White, cien años
Ciro Bianchi Ross
ciro@juventudrebelde.cu
Alejo Carpentier desconfiaba. Sabía que son tantos y a veces tan
ditirámbicos los elogios que se hacen de los intérpretes musicales del
pasado, de esos que no pueden ser juzgados hoy a partir de grabaciones
porque no las había, que de golpe no sabía qué pensar acerca de José
White. Pero compulsó la crítica; buscó aquello que en su tiempo se
escribió sobre él en Cuba, en Brasil, en París, en el resto de Europa,
y llegó a la conclusión de que se trató de un artista extraordinario.
José Martí escribió de manera tajante: «White no toca, subyuga, las
notas resbalan en sus cuerdas, se quejan, se deslizan, lloran; suenan
unas tras otras como sonarían perlas cayendo». Concluía el Apóstol:
«Jamás vi yo triunfo tan completo del hombre sobre las dificultades».
José Silvestre de los Dolores White y Laffite, violinista y
compositor, es el autor de La bella cubana, que en opinión del
musicógrafo Cristóbal Díaz Ayala, es la más bella de las habaneras que
se escribieran jamás.
Nació en Matanzas, el 31 de diciembre de 1835, hijo de un culto
comerciante francés, que guió sus primeros pasos en la música, y de
una negra cubana. Dio bien pronto muestras de un talento fenomenal y
el padre, para recompensarlo, lo envió a Francia a fin de que
consolidara sus estudios. Corría el año de 1856 y en el Conservatorio
de París, donde fue discípulo del célebre Jean Delphine Alard, el
cubanito recién llegado ganó el Primer Premio en el concurso que
auspiciaba esa casa de estudios.
Gracias a una nota aparecida en la Gazzette Musicale, de 3 de agosto
de 1856, se saben hoy los pormenores de esa competencia. Optaban
veinte concursantes por el galardón, y White era el candidato número
veinte. Todos debían interpretar el concierto de Viotti, obra clásica,
de gran belleza, pero la reiteración de la pieza, escuchada y vuelta a
escuchar, tenía como anestesiado al jurado; la escuchaba ya con cierta
somnolencia…
Llegó al fin el turno al cubano. Relata el crítico de la Gazzette Musicale:
«El señor White se presentó como viejísimo concursante… Aborda a su
vez el repetido concierto que desde ese instante se convierte en una
obra nueva. El jurado lo escucha con tanto placer como admiración,
como si lo oyera por primera vez, y apenas White concluyó de ejecutar
aquel morceau, es proclamado vencedor por unanimidad…»
Ofrece la Gazzette alguna información sobre José White. Precisa que
tiene poco más de diecinueve años y que hace apenas uno ingresó en el
Conservatorio como discípulo de Alard. Inquiere intrigado:
«¿Dónde tomó sus primeras lecciones? ¿Cómo este hijo de la virgen
América se ha hecho el émulo de los más grandes violinistas conocidos
en Europa? He aquí lo que ignoramos y lo que desearíamos saber en
honor de la Escuela americana, de la que es una soberbia muestra el
eminente White».
FANTASIA CUBANA
Era muy difícil para un europeo comprender que aquel joven talento
que sorprendía con sus ejecuciones a legos y entendidos, no hubiese
salido de Cuba antes de aquella estancia en París y que hasta ese
momento hubiera realizado sus estudios únicamente en la Isla. Más de
cien años después, y también en París, al ganar el XVII Concurso
Internacional Margueritte Long-Jacques Tibaud, el pianista Jorge Luis
Prats volvía a causar la misma sorpresa. La crítica no entendía que no
hubiera estudiado en el exterior.
Así fue en ambos casos. White inició en 1840 estudios con su padre,
los prosiguió con otros profesores en su natal Matanzas para iniciar
su carrera artística en 1854 como acompañante del pianista y
compositor norteamericano Louis Moreau Gottschalk, un «huracán
musical», como le llama Díaz Ayala. Antes, con 15 años de edad, había
compuesto su primera obra, una misa para orquesta y dos voces. Ya por
esa época, además del violín, dominaba nueve instrumentos musicales.
Pasa cuatro años en Francia y de vuelta a Matanzas ofrece una serie de
conciertos con el pianista Adolfo Díaz y, entre otras obras, compone
la Fantasía cubana. Regresa a Francia en 1860, Es en esa época en que
debió componer La bella cubana, una obra, afirma Carpentier, «cuya
melodía está muy hábilmente construida sobre un ritmo que aparece en
las más antiguas guarachas y en ciertos merengues haitianos».
