ELIGIO DAMAS
Eleazar Díaz Rangel, por razones de
salud y prescripción médica, se vio obligado a buscar a quién donar su
biblioteca. Nada más lógico que pensar, en primer término, en la Biblioteca
Nacional. Siendo el notable periodista además una figura importante, sin que
duda me quede, lo más natural era o es pensase
que esa institución diese albergue y uso a sus “casi 4000 libros”, según su
propia cuantificación. Problemas pulmonares, según él mismo confesó en su
artículo del pasado domingo, le hacían poco recomendable un ambiente lleno de
libros, supuestamente polvo, hongos y hasta alguna otra cosa nociva que en ese
mundo o ambiente se acumula.
Eleazar, como dijo él mismo,
seleccionó unos cien libros –creo fue esa la cifra que mencionó, aunque pude
haberla imaginado yo- de esos que cada uno de quienes coleccionan libros, según
los gustos, para decirlo de manera simple,
nunca se desprenderían.
Yo, un simple mortal, también me vi en la
necesidad de hacer lo mismo que Eleazar, en cuanto a eso de deshacerme de unos
cuantos libros. Pero, para fortuna mía, no por razones de salud y por supuesto
menos prescripción médica, sino porque llegué a la conclusión que esa enorme
cantidad de libros que había reunido durante largos años, haría un gran bien en otro u otros sitios.
Nada hacían en mi biblioteca. Pues no estaba en mis planes hacer uso de ellos y
al conocimiento es malo ponerle freno o enjaularlo. Entonces hice, como ya dije,
lo mismo que Eleazar Díaz, seleccioné una cantidad, creo que la misma o
simplemente esta fue la mía y ahora yo
se la atribuyo a él por pura comodidad. Por cierto, entre los libros que decidí
siguiesen a mi lado, está uno sobre la “Historia del Beisbol Venezolano”,
escrito entre el ahora director de “Últimas Noticias” y Becerra Mijares.
También una Antología de Literatura Hispanoamericana que lleva la firma
autógrafa de personajes como Orlando Araujo, dedicado a Caupolicán Ovalles, que
en una noche de farras quedó en mis manos, estando allí sólo de mirón o
arrimado, aunque pagaba mis tragos que me servían directamente en la barra.
Pero escuchaba y deleitaba con aquel torrente de palabras e ideas. Me guardé
unos cuantos de narrativa que es en buena medida mi lectura preferida desde
hace muchos años.
Eleazar, después de tomar la dura
decisión de deshacerse de aquello tan querido que le había acompañado por años,
escribió a los directivos de la “Biblioteca Nacional” haciendo saber que donaba
su biblioteca privada a esa institución. El donante es, como todos sabemos, un
brillante periodista a quien he leído desde sus comienzos como redactor
deportivo, aquellos, ¡cosas curiosas de la vida!, de cuando “Juan Vené” o
realmente José Machado, cubría la fuente de la política. Ejerció por largos
años como docente en la Escuela de periodismo de la UCV, hasta fue senador y,
como él mismo informó, preso político en el cuartel San Carlos en la “era
democrática”. Siendo un columnista de fin de semana en el diario que dirige, es
uno de los más leídos del país, pues generalmente es muy equilibrado, de estilo
sobrio y con el respaldo de la copiosa información que recibe por estar al
frente de aquél y sus muy buenas relaciones con ricas fuentes. En materia
informativa pues, Eleazar es como uno de esos ríos enormes, quizás el Orinoco,
que recibe cientos de ríos tributarios. Es decir, como ya dije, además de
excelentes dotes de cordura y buena prosa, maneja copiosa y fresca información .Además, es
inocultable que Rangel está entre quienes ven con buenos ojos al gobierno y desea a éste, con fuerza nada
disimulada, encuentre el derrotero y por supuesto pueda eludir los zarpazos que
los contrarios le lanzan.
Pudiera ser, eso uno siempre,
informado de manera precaria no lo sabe, por aquellas cualidades, a los dos
días de haber enviado su carta mediante la cual donaba sus libros o su tesoro,
vio llegar a su casa un enorme camión destinado a recogerlos. Él no lo dice,
pues parece más bien lamentarse haber tenido que desprenderse de aquello, que
es un como decirle adiós a la vida pasada, pudo sentir más adentro, como en las
gradas del medio, la satisfacción que lo que pudo coleccionar y utilizar por años será destinado a un fin que lo llena.
