¬¬Nos vamos a Marianao
Ciro Bianchi Ross
ciro@juventudrebelde.cu
¿Sabe usted por qué se construyó el obelisco? ¿Sabe en qué momento el
campamento de Columbia pasó a ser la Ciudad Militar y esta, Ciudad
Libertad? ¿Qué el cabaret Sans Souci, que ofreció espectáculos bajo
las estrellas antes que Tropicana, tenía capacidad hasta para tres mil
personas? ¿Qué La Lisa comenzó a fomentarse en 1820 y Arroyo Arenas en
la década de 1790? ¿Que el muy famoso, elegante y exclusivo Casino
Nacional, ya desaparecido, era una edificación de madera, recubierta
en su interior de yeso y masilla. y no de mampostería como creen los
ilusos?
Este domingo el escribidor se irá a pasear a Marianao. Será una
visita virtual propiciada por la lectura de un libro necesario e
interesantísimo que acaba de aparecer con el sello de Ediciones Boloña
de la Oficina del Historiador de la Ciudad. Sus autores Félix Mondéjar
y Lorenzo Rosado lo titularon Marianao en el recuerdo y en sus casi
250 páginas a dos columnas, atraparon una visión de lo que fue dicho
territorio con anterioridad a la división político administrativa de
1976 que lo multiplicó por tres: Playa, La Lisa y Marianao propiamente
dicho. Una obra «de profunda y sistemática investigación, de búsqueda
de una abundante bibliografía, que incluye fotos de diversas épocas» y
que resulta asimismo «una obra de amor al lugar en el que han vivido
sus autores como justificación a sí mismos de ese interés y deseo de
plasmar en este libro el sentimiento profundo y comprometido», como
afirma el doctor José M. Cortiñas en el prólogo del volumen.
Particular interés reviste el capítulo dedicado a los sitios de
identidad del territorio y el relativo a sus lugares significativos.
También el que aborda sus barrios y repartos y el que se centra en la
playa de Marianao, así como el que recoge la historia y el triste
destino de la Quinta San José, donde Lydia Cabrera escribió El monte y
que fuera escenario de su largo romance con Titina de Rojas, hija del
propietario del predio. Bajo el título de «Las piedras hablan» sitúan
los autores las referencias al palacio de Durañona, la mansión del
Marqués de Marianao y otras casas quintas del siglo XIX, así como la
leyenda del Conde de Barreto.
MALO, MALO DE VERDAD
Jacinto Tomás Barreto y Pedroso, regidor perpetuo y alcalde mayor de
la Santa Hermandad y I Conde de Casa Barreto era un hombre malo, malo
de verdad. Implacable con los esclavos, era peor aún con los negros
fugitivos que lograba capturar en sus exitosas rancherías. Con el
pretexto de darles limosnas, solía reunir en el patio de su casa a
grupos de mendigos y cuando estos eran ya numerosos, les azuzaba los
perros que saltaban sobre ellos. Escriben en su libro Mondéjar y
Rosado que los menesterosos pensaban que aquellos canes eran los
mismos con los que el Conde perseguía a los esclavos y, aterrorizados,
trataban de huir a como fuera. En realidad, eran perros menos fieros
que los otros, pero el pánico de los congregados en su desespero por
salirse del recinto causaba un efecto mayor que las fauces de los
animales. Al final del macabro espectáculo, Barreto repartía las
limosnas prometidas y recompensaba con una mayor cantidad de dinero a
los que presentaban heridas más graves o mayor cantidad de ellas.
Una de sus mansiones se hallaba en las cercanías de Puentes Grandes y
la Avenida 51, propiedad que bordeaba el río Almendares en dirección
al norte, hasta la costa, donde hoy se hallan los repartos Miramar y
La Sierra; los carreteros temían transitar por aquellos apartados
parajes: decían que una luz misteriosa salida de no se sabe dónde se
posaba sobre los yugos de los bueyes que tiraban de las carretas. Una
zona en la que el Conde enterró fabulosos tesoros valiéndose de negros
que después mandó matar. Fortuna que nunca apareció.
Los días 21 y 22 de junio de 1791 una tormenta se hizo sentir con
fuerza y la zona de Marianao resultó de las más afectadas por el
desbordamiento del Almendares. Sus aguas arrasaron viviendas, caminos,
puentes de sillería y cuanto encontraron a su paso. La mansión del
Conde, en Puentes Grandes, sufrió daños de consideración. Barreto
murió en medio de la tormenta. En la tenebrosa noche del 21 de junio
«estaba de cuerpo presente en la sala principal de su hermosa casa de
La Ceiba».
Álvaro de la Iglesia, citado por los autores de Marianao en el
recuerdo, afirma que luego de escucharse como un trueno lejano seguido
de un ruido semejante al de un trepidar de carros sobre un pavimento
pedregoso y el estruendo de cien piezas de artillería que disparaban
al mismo tiempo, puertas y ventanas de la casa se rompieron con
estrepitoso y ensordecedor fragor y un océano penetró en la estancia
derribando todo lo que encontraba a su paso. Cuando la ola se retiró
en medio del resplandor siniestro de los relámpagos, llevó consigo el
sarcófago donde yacía el cuerpo sin vida del Conde. Solo quedó en pie
una imagen de bulto de Cristo crucificado que Barreto acostumbraba
azotar en sus crisis de sadismo, y que hoy, aseguran Mondéjar y
Rosado, se conserva —el llamado Cristo de Barreto—en la iglesia de
María Auxiliadora, en Teniente Rey y Compostela.
