Aquellos candidatos de ayer (2)
Ciro Bianchi Ross
ciro@juventudrebeldfe.cu
Llevar a juicio a un parlamentario, así fuera por una infracción de
tránsito, era fruto de un proceso que comenzaba cuando un tribunal
suplicaba al cuerpo colegislador al que pertenecía el presunto
culpable que le retirara la inmunidad a fin de que pudiese ser
juzgado; suplicatorio que debía ser aceptado o rechazado en el plazo
de los 40 días siguientes de haberse librado. No habían transcurrido
todavía diez días de la muerte del representante Arturo Vinent Juliá
cuando el Senado se reunía para considerar el pedido que en ese
sentido hacía el Tribunal Supremo en contra su asesino, senador Luis
Caíñas Milanés.
No era un procedimiento inédito en el parlamento cubano. En los
comienzos de la República, la Cámara de Representantes le retiró la
inmunidad al general Silverio Sánchez Figueras por la muerte, en un
duelo irregular, del también legislador Severo Moleón (Ver JR,
25-1-04) y en 1913 el senador Vidal Morales y el representante Arias
se vieron privados de las suyas por su implicación en el tiroteo
donde perdió la vida el jefe de la Policía habanera (JR, 4-4-04).
Luego, en 1922, el representante José Cano dio muerte en el hotel Luz
a su colega Martínez Alonso. También se le retiró la inmunidad, pero
logró huir al extranjero (JR, 1-2-04) como hizo en 193l el senador
Modesto Maidique luego de matar a tiros al también senador Zayas
Bazán (JR, 13 y 20-6-04). Cuando el representante Mariano Corona,
comandante del Ejército Libertador y director de El Cubano Libre, fue
acusado de la muerte del periodista Constantino Insua, él mismo pidió
a la Cámara que se le privase de su inmunidad. Fue absuelto en el
juicio, como lo fue Vidal Morales y no así Arias, que enloqueció en el
Castillo del Príncipe.
En cuanto al pedido de supresión de la inmunidad de Caíñas Milanés,
el Senado tenía interés en poner punto final cuanto antes a tan
espinoso problema a fin de librarse de las presiones que por un lado
sufrían sus miembros por parte del súper ministro José Manuel Alemán
que, con el propósito de que no se accediera al suplicatorio,
intentaba comprar a todos –oposicionistas y partidarios del régimen-
con el ofrecimiento de una nutrida lista de puestos burocráticos con
cargo al célebre Inciso K y la Renta de Lotería, y, por otro, las de
la viuda de la víctima, señora Amelia Ross, que con lágrimas, pero con
firmeza pedía justicia para su esposo desaparecido. Por encima de esas
presiones gravitaba la mirada vigilante y fiscalizadora de la opinión
pública.
BOLA NEGRA
Así, el día 27 de octubre de 1947, a las cuatro de la tarde, el
comunista Juan Marinello, senador por Camagüey y vicepresidente del
Senado, declaró abierta la sesión donde se dirimiría el asunto, y
cinco minutos después traspasaba su responsabilidad al auténtico
Miguel Suárez Fernández, senador por Las Villas y titular en propiedad
del cuerpo, que había llegado tarde al ala izquierda del Capitolio.
Efectuado el pase de lista, se comprobó que había quórum para
celebrar la reunión pues asistían 45 del total de los 54 senadores
(eran nueve por cada una de las seis provincias) y enseguida
«Miguelito» anunció que como se abordaría un asunto que afectaba a un
miembro del Senado, la sesión sería secreta, por lo que se
desalojarían las tribunas públicas. Invitó además a los periodistas
a que abandonaran el local y también fueron sacados del recinto los
ujieres y taquígrafos antes de que se iniciara la lectura del largo y
farragoso documento del Supremo, que reproducía el auto de
procesamiento por el asesinato de Arturo Vinent y la petición en
cuanto a su asesino.
Terminada la lectura, solicitó la palabra el ortodoxo Pelayo
Cuervo; demandó una votación nominal, de manera que quedase
constancia en acta de quiénes votaban a favor del suplicatorio del
Supremo y quiénes en contra. A eso se opusieron varios senadores,
entre ellos el republicano Santiago Rey que invocando preceptos
legales exigió que la votación se hiciera con bolas negras y blancas,
como era habitual en los casos donde se enjuiciaba la conducta de un
miembro del cuerpo. La discusión en torno a ambas propuestas parecía
hacerse interminable. Ortodoxos y comunistas –había tres entonces en
el Senado- se pronunciaban sin vacilaciones por la votación nominal,
pero la mayoría de los restantes se apegaba a la idea de la votación
secreta. Era un momento difícil para muchos de ellos, en especial para
Carlos Prío, ministro y senador por Pinar del Río, que como parte del
equipo gobernante debía votar en contra de que se le retirara la
inmunidad a Caíñas, pero que como aspirante a la Presidencia de la
República debía hacerlo a favor para no enajenarse el apoyo de los
seguidores de Vinent.
