El verboso Cortina
Ciro Bianchi Ross
ciro@juventudrebelde.cu
Un reportaje trasmitido el pasado sábado 25 en la emisión de las ocho
de la noche del Noticiero Nacional de TV trajo a los primeros planos
de la actualidad la figura de José Manuel Cortina y García. El
material, acometido por ese periodista incansable y de riesgo que es
Lázaro Manuel Alonso, ilustraba acerca de las labores de restauración
que devuelven su esplendor a la llamada Hacienda Cortina, en San Diego
de los Baños, Pinar del Río, una finca de solaz y descanso donde su
propietario supo construirse un mundo aparte de refinamiento y
belleza que Fidel y Celia insistieron en mantener intacto para las
generaciones venideras.
Cortina llegó por primera vez a San Diego en 1906. Era entonces un
abogado recién graduado, espigado y de apariencia enfermiza y
melancólica, pero famoso ya por su elocuencia. Descendía de un
destacadísimo político autonomista, fallecido en plena juventud y
notable también por la brillantez de su oratoria. Militaba en el
Partido Nacional y había tenido cierta participación en el Consejo
Estudiantil Universitario creado al cesar la dominación española en
Cuba. Los propietarios de la finca La Güira solicitaban sus oficios
para que los representara en un pleito de partición de bienes. No
había dinero para el pago de los honorarios del letrado, pero sabrían
recompensarlo si el tribunal fallaba su favor.
Ganado el pleito, Cortina entraba en posesión de cinco caballerías de
aquellas tierras de las que se había enamorado no más de verlas. Culto
y amante de lo bello, demostraría con el tiempo ser también un buen
negociante. Sumando tierras aledañas o apartadas, situadas incluso en
otros municipios, llegó a ser en Pinar del Río propietario de unas 1
800 caballerías, a las que supo dotar de una estructura que aseguraba
un emporio de ganadería vacuna y caballar, cultivo de tabaco y
frutales y de extracción y comercialización de resina de pino. Al
promulgarse la primera ley de la Reforma Agraria, en 1959, la Hacienda
Cortina, con su entrada que remeda la de un castillo medioeval, devino
símbolo del latifundio en Cuba. La portada del número inicial de la
revista INRA, órgano del Instituto Nacional de la Reforma Agraria,
mostraba una foto del gran Raúl Corrales en la que se ve a un oficial
del Ejército Rebelde en el momento en que acciona el aldabón del
portón de acceso al predio: había llegado el interventor.
Cortina fue, en lo político, lo que se llama un cambia casacas.
Nacional en tiempos de Estrada Palma, liberal con José Miguel Gómez;
popular con Alfredo Zayas… Los ocho años de la dictadura de Machado
los pasó en la Alta Cámara, si bien, ya al final, hizo ostentosas
demostraciones oposicionistas que nadie le tomó en serio quizás
porque en la conciencia nacional asomaba la convicción de que no eran
machadistas todos los que servían a Machado ni revolucionarios todos
los que se le oponían, aunque justo es decir que su gestión salvó de
la muerte a los jóvenes opositores Rubén de León, Rafael Escalona y
Ramiro Valdés Daussá al ser apresados, en medio de un tiroteo,
cuando preparaban un atentado a Machado con un coche bomba.
La caída de Machado no fue el fin de su carrera política. Cortina era
un hombre persistente, aferrado a sus ideas. Defendió con calor al
general Francisco Franco en los días de la Guerra Civil española. Fue
uno de los 76 delegados electos a la Convención Constituyente de 1940.
Ministro con Zayas y con Miguel Mariano. Fulgencio Batista en su
primer gobierno le confió la cartera de Estado (Relaciones
Exteriores). Le echaron en cara sus simpatías por Hitler y la
comercialización que hacía con los pasaportes que Cuba entregaba a los
judíos, y una moción de censura en el Congreso lo obligó a renunciar.
Tampoco fue su fin. Volvió al Senado. El 1 de enero de 1959, tras la
fuga de Batista, Carlos Modesto Piedra y Piedra, el Presidente que no
fue, lo nombró Canciller.
Vivía en 27 y K, en el Vedado, en lo que hoy es la casa de la FEU.
LAS TRES C
José Manuel Cortina nació en La Habana el 3 de febrero de 1880 y en
1903 recibió su título de abogado. Era un hombre eminente, pero de
escasos recursos a quien un problema de salud —posiblemente una
tuberculosis— obligaba a pasar en cama casi todo el tiempo. En 1905 se
asoció con otro abogado, tan brillante y tan pobre como él, Carlos
Miguel de Céspedes. Mientras este recorría juzgados, archivos y
dependencias oficiales, Cortina, sin salir de su modesta vivienda en
el barrio de Arroyo Apolo, estudiaba los casos que iba consiguiendo su
colega.
