Contrabando
Ciro Bianchi Ross • digital@juventudrebelde.cu
16 de Julio del 2016 22:28:47 CDT
«Comencé la lectura de su novela y la terminé sin interrumpirla. La he
saboreado bien…», escribía don Fernando Ortiz a Enrique Serpa con
relación a Contrabando, publicada originalmente en La Habana, en 1938.
Ese título, en opinión de Alberto Garrandés, «es una de las novelas
más logradas de la primera mitad del siglo XX cubano», y su autor,
escribía Loló de la Torriente, «ha sido uno de los escritores más
hechos de los últimos años republicanos», que con esa novela dio a su
obra, expresaba Mariblanca Sabas Alomá, «categoría máxima», en tanto
que para Salvador Bueno el libro en cuestión es «una de las novelas
más vigorosas nunca antes escritas en Cuba». Su publicación en Francia
(París, 2009), traducida al francés por Claude Fels, tuvo amplia
resonancia en la prensa de ese país, que la vio como un clásico;
críticas y reseñas, afirmaba Graziella Pogolotti, que revelaron la
inocultable sorpresa de los comentaristas que, situados de manera
inconsciente en una perspectiva eurocéntrica, destacaron la eficacia
del autor en el empleo de los procedimientos narrativos, la densidad
del relato y la caracterización de los personajes colocados en una
situación límite. En el año de su publicación, Contrabando ganó el
Premio Nacional de Novela. Su reciente aparición en Cuba, donde se ha
reeditado ya varias veces a partir de 1975, es uno de los platos
fuertes del panorama editorial en el presente verano.
Ernest Hemingway consideraba a Enrique Serpa como «el mejor novelista
de la América Latina». La aseveración parece exagerada. Lo que está
fuera de toda duda es que Contrabando es una de las mejores novelas
escritas en español en todos los tiempos.
Contaba Loló de la Torriente que una tarde Hemingway le preguntó por
dónde andaba Serpa. Acababa de leerse la novela y quería hablarle.
—¡Ah! Anda por muchas partes —respondió la futura autora de Mi casa en
la tierra. Y añadió que podía andar por el bar Panamerican, en la
calle Bernaza número 1, el primer establecimiento de su tipo en La
Habana provisto de aire acondicionado, lo que le robó buena parte de
su clientela al Floridita. O quizá por El Templete, el bar-restaurante
de la Avenida del Puerto especializado en pescados y mariscos, o por
el periódico El País, en la Calzada de Reina.
El autor de Fiesta pidió a la columnista del diario El Mundo y a la
revista Bohemia que llevase a Serpa el día siguiente al Floridita.
Cuando llegaron, Hemingway estaba en la barra con un vaso de whisky en
la mano. Loló lo tocó en un hombro y le anunció la presencia de Serpa.
Hemingway, sin soltar su vaso, condujo a los recién llegados a una
mesa. Ya sentados, clavó sus ojos en los ojos de Serpa y le espetó:
—Oiga, amigo, ¿por qué pierde usted su tiempo como periodista?
Recordaba Loló que Serpa, rápido como el vuelo de una gaviota,
respondió con su voz ronca y cascada:
—Porque aquí no pagan 20 000 dólares por un cuento corto para el cine,
¿sabe usted? Y mi familia y yo también comemos.
Decía Loló de la Torriente que Hemingway afinó su lenguaje, dulcificó
su rostro, soltó una insolencia en español y en apariencia aceptó de
buen grado el puntillazo de Serpa. Dijo de pronto:
—Es usted el mejor novelista de la América Latina y debe dejarlo todo
para escribir novelas.
La charla, tragos van y tragos vienen, se prolongó hasta las diez de
la noche. Al día siguiente, concluía Loló su relato, Hemingway estaba
en Cojímar pescando, con dos muchachos en su lancha, y Serpa trataba
de cazar una noticia en la sala de prensa del Palacio Presidencial.