Al fin, por 27 votos contra 18, triunfó la propuesta de la votación
secreta y dos mujeres penetraron entonces en el hemiciclo. Una portaba
una copa cubierta; la otra, una caja pequeña con las bolas. Cada uno
de los senadores presentes debía escoger la suya: blanca, si accedía
al suplicatorio; negra, en caso contrario, y la depositarla en la
copa. El conteo final arrojó las cifras siguientes: 28 bolas blancas y
17 negras. Luis Caíñas Milanés, privado de sus fueros, debía
responder ante la justicia por su crimen. Pero no llegó a hacerlo.
Fuera del Capitolio, en compañía de José Manuel Alemán, esperó el
fin de la sesión y una vez enterado del resultado del conteo de bolas
salió del país con destino a la Florida
POSTULADO
Todo parecía haber acabado para él. En rebeldía, los tribunales le
iniciaron un proceso con exclusión de fianza. Debía ser internado en
un establecimiento penal como medida preventiva y se reclamó su
extradición al gobierno norteamericano, que nunca lo repatrió. Pero en
la Isla, Caíñas Milanés tenía amigos que trabajaban a su favor y las
gestiones y el interés singular de Alemán y del republicano
Guillermo Alonso Pujol, senador por Matanzas y aspirante, por la
Coalición Auténtico Republicana, a la Vicepresidencia de la República,
dieron sus resultados cuando la asamblea del Partido Auténtico en la
provincia de Oriente lo postuló como representante a la Cámara.
La viuda de Vinent, con indignación y dolor, dirigió entonces una
carta al doctor Grau, cabeza cimera de ese partido. Pero no se
contentó con aquella misiva al mandatario, sino que promovió en la
Junta Provincial Electoral de Oriente un recurso de impugnación
contra Caíñas que pareció que progresaría cuando esa instancia
dispuso que se le tachara de la lista de candidatos por no gozar de
todos los derechos civiles y políticos, limitados por el auto de
procesamiento, y porque la Instrucción General 40 de 1944 impedía
postularse a procesados por delitos políticos contra personas. Amigos
y correligionarios de Caíñas, luego de insistir en su inocencia,
acusaron a su vez a la parte contraria de querer barrerlo de la
escena política y de que preparaban un complot para asesinarlo, lo que
impedía a Caíñas retornar a Cuba y enfrentar el juicio
correspondiente.
Mientras tanto, en Miami Beach, cómodamente instalado en la casa
marcada con el número 11 de la calle Terrace, lo que era sabido tanto
en Cuba como por las autoridades migratorias norteamericanas, Caíñas
se quejaba, con amargura, de que José Manuel Alemán no lo recibía ni
Alonso Pujol tampoco. Sin nada que hacer («Nadie se acuerda de mí»,
repetía) dormía durante casi todo el día y recorría a pie la playa
por la noche.
Nada evitó al cabo que Caíñas figurase en el ticket cameral del
Partido Auténtico y que saliera electo en los comicios del l de junio
de 1948. Todavía, sin embargo, quedaba una oportunidad para impedir
su acceso a la Cámara de Representantes cuando el pleno de ese cuerpo
se reuniera, el 24 de septiembre, para dictaminar sobre los
certificados de elección de sus miembros. El día 23 la viuda de Vinent
volvió a la carga. En una misiva dirigida esa vez a cada una de las
esposas de los legisladores les pedía que hicieran cuanto estuviese a
su alcance para impedir la validación del acta de Caíñas Milanés.
Decía: «Ayer la víctima fue mi esposo; mañana puede ser el de usted si
quedan impunes los crímenes de esta naturaleza…»
El día del pleno, los parlamentarios ortodoxos y comunistas pidieron
la tacha del acta de Caíñas, todavía en EE. UU. Solo un legislador
auténtico, Teodoro Tejeda Setién, les dio su apoyo, velando por la
higiene moral del Congreso y la República, y la propuesta, carente de
votos suficientes que la respaldaran, no progresó. La Cámara de
Representantes abría así sus puertas a un asesino.
