lunes, 20 de febrero de 2017

TRABAJO TERMINADO

Trabajo terminado

Ciro Bianchi Ross • digital@juventudrebelde.cu
18 de Febrero del 2017 19:44:55 CDT

Un exmilitar cubano, el general Manuel Benítez Valdés, jefe de la
Policía Nacional en el primer Gobierno de Fulgencio Batista, fue
reclutado en los años 60 por el presidente haitiano François Duvalier
—Papa Doc— para que eliminara físicamente a una importante figura del
Gobierno de Paul E. Magloire, expresidente de Haití. Se trata de una
historia muy poco conocida que el propio Benítez contó en Miami al
periodista Max Lesnik, entonces director de la revista Réplica, de esa
ciudad. No hay en ella revelaciones impactantes y más que el relato de
un asesinato lo es de un hecho de la picaresca. El sujeto murió de
muerte natural, pero Benítez hizo creer al dictador que había sido
víctima del lento envenenamiento a que él le había sometido a través
de un sirviente.
El bonito
A Benítez Valdés le llamaban «el Bonito». Antes de su entrada al
Ejército fue artista de reparto en Hollywood, donde logró meterse en
la cama de no pocas luminarias de la cinematografía norteamericana.
Tenía una suerte loca con las mujeres.
Su padre, Manuel Benítez González, nacido en Regla, tenía 14 años de
edad cuando se sumó a la invasión del Ejército Libertador a occidente.
Sirvió a las órdenes de diferentes jefes, pero nunca se pudo precisar
el grado que llegó a alcanzar en las fuerzas mambisas. Al cese de la
soberanía española, fue periodista del diario habanero La Discusión y
en 1903 entró en la Guardia Rural con grados de segundo teniente. A la
caída de Machado, cuando era ya coronel jefe del Regimiento 8, Rius
Rivera, de Pinar del Río, fue destituido de su mando y, sujeto a
investigación, internado en la prisión militar de La Cabaña. Puesto en
libertad poco tiempo después —no hubo sanciones para los machadistas—
se afilió al Partido Liberal y como miembro de esa organización
política resultó electo delegado a la Asamblea Constituyente de 1940.
Con posterioridad llegó al Senado de la República en el cual, en los
días de la II Guerra Mundial, ocupó la presidencia de la Comisión de
Asuntos Militares. Murió en enero de 1946.
Varias veces lo ha repetido el escribidor: el exgeneral Manuel Benítez
es uno de los hombres más nefastos de la historia de Cuba. Para su
suerte, son pocos los que se recuerdan de su existencia.
Refería él mismo que el 4 de septiembre de 1933 —era entonces teniente
del Ejército— mientras transcurría el golpe de Estado, fue detenido
cuando dormía en el campamento de Columbia y llevado a presencia del
sargento Fulgencio Batista. Lo escuchó dirigirse a una asamblea de
clases y soldados y cuando el jefe golpista terminó su perorata, ni
lento ni perezoso, en un alarde sin límite de oportunismo, Benítez se
puso de pie sobre su asiento y luego de arrancarse los grados proclamó
que ya no quería ser el teniente Benítez, sino el sargento Benítez, lo
que, junto con Tabernilla, Ferrer y Querejeta, lo convertía en uno de
los pocos oficiales que se sumaba al golpe de los sargentos. Batista
lo acogió con los brazos abiertos.
Ayudante de Batista
De oficial del ejército machadista a oficial del ejército batistiano y
ayudante de Batista. Instigó para que Batista ordenara, en octubre de
1933, el bombardeo del Hotel Nacional, sin importarle que allí se
hallaran refugiados los oficiales que fueron hasta poco antes sus
compañeros de cuerpo, y se le acusó de haber ametrallado al ya
teniente coronel Mario Alfonso Hernández por orden de Batista.
Mario Alfonso era miembro de la Junta Revolucionaria de Columbia o
Junta de los Ocho, que protagonizó el golpe de Estado aludido, y de
soldado raso ascendió a teniente coronel, pero un día se atrevió a
preguntar al coronel Fulgencio Batista, jefe del Ejército, sobre la