En 1864 compone su Concierto en fa menor para violín y orquesta.
Escribe también Seis estudios brillantes. Abordan dichos estudios las
principales dificultades de ejecución que presenta el violín, con
ingeniosas combinaciones para desarrollar el mecanismo de la mano
izquierda, aunque va mucho más allá.
Somete la obra al Comité de los Estudios Musicales del Conservatorio,
cuyos miembros la valoran con interés y terminan aprobándolos ya que
los estudios están llamados a fortalecer las habilidades de los
violinistas.
En 1874 hace su último viaje a Cuba; se presenta tanto en La Habana
como en Matanzas y Santiago. Díaz Ayala aporta un dato que no recoge
Radamés Giro en su Diccionario enciclopédico de la música en Cuba ni
el escribidor ha podido corroborar, el de incluir La bayamesa en los
programas de sus presentaciones con las que recaudaba fondos para la
Guerra. Descubierto, es deportado del país.
BRASIL, BRASIL
Se traslada a México y sus conciertos tienen un éxito insospechado. La
crítica especializada lo considera «el mejor violinista que hayamos
oído en México». Se le tiene como «la encarnación de la escuela
francesa de Alard» con toda la corrección, la limpieza y la elevación
de estilo de su ilustre maestro, sin olvidarse de sus cualidades
personales. Toca para el gran público y lo hace asimismo para un
auditorio más selecto, que disfruta a plenitud de la interpretación de
La Chacona, de Bach. Dice la crítica: «White es el único violinista
capaz de afrontar en público las inmensas dificultades de esa obra».
En 1875 se presenta en Nueva York y Boston. Dos años más tarde
emprende una larga e intensa gira por América Latina: Panamá,
Venezuela, Perú. Chile, Argentina, Uruguay.
En noviembre arriba a Brasil, donde permanecerá durante quince años
y desplegará una intensa vida social y artística: es nombrado director
del Conservatorio imperial de Música y es miembro y director de la
Academia de Arte. Forma una orquesta y llama la atención por la forma
en que sabe disciplinar a sus integrantes, extraídos de fuentes en las
que nadie bebió antes. «La manera inteligente y persuasiva que
predomina en su enseñanza y su dirección le han permitido sacar un
partido admirable del conjunto que ha unificado con paciencia, vigor,
sentimiento y maestría que ningún otro alcanzó en este país». Es en
este país, donde alterna con importantes compositores locales, que ve
dirigir por primera vez a Arturo Toscanini y ve actuar a Adelina
Patti, considerada la mejor soprano de todos los tiempos.
El 8 de diciembre de 1889 viaja a Lisboa, Portugal. Acompaña al
emperador de Brasil que ha abdicado el trono.
MUERTE
En París reanuda su vida artística luego de tan larga ausencia. Sigue
viajando con intensidad: Londres, Bruselas, Roma… En la capital
francesa se presenta en la sala Pleyel y ofrece conciertos anuales en
la sala Erard y por varios años se desempaña como jurado de los
concursos del Conservatorio. Su repertorio es enorme y no son pocas
las obras que compuso para violín, viola, cuartetos, bandas y violín
y orquesta. Esa producción es particularmente notable con su cantidad
y calidad en la vertiente de violín y piano y violín y orquesta.
Escribió su habanera Juventud para cuatro violines y piano; y La bella
cubana, para dos violines y piano. Fue maestro del después famoso
George Enescu, violinista, compositor y director de orquesta rumano
que haría presentaciones en el teatro Auditórium, de La Habana, en
1933.
«White era un ejecutante de primera en aquel siglo de figuras
brillantes», dice Díaz Ayala en su libro Música cubana; del areito al
rap. Y Alejo Carpentier en su La música en Cuba, después de aludir a
Nicolás Ruiz Espadero, Guillermo Tomás, José Manuel (Lico) Jiménez y
otros importantes músicos de esa etapa, concluye que fue White quien
permaneció más vinculado con su suelo natal, pese a su vida
cosmopolita y de haber pasado casi toda su vida en el exterior.