Es decir, como dije antes, su trabajo, paciencia para atesorar aquello, será
recompensado de manera que le agrada.
¿Pero por qué todos los mortales no
tenemos la misma suerte? ¿Por qué para recibir esos tratos, pese la buena fe y
los hermosos gestos, hay que formar parte de un círculo? ¿Cómo es posible que
para que a uno le reciban algo que dona, que deja después de haberlo atesorado
y reunido por años con amor y paciencia como una biblioteca, sea necesario ser
bien visto por quienes habrán de recibir la donación? ¿Qué sería de uno si
tuviera qué pedir?
Estas preguntas pudieran ser extrañas, pero
son buenas para juzgar la conducta del Estado o instituciones hasta privadas, en
otros casos, como cuando uno no es del gusto o goza del respeto de quienes
debieran recibir una donación un tanto parecida.
No tengo un millón de dólares para
donarlos a una biblioteca. Si lo tuviese y lo donase, seguro que la oferta me
la arrancarían del brazo. Pero si tuve una cantidad de libros no muy lejana de
la que donó Rangel. Y hasta casi me atrevo asegurar que en buena medida había
muchos de los libros que él coleccionó. Como una casi completa colección de “El
Cojo Ilustrado”, que ayer fue un tesoro y hoy lo sigue siendo. Un buen día me
aparecí a la Biblioteca del Estado, aquí en Barcelona y verbalmente manifesté a
quien se me identificó como directora de la misma que había decidido donarle a
aquella mi biblioteca o inventario de libros.
-“No podemos recibir esa donación
porque es casi seguro que esa biblioteca está infestada”.
Esa fue la respuesta a lo que creí
un bello gesto.
Pero pese todo me atreví a
preguntar:
-¿Pero cómo asegura usted eso si
nunca ha estado en mi biblioteca?
Me atrevo casi a asegurar que el
ambiente de mi biblioteca es mucho más sano que el de esas bibliotecas
caraqueñas que no gozan del sol nuestro. Pero la funcionaria decidió por
adelantado otra cosa. Como médico que no ausculta al paciente. Por mi
insistencia, casi sintiéndome ofendido, optó como para calmarme y por
sugerencia mía enviar dos “expertos” al día siguiente a mi casa para que
observasen el estado del material que a mis ojos estaba muy sano. Además, le
señalé que si no les parecía apropiado destinar ese material a esa institución
por su estado de salud, donde a mis ojos los libros no estaban mejor tratados
que en mi casa, podían a su vez donarlos a una o varias escuelas. Me fui con la
promesa que irían a visitarme.
Cinco días después, cansado de
esperar, volví a insistir y escuchar la misma cantaleta, salvo que esta vez no
recibí ninguna promesa.
Menos mal que un colega se llevó
una buena parte para la pequeña biblioteca de su pueblo, pues por asuntos de
transporte no pudo llevarse todo y otros
los doné a un buen muchacho, estudiante que nos hacía trabajos en la casa,
quien logró venderlos en su sólo beneficio, unos al mayor a un revendedor y a
unas cuantas personas al detal, habiéndose instalado por días en las cercanías
de la plaza Bolívar de esta ciudad oriental.
De donde, cada día que pasa parece
tomar fundamento una pesimista idea que viene acompañándome, según la cual
hasta para que a uno le reciban una donación hay que estar cerca de los dioses.
Porque hay quienes al parecer estamos contaminados y “quien nace barrigón”.
De todos modos Eleazar, me alegro por
la atención que recibiste, pues pese no nos conozcamos y sólo hayamos hablado
unas dos veces, sin que tú nunca supieses de mí, no solo te leo como con
devoción desde hace mucho más de cincuenta años, porque en mucho he coincidido
contigo, me agrada tu estilo literario, manera de abordar los temas políticos,
porque de tu figura emana sensatez y
hasta bondad. Sé que los míos, tal como son la mayoría de ellos, andan por allí
repartiendo inconformidades, pues de verdad, verdad, la mayoría son de un
pensamiento “infestado”. Me alegra sepas
que a esos libros tuyos le darán un buen destino. Además, deseo fervientemente
mejores tu salud. Haces falta.
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