En mayo de 1958, la porción central de la Sierra Maestra se sacudía con la movilización a sus accesos de tanques, camiones, morteros, miles de hombres entrenados y bien apertrechados.
La cúpula militar del dictador Fulgencio Batista creyó que el fracaso de la huelga del 9 de abril había desmoralizado a todas las fuerzas revolucionarias, incluida la tropa rebelde, y en provecho de tal «ventaja» aceleró el lanzamiento de su más grande ofensiva contra el Primer Frente José Martí, principal foco guerrillero.
El Comandante en Jefe Fidel Castro, a partir del estudio minucioso y profundo del inusual ajetreo, de las inferencias de su pensamiento siempre adelantado a la estrategia enemiga, y de su extraordinaria capacidad organizativa y previsora; llamó a sus principales jefes a la zona fundamental de operaciones y dispuso detalladamente, durante varias semanas, la defensa de las posiciones insurgentes ante el esperado inicio de la Operación Fase Final o Fin de Fidel.
La inminencia del avance castrense sobre la cordillera sugeriría que nada habría más importante para el líder verde olivo que estar a la expectativa y presto a la conducción del ajedrez defensivo en el sitio más cercano al choque inevitable de las fuerzas rivales.
Sin embargo, cuando poco antes del mediodía del 25 de mayo comenzó el movimiento del Batallón 17 rumbo a la comunidad de Las Mercedes –primera escaramuza de la ofensiva–, a 15 kilómetros de ese asentamiento, justo en el caserío Vegas de Jibacoa, Fidel dialogaba animadamente con unos 300 serranos en lo que se considera la primera reunión masiva de la Dirección de la Revolución con nativos de la región, y antecedente inmediato del Congreso Campesino en Armas, del 21 de septiembre siguiente.
Frente a la bodega local, el jefe rebelde explicaba, en primer lugar, la necesidad de recolectar todo el café posible a fin de asegurar básicamente el sostén económico de las familias de la comarca, debido a las condiciones difíciles de abastecimiento generadas por el bloqueo físico a que sería sometida la zona en los días venideros.
Movidos en un principio por la expectativa de conocer en persona al conductor de los valientes «alzados», los asistentes pronto sumaron a sus impresiones la admiración por aquel hombre que, a pesar del reducido grupo de guerrilleros bajo su mando para enfrentar la marea de 10 000 soldados de la tiranía, manifestó que, si fuera necesario, incorporaría algunos de los suyos al acopio del grano en jornadas de 12 a 14 horas.
El propio Che Guevara, presente en la reunión, haría notar después un detalle que exalta el genuino interés del Comandante por asegurar la actividad, al proponer «crear un dinero de la Sierra para los trabajadores, traer yarey y los sacos para envases, crear cooperativas de trabajo y consumo y una comisión de fiscalización».
En el transcurso de la conversación, Fidel fue informado del estallido de las hostilidades en el camino de Estrada Palma hacia Las Mercedes, de la resistencia escalonada que ya ofrecía, según lo planificado, la escuadra de poco más de una docena de hombres al mando del capitán Ángel Verdecia; sin embargo, la noticia no perturbó el ambiente distendido del intercambio que en cada minuto elevaba ante los ojos de los guajiros la estatura humana, moral, solidaria y de enraizada identificación popular del líder guerrillero.
Junto a los cafetaleros citados, había dispuesto que vinieran también a la reunión los campesinos cuyos hijos habían muerto en el desarrollo de la contienda, y con ellos tuvo un aparte en que a la par de sus condolencias, dejó sentado un sentimiento de dolor compartido, de profunda gratitud, y de la certeza de una victoria que honraría con la libertad el sacrificio de la vida.
Esa era una esperanza transmitida con tal seguridad y convicción a sus interlocutores, que calaba en el ánimo de pobladores y compañeros de armas con la fuerza de una imagen real, casi en presente: «En breve tiempo no solamente podremos reunirnos en estos lugares libres de la Sierra Maestra, sino que en el futuro podremos hacerlo en pueblos y ciudades, hasta que al final, logrado el triunfo sobre la tiranía, poder hacerlo en La Habana, con representación de campesinos de la Sierra, por ser esta el símbolo de la Revolución Cubana».