José Silvestre de los Dolores White y Laffite falleció el 12 de marzo
de 1918, hace ahora cien años, en París. Murió en la misma casa donde
expiró, en 1852, una ilustre habanera, María de las Mercedes Santa
Cruz y Montalvo, la muy célebre Condesa de Merlin.
Múltiples homenajes de recuerdo se tributaron al músico en Matanzas,
su ciudad natal, en ocasión de la fecha, y Ediciones Vigía publicó en
una paquete el facsímil de la partitura de La bella cubana.
ÉXITO EN LAS TULLERÍAS
Es una noche de invierno en París. White es invitado a ofrecer un
concierto en Las Tullerías, el palacio de los reyes de Francia.
Presidirán la ceremonia el emperador Napoleón III y su esposa, Eugenia
de Montijo. Se aguarda en la sala la presencia de los soberanos que se
hacen esperar. Llegan al fin, toman asiento y a un gesto del emperador
comienza el espectáculo. Ataca White su violín y suena la música.
Toca maravillosamente el cubano, pero nadie aplaude al final del
concierto. El protocolo de la Corte impone que sea el emperador, si
así lo quiere, quien lo haga primero. Aplaude Napoleón III y también
la emperatriz y toda la sala rompe en un aplauso estruendoso. El éxito
ha sido completo.
Quieren Sus Majestades conversar con el cubano. Le habla Eugenia en
francés, White contesta en español y en ese idioma se enfrascan en
un animado diálogo en que sale a relucir una y otra vez la patria
lejana del músico.
White luce inquieto, nervioso. Mira constantemente hacia la salida
del salón. En verdad, quiere irse. Casi llegaba ya a la puerta cuando
el Gran Chambelán le corta el paso. No puede irse así como así porque
quizás los emperadores vuelvan a reclamar su presencia. Pero a esa
altura de la noche ya nada lo detiene. Ansía White llegar a su casa
para contar a su anciana madre la acogida que se le ha tributado en
el palacio real y los elogios que recibió de los emperadores.
La señora escucha el relato emocionada. Abraza al hijo, Le dice entre lágrimas:
-¡Ay! Joseíto. Si tu pobre padre pudiera verte ahora.
--
Ciro Bianchi Ross
cbianchi@enet.cu
http://wwwcirobianchi.blogia.com/
http://cbianchiross.blogia.com/
Ciro Bianchi Ross
ciro@juventudrebelde.cu
Alejo Carpentier desconfiaba. Sabía que son tantos y a veces tan
ditirámbicos los elogios que se hacen de los intérpretes musicales del
pasado, de esos que no pueden ser juzgados hoy a partir de grabaciones
porque no las había, que de golpe no sabía qué pensar acerca de José
White. Pero compulsó la crítica; buscó aquello que en su tiempo se
escribió sobre él en Cuba, en Brasil, en París, en el resto de Europa,
y llegó a la conclusión de que se trató de un artista extraordinario.
José Martí escribió de manera tajante: «White no toca, subyuga, las
notas resbalan en sus cuerdas, se quejan, se deslizan, lloran; suenan
unas tras otras como sonarían perlas cayendo». Concluía el Apóstol:
«Jamás vi yo triunfo tan completo del hombre sobre las dificultades».
José Silvestre de los Dolores White y Laffite, violinista y
compositor, es el autor de La bella cubana, que en opinión del
musicógrafo Cristóbal Díaz Ayala, es la más bella de las habaneras que
se escribieran jamás.
Nació en Matanzas, el 31 de diciembre de 1835, hijo de un culto
comerciante francés, que guió sus primeros pasos en la música, y de
una negra cubana. Dio bien pronto muestras de un talento fenomenal y
el padre, para recompensarlo, lo envió a Francia a fin de que
consolidara sus estudios. Corría el año de 1856 y en el Conservatorio
de París, donde fue discípulo del célebre Jean Delphine Alard, el
cubanito recién llegado ganó el Primer Premio en el concurso que
auspiciaba esa casa de estudios.