(Fuente: En Cuba; primer tiempo (1947-1948) de Enrique de la Osa)
--
Ciro Bianchi Ross
cbianchi@enet.cu
http://wwwcirobianchi.blogia.com/
http://cbianchiross.blogia.com/
Ciro Bianchi Ross
ciro@juventudrebeldfe.cu
Llevar a juicio a un parlamentario, así fuera por una infracción de
tránsito, era fruto de un proceso que comenzaba cuando un tribunal
suplicaba al cuerpo colegislador al que pertenecía el presunto
culpable que le retirara la inmunidad a fin de que pudiese ser
juzgado; suplicatorio que debía ser aceptado o rechazado en el plazo
de los 40 días siguientes de haberse librado. No habían transcurrido
todavía diez días de la muerte del representante Arturo Vinent Juliá
cuando el Senado se reunía para considerar el pedido que en ese
sentido hacía el Tribunal Supremo en contra su asesino, senador Luis
Caíñas Milanés.
No era un procedimiento inédito en el parlamento cubano. En los
comienzos de la República, la Cámara de Representantes le retiró la
inmunidad al general Silverio Sánchez Figueras por la muerte, en un
duelo irregular, del también legislador Severo Moleón (Ver JR,
25-1-04) y en 1913 el senador Vidal Morales y el representante Arias
se vieron privados de las suyas por su implicación en el tiroteo
donde perdió la vida el jefe de la Policía habanera (JR, 4-4-04).
Luego, en 1922, el representante José Cano dio muerte en el hotel Luz
a su colega Martínez Alonso. También se le retiró la inmunidad, pero
logró huir al extranjero (JR, 1-2-04) como hizo en 193l el senador
Modesto Maidique luego de matar a tiros al también senador Zayas
Bazán (JR, 13 y 20-6-04). Cuando el representante Mariano Corona,
comandante del Ejército Libertador y director de El Cubano Libre, fue
acusado de la muerte del periodista Constantino Insua, él mismo pidió
a la Cámara que se le privase de su inmunidad. Fue absuelto en el
juicio, como lo fue Vidal Morales y no así Arias, que enloqueció en el
Castillo del Príncipe.
En cuanto al pedido de supresión de la inmunidad de Caíñas Milanés,
el Senado tenía interés en poner punto final cuanto antes a tan
espinoso problema a fin de librarse de las presiones que por un lado
sufrían sus miembros por parte del súper ministro José Manuel Alemán
que, con el propósito de que no se accediera al suplicatorio,
intentaba comprar a todos –oposicionistas y partidarios del régimen-
con el ofrecimiento de una nutrida lista de puestos burocráticos con
cargo al célebre Inciso K y la Renta de Lotería, y, por otro, las de
la viuda de la víctima, señora Amelia Ross, que con lágrimas, pero con
firmeza pedía justicia para su esposo desaparecido. Por encima de esas
presiones gravitaba la mirada vigilante y fiscalizadora de la opinión
pública.
BOLA NEGRA
Así, el día 27 de octubre de 1947, a las cuatro de la tarde, el
comunista Juan Marinello, senador por Camagüey y vicepresidente del
Senado, declaró abierta la sesión donde se dirimiría el asunto, y
cinco minutos después traspasaba su responsabilidad al auténtico
Miguel Suárez Fernández, senador por Las Villas y titular en propiedad
del cuerpo, que había llegado tarde al ala izquierda del Capitolio.
Efectuado el pase de lista, se comprobó que había quórum para
celebrar la reunión pues asistían 45 del total de los 54 senadores
(eran nueve por cada una de las seis provincias) y enseguida
«Miguelito» anunció que como se abordaría un asunto que afectaba a un
miembro del Senado, la sesión sería secreta, por lo que se
desalojarían las tribunas públicas. Invitó además a los periodistas
a que abandonaran el local y también fueron sacados del recinto los
ujieres y taquígrafos antes de que se iniciara la lectura del largo y
farragoso documento del Supremo, que reproducía el auto de
procesamiento por el asesinato de Arturo Vinent y la petición en
cuanto a su asesino.
Terminada la lectura, solicitó la palabra el ortodoxo Pelayo
Cuervo; demandó una votación nominal, de manera que quedase
constancia en acta de quiénes votaban a favor del suplicatorio del
Supremo y quiénes en contra. A eso se opusieron varios senadores,
entre ellos el republicano Santiago Rey que invocando preceptos
legales exigió que la votación se hiciera con bolas negras y blancas,
como era habitual en los casos donde se enjuiciaba la conducta de un
miembro del cuerpo. La discusión en torno a ambas propuestas parecía
hacerse interminable. Ortodoxos y comunistas –había tres entonces en
el Senado- se pronunciaban sin vacilaciones por la votación nominal,
pero la mayoría de los restantes se apegaba a la idea de la votación
secreta. Era un momento difícil para muchos de ellos, en especial para
Carlos Prío, ministro y senador por Pinar del Río, que como parte del
equipo gobernante debía votar en contra de que se le retirara la
inmunidad a Caíñas, pero que como aspirante a la Presidencia de la
República debía hacerlo a favor para no enajenarse el apoyo de los
seguidores de Vinent.
