El campesino lo vio venir dando tumbos por el camino cercano a Estacadero, desarmado, con la ropa hecha jirones, arañazos en el cuerpo y los labios agrietados por lamer el rocío de las hojas de caña. En el pueblo de Mameycito avisó de su presencia a un guardia rural, quien le propuso capturarlo pues indudablemente se trataba de un expedicionario del Granma.
Aproximadamente a las tres de la tarde del 15 de diciembre de 1956 sorprendieron al revolucionario cerca del cruce a Julia del Agua. Según relatara años después el campesino, el guardia conminó al expedicionario: “Tírate al suelo”. Ambos condujeron al detenido a casa de Manuel Matamoros, en las inmediaciones, cuya esposa ayudó a lavarse al expedicionario y le ofreció agua y comida que apenas pudo tragar. “Me llamo Juan Manuel Márquez y soy abogado”, le aclaró a sus captores. “¿A qué tú viniste aquí?, indagó el guardia. “Nosotros vinimos a defender una causa”.
En Julia del Agua lo encerraron en una bodeguita, tras despojarlo de sus botas que luego ostentó el guardia como botín de guerra. Trasladado al cuartel, fue interrogado por un primer teniente, condiscípulo suyo décadas atrás en el Instituto de Marianao, quien nada hizo por salvarle la vida. En un yipi, por órdenes de un capitán asesino, tres esbirros lo llevaron a una guardarraya de la finca La Norma. Allí lo golpearon salvajemente y lo dejaron por muerto.
Regresaron en una camioneta para enterrarlo, junto con un adolescente que vivía detrás del cuartel, quien portaba pico y pala para la sepultura. Una vez abierta la fosa, como Juan Manuel aún estaba vivo, los sicarios le ordenaron al jovencito: “Sal de aquí, después te alcanzamos”. Desde la cama del
vehículo, cuyas luces estaban encendidas, este vio cómo arrastraron al revolucionario hasta el hoyo y lo remataban de dos disparos. Uno de los matones le advirtió: “Si dices algo de esto, te la arrancamos”. No hizo caso. Años después, su testimonio ante los Tribunales Revolucionarios sería decisivo para el castigo de los culpables.
vehículo, cuyas luces estaban encendidas, este vio cómo arrastraron al revolucionario hasta el hoyo y lo remataban de dos disparos. Uno de los matones le advirtió: “Si dices algo de esto, te la arrancamos”. No hizo caso. Años después, su testimonio ante los Tribunales Revolucionarios sería decisivo para el castigo de los culpables.
Juan Manuel Márquez nació el 3 de julio de 1915, en Santa Fe, entonces parte del municipio de Marianao, hoy perteneciente al de Playa. A los 15 años era notablemente conocido por su enfrentamiento a la tiranía machadista, la cual lo sancionó a penas de cárcel, primero en el Castillo del Príncipe, luego para el Presidio Modelo de Isla de Pinos, a pesar de no tener la edad suficiente. Empezó sus luchas políticas desde posiciones radicales, vinculándose al Ala Izquierda Estudiantil y a la Hermandad de Jóvenes Cubanos, ambas bajo la inspiración del primer Partido Comunista. También fue encarcelado durante la tiranía Caffery-Batista-Mendieta. Presidente de la Asociación de Estudiantes del Instituto de Marianao durante muchos años, todos los alumnos de la Segunda Enseñanza del municipio tenían una profunda admiración por él.
Restablecidas en Cuba las libertades democráticas, el pueblo lo eligió concejal en 1944, con una amplia votación. Cuentan que al asumir el cargo, se preocupó de que el municipio tuviera biblioteca, que hubiera una estrecha vinculación entre las escuelas y los museos, de la existencia de una banda de música. Presentó mociones de condena a la criminal tiranía trujillista, que sojuzgaba y oprimía entonces a la República Dominicana, y al asesinato del representante al Congreso nacional, Jesús Menéndez (1948). Cuando marines yanquis profanaron la estatua de Martí en el Parque Central (1949), increpó a sus compañeros de la Asamblea Municipal: “¿Vamos a permanecer impasibles ante esta afrenta?”.
También ejerció un periodismo combativo. Desde los años ’30, muy joven aún, en el rotativo El Sol, de Marianao, alertó sobre el peligro que para el país entrañaba el sargento devenido coronel Batista, a quien calificaba de aventurero vendido a las peores causas. También desenmascaró a la tiranía que este militar conformó con el embajador yanqui Caffery y a la condición de títere de Mendieta en ese régimen. Luego, ya en los ’40, sin dejar de colaborar con El Sol, utilizó la radio como tribuna de combate y en la COCO mantuvo con una gran audiencia el espacio, Vergüenza contra dinero.
Cuando en 1952 una nueva asonada militar, encabezada una vez más por Batista, implanta otra cruenta tiranía en Cuba, la combatió con el periodismo y con las armas. Se fue con Fidel a México a preparar la expedición del Granma en la cual vino como segundo jefe.
Tras el triunfo de la Revolución, al evocarlo, el líder de la Revolución Cubana Fidel Castro lo llamó “mi compañero de organización del 26 de Julio en el exilio” y le calificó de “orador formidable” que “hacía poner en pie a la multitud con su palabra vibrante (…) No está presente hoy pero la obra que inició está aquí presente”.
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