Gracias a una nota aparecida en la Gazzette Musicale, de 3 de agosto
de 1856, se saben hoy los pormenores de esa competencia. Optaban
veinte concursantes por el galardón, y White era el candidato número
veinte. Todos debían interpretar el concierto de Viotti, obra clásica,
de gran belleza, pero la reiteración de la pieza, escuchada y vuelta a
escuchar, tenía como anestesiado al jurado; la escuchaba ya con cierta
somnolencia…
Llegó al fin el turno al cubano. Relata el crítico de la Gazzette Musicale:
«El señor White se presentó como viejísimo concursante… Aborda a su
vez el repetido concierto que desde ese instante se convierte en una
obra nueva. El jurado lo escucha con tanto placer como admiración,
como si lo oyera por primera vez, y apenas White concluyó de ejecutar
aquel morceau, es proclamado vencedor por unanimidad…»
Ofrece la Gazzette alguna información sobre José White. Precisa que
tiene poco más de diecinueve años y que hace apenas uno ingresó en el
Conservatorio como discípulo de Alard. Inquiere intrigado:
«¿Dónde tomó sus primeras lecciones? ¿Cómo este hijo de la virgen
América se ha hecho el émulo de los más grandes violinistas conocidos
en Europa? He aquí lo que ignoramos y lo que desearíamos saber en
honor de la Escuela americana, de la que es una soberbia muestra el
eminente White».
FANTASIA CUBANA
Era muy difícil para un europeo comprender que aquel joven talento
que sorprendía con sus ejecuciones a legos y entendidos, no hubiese
salido de Cuba antes de aquella estancia en París y que hasta ese
momento hubiera realizado sus estudios únicamente en la Isla. Más de
cien años después, y también en París, al ganar el XVII Concurso
Internacional Margueritte Long-Jacques Tibaud, el pianista Jorge Luis
Prats volvía a causar la misma sorpresa. La crítica no entendía que no
hubiera estudiado en el exterior.
Así fue en ambos casos. White inició en 1840 estudios con su padre,
los prosiguió con otros profesores en su natal Matanzas para iniciar
su carrera artística en 1854 como acompañante del pianista y
compositor norteamericano Louis Moreau Gottschalk, un «huracán
musical», como le llama Díaz Ayala. Antes, con 15 años de edad, había
compuesto su primera obra, una misa para orquesta y dos voces. Ya por
esa época, además del violín, dominaba nueve instrumentos musicales.
Pasa cuatro años en Francia y de vuelta a Matanzas ofrece una serie de
conciertos con el pianista Adolfo Díaz y, entre otras obras, compone
la Fantasía cubana. Regresa a Francia en 1860, Es en esa época en que
debió componer La bella cubana, una obra, afirma Carpentier, «cuya
melodía está muy hábilmente construida sobre un ritmo que aparece en
las más antiguas guarachas y en ciertos merengues haitianos».
En 1864 compone su Concierto en fa menor para violín y orquesta.
Escribe también Seis estudios brillantes. Abordan dichos estudios las
principales dificultades de ejecución que presenta el violín, con
ingeniosas combinaciones para desarrollar el mecanismo de la mano
izquierda, aunque va mucho más allá.
Somete la obra al Comité de los Estudios Musicales del Conservatorio,
cuyos miembros la valoran con interés y terminan aprobándolos ya que
los estudios están llamados a fortalecer las habilidades de los
violinistas.
En 1874 hace su último viaje a Cuba; se presenta tanto en La Habana
como en Matanzas y Santiago. Díaz Ayala aporta un dato que no recoge
Radamés Giro en su Diccionario enciclopédico de la música en Cuba ni
el escribidor ha podido corroborar, el de incluir La bayamesa en los
programas de sus presentaciones con las que recaudaba fondos para la
Guerra. Descubierto, es deportado del país.
BRASIL, BRASIL
Se traslada a México y sus conciertos tienen un éxito insospechado. La
crítica especializada lo considera «el mejor violinista que hayamos
oído en México». Se le tiene como «la encarnación de la escuela
francesa de Alard» con toda la corrección, la limpieza y la elevación
de estilo de su ilustre maestro, sin olvidarse de sus cualidades
personales. Toca para el gran público y lo hace asimismo para un
auditorio más selecto, que disfruta a plenitud de la interpretación de
La Chacona, de Bach. Dice la crítica: «White es el único violinista
capaz de afrontar en público las inmensas dificultades de esa obra».
En 1875 se presenta en Nueva York y Boston. Dos años más tarde
emprende una larga e intensa gira por América Latina: Panamá,
Venezuela, Perú. Chile, Argentina, Uruguay.