Por la misma época, en México, Rubén Romero, autor de La vida inútil
de Pito Pérez, preguntaba a Loló si Enrique Serpa vivía de sus libros.
—Ay, don Rubén, en Cuba ¡ningún escritor vive de sus libros! Tiene que
hacer gacetillas, ser maestro, vender chiviricos o morirse de hambre…
Los oportunistas viven del presupuesto con botellitas miserables. Los
verdaderos escritores tragan en seco…
Rubén Romero sabía muy bien de qué le hablaba Loló de la Torriente,
pues había sido embajador de México en La Habana.
Una vocación tenaz
Se trata de un poeta de nota muy personal, como se advierte en La miel
de las horas (1925) y Vitrina (1940) y, como asegura Raimundo Laso, es
un narrador de tenaz vocación que supo conservar los caracteres de su
personalidad literaria en medio de las vicisitudes de su época.
Muestra particular buena fortuna en los cuentos que compiló en
volúmenes como Felisa y yo (1937) y Noche de fiesta (1951). Su relato
Aletas de tiburón (1963) se hace imprescindible en cualquier antología
que del género se publique en estas tierras. Otra novela suya es La
trampa (1956). En 1978 aparece La manigua heroica, que no llegó a
publicar en vida, y deja inéditos Tierra de tabaco e Historias de un
juez. También quedan inéditos La oscura tragedia de Julio Douvrés
(novela) y los cuentos de Es su secreto y otras historias. Es el autor
de uno de los capítulos de Fantoches (1926), novela escrita por varios
autores.
Como periodista, su nombre se inscribe entre los de los grandes
cronistas cubanos; un profesional muy valorado también por sus
reportajes y un fotorreportero notable. Consciente de que el destino
último del buen periodismo es el libro, mucho de lo que escribió para
diarios y revistas —El Mundo, El País, Excélsior, El Fígaro, Social,
Carteles, Bohemia…— lo recogió en volúmenes como Norteamérica en
guerra (1944), Presencia de España (1947), Jornadas villareñas (1962)
y Días de Trinidad (1939), que muchos consideran como su más valioso
aporte periodístico.
Sobre esa arista de su quehacer, escribe el también periodista
Fernando G. Campoamor:
«En su obra —aun en la del diarismo, que injuria y hasta mutila a sus
hijos— Serpa salió a salvo de la prueba de los ácidos, y hasta en sus
reportajes redactados sobre la marcha por pueblos, guardarrayas y
atajos de las provincias, hay una identidad con su fino espíritu, con
su arte inicial de poesía, que siguió campeando en su prosa plástica».
Enrique Serpa mereció los premios periodísticos Enrique José Varona,
Eduardo Varela Zequeira y Antonio Bachiller y Morales, y en tres
ocasiones el Premio de Reportaje del Ministerio de Educación por sus
trabajos Raid Habana-Santiago (1936); Oro en Isla de Pinos (1938) y
Fracasará la revolución en México (1939). Precisamente el Gobierno de
ese país le otorgó la condecoración del Águila Azteca y ciudades del
interior de la Isla le confirieron la condición de Hijo Adoptivo. En
1951 su cuento Odio mereció el Premio Hernández Catá, la más alta
distinción literaria cubana anterior a 1959.
¿Quién es Enrique Serpa Filis?
Hecho por sí mismo
Nace el 15 de julio de 1900, en La Habana. Se trata de un hombre hecho
por sí mismo. Apenas asiste a la escuela, pues con 12 años de edad
intenta ganarse la vida como aprendiz de zapatero y de tipógrafo y
mensajero de una tintorería, y tiene solo 15 cuando abandona la casa
materna —es huérfano de padre— y encuentra empleo en Matanzas, primero
como pesador de caña y más tarde como oficinista en un central
azucarero.
