Por: ELIGIO DAMAS
Los venezolanos, en buena medida, le hemos metido a la caña de frente. Y a ello, como injustamente, se le asocia en demasía con hechos de violencia. En principio, en mi generación, uno siempre reclamó aquello de tener “cultura alcohólica”. Es decir, nada de ponerse a formar peos al sólo tomarse el primer palo. No sé, habría que revisar cifras, que si a ver vamos nunca son confiables, porque cada quien las lee como le parece. Por ejemplo, nuestras guerras internas, porque sólo quiero hablar de nosotros, que tanta violencia y muerte causaron, no se pueden asociar a la caña. Las recientes guarimbas tampoco pueden achacársele a la caña, como tampoco a ella, el genocidio de los conquistadores. Lo que no niega que entre quienes en todo eso participaron hubo más de uno que se echó y echaba palos para animarse. Y hasta ha habido “generales” que a sus tropas, en lugar de teorías o discursos incendiarios, que por más que sea, deben tener algo de inteligencia, los aderezaban y aderezan con caña.
Pero volviendo a lo de las cifras estadísticas, las contiendas electorales arrojan un arrume de ellas, que no son como las de antes, en las cuales quienes se encargaban de eso en verdad auscultaban la opinión, por lo que casi siempre cada uno por su lado daba un resultado pero con pequeñas diferencias. Y esas diferencias ya casi estaban advertidas en el margen de error previsto. Eran los tiempos de cuando ellas servían para orientar la opinión, medir el gusto y muchas cosas que generalmente interesaban a los fabricantes y anunciantes de productos puramente mercantiles. Pero ahora no. Las encuestadoras, por lo menos en el área de la política-electoral, no miden nada. Las elaboran en una oficina porque se trata de vender la idea que tal o cual candidato gana. Para eso, quien la contrata paga. Y como una encuesta de verdad es costosa, tratándose de una de embuste, dado el riesgo que corre la encuestadora de perder credibilidad, prestigio y ganar contrarios rabiosos, también es bastante cara; quizás hasta más.
Alguien comentó sobre como Santos halló un contrabando de Clap, mientras nunca agarra uno de droga, dijo que cuando el capital tuvo mucho de dignidad, en EEUU se impuso una “Ley Seca” que convirtió el negocio del alcohol un asunto ilegal, al cual sólo se dedicaban las mafias, como aquella de Al capone.* https://www.aporrea.org/tiburon/a263413.html.
En Venezuela no; aquí la venta de alcohol, pese los aguajes de lo que antes llamaban la Renta de licores, ahora creo de eso se ocupa el SENIAT, andaba rueda libre por las calles. Y siempre había un motivo para echarse palos. Tanto que llegamos a hablar del viernes en la tarde, como el momento del arranque y al jueves, un viernes chiquito. El pago de aguinaldos desataba en los últimos años, más que una compradera de regalos e ingredientes para hallacas, una de viajes a Margarita en busca de escocés del mejor.
Para ser sinceros, eso de la “Ley Seca”, que promulgaban cada vez que había unas elecciones, siempre fue una pantomima más, con la que el gobierno y los venezolanos nos jugábamos la “guayaqueta”. Es decir nos mofábamos unos de otros.
Estoy casi seguro y cuando nosotros decimos así, queremos decir que lo estamos absolutamente, sólo que como los designios de Dios son inmensos e inciertos, dejamos abierto un resquicio por si acaso, que cuando más se ha bebido caña aquí es bajo el imperio de alguna Ley Seca.
Cuando uno sabía, por razones de historia o costumbre, que venía por allí rondando una “Ley Seca”, como un lunes bancario, quince o por lo menos diez días antes, nos lo recordábamos unos a otros.
-“El día tal hay Ley Seca”, decía alguien a quien le escuchaba como quien hacía un comentario tonto o sin sentido y hasta quizás, puede ser, haciendo una seria y perspicaz advertencia, sin tener exacto sentido de tal comportamiento. Era como recordar que ya venía el cumpleaños de mamá o se estaban sintiendo los síntomas o señales de un terremoto. Es decir, había que prepararse para lo que viniese. Y “bajo el amparo de esa Ley”, uno comenzaba con bastante anticipación a encaletar caña en la casa para ese o esos días. Como quien se preparaba para la guerra, tifón o terremoto. La misma conducta o proceder de cuando había un run-run de golpe de Estado.
Contra la “Ley seca”, uno tenía ya localizado sus sitios, como “farmacias de turno”, donde comprar caña, pese ella; y es más, había donde, sin ningún santo y seña, uno podía comprar porque eran sus dueños o encargados más atrevidos, nunca cerraban.
El lector debe haberse dado cuenta – explicación esta que es maña de maestro – que he manejado el pasado y el presente. Lo que pasó y lo que pasa.
Pero volviendo a la “ley Seca”, como esta de ahorita, ahorita mismo, cuando nos disponemos a votar, no creo necesario se decretase. Si de hecho ella impera. La inflación y los impuestos del gobierno al alcohol, al de las salas de cura y al que el venezolano consumía para aliviar las penas, lo han vuelto un artículo de lujo. Lo peor es que eso no es parte de una política antialcohólica impuesta por algún hermano de alguna cofradía, sino por el salvaje capitalismo que nos agobia. Y no hablamos de escocés, sino hasta lo que los venezolanos hemos llamado “lava gallos”. Preparar un ron con ponsigué, lo más modesto que teníamos en nuestra casa para brindar con orgullo nacional, se volvió un lujo que como tal, solo se lo pueden dar en Miraflores y las clases altas, factores que disfrutan el ingreso nacional, pero ofrecen la imagen de ser vinagre y aceite. Mi compañera es experta en preparar “Ponche Crema”, superior a ese de “Eliodoro González”, el más prestigioso en el mercado, pero se dejó de eso por los precios de los huevos y la caña blanca.
¡Para qué decretar una ley seca! Si el venezolano, de hecho, está seco por los cuatro costados. Por donde usted le busque.
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Publicado por Eligio Damas para BLOG DE ELIGIO DAMAS el 5/19/2018 03:10:00 p. m.
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