Miramar, cien años
Ciro Bianchi Ross • digital@juventudrebelde.cu
18 de Marzo del 2017 21:33:44 CDT
«Miramar es un reparto ligado a las aguas del río y del mar. El río
marca su nacimiento, el mar acompaña su crecimiento. Las ventajas
ambientales del enclave de Miramar se hallan en su entorno natural y
en la condición de paso ineludible hacia otro territorio del noroeste
costero, conocido entonces como “la Playa de Marianao”. El reparto
nació con un uso de suelo residual, pero su ubicación lo relacionó en
su devenir con dos funciones: turística y de centro urbano», escribe
la arquitecta Felicia Chateloin en el texto que da inicio al libro
Centenario de Miramar. Reparto habanero, que acaba de aparecer con el
sello de Ediciones Boloña y que compendia ensayos de prestigiosos
especialistas cubanos acerca de la evolución urbanística, histórica y
social de ese reparto habanero en sus cien años, páginas que se
complementan con las excelentes plumillas que el artista Evelio Toledo
Quesada acometió expresamente para la obra y con las que rescata una
tradición prácticamente desaparecida.
Precisa la Chateloin:
«Con Miramar, la ciudad se acercaba a la Playa de Marianao, moderna
zona recreativa que se promovía al noroeste de La Habana. La
estrategia a la que respondió Quinta Avenida, eje vial que genera y
ordena la trama del reparto Miramar con dirección y sentido obvio
hacia la Playa, fue determinante para la apropiación de la costa.
Quinta Avenida continuó sin imperfecciones el recto trazado de la
calle Calzada, en el Vedado, hecho posible solo como resultado de la
voluntad técnica del proyecto del reparto, lo que puede aún ser
confirmado al visualizarse la trama urbana actual en un mapa del
territorio».
El 6 de febrero de 1911, el Ayuntamiento de Marianao autorizaba la
parcelación de parte de la finca La Miranda, con lo que comenzaría el
fomento del reparto Miramar, hecho de importancia trascendental en el
crecimiento de la capital. La finca se localizaba en la periferia de
Marianao, en terrenos colindantes con el río Almendares, y desde 1908
había intención de urbanizarla. Era propiedad del IV Marqués de la
Real Proclamación, pero desde mucho antes estaba en manos de uno de
sus hijos, padre a su vez de Luis y Leonardo Morales y Pedroso,
ingeniero el primero y arquitecto el segundo, que tanto harían por el
engrandecimiento de la zona. No pudo trabajarse de inmediato en el
proyecto. La reclamación sobre la propiedad de la tierra hecha por
otro de los descendientes del Marqués, obligó a un largo litigio que
no concluyó sino en 1916. Poco después la familia Morales Pedroso,
reconocida ya como la propietaria legítima del reparto, vendía los
terrenos a Ramón González de Mendoza y a José López Rodríguez, el
célebre «Pote».
El puente de Pote
En 1915, la Havana Electric Railway Co., empresa que monopolizaba los
tranvías en la capital, había construido el puente de la calle Línea
sobre el río Almendares, lo que redundó en la consolidación y
ampliación del reparto.
Escribe la arquitecta Felicia Chateloin: «El cambio de propiedad de
Miramar, en 1916, coincide con el proyecto de unir de la forma más
directa posible, el Vedado y la Playa de Marianao, donde se gestaba
otra organización: el Parque de Diversiones y Residencias, con la cual
se pretendía cambiar la imagen del lugar».
Sus gestores eran Carlos Miguel de Céspedes, José Manuel Cortina y
Ernesto Gallo, que con esa urbanización protagonizarían uno de los
negocios más fraudulentos de la vida republicana, sin contar su
protagonismo en otra empresa más escandalosa aún: la compra como finca
rústica de la costa del Vedado y Marianao y su venta como zona
urbanizada. «Continuar el Vedado más allá del Almendares era, más que
una idea, la decisión de mirar a la ciudad con luz larga», afirma la
Chateloin y precisa enseguida: «Si bien las acciones pudieron haber
sido corruptas, la concepción urbana fue muy adelantada».