En noviembre arriba a Brasil, donde permanecerá durante quince años
y desplegará una intensa vida social y artística: es nombrado director
del Conservatorio imperial de Música y es miembro y director de la
Academia de Arte. Forma una orquesta y llama la atención por la forma
en que sabe disciplinar a sus integrantes, extraídos de fuentes en las
que nadie bebió antes. «La manera inteligente y persuasiva que
predomina en su enseñanza y su dirección le han permitido sacar un
partido admirable del conjunto que ha unificado con paciencia, vigor,
sentimiento y maestría que ningún otro alcanzó en este país». Es en
este país, donde alterna con importantes compositores locales, que ve
dirigir por primera vez a Arturo Toscanini y ve actuar a Adelina
Patti, considerada la mejor soprano de todos los tiempos.
El 8 de diciembre de 1889 viaja a Lisboa, Portugal. Acompaña al
emperador de Brasil que ha abdicado el trono.
MUERTE
En París reanuda su vida artística luego de tan larga ausencia. Sigue
viajando con intensidad: Londres, Bruselas, Roma… En la capital
francesa se presenta en la sala Pleyel y ofrece conciertos anuales en
la sala Erard y por varios años se desempaña como jurado de los
concursos del Conservatorio. Su repertorio es enorme y no son pocas
las obras que compuso para violín, viola, cuartetos, bandas y violín
y orquesta. Esa producción es particularmente notable con su cantidad
y calidad en la vertiente de violín y piano y violín y orquesta.
Escribió su habanera Juventud para cuatro violines y piano; y La bella
cubana, para dos violines y piano. Fue maestro del después famoso
George Enescu, violinista, compositor y director de orquesta rumano
que haría presentaciones en el teatro Auditórium, de La Habana, en
1933.
«White era un ejecutante de primera en aquel siglo de figuras
brillantes», dice Díaz Ayala en su libro Música cubana; del areito al
rap. Y Alejo Carpentier en su La música en Cuba, después de aludir a
Nicolás Ruiz Espadero, Guillermo Tomás, José Manuel (Lico) Jiménez y
otros importantes músicos de esa etapa, concluye que fue White quien
permaneció más vinculado con su suelo natal, pese a su vida
cosmopolita y de haber pasado casi toda su vida en el exterior.
José Silvestre de los Dolores White y Laffite falleció el 12 de marzo
de 1918, hace ahora cien años, en París. Murió en la misma casa donde
expiró, en 1852, una ilustre habanera, María de las Mercedes Santa
Cruz y Montalvo, la muy célebre Condesa de Merlin.
Múltiples homenajes de recuerdo se tributaron al músico en Matanzas,
su ciudad natal, en ocasión de la fecha, y Ediciones Vigía publicó en
una paquete el facsímil de la partitura de La bella cubana.
ÉXITO EN LAS TULLERÍAS
Es una noche de invierno en París. White es invitado a ofrecer un
concierto en Las Tullerías, el palacio de los reyes de Francia.
Presidirán la ceremonia el emperador Napoleón III y su esposa, Eugenia
de Montijo. Se aguarda en la sala la presencia de los soberanos que se
hacen esperar. Llegan al fin, toman asiento y a un gesto del emperador
comienza el espectáculo. Ataca White su violín y suena la música.
Toca maravillosamente el cubano, pero nadie aplaude al final del
concierto. El protocolo de la Corte impone que sea el emperador, si
así lo quiere, quien lo haga primero. Aplaude Napoleón III y también
la emperatriz y toda la sala rompe en un aplauso estruendoso. El éxito
ha sido completo.
Quieren Sus Majestades conversar con el cubano. Le habla Eugenia en
francés, White contesta en español y en ese idioma se enfrascan en
un animado diálogo en que sale a relucir una y otra vez la patria
lejana del músico.
White luce inquieto, nervioso. Mira constantemente hacia la salida
del salón. En verdad, quiere irse. Casi llegaba ya a la puerta cuando
el Gran Chambelán le corta el paso. No puede irse así como así porque
quizás los emperadores vuelvan a reclamar su presencia. Pero a esa
altura de la noche ya nada lo detiene. Ansía White llegar a su casa
para contar a su anciana madre la acogida que se le ha tributado en
el palacio real y los elogios que recibió de los emperadores.
La señora escucha el relato emocionada. Abraza al hijo, Le dice entre lágrimas:
-¡Ay! Joseíto. Si tu pobre padre pudiera verte ahora.
--
Ciro Bianchi Ross
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