Por aquellos días (1911) alguien reclamó la propiedad de un muelle.
Se trataba de un asunto difícil de resolver y lo rechazaban todos los
bufetes capitalinos. No así los jóvenes letrados de esta historia que
no estaban en condiciones de rechazar ninguna propuesta. En la
Capitanía del Puerto, entre papeles amarillentos y apolillados,
encontró Céspedes un expediente sobre el dragado de los puertos de la
Isla confeccionado en tiempos del último Capitán General español. El
novel abogado vio enseguida la posibilidad de crear una sociedad como
la que se esbozaba en el proyecto y agenciarse un buen sueldo con
ella. Corrió a la casita de Arroyo Apolo y el tema tomó otra dimensión
cuando consiguieron que el Congreso autorizada por ley una emisión de
bonos para llevar adelante el proyecto del dragado. Eran los tiempos
del José Miguel Gómez en la Presidencia. Como resultado, Cortina y
Céspedes recibieron 800 000 pesos cada uno, y con igual cantidad se
favorecieron José Miguel y Orestes Ferrara, que presidía entonces la
Cámara de Representantes. No en balde en sus memorias, el avieso
italiano menciona a Cortina con cariño. Lo define como un amigo muy
íntimo y evoca sus amenas y eruditas conversaciones.
Llega Menocal al poder con su lema de «Honradez, Paz y Trabajo» y
pone fin al negocio del dragado. No obstante, la República tuvo que
desembolsar no pocos millones de pesos pues los tenedores de los bonos
exigieron su pago. Aun así ya nada era igual para Céspedes y Cortina
con un conservador en la Presidencia. De ahí que decidieran sumar como
socio, a un abogado de tendencia conservadora, el doctor Carlos Manuel
de la Cruz, lo que dio origen al bufete de las tres C, por los
apellidos de sus componentes, en O’ Reilly, 359.
LA PLAYA DE MARIANAO
No tardó en aparecer otro negociazo. En 1916 el Ayuntamiento de
Marianao concedió a la North Havana Land Company, tapadera de las tres
C, la facultad de expropiar de manera forzosa las tierras alrededor
de la playa con vistas a la constitución de un Gran Parque de
Residencias y Diversiones. Surgía así la Compañía Urbanizadora del
Parque y la Playa de Marianao, propiedad de la triada
Cortina-Céspedes-Cruz que obligó a propietarios legítimos a vender
sus bienes por una bagatela, mientras ellos se apropiaban de los
mejores terrenos y especulaban con su valor y recibían la concesión
del balneario de La Concha, el Hipódromo Oriental Park y el Casino
Nacional, único lugar en el país autorizado para los juegos de azar
por la ley de turismo de 1919.
Emprenderían pronto otro negocio. El litoral habanero quedaría en
manos de las tres C. Es una historia complicada. En tiempos de
Estrada Palma, los herederos del Conde de Pozos Dulces, que había
sido propietario de la hacienda El Vedado, parcelada y urbanizada en
1858 para fomentar el reparto del mismo nombre, reclamaron al Estado
los terrenos del mencionado litoral. La señora Enriqueta Robles,
radicada en Madrid, se adjudicaba ese derecho y la apoyaban aquí gente
como Eudaldo Romagosa, propietario de la cervecería Polar y
presidente de la Asociación de Dependientes del Comercio de La Habana,
y José Antolín del Cueto, destacado abogado y profesor universitario.
El Tribunal Supremo declaró improcedente el reclamo, lo que, al
parecer, dio por terminado el asunto. Pero el asunto no estaba
muerto.
En 1912 una ley concedió un crédito para la ampliación del Malecón.
Dicha legislación establecía la prohibición expresa de utilizar el
dinero previsto para la obra en compra de terrenos y pago de
indemnizaciones. Sin embargo, de manera inexplicable en la Secretaría
—ministerio— de Obras Públicas se tramitó un expediente con el que se
pretendía dar vida al pago de la indemnización reclamada por los
herederos de Pozos Dulces. El capitán Castillo Pockorny, al asumir el
ministerio, dispuso el estudio de dicho expediente que fue declarado
sin lugar y archivado y se procedió asimismo a archivar todos los
acuerdos en que pretendía apoyarse la reclamación de los herederos.
