lunes, 11 de abril de 2016

BROCHAZOS HABANEROS

Brochazos habaneros
Ciro Bianchi Ross • digital@juventudrebelde.cu
9 de Abril del 2016 21:14:17 CDT

¿Sabía usted que la Plaza de San Francisco recibió en cierta ocasión
el nombre oficial de Plaza de Key West? Pues sí. Ocurrió en 1947, en
tiempos del alcalde Nicolás Castellanos Rivero, y aunque se colocó en
dicho espacio una tarja con la nueva denominación, los habaneros
parecieron no enterarse de ella y continuaron llamándole Plaza de San
Francisco.
¿De San Francisco? En sus comienzos no pudo llevar ese nombre, pues la
plaza existía antes de 1559 y no fue hasta 1584 cuando comenzó a
construirse el convento, un edificio de grandes proporciones cuyas
obras concluyeron en 1591, aunque no quedó listo hasta después de una
amplia reforma que se extendió entre 1731 y 1738, para ser consagrado
al año siguiente.
En 1841 el Gobierno español confiscó los bienes de las comunidades
religiosas y los frailes franciscanos debieron abandonarlo; buscaron
asiento entonces en Guanabacoa y en la iglesia y convento de San
Agustín, hoy, de San Francisco, en la esquina de Cuba y Amargura. El
viejo convento, con su templo, pasó a ser depósito de mercancías y
desde 1856 funcionaron en sus áreas el Archivo General de la Isla y la
Aduana de La Habana. En 1907 fue ocupado por la Dirección de Correos y
Telégrafos y, luego de una acertada restauración, albergó la Dirección
de Comunicaciones, llamada después Secretaría y luego Ministerio,
hasta su traslado a la Plaza Cívica, hoy de la Revolución, en 1957,
cuando se inauguró el llamado Palacio de las Comunicaciones.
Después de 1959 se manejó la idea de instalar allí un museo de
historia colonial. Nada se hizo en ese sentido y el edificio sirvió de
almacén hasta que dio albergue a la Escuela Taller Gaspar Melchor de
Jovellanos, de la Oficina del Historiador de la Ciudad, que lo
restauró con esmero.
El 17 de noviembre de 1995 concluyeron las obras de restauración del
claustro norte del convento, que le devolvieron su aspecto original.
Antes, el 4 de octubre de 1994, terminó la restauración de la Basílica
Menor de San Francisco de Asís.
Hoy el convento da albergue al Museo de Arte Sacro, con una valiosa
colección que incluye, en lo fundamental, imágenes del siglo XVIII,
así como piezas de carácter religioso como las zapatillas y la capa
pluvial de Dionisio Rezino y Ormachea, primer Obispo Auxiliar de Cuba,
bordadas en México en el siglo XVII, en seda, hilos de oro y piedras
preciosas. La muestra tiene importantes piezas de marfil (siglos XVIII
y XIX), una colección de hallazgos arqueológicos, procedentes en buena
medida de las excavaciones realizadas en el propio edificio, y una
amplia representación de la orfebrería y el mobiliario religiosos de
épocas pasadas.
La Basílica Menor de San Francisco de Asís, dedicada a la música coral
y de cámara, es una de las mejores salas de concierto de la ciudad.

