Una foto tomada en 1957 mientras desciende por una de las escaleras del Tribunal de Urgencia lo define: aunque se halla en un segundo plano —el primero ocupado por un guardia de la tiranía, ametralladora Thompson en mano—, el joven irradia tanta seguridad, tanta confianza en sí mismo, que se agiganta; los ojos desafiantes, el rostro firme, el gesto decidido.
Ronda los 28 años y meses después pierde la vida. O mejor dicho, la prolonga de otra manera. Su biógrafo y compañero de lucha, Héctor Rodríguez Llompart, sintetiza esa idea con una metáfora: “El 2 de enero de 1959, también entró Enrique, triunfante, en el campamento de Columbia; se hacía realidad las razones por las cuales ofrendó su vida”.
A Rodríguez Llompart se debe la obra Enrique Hart Dávalos: vitalidad inquieta y desbordante, recién editada por la Oficina de Publicaciones del Consejo de Estado y que será presentada el 9 de abril próximo en el habitual espacio Sábado del Libro, en La Habana Vieja. La lectura de este ensayo biográfico no solo da cuenta de la breve pero fecunda existencia del revolucionario, desde su nacimiento en La Habana el 4 de julio de 1929 hasta su muerte el 21 de abril de 1958 en Matanzas, víctima de un accidente al manipular artefactos explosivos destinados a la actividad insurreccional, sino de la forja de convicciones de un espíritu adelantado.
En casa, Enrique recibió de su padre, uno de los magistrados de más límpida ejecutoria en la judicatura cubana antes y después del triunfo revolucionario, y su madre, destacada farmacéutica con un bien plantado sentido patriótico, lecciones de ética que orientaron un crecimiento espiritual de fundamentos martianos. Un año mayor que Armando, en quien reconocemos es uno de los políticos e intelectuales imprescindibles de la contemporaneidad cubana, la trayectoria de ambos hermanos revela entrañables confluencias.
El golpe de estado del 10 de marzo de 1952 radicalizó la visión política de Enrique. Acudió a la Colina universitaria como muchos otros en busca de armas para enfrentar a la cúpula militar que tomó el poder. Se vinculó al movimiento opositor liderado por el profesor García Bárcenas, pero pronto comprendió que la lucha contra la satrapía debía ser llevada a otros términos. La gesta del Moncada y luego la fundación del Movimiento 26 de Julio resultaron determinantes en su definitiva orientación política y su perfil como hombre de acción.
Rodríguez Llompart tuvo la certeza de compilar diversas fuentes testimoniales que permiten al lector tener la más completa imagen del biografiado, desde sus primeras manifestaciones de rebeldía en el sector bancario al que perteneció, hasta sus faenas combativas en la clandestinidad en la capital, el interior de La Habana y Matanzas, su destino final.
De manera particular sobresalen los testimonios de José Díaz Rodríguez (Pepe), quien acompañó a Enrique en sus avatares habaneros, y de Félix Ponce, Raúl Sarmiento y Caridad Díaz Suárez, indispensables en la aportación de datos sobre la presencia del héroe en Matanzas.
Un capítulo sumamente revelador refleja la preparación de la Huelga de Abril de 1958, los factores que impidieron su éxito, y el subsiguiente redimensionamiento de la estrategia revolucionaria que condujo a la victoria de enero de 1959. Justo 12 días después de los sucesos del 9 de abril aconteció, en un enclave clandestino del barrio matancero de La Cumbre, la trágica explosión en la que junto a Enrique murieron los combatientes Carlos García Gil y Juan Alberto Morales Bayona.
Una columna del Ejército Rebelde, en el Segundo Frente Oriental Frank País por orden de su jefe, el Comandante Raúl Castro, fue bautizada con el nombre del mártir; un destacamento guerrillero en Matanzas también honró al revolucionario. En el Presidio de Isla de Pinos, organizada por los presos pertenecientes al Movimiento 26 de Julio, fue creada la Academia Ideológica Enrique Hart Dávalos.
El 25 de abril de 1958, Fidel escribió una carta a Faustino Pérez en la que dijo: “Duros sacrificios tenemos por delante. Nuevos y sensibles claros se harán en las filas de los mejores compañeros; golpes muy rudos nos esperan en cada valor y cada afecto que se lleve la muerte. Ciro Frías y Enrique Hart fueron los últimos en la heroica y larga lista. Pero así serán más grandes también los frutos que la Patria reciba de una revolución abonada con tanta sangre generosa y más grande la gloria de los que se han sacrificado”.
Este libro de Rodríguez Llompart nos presenta la más viva estampa de un joven héroe. “Lo decente y lo moral es raíz fuerte y poderosa de lo revolucionario. Así fue él. Y la base de la moral está en la verdad. Era su pasión”, expresó Armando Hart al enterarse en prisión de la caída de su hermano. Un héroe a la altura de nuestra época.
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