Pero no más Castillo dejó de ser ministro, Obras Públicas practicó
nuevas demarcaciones, suplantó informes y llegó a la conclusión de que
el Estado no era dueño de sus propios terrenos.
Las tres C, por supuesto, se movían entre bastidores. Consiguieron
que la North Havana Land Co., adquiriese los bienes y acciones de los
herederos de Pozos Dulces por unos ridículos 13 000 pesos. La
operación no estaba consumada. Se presentó una reclamación y el
fiscal, ingenuo y olvidadizo, dejó vencer los términos para oponerse,
con lo que brindó una base legal a los felices promotores del negocio.
Se dice que la cantidad malversada fue de dos millones y medio de
pesos. De esa cantidad, Céspedes destinó 800 000 pesos a la campaña
presidencial de Machado, y una cantidad similar fue a parar al
bolsillo de José Manuel Cortina. El Interventor General de la
República salió con medio millón de pesos y se entregó al gobierno un
dinerito con el que se «aceitó» a personas interesadas. Y es que los
terrenos fueron comprados a precio de finca rústica —zona marítimo
terrestre— y vendidos como solares en zona urbana.
VIDA CORPORATIVA
Cortina era en 1958 propietario de bienes inmuebles. Colono del
central Cunagua con casi cinco millones de arrobas de caña, y dueño,
en Morón, de una finca de 948 caballerías, además de una finca de
recreo, La Luisa, en Arroyo Naranjo.
Era miembro del Consejo Consultivo del Diario de la Marina. Vocal de
la Asociación de Propietarios del Reparto Miramar y vocal de la
Asociación de Ganaderos de Cuba, que había presidido en 1954.
En 1933 fue delegado, por el Partido Popular, a la Conferencia de
Medicación orquestada por el embajador norteamericano a fin de
frustrar el acceso al poder de los sectores más radicales luego de la
inevitable caída de la dictadura machadista. En la redacción de la
Constitución del 40 supo, con maña de viejo parlamentario, poner
sordina a los planteos más discordantes. Casi todos sus discursos se
publicaron en libros o folletos. Falleció el 9 de marzo de 1970.
--
Ciro Bianchi Ross
cbianchi@enet.cu
http://wwwcirobianchi.blogia.com/
http://cbianchiross.blogia.com/
Ciro Bianchi Ross
ciro@juventudrebelde.cu
Un reportaje trasmitido el pasado sábado 25 en la emisión de las ocho
de la noche del Noticiero Nacional de TV trajo a los primeros planos
de la actualidad la figura de José Manuel Cortina y García. El
material, acometido por ese periodista incansable y de riesgo que es
Lázaro Manuel Alonso, ilustraba acerca de las labores de restauración
que devuelven su esplendor a la llamada Hacienda Cortina, en San Diego
de los Baños, Pinar del Río, una finca de solaz y descanso donde su
propietario supo construirse un mundo aparte de refinamiento y
belleza que Fidel y Celia insistieron en mantener intacto para las
generaciones venideras.
Cortina llegó por primera vez a San Diego en 1906. Era entonces un
abogado recién graduado, espigado y de apariencia enfermiza y
melancólica, pero famoso ya por su elocuencia. Descendía de un
destacadísimo político autonomista, fallecido en plena juventud y
notable también por la brillantez de su oratoria. Militaba en el
Partido Nacional y había tenido cierta participación en el Consejo
Estudiantil Universitario creado al cesar la dominación española en
Cuba. Los propietarios de la finca La Güira solicitaban sus oficios
para que los representara en un pleito de partición de bienes. No
había dinero para el pago de los honorarios del letrado, pero sabrían
recompensarlo si el tribunal fallaba su favor.
Ganado el pleito, Cortina entraba en posesión de cinco caballerías de
aquellas tierras de las que se había enamorado no más de verlas. Culto
y amante de lo bello, demostraría con el tiempo ser también un buen
negociante. Sumando tierras aledañas o apartadas, situadas incluso en
otros municipios, llegó a ser en Pinar del Río propietario de unas 1
800 caballerías, a las que supo dotar de una estructura que aseguraba
un emporio de ganadería vacuna y caballar, cultivo de tabaco y
frutales y de extracción y comercialización de resina de pino. Al
promulgarse la primera ley de la Reforma Agraria, en 1959, la Hacienda
Cortina, con su entrada que remeda la de un castillo medioeval, devino
símbolo del latifundio en Cuba. La portada del número inicial de la
revista INRA, órgano del Instituto Nacional de la Reforma Agraria,
mostraba una foto del gran Raúl Corrales en la que se ve a un oficial
del Ejército Rebelde en el momento en que acciona el aldabón del
portón de acceso al predio: había llegado el interventor.