Con el nombre de Céspedes
La Plaza de San Francisco también se llamó, por breve tiempo e
igualmente sin éxito, Plaza de Fernando VII. La Plaza de Armas fue
originalmente la Plaza de la Iglesia, por la Parroquial Mayor que se
asomaba a ella y que ocupaba el espacio donde se erigió después el
Palacio de los Capitanes Generales.
A partir de 1581 se hacen sentir las graves diferencias entre Gabriel
de Luján, gobernador de la Isla, y Diego Fernández de Quiñones,
alcaide del Castillo de la Fuerza, por la supremacía en el mando de la
guarnición de la fortaleza, que era ya de 200 elementos. Quiñones
ocupó la Plaza de la Iglesia para que la tropa hiciera sus ejercicios
militares y el lugar empezó a llamarse Plaza de Armas, con el
desconsuelo de la vecinería, que perdió el espacio que dedicaba al
comercio y a la recreación.
Fue entonces que el Cabildo decidió la compra de un terreno para el
asiento de una nueva plaza, pero la adquisición no se efectuó por
falta de dinero. La plaza siguió siendo la de Armas, aun cuando pasado
el tiempo, los soldados de la Fuerza dejaron de hacer allí su
entrenamiento y del destino a la que la forzó el belicoso Quiñones no
quedó más que el nombre.
En 1955 se desalojó del centro de la Plaza de Armas la estatua de
Fernando VII, el rey felón, el más odiado de los monarcas españoles,
emplazada allí en 1834. En su lugar se colocó la imagen de bulto de
Carlos Manuel de Céspedes, Padre de la Patria, obra del cubano Sergio
López Mesa; una estatua de mármol, de tamaño heroico, en la que el
personaje aparece de pie, con la indumentaria de su época y la cabeza
descubierta, erigida sobre el mismo pedestal de la estatua del
monarca, que se guardó primero en los almacenes del Museo de la Ciudad
y se colocó luego en el portal del Palacio del Segundo Cabo, hasta que
pasó al portal del mencionado museo.
Céspedes, duele decirlo, no tiene en La Habana el monumento digno de
su grandeza. En 1900 se creó la Asociación Pro Monumento a Céspedes y
Martí, pero se levantó solo el del Apóstol, en el Parque Central
habanero. En 1919, a iniciativa de don Cosme de la Torriente, coronel
del Ejército Libertador y canciller de la República, el Congreso votó
una ley en la que se consignaban 175 000 pesos para erigirle el
monumento. Nada se hizo. En 1923 el Ayuntamiento de La Habana acordó,
a propuesta de la revista Cuba Contemporánea, dar el nombre de Carlos
Manuel de Céspedes a la Plaza de Armas.

¿Plaza nueva o vieja?
La plaza que nosotros llamamos Vieja fue, en su tiempo, la Plaza
Nueva. Se formó, dice el historiador Arrate, en 1559, cuando ya
existían la Plaza de la Iglesia y la de San Francisco. El historiador
Pérez Beato afirma que fue Plaza Nueva con relación a la de la
Iglesia, porque San Francisco no existía. Quizá existiera, comenta
otro historiador, Emilio Roig, solo que San Francisco, en sus
comienzos, no era más que una pequeña faja de tierra sin edificios.
Precisa el autor de La Habana: Apuntes históricos: «una angosta faja
de terreno situada entre la calle de los Oficios y la Marina, a modo
de playa, faja que se extendía entre el atrio de la iglesia y la calle
de la Lamparilla».
Asegura Roig que San Francisco fue el mercado público hasta que este,
por petición de los franciscanos, se trasladó a la actual Plaza Vieja.
A pesar de haber salido de allí el verdadero mercado, San Francisco
fue durante la Colonia el centro de la vida comercial y de toda clase
de transacciones, «lugar de espera, carga y descarga de los carretones
que acudían al muelle y a los almacenes que rodean aquel lugar;
depósito de mercancías y frutos… Por ella desembarcaban también los
inmigrantes que venían de la Península a hacer dinero en América o a
morir de fiebre amarilla sin haber logrado sus ansias de riqueza».
Como la de San Francisco, también llevó esta el nombre de Fernando
VII. En verdad, ha tenido no pocos nombres a lo largo de su dilatada
existencia: Plaza Nueva, Plaza Real, Plaza Mayor, Plaza de Roque Gil,
Plaza del Mercado, Plaza de la Verdura, Plaza de la Constitución,
Plaza de Cristina, Plaza de la Concordia, Plaza Vieja y Parque Juan
Bruno Zayas. En 1835 el gobernador Miguel Tacón construyó en el centro
de la plaza un edificio cuadrangular de mampostería que se destinaría
a mercado: el Mercado de Cristina, en homenaje a la entonces reina
española. La Plaza Nueva empezó a ser Vieja cuando a partir de 1640 se
construyó la Plaza Nueva del Cristo. Desde 1814 funcionó aquí, de
manera extraoficial, un mercado, y en 1836 Tacón dispuso que se
llamara Mercado del Cristo al conjunto de casillas que ordenó
construir en el lugar.
En San Francisco se localizaba la llamada Casa de Aróstegui,
residencia de los gobernadores españoles desde 1763 hasta que se
construyó el palacio de los Capitanes Generales. Y en la esquina de
Oficios y Amargura se halla el palacete que fue de los sucesores del
IV Marqués de San Felipe y Santiago, donde en 1798 se alojó parte de
la comitiva de los duques de Orleáns, que más tarde ocuparían el trono
de Francia. Hoy es el hotel Marqués de San Felipe y Santiago.

