ELIGIO DAMAS
Nota: Hoy domingo, 28 de febrero, hace 78 años, salí del vientre de mi madre, en Cumaná. Una comadrona me sacó y me puso en el regazo de mi progenitora. Luego sobre su pecho y, de ese instante comencé a ser lo que he sido. Un inconforme, persistente en buscar las razones de mi inconformidad y nunca dado ni siquiera acercarme a las subastas, esas donde uno puede comprar o vender sacando ventaja. Por eso, pese lo pesado de este trabajo y hasta lo indigerible, le pongo y espero que mis amigos se muestren generosos. ¡Porque los hay!
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El barco comenzó a hundirse lentamente; el agua se fue metiendo por las ranuras abiertas desde tiempo atrás, por los choques frecuentes con los bordes de puertos solitarios, cuerpos sólidos flotantes atravesados en el mar y el descuido de la marinería encargada de aquellas maniobras, falta de mantenimiento, a lo que ayudó la indiferencia de oficiales de abordo a quienes corresponde la periódica evaluación del estado de la nave. Claro, a estos tampoco nadie vigiló porque en el alto mando parece prevalecer la idea que navegar es flotar, aunque sea por debajo de la línea correspondiente y avanzar aunque como “Chencha, pata cambà”. Se notaba a simple vista, sin necesidad de equipos sofisticados, generalmente apagados o desenchufados, la tendencia del barco a hundirse, también por la desidia de quienes estos operan, que la línea de flotación era desbordada. Marineros de rango o sin él, los tripulantes, desde los barcos que pasan en una dirección y otra, hacen advertencias y todo eso cae en saco sin fondo y así, la mar, todo se lo traga.
Entre la oficialidad se impuso una relación de amigos, de hermanos del alma, donde cada quien entregò su responsabilidad en el otro como si creyese que era la continuación de èl mismo y por eso también, cundió un exceso de confianza que derivò que nadie sintió necesidad de desconfiar, chequear y evaluar a quien y lo que le correspondìa.
Habiendo aquel estado de cosas, las ratas que habitualmente invaden las bodegas, abrieron también sus huecos en el casco para sacar toda cuanta vaina les fuese posible para vender en cada puerto y hasta intercambiar en alta mar, mientras entre los jerarcas de la dirección, de los buenos que en ella ha habido, en el sentido de no tomar para sí lo que no es suyo aunque fuesen muy dados a hacerse los desentendidos con los amigos, familiares o quienes tuvieron una buena conducta, solidaridad hasta estudiada, eso que suelen también confundir con lealtad, pero no la firmeza para no dejarse tentar por cantos de sirenas, de esa manera ayudaron al abrir de troneras por las que el agua penetra y empuja el barco hacia el fondo. Incluso los más puros y de muy alta responsabilidad u obligaciones, no han tenido el temple para poner orden y hacer que las medidas pertinentes se tomasen a tiempo.
Entre quienes forman parte de la marinería, llegados a esa función con compromisos expresos de hacer que el barco se desviase y a hasta zozobrase, los que no, pero por distintos factores, luego a ellos se les unieron, sumaron sus fuerzas y hasta abrieron nuevas grietas, sabotearon y hasta se dedicaron en exceso al descanso, al ignorar toda clase de anomalía, decir “todo marcha al sensual ritmo de las olas”, lo que los hizo y hace formar parte de un proyecto que, según suelen decir del alto mando, no existe. “Ellos” se refieren a los opositores o piratas que forman parte de la población del barco, quienes sabotean, asaltan, lanzas marinos leales por la borda, ponen explosivos para abrir más grietas en el casco, “carecen de proyecto, mientras nosotros tenemos el nuestro, está escrito en El Plan de la Patria”, aunque este haya marcado una ruta y ritmo de navegación diferentes, mientras todos los antes mencionados, por acción u omisión, hacen todo lo posible para que el barco se hunda y lo que es peor, “cuentan con la ayuda” de corruptos, ineficientes, disfrazados de leales y oficiales que nunca leen los instrumentos o los mal interpretan. O, lo que es peor, para no incomodar el estado idílico de los del alto mando, dicen lo que estos se imaginan o desean que ocurra. Desde el aire, por las ondas, por todo resquicio, el espacio insondable, diablos de piel muy blanca, afilados colmillos, lanzan sobre el buque todo lo que daño haga e instruyen en la maldad a quienes abordo bien les sirven.