Ramón González de Mendoza y «Pote» respetaron el proyecto inicial del
reparto —obra de Luis Morales y Pedroso, y no de Leonardo, como
siempre se dice— en cuanto a su estructuración a partir de la Quinta
Avenida y sus proporciones, en una trama que recordaba más el diseño
norteamericano de Manhattan, con avenidas principales y manzanas
rectangulares, que la tradicional manzana cuadrada cubana. Al igual
que en Manhattan, en Miramar se les llamó avenidas a las vías de mayor
extensión, pero minoritarias —orientadas de este a oeste— y recibieron
el nombre de calles aquellas de menor extensión, pero más numerosas.
Todo un acontecimiento fue la inauguración del puente que unió a
Calzada, en el Vedado, con la Quinta Avenida, el 28 de febrero de 1923
y que había quedado abierto al tráfico el día antes a un costo de más
de 52 millones de dólares. Se trataba de un puente basculante llamado
Miramar, Habana o Havana y que en definitiva sería conocido, y pasaría
a la posteridad, como puente de Pote, que fue el nombre que le dieron
los habaneros.
Si el puente de Línea contribuía «a subrayar el borde de Miramar al
relacionar el Vedado y la periferia del reparto», el nuevo viaducto
«selló la jerarquía de la Quinta Avenida, no solo como generatriz del
reparto, sino como una de las sendas fundamentales a escala de La
Habana», y al adentrarse en el corazón de la zona otorgó a Miramar la
más ventajosa de las posiciones entre los repartos del barrio de
Columbia, nacido en esos días, que reunía repartos modernos y más
homogéneos en cuanto a su composición social.
Se dijo entonces que cuando los terrenos del paraíso del Vedado
chocaron con su valladar natural del Almendares, se buscó un nuevo
paraíso en ese Vedado Nuevo que se abría pasado el río. Sería en esos
años que comenzaría la fama de Miramar como lugar de privilegio. Pote
se suicida y González de Mendoza fallece a consecuencia de una
pulmonía. Hay otra vez cambios entre los propietarios del reparto. Los
nuevos dueños son la viuda de González de Mendoza y los herederos de
Pote, a los que el ex presidente García Menocal compra por medio
millón de pesos la parte que les correspondió. En 1924 se aprueba el
fomento de Alturas de Miramar como ampliación del reparto original.
Un malecón en La Puntilla
Las décadas de 1930-1940 fueron fundamentales para Miramar. Afamados
arquitectos proyectaron magníficas residencias y primó la amplitud
espacial de su urbanismo y la importancia del área verde, expresa
Felicia Chateloin. Los precios más altos se dieron en la época de las
Vacas Gordas, y los más bajos durante la crisis de los 30. En
cualquier época los terrenos de la Quinta Avenida y sus inmediaciones
fueron siempre los más caros.
Añade la mencionada arquitecta que el crecimiento interno de Miramar,
finalizada la década del 30, dinamizó sus colindancias y ratificó la
potencialidad para rebasar sus límites. Otros repartos de Miramar
surgirían en los 40, «a la vez que sus fronteras con repartos como
Kohly o La Sierra comenzaran a desdibujarse, debido a cierta
“compenetración formal” que los integra visualmente». Empieza a quedar
atrás el aspecto exclusivamente residencial del reparto con la
construcción de clubes como el Casino Deportivo y el Balneario
Universitario, la iglesia de Santa Rita de Casia, el paradero de
ómnibus de Quinta y 8… Aumenta la altura máxima de las construcciones
en Miramar y se acometen los primeros edificios de dos y cuatro
viviendas. Miramar continúa su rumbo oeste, más allá de la calle 36.
Se extiende por el reparto la clase media, mientras que las familias
más aristocráticas se instalan en el reparto Biltmore.
