Por: ELIGIO DAMAS
El lobo es un animal feroz, así dicen. En verdad no lo sé porque nunca he visto
uno. Pero cuando niño me “enseñaron” – digo así porque en verdad no fue un
aprendizaje, sino como una vaina impuesta - que había una clase de perro
identificada como lobo y por serlo, debíamos tenerle miedo. Y esos si los veía
uno con frecuencia y de sólo verlos, a lo lejos, cogíamos por la calle paralela
para no toparnos con aquel animal. Nunca ví a ninguno de ellos agrediendo a
nadie, pero eran de suficiente alzada y ariscos, características que a uno más
miedo metían. Es decir, gozaban de buena o mala fama, según el juicio o
valoración de cada quien.
-“Ese hombre se puso como un perro lobo. Echaba espumas por la boca, hasta la
abría grandota y pelaba los dientes”.
Así solían describir a alguien cuando estaba descompuesto y además
dispuesto a entromparse con quien se le atravesase por algún asunto, sobre todo
si este tenía que ver con la honra.
Pero al mismo tiempo, en mi pueblo decía la gente y uno siempre ha creído, por
eso lo digo aquí, que era y es sólo allá y yo lo traje, “pero que ladra no
muerde”. Pero aun así, uno se confunde; por ejemplo, Obama tiene un halo de
hombre respetuoso, ajeno a la violencia. Su imagen es distinta a la de Bush,
hijo y la de Trump, por sólo nombrar estos dos. Hasta le adornaron con el
premio Nobel de la Paz y resultó un lobo como estos. Por eso, hay que estar
bien alerta. ¡De todo hay en la viña del Señor!
De todo aquello que a uno decían aprendimos o mejor nos hicieron creer,
que quien mucho habla y sobre todo se desgañita, no pasa de allí, en eso
se le van ánimo y energía. Además, entre quienes eso hacen, creen que de
esa manera asustan y hasta dejan marcada su huella y da más valor a lo que
dicen. Pero la gente termina por descubrirlos y sabe que en eso queda todo. Y a
lo largo de los pocos años de la niñez, pude ver muchos perros lobos que ni
siquiera ladraban, se conformaban con meter miedo por su tamaño y capacidad de
movimiento. Y uno, llegado a viejo, ha probado como aquello tiene vigencia en
el mundo real, este de ahora. Pero tampoco es verdad absoluta que los perros
que ladran no muerden. Porque la vida es esquiva, no deja atrapar fácilmente y
hay muchos confundidos.
Soy de una generación a la que divirtieron y hasta enseñaron con aquel cuento
europeo, el de “Caperucita Roja”, que ya tiene más de trescientos años. Pero
además, con el feroz animal nos intimidaban y nos mandaban a dormir. Por eso,
para uno no hay más nada espantoso que un lobo y, para más vainas, feroz.
El presidente del Banco Central es de apellido Lobo; es poco lo que sé de él,
pues pese lleva ya varios años en las lides de la política, primero como
diputado, luego ministro de Finanzas, hasta llegar a donde ahora está, lo que
pudiera definirlo como un lobo, de esos que acecha, toma espacio sin
aspavientos, pero no porque no sea feroz, sino demasiado discreto. Ha estado
allí calladito siempre esperando que le digan “ponte aquí”. Su cara de serrano
andino, hombre taimado, de esos que prefieren pasar desapercibidos y hablar lo
menos posible, aunque el cargo disponga lo contrario, es coherente con aquello
del poco hablar y hasta no hablar casi nunca, hace del hombre como al lobo,
sumamente peligroso, según una versión tradicional. En “Doña Bárbara”, el
brujeador, hombre peligroso, poco hablaba.
El “Lobo Feroz”, aquel que se comió hasta a la abuelita y se hizo pasar por
ella, era capaz de fingir y contener sus ladridos y gestos de ferocidad. Pese
sus grandes orejas y larga trompa pudo, con artimañas, engatusar a Caperucita,
que aun siendo inocente, debía haberse percatado prontamente no era la
abuelita.
