Washington vs. Madrid: Páginas de la guerra (III y final)
Ciro Bianchi Ross • digital@juventudrebelde.cu
2 de Julio del 2016 19:10:44 CDT
La derrota de la escuadra española, barrida total y en toda la línea
por la flota norteamericana, no solo elimina la última de las
esperanzas de España en su victoria en la guerra con EE.UU., sino que
desmoraliza a los defensores de Santiago de Cuba. El Ejército
Libertador, por su parte, mantiene cercada la ciudad y con su acerado
despliegue impide que le lleguen refuerzos desde otras pla Y FINAL)zas
militares de la provincia oriental, en tanto que en el resto de la
Isla los mambises mayorean a sus adversarios.
Los días 10 y 11 de julio, una semana después del desastre naval, las
tropas norteamericanas de mar y tierra abren fuego sobre las
posiciones españolas en los límites de Santiago, y el general Shafter,
jefe del ejército norteamericano en Cuba, amenaza con bombardear la
ciudad si no se rinde.
Comienza el éxodo de la población civil atemorizada y hambrienta. Unos
buscan amparo en los campamentos norteamericanos, otros se dirigen a
las zonas controladas por los mambises. En el campo cubano, el mayor
general Calixto García, lugarteniente general del Ejército Libertador,
revisa las listas con los nombres de los refugiados. Se topa en una de
ellas con el de Federico Capdevila, capitán retirado del ejército
español.
Llama de inmediato a su ayudante Luis Rodolfo Miranda de la Rúa y le
ordena que localice a Capdevila, le presente, en su nombre, sus
respetos, y se entere de lo que quiera o pueda necesitar para él o su
familia. Recalca el guerrero:
—Fíjese bien, Comandante, tengo especial interés en que no le ocurra a
Capdevila nada desagradable. ¡Cuide a ese hombre que supo serlo cuando
muchos no fueron capaces de ello!
Federico Capdevila fue, en 1871, el valiente defensor de los
estudiantes de Medicina.
Circula un rumor
El 16 se rinden las tropas españolas que defienden Santiago. Al día
siguiente entran en la ciudad los norteamericanos; solo los
norteamericanos, pues el general Shafter prohíbe la entrada a las
tropas cubanas.
Un hecho digno de tenerse en cuenta ocurre cuando en el Palacio de
Gobierno es arriada la bandera española y se iza la de EE. UU.
Indignados y coléricos, los mambises destacados en el fuerte de La
Socapa izan, en señal de protesta, la bandera de la estrella
solitaria, que es rápidamente retirada para que la sustituya la de las
barras y las estrellas.
José de Armas y Cárdenas, uno de los periodistas cubanos más
destacados de todos los tiempos y que hizo célebre el seudónimo de
Justo de Lara, escribe entonces desde el mismo teatro de operaciones
donde asiste como corresponsal de guerra: «Mientras que el general
Shafter necesitó del general García, se comunicaba con él, poniéndolo
al corriente de todas las operaciones. Una vez que acordó con los
españoles la rendición de la plaza, se apartó del general cubano, a
quien llegó a ocultar la importante operación que iba a realizar».
Es el mismo Calixto García quien ofrece los elementos de juicio
necesarios para comprender lo que pasa, cuando en la carta que dirige
a Shafter y que dicta a Justo de Lara, afirma:
«Los importantes actos de la rendición del ejército español y de la
toma de posesión de la ciudad por usted tuvieron lugar, y solo
llegaron a mi conocimiento por rumores públicos. No fui tampoco
honrado con una sola palabra de parte de usted, invitándome a mí, a
los demás oficiales de Estado Mayor, para que representáramos al
ejército cubano en ocasión tan solemne.
«Sé, por último, que usted ha dejado constituidas en Santiago a las
mismas autoridades españolas contra las cuales he luchado tres años
como enemigas de la independencia de Cuba. Yo debo informar a usted,
que esas autoridades no fueron nunca electas por los habitantes
residentes en Santiago de Cuba, sino nombradas por un decreto de la
reina de España».
Expresa, por último, el mayor general Calixto García:
«Circula un rumor, que por lo absurdo no es digno de crédito general,
de que la orden de impedir a mi ejército su entrada en Santiago ha
obedecido al temor de venganza contra los españoles. Permítame usted
que proteste contra la más ligera sombra de semejante pensamiento,
porque no somos un pueblo de salvajes que desconoce los principios de
la guerra civilizada, formamos un ejército pobre y harapiento como lo
fue el ejército de sus antepasados en su guerra noble por la
independencia de Estados Unidos de América, pero a semejanza de los
héroes de Saratoga y Yorktown, respetamos demasiado nuestra causa para
mancharla con la barbarie y la cobardía».
Shafter obedece instrucciones
Shafter sin embargo no actuaba por iniciativa propia. Lo deja muy
claro en su respuesta a Calixto: «Yo no puedo discutir la política del
Gobierno de Estados Unidos, al querer que continúen en sus puestos
temporalmente las personas que los ocupaban. Para que usted se entere
bien, le remito copia de las instrucciones del Presidente que recibí
ayer, las cuales resuelven cualquier dificultad que pueda suscitarse
en el Gobierno de este territorio mientras esté ocupado por Estados
Unidos».
