domingo, 15 de noviembre de 2015
LA REAL FUERZA
La Real Fuerza
Ciro Bianchi Ross • digital@juventudrebelde.cu
14 de Noviembre
del 2015 21:00:38 CDT
El castillo de la Real Fuerza es la fortaleza más
antigua de La
Habana, y, por lo mismo, una de las joyas más preciadas con que
cuenta
la ciudad. Ha sido, sin embargo, la más discutida de todas las
defensas
de la urbe y tanto fue el empeño en demolerla que pusieron
de manifiesto no
pocos capitanes generales, que bien puede afirmarse
que ha llegado a nosotros
por puro milagro.
Algunos autores la tienen como la más antigua de América.
Su
construcción se inició en 1558, durante el mando del gobernador Diego
de
Mazariegos, que ejecutó lo dispuesto en una Real Cédula de 1556, y
la concluyó
el arquitecto Francisco Calona, unos 20 años después, en
el gobierno de
Francisco de Carreño.
Un comedor de plomo
Carreño era hombre de armas tomar.
Se distinguió como navegante en la
era de los descubrimientos y luego se
enfrentó a indios y a corsarios
y piratas en Nicaragua y Cartagena de Indias.
Por su valor lo
nombraron gobernador de Panamá en tiempos de las
revueltas
sangrientas que protagonizaron Lope de Aguirre y sus
«marañones».
Felipe II lo designaría Almirante de la Armada Invencible, y
cuando la
Armada Invencible fue vencida, el monarca no lo dejó de la mano,
pero
le confió un puesto menor, tan menor como aquel de Gobernador General
de
la Isla de Cuba en una época de gran pobreza pública y de
sobresaltos continuos
por las amenazas de los piratas.
Llegó a La Habana en 1577 y enseguida se dio
cuenta de los defectos
constructivos de la Fuerza y de la malversación colosal
que de su
presupuesto hicieron su antecesor, el gobernador Gabriel Montalvo y
el
arquitecto Calona. A Montalvo lo envió encadenado a España para que
lo
juzgaran, pero se apiadó del arquitecto por ser pobre, tener seis
hijos a
su amparo y hallarse endeudado. Aun así, Calona debía
reintegrar dos mil
ducados a las arcas reales y construir de nuevo, a
su costa, el aljibe de la
fortaleza.
Con sonrisas, zalemas y muestras de arrepentimiento disimuló
el
arquitecto su odio hacia el gobernador Carreño. Había jurado vengarse
y lo
haría ciertamente el día del cumpleaños de la máxima autoridad
colonial cuando
le envió de regalo un exquisito plato de manjar blanco
«tocado» con veneno. El
tósigo hizo su efecto y Carreño rindió su alma
a Dios.
La golosina más
inocente consiguió lo que en años no lograron
corsarios y piratas, los indios
bravos de Nicaragua y los temidos
«marañones» de Lope de Aguirre. Un comedor de
plomo, diría Álvaro de
la Iglesia en una de sus Tradiciones cubanas, no pudo
digerir un
dulce.
Mil defectos, pero…
Las críticas no cesaron con la muerte
de Carreño. Por esa misma época,
por orden del Rey, la inspeccionaba Antonio
Manrique, que le reprochó
en primer término su ubicación frente a la loma de la
Cabaña, que la
señoreaba toda. El inspector real censuró asimismo la pequeñez
del
patio, la falta de escañeras, la endeblez de las puertas y la carencia
de
agua para beber y otros menesteres. En cuanto a los fosos que
aislaban la
edificación, los encontró tan altos que «si no se bajan
conforme a la marea, no
podrán tener agua aunque se la echen a mano».
No obstante, Manrique concluía su
informe aseverando que la fortaleza
estaba en término. Precisaba que
artillándola y pertrechándola «puede
muy bien defender y ofender», si bien no
cuenta todavía con
municiones suficientes y son escasas sus piezas de
artillería, «ocho
medianas y una quebrada por la boca».