fecha en que empezaría a hacerse realidad el acuerdo de la Junta que
establecía la jefatura rotativa de las Fuerzas Armadas. Batista no le
contestó de momento, pero quedó en enviarle la respuesta. Se la envió
con Benítez. Una noche tocó este a la puerta del domicilio de Mario
Alfonso, que confiado le franqueó la entrada al identificar la voz de
su compañero. Benítez lo ametralló en la propia sala de estar de la
casa y en presencia de su esposa. De inmediato, Batista dirigió al
Ejército una proclama que se leyó en la diana y en la retreta en
todos los campamentos en que decía que a Mario Alfonso Hernández, a
quien quería no como a un compañero de armas, sino como a un
familiar, hubo que aplicarle la «ley de fuga» en su traslado al
campamento de Columbia, en Marianao, para frustrar su intento de
evasión luego de haber sido detenido por traficante y consumidor de
drogas, lo que era enteramente falso. Antonio Guiteras afirmaba que
Mario Alfonso era el único revolucionario en la Junta de los Ocho.
La estrella del general
Cuba entra en la II Guerra Mundial y el presidente Batista, con el
decreto ley número 7 de 1942, también conocido como ley orgánica de
las Fuerzas Armadas, restablece el grado de General en el Ejército de
la República. Hasta entonces, y desde 1933, el grado máximo era el de
Comandante, aunque la jefatura recaía en un Coronel que se hacía
auxiliar por oficiales que ostentaban el grado transitorio de Teniente
Coronel. Benítez fue entonces uno de los cuatro generales del
Ejército. Como jefe de la Policía Nacional, entre otros negocios
turbios, se benefició con las tajadas que sacaba de casinos de juego,
garitos y vidrieras de apuntaciones, sin contar otras ganancias
ilícitas.
No duró mucho tiempo en su jefatura. Batista debía abandonar la
presidencia de la República el 10 de octubre de 1944. Como la
Constitución no le permitía reelegirse, pensó que el doctor Carlos
Saladrigas, de resultar electo en los comicios del 1ro. de junio, lo
nombraría Jefe del Ejército y de cualquier manera garantizaría el
batistato sin Batista. Pero Saladrigas perdió las elecciones frente al
candidato opositor Ramón Grau San Martín. Batista —dicen que
presionado por Washington— se resignó a entregar el poder a su
antiguo rival. Benítez, sin embargo, no era de la misma opinión. Trató
de convencer a Saladrigas de que se sumara a un plan encaminado a
frustrar el ascenso de Grau. Saladrigas, que era un político astuto,
se negó, y Benítez pensó entonces en sacar a Batista del juego, esto
es, de la presidencia. Hasta ahí duró como jefe de la Policía. Se le
formularon acusaciones por varios delitos, entre ellos, uno tan
ramplón como el de sustraer del cuartel maestre general de la Policía
50 camas, que vendió después a 20 pesos cada una.
Salió Benítez de la Isla para evadir la acción de la justicia, pero
Grau ya presidente le permitió regresar con todas las garantías para
que viera a su padre, agotado por una insuficiencia renal crónica
terminal que se complicó con trastornos del hígado y el corazón.
Libre matanza
Más tarde, en octubre de 1946, fue uno de los responsables de la
Conspiración de la Capa Negra, una de las que se orquestaron para
derrocar a Grau. Las otras fueron la del Cepillo de Dientes y la del
Mulo Muerto. Pese al nombre despectivo con que las identificó la
revista Bohemia, que las ridiculizó y tiró a choteo, existieron
realmente y no llegaron a descartar el magnicidio.
Los organizadores de la Capa Negra pensaban apoderarse del campamento
de Columbia luego de pasar a cuchillo a todas sus postas, y también de
la sede del regimiento Rius Rivera en la capital pinareña, donde
procedente de Miami habría desembarcado ya el exgeneral Benítez, que
se trasladaría a La Habana a fin de asumir las riendas del Gobierno de
la nación.
El plan contemplaba el asesinato de las principales figuras del
