ELIGIO DAMAS
Esta retahíla, este soliloquio, apareció así de pronto, para decir una vaina que si nadie entiende mejor, para ahorrarme los insultos. Si me llegasen a llamar loco me harían un gran halago. Cuando Pepe Mujica llamó “cabra loca” a Maduro, hizo de la calificación un halago. Hasta motivó que a Elías Jaua, a quien parece le doliese la barriga cuando habla, le mandasen a conversar con el viejo Tupamaro, no sé en qué cosas debió irle bien porque de allí voló a Dominicana al diálogo, que Chúo dice que no hubo, la oposición lo confirma, pero no por lo que dijo aquél, sino porque el gobierno no aceptó como participante a alguien a quien califica “prófugo de la justicia”. Pero Aunque ya sé lo que me harán, mandarme para el carajo, porque hasta los presumidos no tienen la respuesta, me arriesgaré con la intención de ayudar a pensar sobre una vaina tan difícil que muchos creen papaya y la ofrecen casi como aperitivo.
Una de las vainas de construir el socialismo, por supuesto partiendo del capitalismo, es que el paciente se mueve permanentemente, porque está vivo. Si uno le ata a la mesa de operaciones, el carajo sigue moviéndose. Es más, si el cirujano, o alguno de quienes le acompañan, pierde la paciencia, o en virtud del intenso movimiento ejecuta una maniobra inapropiada o hace eso que llaman “mala praxis médica”, puede provocar serias e intensas convulsiones y hasta matarle; aun así no dejará de moverse estando en movimiento. Ese incesante movimiento de movimientos obliga a prescindir en parte de manuales y formulaciones generales, o por lo menos darles el uso prudente que ellos mismos demandan y tratar de tomarle el ritmo a la vida que transcurre, no en el libro sino frente a nosotros. Hasta correr a su lado intentando no dejarle que ni se adelante ni se atrase, como tampoco uno, para estar allí con ella, como solía decir Chávez, justo en el segundo preciso. Aunque el comandante pareció no entender mucho la vaina tampoco.
No es pues un problema de gustos ni siquiera antojos y muchos menos por simples deseos de echarle bolas al asunto, como algunos revolucionarios de los años sesenta tenían como la clave del dilema, pese que por eso se hicieron ilustres. Se requieren muchas cosas más que en veces uno no tiene, no encuentra, no percibe o no halla ese segundo, momentico, el resquicio mínimo para entrar en el torrente, para volver a Chávez. Por eso, cuando uno critica a quien en eso falla, pero que uno tampoco sabe cuándo, cómo y dónde falló y menos qué, cuándo y cómo hacer, no nos queda que empezar por auto mandarnos al carajo.
Cuando a Hiroshima y Nagasaki, le cayeron de sorpresa encima aquellos dos bombazos descomunales, las ciudades se movieron, se estremecieron, sus habitantes hicieron lo mismo, miles se murieron y siguieron moviéndose; quienes quedaron vivos también se movieron y ya no fueron los mismos porque sus movimientos llevaron sus partes a otras existencias. La vida toda se estremeció, movió y asumió otro carácter de vida. Cambió, como tuvo que hacerlo, por aquella más que drástica ruptura inesperada. Cuando a los gringos le reclamaron, simplemente dijeron ¡Váyanse mucho al carajo!
La sociedad humana es muy dinámica y cuando está sujeta a presiones o expectativas de cambio, lo es mucho más. Entonces el paciente se vuelve impaciente y hasta como un caballo encabritado. Aquí vale decir aquello que dice el llanero sobre el cuero seco; si le pisas de una punta se levanta la otra.
Por eso, los manuales, frases y pensamientos, productos de la experiencia, estudio u observación de alguien o algo, no son sólo muestras de un instante, un momento de una vida o realidad concreta, que seguirán moviéndose y tornándose distintas a cómo eran antes del trabajo observador. En otras realidades, que podría tener muchos vínculos con aquella, porque pudo haber sido la “misma” de la primera observación pero que en la segunda ya es otra, para decirlo de manera convencional, espacios, tiempos y circunstancias diferentes, aquellos no son sino guías para entrarle al asunto que podrían llevarnos –lo más seguro – a proceder de manera diferente.
A Japón la destruyeron y humillaron los gringos; Vietnam sufrió lo indecible, le lanzaron napalm, agente naranja y toda cuanta cosa hasta prohibida estaba en la guerra, su territorio incineraron metro a metro; Cuba no sólo ha sido víctima del bloqueo, sino de agresiones descomunales, infamantes, como volarle un avión en pleno vuelo, a bombazos y luego proteger allá al responsable de la muerte de 79 muchachos, atletas, que regresaban a su país. No obstante todo eso, los tres países ahora celebran la visita de Obama sin que se haya producido una disculpa ni se perciba, por lo menos por ahora, nada que pueda borrar aquellas afrentas. No obstante, los manuales de los viejos revolucionarios, sus discursos, no convalidan que al jefe de la Casa Blanca, quien no simboliza cambio alguno, sino que garantiza que lo volverían hacer, no sólo se le recibe como “el buen vecino”, sino símbolo de los buenos tiempos. Sencillamente porque aquellos manuales y discursos se hicieron en otra época.