Desde el puente de mando, allá arriba, donde la oficialidad otea el espacio circundante, la visión viene desde algún tiempo para acá, limitada a un horizonte cercano por causa del hundimiento, pese que ese puesto de observación, instalado en la popa, sube al sumergirse la proa, no se observa como la barca se inclina paulatinamente; alli se ha izado un periscopio, como esos que se suelen usar en los submarinos, para poder mirar por encima de las olas más cercanas y hasta de poca altura. Cada vez parece menor, eso cree uno, quien mira desde abajo y sufre lo que se sufre en aquellas circunstancias, el horizonte que abarca la mirada desde la perspectiva de aquel puente donde está instalado el alto mando. Claro, alguien pudiera decirnos ¿cómo lo sabes, si estás acá abajo, donde nada se mira? Y se irá de nuestro lado creyendo que está en lo cierto. Le anima la buena fe y esa hasta generosa costumbre de ponerlo todo a disposición de la gente en quien se cree. ¡Es hasta feliz! No suele preocuparse ni estar pendiente cuántos centímetros descendió la línea de flotación. No tiene fe en sus instrumentos y recursos, deja eso a los de arriba a quienes, quizás por estar arriba, le parecen dignos de toda confianza o lo que es peor le parecen infalibles. Por eso, o fundados en eso, los del puente de mando a los de abajo le exigen – eso mismo –le exigen lealtad y mirar lo que no miran y forjarse un paisaje absolutamente distinto. No es extraño, aquello del realismo mágico o real maravilloso, aunado al zika y chiquinguya, en este mundo tropical hacen de todo; estragos y hasta generan vanas ilusiones.
Los víveres escasean. Cada día el inventario disminuye sin correspondencia con las medidas de austeridad que se toman y las pocas compras que se hacen a los barcos que se cruzan en la ruta porque el dinero se ha escapado por los huecos, por los mismos por donde entra el agua, muchas veces en las mandíbulas de las ratas que aprovechan cualquier tabla para cambiarse de este barco que se hunde a aquel que a su lado pasa si no raudo, por lo menos con energía necesaria y destino cierto. Hay en el barco una tranquilidad o mejor una conducta extraña. La tripulación y la marinería, la mayoría, hablan por señas y transitan cabeza abajo, como si cada quien estuviese aislándose y tomando sus propias previsiones. Las pocas veces que levantan la cabeza, miran arriba, al puente de mando y taponan sus oídos, porque como si ya de lo que de allá llegue poco les interesa. En todo caso es un gesto de respuesta similar al que siempre allá arriba han asumido frente a los reclamos desde abajo. No me oyes, no te oigo.
Uno podría pensar desde acá abajo, en la cubierta, que allá arriba donde está la alta oficialidad que marca el rumbo y diseña todas las maniobras, hay fiesta y jolgorio, donde todos están embriagados; pero no, lamentablemente no es así. Sí así fuese, a uno le quedaría la esperanza, que al día siguiente, a horas del mediodía, pasada la resaca, allí retornarán estado de ánimo, orden y disposición para hacer las correcciones, que no sirven si son para el futuro, mediano o largo plazo, sino las que se requieren ahora mismo porque es tanta el agua en las bodegas que ya comienza a mojarnos los pies a quienes aquí, en la cubierta, estamos parados y miramos hacia arriba y esperamos las señales. Lo que uno espera ya, es por lo menos, “entre todos, achiquemos el agua” y “timonel ponga el rumbo hacia aquella playa que desde aquí divisamos, maniobre para que las olas no nos vengan de frente”. Es preferible encallar que hundirse. Es obvio.
No obstante, al día siguiente, del día siguiente, de los pocos días siguientes que nos quedan, con el agua a los tobillos en la cubierta, uno escucha hablar de planes como si para llegar a puerto o mantener el barco a flote, tuviésemos toda la vida o los años transcurridos desde que se oyó aquella frase “por ahora”. No hay tierra a la vista y uno empieza a recordar aquellos españoles de las embarcaciones “La Niña, La Pinta y la Santa María”, quienes varios meses después de viajar perdidos por el inmenso mar hasta que al fin, aquel piojoso Rodrigo de Trina gritó ¡¡¡Tierra!!! ¡¡¡Tierra!!! Pero en nuestro caso, ¿cuál será esa tierra? Colón, cuando descendió se encontró el paraíso habitado por ángeles y gente dispuesta a repartir, dar y darse. ¡Y miren que Colón cuando llegó a Macuro, no bajó a tierra porque tenía ceguera! ¿Cuál es el plan de los opuestos? ¿El del FMI? Es decir, gente que nada da, sólo pide y mucho más de lo que debe y merece. La misma vaina de Colòn y su gente, cambiar oro y perlas por trizos de loza, lo que en Cumanà llamábamos “picos de plata”, pedazos de platos trizados; y cuánta baratija trajero en sus barcos. Entonces si tienen plan. Pendejo uno que dice que no. Aunque hasta en eso solemos contradecirnos. Lo que revela que no andamos muy cuerdos. Hablamos para atrás y pà delante. El adversario, interesado en que este barco se hunda, hace de todo: todo lo que puede y tiene cómo; aunque es bueno reconocer que quienes comandan este barco, ellos mismos comienzan a admitirlo, han hecho cosas que nunca debieron hacer y son muchas las que no hacen porque no saben cómo, en qué forma, cuándo, dónde y por discrepar hasta en detalles. Es decir, el enemigo tiene un plan, hundir el barco. Pero también, como de este lado se reconoce, una vez hundido o declarado en zafarrancho, tomarían el comando y aplicarían medidas que se repiten en el discurso oficial, aquellas contenidas en el hacer de Macri el presidente argentino, lo que significa que tienen otro plan. ¿Por qué decir entonces que el bolivarianismo tiene un plan y sus opuestos ninguno?
