Héctor Navarro y Julio Borges, dos opiniones, ¿una misma confusión?
Eligio Damas
El proceso político venezolano no deja de ser confuso. Factores que se definen de izquierda operan como si fuesen de derecha y hasta quienes parecieran, en el discurso, ser diametralmente opuestos, reman en la misma dirección. En esta expoliación de la cual es víctima el trabajador venezolano, el gobierno en medio de su enredo, confusión, falta de coherencia y efectividad en el diseño de políticas y hasta por sus vacilaciones, se exhibe como haciéndole el juego a empresarios y especuladores. Como también favorecer a su enemigo principal, si nos atenemos a las formalidades de su discurso y su accionar, factores estos dos últimos que parecieran contradictorios sin serlos. Los corruptos se encuentran, aunque estén en el gobierno o en apariencia en su contra, para hacer de las suyas y hasta pasar desapercibidos por años y poder con toda libertad irse de el país a refugiarse en la alcahuetería de quien ofrece amparo a cambio de alguna información o del olvido planificado, para evitar que sus principales cómplices y hasta quienes les amparan salgan a la luz, como ha sucedido con Jonathan Marín el ex alcalde de Guanta.
Entre quienes hacen oposición prevalece un mar de confusiones como para que uno mismo se enrede al momento de evaluar lo que opinan. Se ha convertido como un proceso natural que discrepantes del gobierno, originarios de izquierda, en su afanoso empeño de distanciarse de éste, no parecieran hallar otra definición o postura pertinente que asumir, después de un más o menos largo hilo de continuidad, la que ha venido, por razones “naturales” o de clase, asumiendo la derecha. Los ejemplos para avalar esto que decimos son varios.
Unas veces, las que son bastantes, para lo cual basta con recordar a personajes como Ismael García o Andrés Velásquez, producto de la debilidad cultural, para decirlo de manera delicada y el ansia de no estar nunca desasistidos de poder, los “insatisfechos o discrepantes”, dicho así para cubrir los extremos, no proceden con delicadeza alguna y dan, abruptamente, porque es así, un acto abrupto, eso que llaman el salto de talanquera. Que es un pasarse de una vez con armas y bagaje. No hay moralismo que valga y tampoco pena alguna. Lo menos que se podría decir, para hacerlo de manera respetuosa, es que el odio acumulado les dio la fuerza y la convicción necesaria para dar aquel vuelco que tampoco les era muy difícil dada la poca convicción que los tenía de aquel lado. Pues la política sólo sirve, según su precaria concepción, para satisfacer sus deseos de poder y las ventajas personales que eso trae. Recuerdo al lector, por si acaso, que el poder no sólo está en el Estado.
Entre los tantos grupos que hacen oposición hay quienes parecieran acudir al mismo mercado donde se venden los argumentos. A estos les hallan allí arrumados como en una misma cesta y agarran con el espíritu del mercado o del mercantilista. Es bueno y hasta excelente aquel que parezca contundente, brillante y al alcance de quien lo crea necesario y pertinente.
Para ilustrar lo que decimos, que en verdad a uno mismo confunden, por la apariencia de lo que hubiese de coherente y acertado, hablemos de las posiciones de Héctor Navarro, un hombre sin duda de la izquierda y Julio Borges de quien no hay nada particular por decir para definirle.
El primero, refiriéndose a ladrones detenidos en USA y sus botines, acusados de cometer actos de corrupción en Venezuela, que son muy pocos, casi nada con respecto de los cientos que allá viven amparados por el gobierno, ha propuesto, palabras más o menos “Preferiría que, cuando se produzca un cambio de gobierno hacia un gobierno decente, ese dinero sea devuelto a Venezuela".https://www.aporrea.org/contraloria/n334896.html
Según esa opinión o juicio, que pareciera acertado y hasta equilibrado, al margen de lo que cada quien opine, tiene sus defectos graves y hasta un dejo, por decir lo menos, de conciliación con la política de EEUU frente a Venezuela. ¿Qué sería un gobierno decente, no en la opinión de Navarro sino de EEUU, a quien nuestro querido compatriota le manifiesta su deseo retenga ese dinero? ¿Acaso Navarro le está otorgando al Departamento de Estado y la estatal justicia estadounidense la facultad y el equilibrio necesario para decidir cuál sería para nosotros un gobierno decente?
Lamento, por lo que la historia ha dicho, no por mis caprichos, que eso pueda resultar sensato y menos coherente con el pensamiento de un hombre de la izquierda y de quien bien conoce el espíritu y la disposición de a quien le da como el carácter de juez, por supuesto imparcial.
Además, sin ir muy lejos, como solemos decir en esta costa oriental, olvidó el querido y muy respetado compatriota Navarro, la principal consecuencia que hasta pudiera ser causa, de lo acontecido con Libia. ¿Dónde están las cuantiosas reservas internacionales que Gadafi colocó en la banca europea? Se habla de más de 200 mil millones de dólares. ¿Acaso esos buenos garantes le devolvieron al pueblo Libio esa fabulosa cantidad de dinero una vez que los invasores organizaron un gobierno decente?
¿Y la soberanía? Ese principio que para muchos, según el decir de la gente que no sabe hasta dónde llega eso, cuando se le asume como un simple sentimiento, para otros tiene el valor de una pesada y valiosa herramienta, una sólida base para construir todos los sueños. ¿Entonces como otorgarle a otro, que es el adversario principal, quien nos quiere engullir, la facultad de decidir lo que es nuestro, y cuándo debe hacerlo y hasta no hacerlo como lo hicieron con Libia? ¿Cómo otorgarle nuestro derecho soberano?
Julio Borges, de quien nada tengo que decir, ha pedido “al Banco de Inglaterra, que rechace la entrega de 14 toneladas de oro a la dictadura ilegal de Nicolás Maduro".
Y agregó: “El BoE ahora tiene la oportunidad de tomar la decisión correcta y repudiar una solicitud hecha por un régimen ilegítimo".
Es evidente que Borges y los suyos, en esas declaraciones, para remitirnos exclusivamente a ellas, otorgan al BoE, un Banco inglés, el derecho a decidir no sólo sobre el destino de una carga de oro venezolana sino acerca de la legalidad o ilegalidad de nuestro gobierno.
Que Borges y sus adherentes tomen tal iniciativa es coherente con lo que siempre ha pensado la parcialidad política y clasista a la cual pertenecen y representan. No hay nada diferente. El país nuestro, según esa percepción, no es más que una colonia y cosa a la libre determinación de los mandantes.
¡Pero cómo se parece esto a lo que dijo Navarro!
Esto es lo grave y hasta triste. La política en veces, pese a que ella la practique todo el mundo y cada quien se crea con derecho a meter su cucharada y en verdad ese derecho tiene, es un ejercicio complicado. Cuando se asume una posición, como se asume una actitud política, no basta decir lo que a cada quien se le ocurra pensando que contradice al contrario, es bueno revisar los detalles. En estos, aunque en veces parezcan inocentes, a uno se le puede escapar lo indebido. Y sobre todo, en la política, para quienes pretenden ejercerla como quien pretende enseñar, es necesario cuando se hable o actúe, deslastrarla del odio. Aunque suene a lugar común, siempre ese vil sentimiento es muy mal consejero. Digo todo esto porque sé que Navarro merece mucho mi respeto y siempre habrá de estar entre los compañeros de mis sueños.
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