Cuando Calixto García logra entrar en la ciudad, son apoteósicos el
entusiasmo y la alegría de los santiagueros que salen en masa a
saludarlo, y lo mismo sucederá a su llegada a La Habana. En carta al
mayor general Máximo Gómez presenta su renuncia irrevocable al cargo
de Lugarteniente General «por no estar dispuesto a seguir obedeciendo
las órdenes y cooperando a los planes del ejército americano». Informa
que marcha a Jiguaní, con toda la tropa bajo su mando, en espera de la
respuesta del jefe del Ejército Libertador. El 29 de julio ocupa
Gibara y presta toda la ayuda posible a heridos y enfermos españoles
que abarrotan los hospitales de guerra de esa localidad. Días después,
derrota, en las inmediaciones de esa ciudad, a la tropa del general
Luque, que intenta recuperar Gibara. No pasa mucho tiempo sin que
Shafter sea relevado de su mando y sustituido por el general Lawton.
En Washington se tributaría a Calixto García una acogida que testigos
cubanos califican de «grandiosa», si bien no se concedió carácter
oficial a su visita.
«Se cometió el error de poner al general Shafter al frente de las
tropas que vinieron a Santiago, y su ineptitud tenía que traer, como
trajo, la protesta del mayor general García, quien no podía, por la
dignidad y prestigio de su ejército, y del suyo propio de soldado,
aceptar la preterición de que fuimos objeto, cuando el buen éxito de
la campaña de Santiago corresponde en gran parte —como algún día
próximo he de demostrar— al ejército cubano de Oriente y a sus
valientes generales bajo el mando del propio general García».
Así lo declara a un semanario habanero, el 20 de octubre de 1898, el
coronel Cosme de la Torriente, uno de los oficiales del Estado Mayor
de Calixto y que andando el tiempo —falleció en 1956— llegaría a ser
embajador y canciller de Cuba y presidente de la Asamblea de la
Sociedad de Naciones, un distinguido jurista con bufete en Mercaderes
número 26, en La Habana Vieja.
Escribe Torriente, el 11 de diciembre de 1899, en ocasión del primer
aniversario de la muerte de Calixto:
«Cuando alguno de los que estuvieron con él en el sitio de Santiago de
Cuba publique sus recuerdos de esa campaña… entonces, solo entonces se
podrán apreciar sus grandes servicios al ejército americano; entonces
se podrá conocer la participación principalísima que en tal campaña
tuvo el ejército cubano, que tan criticado fue por los que tanto le
debieron; entonces se podrán aquilatar el gran tacto y la gran pericia
de Calixto García para tratar con aquel general inepto… y entonces se
verán también las grandes virtudes de nuestro héroe, su gran
patriotismo, su gran respeto a la ley y a la libertad».
Ochenta y seis corresponsales de guerra
Se dice que esta fue la primera guerra moderna. No por el armamento
empleado, sino por su impacto mediático. Sucesos que antecedieron al
estallido de la contienda fueron enfocados por la prensa
norteamericana con un tinte «amarillo» y sensacionalista que en buena
medida acondicionó para lo que vendría la mentalidad del
norteamericano promedio.
Hubo hechos construidos por la propia prensa, como la fuga de la
patriota cubana Evangelina Cossío de la Casa de Recogidas de La
Habana, a quien, ya en EE. UU., se le tributó una recepción grandiosa
en Madison Square, el Presidente la recibió en la Casa Blanca, la
agasajaron en el Congreso y las familias más conspicuas, mientras se
fundían en su honor cien mil monedas de plata para hacerle vivir sus
15 minutos de gloria, porque moriría olvidada y en la pobreza.
Para reportar el conflicto —algo insólito en la época— 89 periodistas
se acreditaron y viajaron como corresponsales de guerra, entre ellos
20 fotógrafos y seis dibujantes. Con ellos vino el antes aludido Justo
de Lara.
El cinematógrafo, recién inventado entonces, no quedó fuera y llegó
asimismo para dar testimonio en las principales direcciones en que el
cine habría de desarrollarse: la ficción y el documental. Fue entonces
cuando se filmaron, por la Vitagraph Company, las primeras imágenes en
movimiento de una guerra real. La historia del teniente Rowan,
portador del célebre mensaje del Presidente norteamericano, a Calixto
García, se ficcionó en una cinta de Hollywood protagonizada por
Wallace Beary, uno de los adelantados del entonces incipiente sistema
de estrellas.
¿Qué nombre dar a esta guerra? Durante años, mientras se daba al
conflicto el nombre de guerra hispano-norteamericana, historiadores
cubanos se empeñaron y consiguieron un nuevo nombre: guerra
hispano-cubano-americana.
¿Cuál de los dos es más apropiado? El historiador Oscar Loyola se
decide por el primero. La guerra que Cuba libró contra España entre
1895 y 1898 —guerra hispano-cubana— fue una clásica guerra
anticolonial; la intervención norteamericana no introdujo un tercer
elemento en esta guerra, dice Loyola, pues los sujetos sociales
implicados se mantuvieron idénticos. Lo que sucedió es que a esa
contienda anticolonial se le superpuso otra, la de EE. UU. contra
España por el dominio de Cuba; un colonialismo nuevo que daba una
batalla, ganada de antemano, por desplazar de la Isla a un viejo
colonialismo.
Esa guerra, que debe denominarse hispano-norteamericana, se libra en
el mismo escenario geográfico en que transcurría la guerra
hispano-cubana. Apunta Loyola: «Los intereses que llevaron a Cuba, a
España y a EE. UU. a la guerra eran tremendamente diferentes… Lo que
determina el carácter de una guerra es el fin que persigue. A la
guerra nacional liberadora del pueblo cubano le fue arrebatada, en los
marcos de una guerra entre potencias, la primacía histórica».
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