Gobierno grausista y de los líderes más connotados de la Alianza
Auténtico-Republicana en el poder, e incluía asimismo lo que los
conjurados llamaban «Setenta y dos horas de libre matanza», encaminada
a sacar del juego a todos los que se opusieran a la vuelta del pasado
batistiano. Los golpistas estaban equipados con armas de fabricación
norteamericana tan modernas que no habían llegado todavía a manos el
Ejército cubano.
En 1954 Manuel Benítez Valdés accedía al Senado. Lo hacía por el
Partido Auténtico que presidía Grau San Martín, a quien tanto había
combatido.
Marchó al exterior tras el triunfo de la Revolución y se radicó en
Miami. Fue allí que, fuera de récord, refirió al periodista Max Lesnik
su relación con «Papá» Duvalier.
El hombre sigue vivo
Un golpe de Estado acabó con la débil democracia haitiana. Unas
elecciones amañadas, convocadas al amparo del Ejército y de una junta
duvalierista impuesta por el cuartelazo, dieron el triunfo electoral a
François Duvalier, quien inaugura un régimen autocrático y
dictatorial, y también populista, que se asegura en el poder mediante
el terror y la superstición. Depura al Ejército y con su propia fuerza
paramilitar, los Tonton–Macoutes, mezcla de policía particular y
guardia pretoriana, acomete, con métodos terroristas, una represión
sistemática que barre a sus opositores. Washington apoya al «Brujo»
Duvalier, maestro del vudú, y lo apoya asimismo la oligarquía negra y
mulata. Su mandato debió finalizar en 1963, pero se reelige por seis
años más y en 1964 se inviste como presidente vitalicio. En enero de
1971 proclama sucesor a su hijo Jean Claude. Y cuando fallece es
ciertamente Babe Doc, de 19 años de edad, quien asume el mando del
país, en medio de una tupida red de conjuras palaciegas. Tendrá el
apoyo irrestricto de un cuerpo paramilitar, Los Leopardos. El 7 de
febrero de 1986 una revuelta popular provoca el derrocamiento de Babe
Doc, que huye al exterior.
El viejo Duvalier busca la manera de eliminar a sus opositores y se
vale de cualquier medio para conseguirlo. Por lo general sus hombres
actúan abiertamente, a cara descubierta, en otras conviene al dictador
encubrir sus crímenes, moverse sin dejar huellas, cortar cualquier
rastro que lo vincule con el crimen. Un enviado del presidente
Duvalier hizo contacto con el exgeneral Manuel Benítez en el casino de
juego del hotel donde se alojaba en la capital dominicana. El Brujo
quería verlo y el cubano se trasladó a Puerto Príncipe. Como es
habitual en tales casos, ya en los jardines de Palacio, donde lo
recibió el mandatario, no se mencionó el nombre del sujeto a eliminar,
pero Benítez lo leyó en el aire. Recibió 50 000 dólares de anticipo
por la encomienda.
Pasado un tiempo, Duvalier volvió a reclamar su presencia.
—Van dos meses y el hombre sigue vivo —dijo el mandatario haitiano
eludiendo otra vez mencionar el nombre de su adversario.
Entonces Benítez repitió a Max Lesnik el cuento chino que le contó a
Duvalier. Dijo que había logrado penetrar el círculo íntimo del
político y uno de sus criados, por orden suya, le administraba un
veneno de efecto lento, pero que no dejaba huellas, de manera que
resultaría imposible relacionar su muerte con un asesinato. Duvalier
se lo creyó. Proseguía Benítez:
«Para suerte mía, el hombre tenía cáncer y murió. Murió de muerte
natural. En cuanto me enteré corrí a encontrarme con Duvalier. Le
dije: “Trabajo terminado”, y recibí los 50 000 dólares restantes.
«Con todo, cometí un fallo. En el propio casino de juego del hotel, a
mi regreso de Puerto Príncipe, referí la historia a Santiaguito Rey,
senador y ministro de Gobernación (Interior) en el Gobierno de
Batista. Ese desliz me costó 10 000 dólares que me exigió Santiaguito
por su silencio y que se jugó allí mismo».

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