Los restos del Conde nunca aparecieron. Dicen los autores citados que
en el índice del libro nueve de defunciones de blancos que obra en los
fondos de la parroquia del Espíritu Santo aparece asentado el nombre
de Barreto y remite al folio 46 del volumen donde debió inscribirse la
defunción del sujeto, pero esa página fue arrancada. Muchos años
después el poeta Julián del Casal relataba en una crónica que el día
del entierro, cuando los familiares del Conde quisieron cargar el
sarcófago para llevarlo a la necrópolis, los sorprendió su peso. Lo
abrieron y estaba lleno de piedras.
Los descendientes de Jacinto Tomás Barreto y Pedroso, I Conde de
Barreto, ocuparon la casa de La Ceiba hasta 1890. La abandonaron y la
otrora lujosa mansión se convirtió en casa de vecindad. La destruyó
totalmente el ciclón de octubre de 1944. Los vecinos le llamaban la
casa de los perros por los dos canes de bronce que todavía en la
década de 1960 custodiaban la entrada de la casa en ruinas y que
remedaban ejemplares de la feroz jauría negrera del Conde, pero al
igual que los restos de este, esos perros desaparecieron para siempre.
EL OBELISCO
Inaugurados el 4 de septiembre de 1944, el obelisco y la plaza que lo
circunda devinieron, dicen Mondéjar y Rosado, los lugares más
representativos y simbólicos de la ciudad de Marianao. Fueron
construidos durante el periodo constitucional del presidente Fulgencio
Batista como forma de perpetuar la memoria del golpe de Estado que,
siendo sargento, protagonizara en 4 de septiembre de 1933. Los hizo
construir frente a la entrada principal del campamento de Columbia. El
ingeniero arquitecto José Pérez Benitoa con esa monumental plaza
elipsoidal, embelleció el lugar y halló la solución vial que facilitó
el tránsito entre la Calzada de Columbia y la Avenida Menocal (calle
100). Cumple, con los edificios que la circundan, de marcado estilo
art decó, una función social importante y los faros en lo alto del
obelisco aseguraban la navegación del cercano aeropuerto militar.
Dicen los autores de Marianao en el recuerdo con relación al
obelisco: «Sobre su origen y su nombre se han reiterado varios errores
pues algunos sostienen equivocadamente que fue construido para rendir
homenaje al sabio cubano Carlos J. Finlay. En el imaginario popular
existe la versión de que este monumento representa una jeringuilla.
Ambas conjeturas son erróneas…»
El 10 de octubre de 1944 asume la Presidencia de la República el
doctor Ramón Grau San Martín, que es también un producto del 4 de
septiembre de 1933. A partir de esa fecha, y durante los veinticinco
años siguientes, la política cubana giró en torno a los nombres de
Batista y de Grau. Pero a este no le gusta el monumento o lo que este
representa y comienza su transformación. Escriben Mondéjar y Rosado:
«… La acción del tiempo se ha encargado de sacar a relucir los rasgos
del nombre primitivo que había sido grabado sobre la piedra jaimanitas
y luego suprimido… para dar paso al nombre tan merecido de Carlos J.
Finlay»
Es entre 1933 y 1939, con el coronel Batista como jefe del Ejército,
que el campamento de Columbia se convierte en la Ciudad Militar. La
instalación de precarias barracas de madera pasa a ser un complejo
moderno, dotado de amplias avenidas y edificaciones funcionales.
Disponía de un polígono de seis kilómetros de largo y cien metros de
ancho enmarcado por dos avenidas que desembocaban en el Cuartel
General, sede del Estado Mayor.
El área del campamento fue seleccionada, en 1898, por el Cuartel
Maestre del Ejército norteamericano, propuesta que tuvo la aceptación
de sus superiores en Washington. La ocuparon tropas provenientes casi
en su totalidad del distrito de Columbia (South Carolina). De ahí el
nombre del lugar que fue acondicionado de inmediato por centenares de
soldados del V Cuerpo del Ejército Libertador, al mando del general
Menocal, acantonado en la playa de Marianao. Estrada Palma, nuestro
primer Presidente, situó allì su residencia de verano, aunque después
quiso venderlo para que se edificara en el lugar un reparto
residencial.
Durante la República se decía que quien mandara en Columbia mandaba
en Cuba. Después de la caída de Machado, se instala allí la sede del
Estado Mayor del Ejército, radicado hasta entonces en el castillo de
la Fuerza, Llegó a albergar a más de seis mil aforados y dio asiento a
la División de Infantería Alejandro Rodríguez y al Regimiento Mixto de
Tanques 10 de Marzo, lo que equivale a decir el pollo del arroz con
pollo del Ejército cubano. Allí se asentó también el Estado Mayor
Conjunto, instituido por la Ley Orgánica de las Fuerzas Armadas de
1957.
El 1 de enero de 1959 huye al exterior el dictador Batista y el 2 el
legendario comandante rebelde Camilo Cienfuegos entra en la Ciudad
Militar y asume su mando sin disparar un tiro El 14 de septiembre del
mismo año las FF AA hacen entrega de la instalación al Ministerio de
Educación. Surgía así la Ciudad Escolar Libertad.
LAS PALMAS, AY, LAS PALMAS
La Quinta San José fue vaciada de sus riquezas —era prácticamente un
museo— y demolida en los inicios la década de 1960. Desapareció la
majestuosa quinta, reliquia de la arquitectura colonial cubana y de
gran valor histórico, cultural, científico y religioso y en su lugar
se construyó, en 51 entre 92 y 94, un magnífico complejo deportivo que
si bien era un anhelo de jóvenes de la zona, podía haberse construido
en otra parte. De la casa de Lydia Cabrera y Titina de Rojas, solo
quedan las palmas que un día flanquearon el camino hacia la residencia
y fueron testigos de su amor.
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