ELIGIO DAMAS
“El Morocho del abasto”, como le decían a Carlos Gardel, compuso y cantó un tango titulado, “Golondrinas”, que pareciera, adelantándose en el tiempo, habérselo dedicado a nuestro billete de cien.
Cantó Gardel, acompañado de bandoneón y guitarra:
“Golondrinas de un solo verano
con ansias constantes de cielos lejanos.
Alma criolla, errante y viajera
querer detenerte es una quimera.”
Arriba, en el cielo, por encima de las primeras nubes, porque la vaina volaba de contrabando, el billete de cien, como las golondrinas de hábitos migratorios, “la tomó” por irse hacia “cielos lejanos”.
Justo el billete con la imagen de Bolívar, que si le damos la adecuada interpretación a la palabra criollo, pudiera ser el más genuino de la nacionalidad, tomando en cuenta que el conquistador diezmó la población primigenia. El billete con la figura del “padre de la patria”, aunque no es ella la misma que la maledicencia dice que inventó Chávez, sino la creada por la iconografía tradicional. Un Bolívar español, con muy poco del criollo que forma la genética, el ambiente y el incesante trajinar de aquel hombre de las dificultades. Ese billete, tan criollo como el casabe, pese que a Maduro este no le guste y de él en cierto modo despotrique, la arepa y la cachapa, se nos volvió un alma “errante y viajera”, no por lo de gaseoso que según dice hay en las almas, sino porque lo meten en maletas, cavas y conteiner y lo sacan a temperar, hacer negocios sucios, generar malestar por su ausencia y hasta a descansar por lo tanto que corren de aquí a allá, de cartera en cartera y hasta de entrar en espacios nada pulcros ni agradables.
Y si se quiere la historia nada extraña es. Bolívar fue un pata caliente; según Francisco Pividal, camino sobre el planeta cinco veces más que Alejandro Magno, Aníbal y Napoleón juntos y cuando quiso volver a sus lares, a su punto de partida, no le dejaron entrar y murió allá en Santa Marta sin un cobre, menos un billete. Neruda, lo halló en Madrid, en “la boca del Quinto Regimiento”, cuando todo el mundo le daba por muerto. Y Orlando Araujo, el poeta y ensayista de Calderas, Barinas, habló del caballo de Bolívar que siempre anda alzado, galopando por la sabana, buscando sólo héroes que sobre él cabalguen.
Se llevan mis billetes, yo quise detenerlos, pero era “una quimera”; ¿cómo me los apropio para que sólo circulen en mi espacio? No tengo cómo hacerlo. “Es mucho camisón pa` Petra”. El cajero, la última vez que le visité para que me diese dinero, después de hacer todas las mañas que la electrónica indica, me mostró, un erecto dedo medio. Me dijo, “no hay billetes”. “Los de cien que a mi meten, cual golondrinas, se fueron por esos cielos lejanos”.
Pero Maduro, quien siempre reacciona con retardo y en los momentos menos apropiados, tomó una decisión, inusual en él, pese lo que algunos digan, drástica. Esa golondrina viajera, pensó Maduro, al contrario de lo que escribió Gardel, nunca, jamás “un día, su vuela detendrá” y menos, en nuestros “brazos amantes su nido construirá”. Se nos fue la golondrina a otros espacios o mejor se la llevó un verano ardiente, como el que estamos pasando. Los codiciosos, dañeros de la economía y la política la espantaron para que volase allá lejos y hasta se escondiese en vericuetos para ella extraños.
“Adiós luz que te apagaste”, dijo el presidente al ver, allá arriba, en las nubes escondidas, las bandadas de billetes que volaban. Se fueron y más nunca volverán. Y los que aquí dejaron guardaron en viejos baúles cuyas llaves si volaron.
Como Gustavo Adolfo Bécquer, Maduro, desde el “Balcón del Pueblo”, mirando hacia el Guarairarepano, el lomo que forma como un horizonte elevado, exclamó:
“Volverán las oscuras golondrinas
en tu balcón sus nidos a colgar.
Pero aquellas que el vuelo refrenaban,
aquellas que aprendieron nuestros nombres...
……esas…..¡no volverán!”
Y luego de recitar al poeta romántico sevillano, Maduro, como quien entrompa al toro que embiste hacia los predios del lidiador, ya que hablamos de Sevilla y Andalucía toda, sacó su folio y lo leyó al público todo, como quien hace el pregón, desde el centro mismo de la plaza, a la usanza en los viejos tiempos:
“Esos billetes castizos por los cuatro costados; de cien fuertes que tosen y vacilan al avanzar o embestir como los toros malos, que como golondrinas se fueron a otros cielos lejanos esos…..¡No volverán!”
Las golondrinas van y vienen, son migratorias. Esperan su momento. Hoy están aquí y mañana allá. Es natural, es su hábito. Pero el billete que viaja, debe volver sin importar la estación. Lo suyo es correr de aquí para allá. Calor, frío no determinan su movimiento. Debe estar donde se le necesita para que opere como eso que llaman “medio de cambio” por las mercancías; tal como si a ellas fuese igual. Si algo tiene de golondrina, es que el billete no se hizo para estar en jaula; lo suyo es correr, estar aquí y mañana allá y sobre todo moverse en el espacio para el cual fue creado. Por eso se desgasta tanto y su vida es corta. También, “querer detenerla es una quimera”. Pero tiene su espacio; no es referencia universal. No debe irse muy lejos, menos esconderse. Debe regresar. Aquí tiene mucho por hacer; si no cumple, nada vale.
Maduro entonces, viendo que las golondrinas estaban detenidas en espacios ajenos, volaban en cielos extraños o encerradas en jaulas, optó desde lejos por cortarles las alas. “Nada vales sin alas. Tu vuelo se truncó”
Ahora, los coleccionistas, aquellos que les hicieron nidos, sin que ellos, los billetes, en eso opinasen, quisieron cambiarles sus hábitos, obligaciones, sus ancestrales y permanentes correrías en espacio determinado, corto, andan desesperados, como las golondrinas mismas, corren de aquí para allá sin importar la estación, mientas Maduro, firme enhiesto, afirma “…..esos….¡No volverán!”
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Publicado por Eligio Damas para BLOG DE ELIGIO DAMAS el 12/16/2016 02:53:00 a. m.
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