Muchas de las nuevas parcelaciones son propiedad de Caridad López
Serrano, la hija de Pote, casada con el «joven y bello Conde de
Lagunillas», como le llama Renée Méndez Capote en sus Amables figuras
del pasado. La Puntilla fue, en 1954, el último de los repartos de la
zona. A diferencia de otros repartos de Miramar carece de parques,
paseos y áreas libres, salvo las calles. Se pobló con rapidez y su
crecimiento se detuvo a menos de diez años de creado; aun así, sus
edificaciones alcanzaron mayor promedio de altura.
La urbanización de La Puntilla frustró la última posibilidad de
realizar un malecón que bordeara Miramar desde la desembocadura del
Almendares, anhelo plasmado en el plano de 1918 y que nunca llegó a
concretarse por la cesión del litoral a clubes y balnearios y a
residencias privadas.
La fuente y la copa
Carlos Miguel de Céspedes, que fue ministro de Obras Públicas del
dictador Machado, estuvo entre los entusiastas de la construcción de
ese malecón. También, como ya se dijo, fue uno de los promotores de la
idea de unir el Vedado con la Playa de Marianao. Ese proyecto comenzó
a concretarse el 16 de marzo de 1925, cuando se aprobó la prolongación
de la Avenida Habana, que salía desde la Playa hasta hacerla entroncar
con la Quinta Avenida. La construcción, en parte, había corrido por
cuenta de Carlos Miguel.
En el plano de 1918 la urbanización de Miramar no pasaba de la calle
36. Tampoco en el plano de 1932, que incluye asimismo las Alturas de
Miramar. Hasta los años 30 solo la Quinta Avenida continuaba al oeste,
más allá de la calle 36, con residencias construidas a su vera. Desde
36 hasta 86 —entonces Avenida 12, límite del reparto Querejeta— la vía
se llamó Carlos Miguel de Céspedes y desde esa calle hasta «la Playa»
continuó denominándose Avenida Habana. El tramo más antiguo, desde 0
hasta 36, siguió siendo Quinta Avenida, lo que hizo, dice la
Chateloin, «que el nombre original prevaleciera sobre los otros, pues
desde esa época a toda la vía, desde 0 hasta Santa Fe, se le conoció
por Quinta Avenida».
En 1924, a la entrada de Miramar, sobre la Quinta Avenida, se emplazó
la Fuente de las Américas, llamada también Fuente Luminosa, obra del
arquitecto norteamericano John Wilson y el escultor italiano Pietro
Manfredi.
Entre 1921 y 1924 se construyó, también sobre la Quinta Avenida, la
torre del reloj, diseñada por el norteamericano John H. Duncan. Se
edificó con piedra de Jaimanitas y en el carrillón del reloj se lee,
grabado en el metal, el nombre de José López Rodríguez, Pote.
Años más tarde, en 1928, se colocó la Copa, donada por Carlos Miguel
de Céspedes, en la intersección de Quinta Avenida con la calle 42. Es
un conjunto realizado por el escultor José Oliva. Frente a esta, «y
quizá para rematar la clásica modernidad del reparto, se colocaron dos
leones de mármol del siglo XIX, originales de la Quinta Fernandina, la
primera quinta neoclásica de la Calzada del Cerro».
Hay en La Habana del Oeste, con las sociedades de sport que allí se
crearon, una cultura del ocio. Se extiende hoy en Miramar una cultura
de la barbacoa con acceso a la moneda fuerte, mientras que los
urbanistas sueñan con un redesarrollo del antiguo aeropuerto militar
de Columbia, hoy en desuso, y que al decir del arquitecto Mario Coyula
traería no solo «una mejoría sensible en la imagen urbana y la calidad
de vida de la población local, sino que provocaría una importantísima
revalorización del suelo, que pagaría con creces los costos de la
inversión».
En suma, qué desafíos enfrenta Miramar en este siglo. Lo veremos el
próximo domingo.
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Ciro Bianchi Ross
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