Ninguna de esas piezas
alcanzaba más allá de la boca del puerto,
asegura Emilio Roig en su
imprescindible La Habana; apuntes
históricos. Añade el distinguido historiador
que al darse por
terminada la construcción de la fortaleza, su guarnición
la
conformaban 50 hombres, de los cuales, 19 eran portugueses, dos
flamencos y
un alemán, mientras que el tambor era un negro viejo
esclavo. El Gobernador
nombró Capitán de la Fuerza a su hijo de 14
años de edad, aunque aseguró que se
trataba de una designación
puramente nominal. Sobre la disciplina de la
fortaleza da cuenta el
hecho pintoresco de que el Gobernador, por la noche,
encerraba a la
guarnición en el recinto y luego guardaba la llave debajo de
la
almohada.
Frente a Francis Drake
En julio de 1579 la Corona consideró
que la Fuerza estaba ya «en
defensa» y por tanto debía ser saludada por todos
los navíos que
entraran en el puerto. Tres años más tarde quiso Madrid poner
al
frente de la fortaleza a un oficial «de responsabilidad» y nombró
alcaide
del castillo al capitán Diego Fernández Quiñones.
El nombramiento trajo graves
disensiones entre la nueva autoridad y el
gobernador Gabriel de Luján,
diferencias que tuvieron eco en la Corte
pues el Rey consideraba que gobernador
y alcaide debían ser una sola
persona y el Consejo de Indias pensaba lo
contrario. Recomendó el
Consejo entonces relaciones armónicas entre los dos
funcionarios, pero
poco se consiguió al respecto. No obstante, sus diferencias
no
impidieron mejoras en la fortaleza.
En verdad, las divergencias quedaron a
un lado cuando se supo de la
cercanía del corsario Francis Drake a la capital y
sobrevino el temor
de que la asaltara. Así, Luján y Quiñones olvidaron sus
discrepancias,
pusieron a un lado los celos y llegaron a un rápido acuerdo
para
defender la ciudad. Drake, en definitiva, no atacó pero la Fuerza
se
benefició con 50 toneladas de pólvora y 40 toneladas de plomo. Luján
y
Quiñones, por otra parte, solicitaron al Rey pólvora, cuerdas y
municiones
para la defensa de La Habana, y pidieron a México el envío
de municiones y
artillería, así como 300 hombres y el dinero necesario
para pagar sus sueldos y
raciones.
Un año más tarde, el 2 de julio de 1587, llegaba a La Habana Juan
de
Tejada. Asumió como Gobernador General de la Isla y al mismo tiempo
como
Alcaide de la Fuerza, que fue dotada de ocho piezas artilleras de
bronce,
municiones, pólvora y cuerda. Acompañaba a Tejada el
ingeniero militar
Bautista Antonelli que emprendería aquí un vasto
plan de fortificaciones que
culminó años más tarde con la
construcción del Morro y de La Punta.
La
fuerza vieja
Ese castillo de la Real Fuerza, que es el que conocemos, se
construyó
en el espacio que ocupaba la morada de Juan de Rojas y otros
ocho
vecinos principales de La Habana primitiva, entre ellos una mujer y
un
sacerdote, que habían hecho de la zona una suerte de
barriada
aristocrática. El gobernador Mazariegos confiscó sus terrenos y,
como
regla, los afectados tardaron años en cobrar la
indemnización
correspondiente.
A 300 pasos de allí se había edificado lo que
los historiadores llaman
la Fuerza vieja que ocupaba, dice Emilio Roig, el
sitio donde hasta
después de 1933 estuvo emplazada la Secretaría de Estado, al
comienzo
de la calle Tacón, esto es, detrás de la Fuerza actual.