El ahora presidente del BCV, como cuando estuvo en aquellos otros cargos
ha callado, no llama la atención afuera. Quizás sea de esos que si abre
la boca debe decir una vaina contundente “porque los hombres serios que
despiertan temor”, cuidan mucho su boca y dentadura. En su poco, juicioso y
contundente hablar debió haber llamado la atención en su entorno, tanto que
crece y sin bulla. Nadie o poca gente se ha percatado como sube. El General
Gómez, fue hombre también serrano y de muy poco hablar. Es más, según dicen, y
así lo interpretó Rafael Briceño, aquel excelente actor también serrano de
Mérida, casi masticaba las palabras o las mascullaba. Porque era un lobo
y bien feroz.
Juan Peña, el personaje de Pedro Emilio Coll en el cuento “El Niño del Diente
Roto”, nunca dijo nada, se limitaba a jorungarse los dientes con la lengua y
todos le imaginaban pensando densamente y sólo con eso fue subiendo, tanto que
de vaina no fue presidente; una grave enfermedad se lo llevó antes de tiempo.
No era feroz, si quienes lo valoraban unos necios.
Al fin, ante esta crisis que angustia y atosiga al venezolano de a pie, sin
enchufe, ni negocio para especular con el efectivo o meterse una bola de
billetes de alguna manera, habló Lobo o lobo. No diremos que aulló porque eso
refiere un grito como nostálgico, triste y sería una falta de respeto. Al
contrario. Lo hizo como quien tiene la “sartén por el mango” y está dispuesto a
poner en cintura a los especuladores. Por lo menos eso fue lo que quiso dar a
entender. Según eso, después de aparecer el nuevo cono monetario se meterá a
especuladores en cintura.
-“Con el nuevo cono monetario los empresarios o productores están obligados a
un nuevo marcaje de precios a sus productos” y explicó cómo debía ser eso.
Con lo que quiso decir, que lo que ahora, ahorita cuando escribo esta palabra,
no la siguiente, cuesta un millón, deberá llevar mil. Es un mensaje subliminal
que pasa por alto ex profeso que el salario también vendrá con tres ceros menos
y que la determinante mayoría de productos que ahora uno consume, lo poco que
puede, no está bajo ese control. Lo que escamente compramos es en el mercado y
la calle, sin empaques y hasta sin bolsas. Entrar a un abasto o supermercado es
un lujo que la determinante mayoría no podemos darnos. Y seguirá siendo así con
ceros y sin ellos.
El discurso de Lobo o lobo se volvió un simple ladrido de cachorro, pues
empresarios, lobos de verdad, como los siberianos, no pondrán nada y si
lo hacen, dado que sus productos en minutos cambian de precios porque a ellos
les da la gana, para eso son lobos, y al gobierno, BCV, eso les trae sin
cuidado; aquellos ni siquiera se tomarán el trabajo de remarcarlo, sino que en
caja dirán, “ese precio era hasta hace unos minutos”. Porque empresarios,
comerciantes de todos los niveles, forman manadas de lobos hambrientos y
feroces que andan devorando cuanto se le atraviese y quienes deben protegernos,
“Fantomás”, “Tarzán”, el Chapulín Colorado y hasta “El Lobro Feoz”, se limitan
a observar, como quien mira una pelea de boxeo desde las gradas, mientras al
que dicen apoyar, le masacran inmisericordemente. En pelea de lobos siempre hay
uno más feroz que el otro o, como los bomberos, “no se pisan el rabo”. El
presidente del BCV y otros, hasta por encima de él, saben que en pelea de
mastodontes no se meten las hormigas.
Pero de todo esto, es digno de destacar cómo al fin habló, cuando menos lo
esperábamos, aunque fuese para cantar una canción de cuna o echarnos el cuento
de “Caperucita Roja y el Lobo Feroz”.
No hay comentarios:
Publicar un comentario