Cortina fue, en lo político, lo que se llama un cambia casacas.
Nacional en tiempos de Estrada Palma, liberal con José Miguel Gómez;
popular con Alfredo Zayas… Los ocho años de la dictadura de Machado
los pasó en la Alta Cámara, si bien, ya al final, hizo ostentosas
demostraciones oposicionistas que nadie le tomó en serio quizás
porque en la conciencia nacional asomaba la convicción de que no eran
machadistas todos los que servían a Machado ni revolucionarios todos
los que se le oponían, aunque justo es decir que su gestión salvó de
la muerte a los jóvenes opositores Rubén de León, Rafael Escalona y
Ramiro Valdés Daussá al ser apresados, en medio de un tiroteo,
cuando preparaban un atentado a Machado con un coche bomba.
La caída de Machado no fue el fin de su carrera política. Cortina era
un hombre persistente, aferrado a sus ideas. Defendió con calor al
general Francisco Franco en los días de la Guerra Civil española. Fue
uno de los 76 delegados electos a la Convención Constituyente de 1940.
Ministro con Zayas y con Miguel Mariano. Fulgencio Batista en su
primer gobierno le confió la cartera de Estado (Relaciones
Exteriores). Le echaron en cara sus simpatías por Hitler y la
comercialización que hacía con los pasaportes que Cuba entregaba a los
judíos, y una moción de censura en el Congreso lo obligó a renunciar.
Tampoco fue su fin. Volvió al Senado. El 1 de enero de 1959, tras la
fuga de Batista, Carlos Modesto Piedra y Piedra, el Presidente que no
fue, lo nombró Canciller.
Vivía en 27 y K, en el Vedado, en lo que hoy es la casa de la FEU.
LAS TRES C
José Manuel Cortina nació en La Habana el 3 de febrero de 1880 y en
1903 recibió su título de abogado. Era un hombre eminente, pero de
escasos recursos a quien un problema de salud —posiblemente una
tuberculosis— obligaba a pasar en cama casi todo el tiempo. En 1905 se
asoció con otro abogado, tan brillante y tan pobre como él, Carlos
Miguel de Céspedes. Mientras este recorría juzgados, archivos y
dependencias oficiales, Cortina, sin salir de su modesta vivienda en
el barrio de Arroyo Apolo, estudiaba los casos que iba consiguiendo su
colega.
Por aquellos días (1911) alguien reclamó la propiedad de un muelle.
Se trataba de un asunto difícil de resolver y lo rechazaban todos los
bufetes capitalinos. No así los jóvenes letrados de esta historia que
no estaban en condiciones de rechazar ninguna propuesta. En la
Capitanía del Puerto, entre papeles amarillentos y apolillados,
encontró Céspedes un expediente sobre el dragado de los puertos de la
Isla confeccionado en tiempos del último Capitán General español. El
novel abogado vio enseguida la posibilidad de crear una sociedad como
la que se esbozaba en el proyecto y agenciarse un buen sueldo con
ella. Corrió a la casita de Arroyo Apolo y el tema tomó otra dimensión
cuando consiguieron que el Congreso autorizada por ley una emisión de
bonos para llevar adelante el proyecto del dragado. Eran los tiempos
del José Miguel Gómez en la Presidencia. Como resultado, Cortina y
Céspedes recibieron 800 000 pesos cada uno, y con igual cantidad se
favorecieron José Miguel y Orestes Ferrara, que presidía entonces la
Cámara de Representantes. No en balde en sus memorias, el avieso
italiano menciona a Cortina con cariño. Lo define como un amigo muy
íntimo y evoca sus amenas y eruditas conversaciones.
Llega Menocal al poder con su lema de «Honradez, Paz y Trabajo» y
pone fin al negocio del dragado. No obstante, la República tuvo que
desembolsar no pocos millones de pesos pues los tenedores de los bonos
exigieron su pago. Aun así ya nada era igual para Céspedes y Cortina
con un conservador en la Presidencia. De ahí que decidieran sumar como
socio, a un abogado de tendencia conservadora, el doctor Carlos Manuel
de la Cruz, lo que dio origen al bufete de las tres C, por los
apellidos de sus componentes, en O’ Reilly, 359.
