llanto por Juan Antonio
Aldazoro, nuestro “Toñito”.
Eligio Damas
"Nuestras vidas son
los rios
que van a dar a la mar
que es el morir"
Jorge Manrique
Quiero antes de iniciar esta nota, agradecer a los compañeros y camaradas de
Aporrea, le den pronta cabida o entrada. Me sobran las razones para este ruego.
Estoy de luto. Tengo un dolor profundo. Los motivos son hondos e
inmensos como una montaña. Una flecha envenenada, con la muerte pintada en la
afilada punta, vino avisarme de un amigo. Algùn tiempo llevaba sin saber de èl,
aunque siempre en mis recuerdos estaba. Lo veìa reir o por lo menos sonreir
discretamente y a travès de ella esparramar su ternura. Por eso, ahora mismo,
al saber de èl, su alegrìa, mi alegrìa, se transformò en una tristeza que sòlo
a uno lo visita cuando, pocas veces, como esta, como dijese Facundo Cabral,
"cuando un amigo se va".
Esta mañana de martes, al abrir la página de Aporrea, como decimos los
cumaneses “me llevé un rudo golpe”. Murió en Caracas, el domingo dice la
página, el sábado nuestro amigo y hermano de toda la vida Rómulo Henríquez,
Juan Antonio Aldazoro, para sus amigos de los viejos tiempos, “la vieja
muchachada”, como dijese Gardel, simplemente “Toñito” o el “Gordo”.
La nota que anuncia su muerte, habla de sus luchas dentro del gremio de
periodistas, del cual formó parte, y que en buena medida se merece, pero no de
las grandes cualidades humanas de aquel muchacho que repartía sus amores entre
su Carora natal, el Barquisimeto de sus vivencias adolescentes y la enorme
cantidad de amigos que se había ganado no tanto por la militancia
revolucionaria y los riesgos que la lucha clandestina comportaban, sino por su
don de gentes y disposición a ayudar a los amigos. El gordo, decía hace pocas
horas, a Romulito Henríquez, fue para muchos de nosotros algo así como “la
madre Teresa de Calcuta”.
Dentro de la precariedad en que vivíamos muchos de sus amigos, luchadores
clandestinos, perseguidos por el régimen, que implicaba dormir una noche en un
sitio y otra en otro, pasando dificultades de toda naturaleza, aquel
extraordinario personaje se las ingeniaba para ayudar y contribuir con
cualquiera de aquellos que a él acudiese. Porque el gordo, como sugerí antes
era un enorme paño de lágrimas. Por lo menos, una amplia sonrisa y un abrazo
fraterno en èl se hallaba.
Recuerdo los viejos tiempos cuando él era residente de lo que llamaban
oficialmente la residencia número uno (Nº 1) y los muchachos la Estalingrado o
Leningrado, ahora bien no recuerdo. Aquella que una noche fue invadida por la
Digepol, por una comisión comandada por aquel siniestro personaje que llamaban
el Capitán Vegas, antes que aquel cuerpo policial pasase a ser controlado por
los cubanos como Posada Carriles. Y como el comandante o jefe de aquella banda
de rufianes sacó de los enormes bolsillos de la chaqueta que vestía “un bojote”
de ramas que esparció por todo el salón de entrada, mientras los fotógrafos que
le acompañaban sacaban fotos. Al día siguiente, lo único que exhibió el parte
policial a través de la prensa, como ilegalidad hallada en la residencia eran
aquellas ramas que fueron identificadas como marihuana. Me hallaba esa noche en
aquel sitio precisamente porque había acudido en solicitud del “gordo” para que
buscase la manera de ayudar a un compañero que necesitábamos proteger de la
policía.
Jorge Rodríguez padre, entonces joven dirigente universitario del MIR, partido
del cual el "Gordo" y suscrito tambièn formaban parte, tuvo una
cercana amistad al “Gordo”, por ser ambos nativos de Carora, compañeros de
partido, luchas difìciles y residentes de la residencia Nº 1.
¿Cómo olvidar aquel persistente optimismo del “Gordo”, quien para todo tenía
una agradable sonrisa y una oportuna respuesta?
¿Cómo no llorar por aquel bello amigo, solidario, lleno de alegría, que nos
tendía la mano, solución a muchos de los problemas que comportaban nuestras
difíciles circunstancias, quien compartió con nosotros en la edad juvenil los
mismos ideales, sueños y esperanzas?
Pues sí, nada me cuesta ni me avergüenza, a esta dilatada edad mía, reconocer
que al leer la nota puesta en el portal Aporrea que habló de la muerte de
nuestro querido e inolvidable “Gordo”, acá lejos, en la costa oriental de
Venezuela, en el estrecho espacio de una biblioteca de un humilde maestro de
escuela jubilado, cuyo único capital es su vida, vivida con intensidad y
dedicada a lo que siempre ha creído como causas bellas y el orgullo de haber
tenido amigos como este que ahora se nos ha muerto, el rostro se me ha anegado
de lágrimas.
La última vez que nos vimos estaba encargado de la Imprenta Nacional, aquella
vez hablamos de los viejos tiempos y nos despedimos con un fuerte abrazo. A sus
familiares envío mi mensaje de solidaridad y mi declaración por lo que me ha
afectado esta triste noticia.
El viejo amigo fue de los buenos y nobles e irá donde corresponde a los tipos
como él. Abrazos hermano, tu recuerdo como siempre estará conmigo.
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Publicado por Eligio Damas para BLOG DE ELIGIO DAMAS el 1/18/2017 05:45:00 a. m.
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