Al fin, por 27 votos contra 18, triunfó la propuesta de la votación
secreta y dos mujeres penetraron entonces en el hemiciclo. Una portaba
una copa cubierta; la otra, una caja pequeña con las bolas. Cada uno
de los senadores presentes debía escoger la suya: blanca, si accedía
al suplicatorio; negra, en caso contrario, y la depositarla en la
copa. El conteo final arrojó las cifras siguientes: 28 bolas blancas y
17 negras. Luis Caíñas Milanés, privado de sus fueros, debía
responder ante la justicia por su crimen. Pero no llegó a hacerlo.
Fuera del Capitolio, en compañía de José Manuel Alemán, esperó el
fin de la sesión y una vez enterado del resultado del conteo de bolas
salió del país con destino a la Florida
POSTULADO
Todo parecía haber acabado para él. En rebeldía, los tribunales le
iniciaron un proceso con exclusión de fianza. Debía ser internado en
un establecimiento penal como medida preventiva y se reclamó su
extradición al gobierno norteamericano, que nunca lo repatrió. Pero en
la Isla, Caíñas Milanés tenía amigos que trabajaban a su favor y las
gestiones y el interés singular de Alemán y del republicano
Guillermo Alonso Pujol, senador por Matanzas y aspirante, por la
Coalición Auténtico Republicana, a la Vicepresidencia de la República,
dieron sus resultados cuando la asamblea del Partido Auténtico en la
provincia de Oriente lo postuló como representante a la Cámara.
La viuda de Vinent, con indignación y dolor, dirigió entonces una
carta al doctor Grau, cabeza cimera de ese partido. Pero no se
contentó con aquella misiva al mandatario, sino que promovió en la
Junta Provincial Electoral de Oriente un recurso de impugnación
contra Caíñas que pareció que progresaría cuando esa instancia
dispuso que se le tachara de la lista de candidatos por no gozar de
todos los derechos civiles y políticos, limitados por el auto de
procesamiento, y porque la Instrucción General 40 de 1944 impedía
postularse a procesados por delitos políticos contra personas. Amigos
y correligionarios de Caíñas, luego de insistir en su inocencia,
acusaron a su vez a la parte contraria de querer barrerlo de la
escena política y de que preparaban un complot para asesinarlo, lo que
impedía a Caíñas retornar a Cuba y enfrentar el juicio
correspondiente.
Mientras tanto, en Miami Beach, cómodamente instalado en la casa
marcada con el número 11 de la calle Terrace, lo que era sabido tanto
en Cuba como por las autoridades migratorias norteamericanas, Caíñas
se quejaba, con amargura, de que José Manuel Alemán no lo recibía ni
Alonso Pujol tampoco. Sin nada que hacer («Nadie se acuerda de mí»,
repetía) dormía durante casi todo el día y recorría a pie la playa
por la noche.
Nada evitó al cabo que Caíñas figurase en el ticket cameral del
Partido Auténtico y que saliera electo en los comicios del l de junio
de 1948. Todavía, sin embargo, quedaba una oportunidad para impedir
su acceso a la Cámara de Representantes cuando el pleno de ese cuerpo
se reuniera, el 24 de septiembre, para dictaminar sobre los
certificados de elección de sus miembros. El día 23 la viuda de Vinent
volvió a la carga. En una misiva dirigida esa vez a cada una de las
esposas de los legisladores les pedía que hicieran cuanto estuviese a
su alcance para impedir la validación del acta de Caíñas Milanés.
Decía: «Ayer la víctima fue mi esposo; mañana puede ser el de usted si
quedan impunes los crímenes de esta naturaleza…»
El día del pleno, los parlamentarios ortodoxos y comunistas pidieron
la tacha del acta de Caíñas, todavía en EE. UU. Solo un legislador
auténtico, Teodoro Tejeda Setién, les dio su apoyo, velando por la
higiene moral del Congreso y la República, y la propuesta, carente de
votos suficientes que la respaldaran, no progresó. La Cámara de
Representantes abría así sus puertas a un asesino.
(Fuente: En Cuba; primer tiempo (1947-1948) de Enrique de la Osa)
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