Una de las
grandes preocupaciones de los habitantes de las poblaciones
costeras de la Isla
eran los ataques y saqueos de corsarios y piratas,
así como de fuerzas de
aquellas naciones que se hallaban en guerra
contra España. Madrid tardaría no
pocos años en tomar medidas que
pusieran freno o atenuaran esos desmanes, pese
a su gravedad. Solo
después de los desastrosos ataques de 1537 y 1538 fue que
Madrid
decidió fortificar La Habana. Dicha tarea se le encomendó a Hernando
de
Soto, Gobernador de la Isla y Adelantado de la Florida; el hombre
que buscó en
ese territorio la fuente de la eterna juventud, y murió
sin
encontrarla.
Aquella fortaleza quedó lista en 1540, pero de la Fuerza solo
tenía el
nombre. Resultaba inoperante y más lo era a medida que el puerto de
La
Habana se convertía en punto de reunión de las flotas que llevaban a
España
el oro y la plata de América. La agresividad de corsarios
franceses obligó a la
Corona española a mejorar las defensas de la
ciudad. ¿Se mejoraría la Fuerza o
se acometería una Fuerza nueva? El
empeño provocó largas discusiones y aunque
algo se hizo la fortaleza
quedó prácticamente arrasada el 1ro. de julio de 1555
cuando el
corsario francés Jacques de Sores asaltó y tomó La Habana. Quedó
en
tan pésimas condiciones que tres años después, aunque disponía de
algunas
piezas de artillería, se utilizaba como corral para el ganado
destinado al
sacrificio. Fue entonces que se determinó la construcción
de la Fuerza
actual.
Aclaración necesaria
En la torre de homenaje del castillo una veleta
indica a los viajeros
la dirección del viento. Es la primera escultura en
bronce de que se
tiene noticias en Cuba. Se trata de la Giraldilla y evoca a la
que en
Sevilla remata la torre de La Giralda.
Muchos creen ver en ella la
representación de Inés —o Isabel— de
Bobadilla, la esposa de Hernando de Soto.
Cuando este marchó a la
conquista y colonización de La Florida, ella subía a la
torre a
esperar su regreso. Pero Hernando de Soto no regresó. Sus
compañeros
lo enterraron en el lecho de un río para que los indios no
profanaran
su cadáver y ella, sobrecogida por la noticia, murió en el
propio
mirador.
Una bella historia, sin duda. Solo que Inés, que es la única
mujer que
hasta ahora ha desempeñado la máxima autoridad en la Isla, volvió,
ya
viuda, a España, y la muerte de Soto ocurrió cuando aún existía la
Fuerza
vieja, es decir, mucho antes de la construcción de la torre
donde se emplazó la
Giraldilla.
No guardan relación por tanto Inés y la Giraldilla. Muchos dan
por
cierto lo contrario. Así son las leyendas.
Cuartel, archivo,
biblioteca
Como ya se dijo, no fueron pocos los capitanes generales que
quisieron
demoler el edificio. Afortunadamente, el castillo se conservó.
Fue
oficina y cuartel durante la Colonia y durante la
intervención
norteamericana sede del Archivo General de la Isla de Cuba hasta
su
traslado en 1906 para el viejo cuartel de Artillería de la
calle
Compostela. A partir de 1909 radicó allí la jefatura de la
Guardia
Rural y luego el Estado Mayor del Ejército y la jefatura del
batallón
número 1 de Artillería.
En 1938, el coronel José Eleuterio Pedraza,
jefe de la Policía
Nacional, —el hombre que, en virtud del toque de queda,
puso a dormir
a La Habana a las nueve de la noche— desalojó de manera violenta
la
Biblioteca Nacional de la Maestranza de Artillería. Su objetivo
era
construir en el espacio de la Maestranza, en Cuba y Chacón, la
jefatura
del cuerpo que comandaba, lo que hizo. Los fondos de la
Biblioteca pasaron
entonces a la Fuerza y allí estuvieron hasta el 21
de febrero de 1958, cuando
la Biblioteca estrenó edificio propio en la
Plaza Cívica o de la República; la
actual Plaza de la Revolución.
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