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en Cuba Debate
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Fri, Feb 8, 2019 8:54 pm
Ciro Bianchi Ross (cirobianchiross@gmail.com)To:you + 44 more Details
APUNTES DEL CARTULARIO
Ciro Bianchi Ross
Botellas y botelleros
La botella fue una
institución en la vida cubana antes de 1959. Hasta
entonces hubo aquí
grandes botelleros. Policarpo Soler, uno de los más
temidos «hombres de
acción», llegó a disfrutar de unas 600 botellas
distribuidas por todo el
aparato estatal. Pero ese Policarpo es un
niño de teta cuando se
le compara con el senador auténtico Miguel
Suárez Fernández, a
quien se le acreditaban 5000. No en balde le
apodaban el Zar de Las
Villas. Claro que tratándose de un personaje de
la categoría de
«Miguelito», como le llamaba incluso la prensa, no se
hablaba de botella, sino
de nómina política, puestos reales o no, pero
con respaldo
crematístico, con lo que la persona que los poseía,
aparte de llenarse los
bolsillos, beneficiaba a familiares y amigos,
paniaguados y
cortesanos.
Botella equivalía a sinecura o sueldo que se percibía del Estado o de
los municipios sin que a
cambio el beneficiario tuviera que disparar
un chícharo. Se dice que
botella es un cubanismo surgido en los días
del gobierno del general
Menocal (1913-1921). En los juegos de jai
alai, aparecieron
empleados que llevaban botellas de agua fría a los
acalorados pelotaris. Y
a esos empleados que, con el pretexto del agua
fría, entraban
gratis al frontón y veían el juego, se les llamó
botelleros. La
denominación hizo fortuna y se extendió en los tiempos
menocalistas para
identificar al que cobraba sin trabajar. Ahí puede
estar el origen de los
términos botella y botellero. Pero en realidad
lo que con esos vocablos
se significaba venía desde mucho tiempo
atrás.
Porque, si se habla en puridad, la primera botella y el primer
botellero surgieron en
Cuba casi en el mismo momento del
Descubrimiento cuando
Fernando Colón, hijo predilecto del Almirante,
recibió del Rey español
el favor de 500 pesos anuales sobre la Isla de
Cuba.
A
partir de ahí el mal proliferó. Durante la Colonia, eso de estar
adscrito a una nómina
gubernamental sin obligación de desempeñar tarea
alguna, fue privilegio
reservado solo a los españoles, que vieron ahí
la vía de escape para
establecer al «sobrín» que les llegaba de
España. Con la
segunda intervención norteamericana, entre 1906 y
1909, cobra nuevo auge
la botella en Cuba. Charles Magoon, el
interventor, derrocha los
dineros del Tesoro que Estrada Palma,
nuestro primer
Presidente, cuidó con honestidad digna de mejor causa.
Cuando tras dos años de
ocupación, los norteamericanos abandonaron la
Isla, de aquellos 25
millones de pesos que dejó don Tomás, apenas
quedaban tres. Y
es que Magoon, el interventor, se propuso obtener la
paz política en la Isla
por medio de la corrupción administrativa. El
procónsul satisfizo las
peticiones de puestos públicos y prebendas sin
hacer la menor
resistencia y adelantándose en muchos casos a los
cazadores de puestos.
Llegó a organizar un comité de peticiones que
recogía las solicitudes
de los partidos políticos, y mediante el
otorgamiento de cargos
públicos debilitaba la conciencia cívica cubana
y sentaba las bases de
la corrupción y el peculado como prácticas de
la política nacional.
Con
José Miguel, pese a sus aciertos como gobernante, todo fue
posible en lo que al
fraude se refiere. No alcanzó, sin embargo, en
eso de la botella los
niveles de su sucesor, el general Menocal, bajo
cuyo gobierno llegaron a
pagarse por ese concepto 15 millones de pesos
cada año.
Menocal era hombre
de rostro enigmático y misterioso; de barba rala
y ojos encendidos como
fulgores. Después de ocho años de imposición,
dejaba la República
exhausta y desamparada, pero salvaba sus reductos
y salía al extranjero
listo para despertar en París la admiración y el
entusiasmo de los
franceses acostumbrados a los potentados dadivosos y
espléndidos. Llevaba en
la cartera 40 millones de dólares robados al
Tesoro nacional. Y con
ese dinero emularía en Europa con los más
sorprendentes dispendios
de los grandes rajaes.
De
esa época es esta anécdota. Alfonso XIII, rey de España, y su
esposa Victoria Eugenia,
vacacionaban en París cuando la soberana se
antojó de un collar
carísimo puesto a la venta en una joyería. Le negó
el dinero Alfonso, pero
tras muchos días de insistir logró la reina
que se lo diera. Cuando
acudió a comprarla, ya la joya había sido
vendida. «La adquirió
Mariana Seba, la esposa del general Menocal,
dijo Victoria Eugenia a
su marido. Si no lo hubieras pensado tanto, si
no hubieras vacilado,
hoy el collar sería míoۚ». Alfonso XIII abrió
los brazos en un gesto
de resignación. Dijo a su esposa: «¿Qué tú
querías que yo hiciera?
Yo soy solo el Rey de España y Menocal es un
ex presidente de la
República de Cuba».
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Ciro Bianchi Ross
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