De vuelta a la capital, Rubén Martínez Villena le consigue empleo en
el bufete de Fernando Ortiz, de quien el autor de La pupila insomne es
secretario. Serpa será el secretario del secretario. Fueron
condiscípulos en la Escuela Pública número 37 del Cerro y la amistad
los une para siempre. En el cuarto aniversario de la muerte de Rubén,
Serpa le dedica una página bellísima en la que, «santo, laico, espejo
y flor de nobleza», lo compara con el Quijote y le exalta la fortaleza
de ánimo, el espíritu de justicia y la abnegada vocación de
sacrificio. Resalta la piedad del poeta, que le hacía sentir como
propias la miseria y la angustia ajenas, y el impulso heroico que lo
llevó a arremeter contra los molinos en su anhelo de liberar galeotes.
Añade: «Y tuvo, por encima de todo, su inefable don de bondad, una
bondad tan grande, apasionada y honda que estaba casi más allá del
concepto humano».
Con Rubén, Andrés Núñez Olano y otros jóvenes intelectuales de la
época es habitual en las tertulias del café Martí y forma parte del
Grupo Minorista que, en sus almuerzos sabatinos en el hotel Lafayette,
se pronuncia contra los valores falsos y gastados y en favor de una
radical y completa renovación formal e ideológica en las letras y las
artes, además de preocuparse por los problemas políticos del momento.
Son años en los que Serpa lee como un endemoniado: Zola, Flaubert y
Maupassant. Azorín y Unamuno. Valle Inclán y Galdós. Darío y Rodó.
Sanguily, Varona, Martí. El periodismo es la profesión de los que se
quedaron sin profesión. Con 21 años de edad ingresa como reportero de
a pie en el periódico El Mundo, donde no tarda en ser nombrado jefe de
Corresponsales, primero, y luego jefe de Información. En realidad,
parece haber colaborado con cuanta publicación vio la luz en Cuba
antes de 1959.
Viaja muchísimo por el exterior y recorre el país de cabo a rabo.
Entre 1952 y 1958 es encargado de prensa en la Embajada cubana en
Francia. Al quedar sin efecto su nombramiento diplomático, pide dinero
prestado para regresar a La Habana y ya aquí vuelve al periodismo.
Escribe para El Mundo, dirigido entonces por su viejo amigo y vecino
Luis Gómez Wangüemert, y también para las revistas Bohemia, Unión y
Mar y Pesca.
Enrique Serpa fallece en La Habana el 2 de diciembre 1968.
Coincidencias
En la papelería de Serpa en poder de su hija obra una carta de Martha
Gellhorn, la tercera esposa de Hemingway, en la que pide a Max
Perkins, el editor de su marido, que traduzca Contrabando y procure el
modo de publicarla. Hace algo más de cinco años un ejemplar de la
primera edición de For Whom the Bell Tolls (Por quién doblan las
campanas) dedicado por Hemingway a Serpa en agradecimiento por el
envío de Contrabando, registró, hasta dónde conoce el escribidor, una
oferta de 78 000 dólares en una subasta on-line. Se ignora el camino
que hasta ahí recorrió ese libro desde la biblioteca de Serpa, donde
supuestamente estuvo alguna vez. ¿Estuvo en verdad? Clara Elena Serpa
dice, enfática, que nunca lo vio y que en la biblioteca de su padre
todos los libros estaban en español y que cuando ella quiso leerlo
recurrió a la traducción. De cualquier manera, Serpa es el escritor
cubano más presente en Finca Vigía; libros en cuyas dedicatorias Serpa
habla de admiración, homenaje, afecto, amistad…
Hay algo más importante aún, señalan especialistas. Es la influencia
que Serpa parece haber ejercido en Hemingway. Entre La aguja, cuento
escrito por el cubano, y El viejo y el mar hay coincidencias. De
seguro pura casualidad, porque no hay que olvidar que, grandes
escritores al fin, cada cual recorrió su propio camino
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