LA PLAYA DE MARIANAO
No tardó en aparecer otro negociazo. En 1916 el Ayuntamiento de
Marianao concedió a la North Havana Land Company, tapadera de las tres
C, la facultad de expropiar de manera forzosa las tierras alrededor
de la playa con vistas a la constitución de un Gran Parque de
Residencias y Diversiones. Surgía así la Compañía Urbanizadora del
Parque y la Playa de Marianao, propiedad de la triada
Cortina-Céspedes-Cruz que obligó a propietarios legítimos a vender
sus bienes por una bagatela, mientras ellos se apropiaban de los
mejores terrenos y especulaban con su valor y recibían la concesión
del balneario de La Concha, el Hipódromo Oriental Park y el Casino
Nacional, único lugar en el país autorizado para los juegos de azar
por la ley de turismo de 1919.
Emprenderían pronto otro negocio. El litoral habanero quedaría en
manos de las tres C. Es una historia complicada. En tiempos de
Estrada Palma, los herederos del Conde de Pozos Dulces, que había
sido propietario de la hacienda El Vedado, parcelada y urbanizada en
1858 para fomentar el reparto del mismo nombre, reclamaron al Estado
los terrenos del mencionado litoral. La señora Enriqueta Robles,
radicada en Madrid, se adjudicaba ese derecho y la apoyaban aquí gente
como Eudaldo Romagosa, propietario de la cervecería Polar y
presidente de la Asociación de Dependientes del Comercio de La Habana,
y José Antolín del Cueto, destacado abogado y profesor universitario.
El Tribunal Supremo declaró improcedente el reclamo, lo que, al
parecer, dio por terminado el asunto. Pero el asunto no estaba
muerto.
En 1912 una ley concedió un crédito para la ampliación del Malecón.
Dicha legislación establecía la prohibición expresa de utilizar el
dinero previsto para la obra en compra de terrenos y pago de
indemnizaciones. Sin embargo, de manera inexplicable en la Secretaría
—ministerio— de Obras Públicas se tramitó un expediente con el que se
pretendía dar vida al pago de la indemnización reclamada por los
herederos de Pozos Dulces. El capitán Castillo Pockorny, al asumir el
ministerio, dispuso el estudio de dicho expediente que fue declarado
sin lugar y archivado y se procedió asimismo a archivar todos los
acuerdos en que pretendía apoyarse la reclamación de los herederos.
Pero no más Castillo dejó de ser ministro, Obras Públicas practicó
nuevas demarcaciones, suplantó informes y llegó a la conclusión de que
el Estado no era dueño de sus propios terrenos.
Las tres C, por supuesto, se movían entre bastidores. Consiguieron
que la North Havana Land Co., adquiriese los bienes y acciones de los
herederos de Pozos Dulces por unos ridículos 13 000 pesos. La
operación no estaba consumada. Se presentó una reclamación y el
fiscal, ingenuo y olvidadizo, dejó vencer los términos para oponerse,
con lo que brindó una base legal a los felices promotores del negocio.
Se dice que la cantidad malversada fue de dos millones y medio de
pesos. De esa cantidad, Céspedes destinó 800 000 pesos a la campaña
presidencial de Machado, y una cantidad similar fue a parar al
bolsillo de José Manuel Cortina. El Interventor General de la
República salió con medio millón de pesos y se entregó al gobierno un
dinerito con el que se «aceitó» a personas interesadas. Y es que los
terrenos fueron comprados a precio de finca rústica —zona marítimo
terrestre— y vendidos como solares en zona urbana.
VIDA CORPORATIVA
Cortina era en 1958 propietario de bienes inmuebles. Colono del
central Cunagua con casi cinco millones de arrobas de caña, y dueño,
en Morón, de una finca de 948 caballerías, además de una finca de
recreo, La Luisa, en Arroyo Naranjo.
Era miembro del Consejo Consultivo del Diario de la Marina. Vocal de
la Asociación de Propietarios del Reparto Miramar y vocal de la
Asociación de Ganaderos de Cuba, que había presidido en 1954.
En 1933 fue delegado, por el Partido Popular, a la Conferencia de
Medicación orquestada por el embajador norteamericano a fin de
frustrar el acceso al poder de los sectores más radicales luego de la
inevitable caída de la dictadura machadista. En la redacción de la
Constitución del 40 supo, con maña de viejo parlamentario, poner
sordina a los planteos más discordantes. Casi todos sus discursos se
publicaron en libros o folletos. Falleció el 9 de marzo de 1970.
--
Ciro Bianchi Ross
cbianchi@enet.cu
http://wwwcirobianchi.blogia.com/
http://cbianchiross.blogia.com/
No hay comentarios:
Publicar un comentario