Ciro
Bianchi Ross (cirobianchiross@gmail.com)To:you + 44 more Details
APUNTES DEL CARTULARO
Ciro Bianchi Ross
Lectores de tabaquería
Un hombre lee mientras
sus compañeros trabajan. Lo hace en voz alta y
lleva de ese modo
momentos de esparcimiento e instrucción a los que,
sin mirarlo y
concentrados en lo que hacen, se aplican sobre la hoja
delicada y oscura del
tabaco que tuercen entre sus manos para formar
la vitola que luego un
fumador convertirá en aroma. Si les gustó lo
que oyeron, esos
tabaqueros, al final de la jornada, en señal de
aprobación, golpearán al
unísono con sus chavetas las tapas de madera
de sus mesas de labor,
y tirarán al piso esas cuchillas curvas,
ideales para cortar y
enrollar la hoja, si lo que escucharon no les
convenció o les pareció
poco apropiado.
Si el tabaco cubano es
el mejor del mundo, en su calidad alta y
refinada influye,
de manera indudable, el arte del lector de
tabaquería que hace que
el tabaquero imprima a la hoja la pasión de
lo que escucha. Solo
así, dice el poeta Miguel Barnet, ese placer
grande de la vida que es
fumar deviene éxtasis supremo.
Es
una tarea original, única aunque se hermana con lo que hacen los
lectores de despalillo y
de escogida, las otras fases del proceso en
la elaboración del
torcido. No se repite en otros rubros productivos.
Es cubana cien por
cien desde su inicio. Toda una institución. L a
UNESCO podría
declarar el quehacer del lector de tabaquería como
Patrimonio Intangible de
la Humanidad.
No
siempre el lector de tabaquería las tuvo todas consigo. El hombre
que leería para sus
compañeros apareció por primera vez en 1865, en la
fábrica de tabacos El
Fígaro, y no demoró en granjearse la ojeriza y
la desconfianza de
patronos y autoridades coloniales españolas. De los
primeros, porque
explotaban mejor a un obrero ignorante. De las
segundas porque temían
que los ideales independentistas arraigaran y
se consolidaran con
aquellas lecturas. El caso es que aquel primer
lector se vio privado de
seguir en lo suyo apenas seis meses después
de la primera lectura.
Hacia 1880, sin embargo, volvieron a aparecer
los lectores y se
consolidaron pocos años después con la entrada a la
Isla de propaganda anarquista.
Pero en 1896, iniciada ya la Guerra de
Independencia, volverían
a desaparecer. Muchas tabaquerías se habían
trasladado al sur de la
Florida y los tabaqueros cubanos en Tampa y
Cayo Hueso fueron
soporte invaluable de la Revolución. Con sus
chavetas habían
aplaudido los discursos de José Martí, mientras que
los lectores hacían de
su tribuna sitio perenne de arenga y
exhortación patriótica.
Hubo
en todo ese periodo lectores amenazados y golpeados y la
lectura se vio amordaza
y censurada pues, como ocurriría también
durante la República,
los dueños de las fábricas de habanos
pretendieron siempre, y
consiguieron a veces, ejercer su control sobre
lo que se les leería a
sus obreros. ¿Qué se leía? Pronto las obras de
José María Carretero,
que usaba el seudónimo de El Caballero Audaz,
dieron paso a textos más
complejos de autores como Zola, Hugo, Balzac,
Cervantes… Carlos
Loveira, entre los escritores cubanos, gozaba de la
mayor preferencia. Dumas
y Shakespeare se llevaban las palmas entre
los extranjeros, y tal
fue la aceptación de que gozaron que personajes
creados por ellos, como
el conde de Montecristo y Romeo y Julieta,
dieron nombre a famosas
marcas de puros.
Se
leían además los periódicos del día. Había lectores especializados
en hacerlo, mientras que
otros resultaban insuperables en lo que se
refería a narraciones.
Cuando uno de ellos era capaz de asumir con
maestría ambas
vertientes, se le llamaba lector completo y era el más
codiciado. Porque esa
plaza se sacaba a concurso. Los propios
tabaqueros convocaban el
certamen y, convertidos en tribunal, elegían
al que los convencía.
Hasta bien entrada la década de 1960, que
sepamos, eran los
propios tabaqueros los que retribuían su salario al
lector. Primero,
cuando el lector era uno de ellos mismos, cada uno
confeccionaba una
cantidad mayor de tabacos de la que le correspondía
para que así el lector
pudiese acreditar ante el patrón el
cumplimiento de su
jornada laboral. Ese sistema varió con los años y
cuando los lectores
empezaron a ser escogidos mediante certamen, cada
tabaquero aportaba
quincenalmente una modesta cantidad de dinero en
efectivo para allegarle
el salario.
Hoy
aquellas lecturas se ensanchan con una larga lista de escritores
latinoamericanos y
cubanos. Hay tabaqueros que pueden repetir de
memoria capítulos
enteros de importantes obras clásicas y modernas.
Por el oído se han
comido esos libros, como dice la Biblia; les
pasaron a la sangre.
Lecturas que deleitan y al mismo tiempo instruyen
y ensanchan el mundo, y
que terminaron por convertir a los tabaqueros
en uno de los sectores más avanzados del
movimiento obrero cubano.
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