Y sé bien que no hay fiesta ni jolgorio allá arriba. Tampoco les percibo asustados o angustiados como si lo estamos acá abajo donde el agua ya nos baña, sino llenos de euforia como si sus cavilaciones tuviesen algo que ver con la vida y un arribo a puerto soñado, como el de Colòn.
Uno en este punto, casi al mismo nivel de la línea del horizonte, o lo que es lo mismo, la ola más próxima entre el labio superior y las fosas nasales, espera que en lo alto, más arriba del puente de mando, allá arriba, donde llega el espejo superior del periscopio, entre una imagen de puerto cercano con todo lo que uno necesita para reparar el barco, el estado de ánimo, el cuerpo cansado, herido y la disposición para seguir la marcha, bajo el mando de audaces capitanes que no pierdan brújula y tomen la senda por donde debe marchar la vida, la ruta de los asertivos; es decir, quienes sean capaces de escrutar cada centímetro de mar, evadir los golpes dañinos de las olas, neutralizar a quienes desde dentro sabotean - sin necesidad de tirarlos a la mar -, encontrar las corrientes que ayuden al empuje de las olas y mantengan los motores recién prendidos, antes prendidos y luego apagados al solo sentir una leve mejoría en las condiciones del tiempo y el ritmo de la marcha.
Mientras todo esto pienso y vivo, escucho un pequeño discurso, escapado palabra a palabra desde el puente de mando, pronunciada por el capitán, en aparente estado de sensatez y hasta euforia equilibrada, todo tranquilo, decir en su fuerte voz:
“Vamos bien. El viento azota las velas. Estas por lo menos, por ahora, no tienen huecos, ni siquiera remiendos; los motores les acabamos de encender y pese que habían sido encendidos varias veces y de repente se apagaban, ahora suenan “sedita”, roncan cuando uno se lo pide y empujan que si nos descuidamos pudieran hasta hacer volar la nave. Para mayor suerte, la corriente viene a favor nuestro. Además, pronto saldremos de los apuros que no son muchos, vean como este puente de mando está muy por encima del agua. No olvidemos que tenemos un proyecto que mal que bien, con algunas dificultades, marcha indetenible. ¡Pobre de la derecha que no tiene proyecto alguno! La oficialidad está llena de ánimos y hasta energía; ha sido suficiente con cambiarles de aquí para allá, como volverlos a poner donde antes estuvieron, para que rebosen de energía y perspicacia.”
En verdad, al fin, parecen despertar y empezar a tomar unas medidas que debieron tomarse antes, aunque tampoco son todas y además vienen como recortadas o resultado del temor o acuerdos chucutos. Los motores fundidos o apagados por confiar demasiado en la fuerza inercial y el empuje de la corriente, ignorando que ella, como el viento que sopla y da fuerza a las velas, suele amainar y cambiar de rumbo, han vuelto a prender; esperemos que se mantengan asì, prendidos y roncando.
¿En qué mundo vivimos? ¿No será que todos somos fantasmas viviendo en planos diferentes? ¡Quizàs!. Dios es una vaina. Ese si es verdad que planifica. Pensando en esto y en el todopoderoso, le pido, más que eso le ruego, no sea Rodrigo de Triana, viniendo del pasado, quien grite, duro, con fuerza:
¡¡¡Tierra!!! ¡¡¡Tierra!!! ¡¡¡Tierra!!!
Si es así, tendremos que volver a empezar. ¡De repente tampoco eso es malo!
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Publicado por Eligio Damas para BLOG DE ELIGIO DAMAS el 2/27/2016 04:42:00 p. m.
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