Esto es tan cierto, que quienes han pretendido ponerle freno al robo de divisas y al nepotismo del dólar paralelo, les ha pasado como al plomero que intenta corregir una fuga en una tubería vieja. Han cerrado de un lado y la fuga aparece en otro. La fuga se fuga a espacios más tolerantes.
Ahora mismo parece que para los productos que no aparecen, aparezcan, si aparecen serán mucho más caros que es como si nos hubiese agarrado el sin nariz. Pérez Abad, quien anuncia nuevos precios para varios productos, pareciera destinado a sufrir el mismo desengaño de Arreaza con los huevos. Este sólo logró que subieran de manera desmedida y la tortilla fue mayor que los precios.
Los manuales no están en movimiento. Las frases de antaño tampoco. Lo que aquel viejo sabio o que uno le tiene como tal, dijo mientras miraba al cielo y el estado del tiempo, los pájaros volar cadenciosamente, vale en un sentido general, porque cuando ahora miro, en lo que creo el mismo espacio, hasta los pájaros son otros y viajan en sentido contrario
No es panacea ninguna, aquel juicio o frase que ante un momento histórico, una confrontación o conflicto de clases específico y muchas otras observaciones hizo un estudioso, como para aplicarla a rajatablas en otros casos.
En la lucha de clases, en cualquier circunstancia y en una sociedad que uno pretenda cambiar, no se da el espectáculo, que alguien, digamos Maduro, quien maneja ciertos resortes del poder, al enfrentarse a sus sus contrincantes, digamos los capitalistas, inversionistas, imperialistas, estos tienen una o las dos manos amarradas y hasta los tobillos “arrejuntados” uno con otro. De manera que no puede uno esperar que su pupilo, Maduro, o el dirigente revolucionario gobernante, tire golpes a placer con la certeza que no le noquearán. Por eso uno y más quienes dirigen deben ser prudentes y en vista de la falta de papel higiénico, coger los manuales, los viejos discursos impresos en papel y darle un uso más pragmático.
Entonces no es asunto de hacer lo que uno quiera, diseño en un laboratorio, escritorio o grupo de estudio o tomar la experiencia de lo que en otra parte, en otro tiempo y en otras circunstancias hicieron. Si lo es, la obligación y necesidad de hacer lo que ahora podamos para que la sociedad avance y progrese, lo que significa necesariamente que sea más justa y equilibrada. Entonces se trata de pegar el oído a la tierra, estar entre la gente para saber con certeza lo que quiere, lo que podemos hacer y hasta dónde es posible avanzar. Percatarse de los cambios del escenario y que el adversario se mueve y tiene fuerzas y recursos de todo tipo; no es un tipo amarrado como para ignorarle y sólo pensar en lo qué voy hacer, pues precisamente eso es un marchar como cabra loca. Tampoco es inteligente ni de sabios tirarse por el barranco sin fondo.
No es una frase simple aquello que la revolución y el cambio son tareas que competen al pueblo. La dirigencia presta su experiencia, su disciplina y algunas ideas, el pueblo las toma, las valora, asume hasta dónde lo crea necesario y satisfactorio y empuja para que el cambio avance. El movimiento, las crisis, los alborotos y hasta calenteras colectivas juegan su rol.
Las barreras existen, no son inventos, ni es posible, tampoco irreductiblemente necesario, derribarlas de un soplido o por un mandato de un grupo dirigente, si el pueblo no ha internalizado, organizado las ideas y mecanismos para eliminarlas sin que nada se derrumbe o destruya innecesariamente, menos si no tiene el pueblo el recurso para sustituirlas con éxito. Sin que la tierra se seque y se vuelva estéril.
El Estado, en manos de revolucionarios, no puede hacer el milagro de cambiar con sus mandatos una sociedad para que llegue al socialismo. Pareciera que cuando él se excede en el empeño de buena fe de hacer lo que al pueblo corresponde, la tierra se secase y la muerte, que no es tal, sino una forma de movimiento, lleva a otros paraderos. La vaina es más compleja que gritar a pulmón pleno ¡Viva la revolución! ¡Arriba el socialismo!, para que la vida, la sociedad cambien y nazca una sociedad de iguales con igualdad.
Es un disparate, un cabraloquismo, imaginarse que se combate contra un enorme ejército y hasta se le vence, mientas nos bamboleamos en las aspas de molino. Lo es creer, decir con insistencia que estamos haciendo una vaina que no es corriendo el riesgo que la gente aquello mal valore. Como invitar a comer un arroz con pollo sin pollo que indispondría a la gente contra el arroz con pollo, al cocinero o a los dos. Por eso, no habiendo pollo, es necesario ser honesto y menos cervantino y decirle a los invitados que lo que hay es arroz.
Pero cómo no tengo la bola de vidrio ni la varita de virtud y tampoco comprendo el cómo, cuándo y dónde, no debo estar criticando a otro porque tampoco lo sabe, prefiero por modestia, auto mandarme para el carajo, antes que lo haga otro.
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