde ataca el
general González Muñoz. Lo reducido de la tropa insurrecta hace que el
propio Maceo tenga que descargar varias veces su revólver y que a su
lado pelearan como simples soldados Bermúdez, Pedro Díaz, Miró
Argenter y todo su estado mayor.    La superioridad numérica se impone y
los cubanos no tienen más remedio que replegarse a El Rosario, donde
Rius Rivera seguía resistiendo y manteniendo la posición.
    El día 11, sin resultado práctico ninguno, decide Weyler retirarse a
Cabañas. Reanudadas las operaciones al día siguiente, las diferentes
columnas combaten en San Blas, Brujo, Valparaíso y Río Hondo con las
tropas de Vidal Ducasse, Ivonet, Peraza, Sáenz y Bigoa. Pero  nada
obtienen. Entretanto, el «valiente» Weyler, desengañado, toma el tren
de regreso a La Habana en Candelaria. Para «alegrarle» la vuelta, .los
insurrectos le saludan con una bomba de dinamita sobre la vía férrea a
su paso.
    ¿Pero piensan ustedes que todo esto sería capaz de ablandar su ego?
¡Qué va! Y como señala jocosamente un cronista de los hechos, entró
más orgulloso que César al regreso de su victoria de las Galias,
aunque los resultados de su «guapería» no fueran nada satisfactorios.
Había que guardar las apariencias ante las turbas integristas.
    Todo el alboroto de 12 mil hombres y nueve generales y coroneles
directamente bajo su mando le costó solamente a las tropas cubanas 56
bajas,  mientras que los hispanos sufrieron más de cuatrocientas.
¡Inútil, «guapería»!


    



    


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Ciro Bianchi Ross

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