Habría que ver si alguno de los presentes en la reunión caminó luego las avenidas habaneras durante los primeros desfiles y concentraciones en que se vio tanto montuno agradecido.
Lo cierto es que la reunión de Vegas de Jibacoa consolidó el respaldo popular del campesinado de la Sierra Maestra a la causa beligerante del Ejército Rebelde; a pesar de las condiciones extremas que sufrirían con el corte total de suministros, la persecución, el vejamen a sus familias, los asesinatos frecuentes, el ensañamiento en las torturas, la desolación de sus parcelas, la quema de sus casas, y cuanto crimen sucedería al paso de las hordas batistianas que en ese preciso instante comenzaban su incursión a gran escala en el macizo montañoso.
La recogida del café se cumplió, en tanto la colaboración campesina resultó decisiva en la etapa crítica de resistencia que empezaba.
Las casas a los lados del camino que conducía a Las Mercedes fueron barridas por los bombardeos de la aviación enemiga, que precedía el avance y creía destruir toda defensa rebelde, sin importar cuánta población civil pudiera estar en el lugar.
Igualmente al otro día, a punto de entrar al caserío, el comandante batistiano Pablo Corzo Izaguirre ordenó concentrar el fuego de morteros sobre el grupo de viviendas. Una vez tomado el sitio, quemaron otras.
Sus reportes militares daban cuenta de 18 «forajidos» ultimados, cuando en verdad no hubo en la arremetida una sola baja rebelde. Resultó un verdadero golpe que el primer día de la ofensiva colosal, una escuadra de poco más de una docena de barbudos frenara por 30 horas el avance de un batallón completo, precedido de tanques y aviación, y liquidara a varios casquitos.
Fidel sabía que Las Mercedes sería tomada por el enemigo. Pocos entendían entonces que organizara una primera resistencia con un repliegue escalonado. No tenía todos los hombres ni el parque que deseaba, pero al menos esa jornada inicial anunció que nada sería fácil para las tropas rivales.
Acompañado de Celia, bajó de las Vegas a las líneas de defensa convencido de que aquella reunión había sido una primera victoria. A la par de la cascada de instrucciones operativas, órdenes de combate, de movimientos de fuerzas, de acupuntura en el manejo logístico que comenzara el 25 de mayo, Fidel dedicaba tiempo a pensar en sus campesinos fieles.
Los partes de Radio Rebelde, escritos de puño y letra por él, condenaban los crímenes de guerra contra ellos. Denunciaban cada ocasión en que la tiranía se inventaba las bajas insurgentes con los cuerpos de labriegos asesinados: «No se llega a saber nunca si mienten para asesinar, o asesinan para mentir; si son más hipócritas que asesinos, o más asesinos que hipócritas». (1)
Con la ofensiva de la tiranía comenzaba además un capítulo largo y tenso, en que el campesinado tiñó con sangre los ríos de la Sierra. Mucha, sí, de población inocente; pero mucha también de guajiro enardecido que vivió Jibacoa como un grito de guerra y se sumó a los rebeldes para, si había que dar la vida, echarla en el combate.
El 25 de mayo Fidel les hablaba a ellos mientras tronaba un anuncio de cañones muy cerca de Las Mercedes. Unos 74 días después, Las Mercedes era el último reducto de la ofensiva, y aquellos mismos cañones serían abandonados por un ejército que huía a toda carrera, delante del empuje de un puñado guerrillero y una masa eufórica de campesinos definitivamente libres.
Fuentes:
Fidel Castro, La victoria estratégica, 2010
Martín Corona, Fidel, guajiros, razones y virtudes, ACN, 2008
(1) En un parte de Radio Rebelde, el 29 de mayo de 1958.
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