El más rico
No pocas familias principales de la Colonia residieron en la Plaza
Vieja. Sobresale entre ellas la de los condes de San Juan de Jaruco.
El tercer conde, don Joaquín de Santa Cruz y Cárdenas, fue en su
tiempo (1769-1807) el hombre más rico de Cuba. Pero era iluso y poco
práctico. Acometió grandes empresas y casi todas fracasaron; pese a
que carecía de escrúpulos, su capital decrecía y las deudas
aumentaban. Cuando falleció, legó a su hijo mayor la inmensa fortuna,
para la época, de nueve millones de pesos, condicionada por una deuda
de siete millones que en el testamento le obligaba a honrar. Don
Joaquín es el padre de la muy célebre Condesa de Merlin, autora, en
1844, de un libro delicioso, fruto de una breve visita a la Isla,
Viaje a La Habana.
En opinión de especialistas, en la Plaza Vieja se edificaron algunas
de las más bellas mansiones coloniales. Algunas de ellas resistieron
el paso del tiempo. Su armonía constructiva y dignidad arquitectónica
bien merecen el trabajo de restauración al que las sometieron en los
años de 1990, cuando la demolición de un parque soterrado que allí se
construyó en 1952 dio impulso a las labores de remozamiento del centro
histórico. Sus vecinos la tuvieron siempre como la principal plaza de
la villa.
En ella se hicieron las proclamaciones reales hasta los comienzos del
siglo XIX y tuvieron lugar múltiples hechos que matizaron el día de la
ciudad. En 1942 se propuso que se erigiera allí un monumento a los
masones caídos en las luchas por la independencia, ya que fue ese el
espacio donde, en 1820, los miembros de la masonería, portando todos
sus atributos, salieron en manifestación a fin de proclamar
públicamente su adhesión a la libertad y la justicia.

El Caballero de París
Mucho se ha trabajado en estas plazas. La Plaza de la Catedral queda
para una página posterior. En la de Armas acaba de restaurarse el
palacio del Segundo Cabo. El hotel Marqués de San Felipe y Santiago de
Bejucal abre sus puertas en San Francisco, al igual que el edificio de
la Lonja del Comercio, construido en 1909 y transformado en 1996 en un
inmueble inteligente, con una superficie rentable de 9 000 metros
cuadrados.
El Planetario y la Cámara Oscura, en la Plaza Vieja, entusiasman a
grandes y chicos. Allí están además la Fototeca de Cuba y el Centro de
Desarrollo de las Artes Visuales, y, en el orden de la restauración,
el café El Escorial y la Factoría de Maltas y Cervezas, así como La
Victrola, exitoso establecimiento del sector no estatal donde se
concilian la buena cocina, un mejor servicio y el buen gusto.
Los restos mortales del Caballero de París, personaje popular de La
Habana de siempre, fueron inhumados en el convento de San Francisco.
En una de las puertas de ese edificio que da a la calle Oficios, se
colocó la escultura en bronce en la que el artista cubano José Villa
Soberón atrapó al personaje. Una nueva leyenda le surgió a La Habana
Vieja a partir de ella. Se dice que a quien, desde detrás de la
estatua, logre tocarle con una mano la punta de la barba y con la otra
uno de sus dedos, le sonreirá la fortuna. Parece que no es fácil
conseguirlo, pero vale la pena intentarlo.


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