ELIGIO DAMAS
No sé si es valedero llamar esta la
pregunta de las ochenta mil lochas. La duda
no está montada por lo que la locha fue, un octavo del viejo bolívar de
plata, que pudiera inducir a alguien
pensar nada vale o valía, desconociendo que entonces un dólar sólo costaba 3.35
de ellos, sino por los funcionarios sugeridos en el título, quienes parecen
estar jugando al escondido, la candelita o comportándose como fantasmas que
sólo aparecen en noches oscuras y rincones sombríos. Alguien pudiera pensar que
la pregunta no tiene validez. Pues diría que únicamente es valedera al aludir
al gobernador y otro, tan iluso o leal como el primero, pensará en el Alcalde y
hasta el “Protector”, así con mayúscula, aunque de este no creo nadie espere
nada, vista las “glorias” pasadas..
Pero, aunque no está señalado en
la pregunta, también está envuelto en esto el ex alcalde de Guanta Jonathan
Marín. Y pensando en él, no asumo la pregunta con el valor de las lochas, sino
en toda la madeja de telaraña, como una manera de recordar a Elías Jaua,
tendida cual chinchorro a lo largo de la playa, para ocultarle, pase
desapercibido y no forzarlo a decir todo cuánto oculta. Porque si alguna vez ha
tenido validez aquella expresión, “se fue con la cabuya en la pata”, es en esta
huída de Marín, tanto que si a alguien se le ocurre halar esa cabuya puede
encontrar en ella amarrado muchas cosas y personas. Quizás por esto mismo hay
como un acuerdo tácito en dejar eso en el baúl de los recuerdos y esté bajo una
pesada lápida. Porque, no es ajeno
pensar dejó muchas cosas atrás y hasta cómplices que seguramente siguen donde
antes estaban. No es de creer que al irse dejó sólo un lazo de viento que se
espantó con una ráfaga que se le vino encima.
¿Acaso su manera de escaparse o irse, como
prefiera el lector, que sugiere? ¿Algo distinto a una huída azarosa por temor a
la justicia o posibles represalias?
En caso de Marín, la pregunta
pertinente no es esa, la de “¿dónde anda su alma o su voluble espíritu?, sino
más bien ¿en qué quedarán sus cosas y sus vínculos? ¿Tendrá el susodicho algún dios que le
prodigue tanta sombra, como la oscuridad necesaria para que nadie pueda
verle?
Lo que sí es asombroso cómo se
desapareció Marín, logró penetrar los espacios del olvido, pese sus infantiles
excusas, el anormal procedimiento que usó para irse dejando atrás todo, hasta
su “liderazgo revolucionario”, como un cura a quien metieron obligado en el
seminario y en éste nadie pudo convencerle. Pero dejó, al irse, a la iglesia
desolada y su feligresía mirándose las caras. Sus íntimos o cómplices, ruegan
que de él nadie se acuerde, no por él, sino los demonios que pudiera desatar.
Pero más asombra, como quienes si deberían recordarlo, es su deber, parecen
haberlo borrado de su memoria. El baúl, de roble grueso, duro como la roca,
tiene una cerradura indestructible.
Por la Constitución, otras leyes y
recientes elecciones, uno sabe que en Barcelona hay un alcalde. Hasta creo, si
mi memoria no es mala, se llama Luis José Marcano. Vino de Caracas, como en los
tiempos coloniales, enviado a encargarse del gobierno en estas tierras
abandonadas y habitadas por gentuza. Justo como cuando a Emparan, en 1810, le
enviaron a Caracas, desde Cumaná, a encargarse de la Capitanía General de
Venezuela. Hay un gobernador, del bando opositor, un señor cuyo nombre no me
acuerdo en el momento de escribir esto y ya esto es todo un discurso. Por esto,
que el gobernador de Anzoátegui es opositor, le ganó al del gobierno nacional, hay un personaje designado como “Protector”
del Estado, porque arriba suponen que el gobernador nos dejará en el abandono;
es decir, el “Protector” estará en sus funciones presuntamente para hacer lo
que antes no hizo cuando fue gobernador. Estará con nosotros, valiéndose de
omnipresencia, a protegernos como para que el actual primer gobernante del
Estado, no haga lo mismo que él ya hizo, nada.
El alcalde lleva meses en el
cargo, casi tantos como quien funge de gobernador. Pero pese eso, el ciudadano
por el estado de las calles, la abundante basura, inseguridad, es decir toda la
cotidianidad de la gente, no se ha enterado todavía que ellos existen. Pero hay
más un silencio cuajado, denso, como que no hay nade que decir.
Porque si existen deben ser
fantasmas que, como suele suceder, sólo salen en las noches oscuras y se
materializan solamente ante un caminante o personaje solitario. Son apariciones
fugaces, por eso pocos les ven. Casi todo el mundo ignora ambas existencias y
si a alguien le salen no espantan, sino más bien asombran. Como me sucedió una
noche avanzada, bajo una luz casi mortecina, en una esquina de Sabana Grande;
me “salió” Teodoro, llegando él y yo, desde y con direcciones distintas en una
esquina, en su coche tirado por dos
caballos, un viejo recuerdo de la Caracas de antaño. Nunca había escuchado de
su existencia y no era mucho el tiempo que vivía en aquella ciudad. Me quedé
embobado, perplejo cómo y quién de repente hubiese viajado violentamente en
retroceso y llegado al pasado. Menos mal que el amigo que esa noche me acompañaba
no era como yo, un carajito provinciano, sino un caraqueño de pura cepa, quien
me calmó diciéndome:
-“Tranquilo, no es un fantasma, es
simplemente Teodoro”.
Y me habló del personaje que aún
recorría aquellos espacios de la ciudad paseando generalmente parejas de
enamorados. Ese mismo a quien Billo Frómeta escribió aquella canción llamada
¡Epa Teodoro!”. Era un personaje real, material, copiado del pasado y de la era
romántica. Luego ya entrado en la ciudad, intimidado con ella, varias fueron
las veces, siempre en madrugadas friolentas y casi oscuras, pude encontrarme
con Teodoro.
Todo sigue igual como antes o, para
decirlo mejor, pues el venezolano lo supone, toda empeora. Pinte el lector el
cuadro que le dicta no su imaginación sino la propia realidad de su entorno y
así andamos en estos pueblos orientales y hasta quizás peor, sobre todo en
Barcelona, que tiene gobernador, alcalde
y hasta “Protector”, recién entrenados o entrando. El primero de AD, llamado
Barreto Sira, al fin me acordé, casi catorce horas después, tal es su marca y
trascendencia; el segundo y más el tercero, del PSUV o de la “revolución”.
¿Y cómo son los tres?
Igualitos, tanto que parecen uno
solo, un trio de fantasmas que, para verles y escuchar sus quejidos, hay que
madrugar y posarse en el rincón más oscuro. Y Jonathan Marín, como tan
“protegido”, pese haber sido alcalde de Guanta, también parece lo mismo, solo
un fantasma y lo que es más, de alguien quien nunca existió. Y los cómplices de
éste, sus “protectores” al mismo tiempo,
no ruegan al señor nadie lo devuelva a la vida o la memoria de quien
debe investigarlo, sino andan con el
puño derecho metido en el bolsillo correspondiente, apretando la llave que
aquello pudiera abrir.