miércoles, 28 de octubre de 2015
NAPOLEON COCINO EN LA HABANA
Napoleón cocinó en La Habana
Ciro Bianchi Ross • digital@juventudrebelde.cu
24
de Octubre del 2015 20:25:05 CDT
El lector Gustavo Muñoz Ricardo inquiere
información sobre el
desaparecido central Toledo y su propietario. Según The
Gilmore;
Manual azucarero de Cuba (1954), en esa fecha tenía dicha
industria
una capacidad de molida diaria de 450 000 arrobas de caña y,
en
terrenos propios y controlados, cosechaba el 60 por ciento de lo
que
molía. Su propietario era Manuel Aspuru San Pedro, presidente de
la
Compañía Azucarera Central Toledo. Aspuru era dueño de más de una
fábrica
de azúcar, entre ellas, el central Fajardo (150 000 arrobas)
en Gabriel,
antigua provincia de La Habana, y el Providencia, en
Güines, con una molida
diaria de 220 000 arrobas. El central
Providencia se fundó en 1800 por don
Francisco de Arango y Parreño, el
llamado «estadista sin Estado» y eminencia
gris de la sacarocracia
criolla.
Las oficinas de esas fábricas radicaban en
Mercaderes 113, La Habana
Vieja. Todas bajo la dirección de Aspuru, ejecutivo
de la Asociación
Nacional de Hacendados de Cuba y del Instituto Cubano
de
Estabilización del Azúcar, que llegó a presidir, y vocal de la
directiva de
la Asociación Cubana de Refinadores de Azúcar. Poseía
además negocios de
ferretería y la Compañía Licorera Cubana,
productora de licores y rones.
Pionero en la fabricación de papel a
partir del bagazo de caña, era accionista
de la Antillana de Acero y
de Cabillas Cubanas, dueño de varias firmas de
seguro, y el segundo
mayor accionista del Banco Financiero, propiedad de Julio
Lobo.
Propietario asimismo de Hotelera del Oeste, que construiría
en
Barlovento (actual Marina Hemingway) un hotel destinado a turistas de
mayor
poder adquisitivo. Fue miembro de la junta directiva del
Instituto Cultural
Cubano Norteamericano y benefactor de la Academia
de la Historia de Cuba, y
costeaba casi en su totalidad la Escuela
Electromecánica del Colegio de Belén,
con unos 600 alumnos. Entusiasta
yatista, bajo su presidencia el Havana Yacht
Club liquidó la totalidad
de sus deudas y salió triunfador en todas las regatas
y competencias
deportivas en las que participó. Guillermo Jiménez, en su libro
Los
propietarios de Cuba, ubica a Manuel Aspuru San Pedro entre los
hombres
más ricos del país.
El central Toledo era la única fábrica de azúcar que se
encontraba en
el perímetro de la capital, justamente en Marianao, y en 1958 se
le
tenía como el más antiguo de los centrales conocidos pues, dice el
ya
aludido Guillermo Jiménez, «hay constancia de la existencia en el
lugar de
un ingenio desde el 2 de diciembre de 1675». Diego Franco de
Castro, director
del coro eclesiástico, lo funda con el nombre de San
Andrés. En 1762, Juana
Sotolongo compra la finca y establece en ella
el ingenio Nuestra Señora el
Carmen, que en 1783 aparece como
propiedad de Gabriel González del Álamo, cuyos
herederos lo mantienen
hasta el siglo XIX.
Luego fue propiedad del conde de
Santovenia. Pasa por otras manos y en
1858 lo adquieren Francisco Durañona,
José Pascual de Goicochea y
Antonio Tuero, pero esa sociedad se disuelve en
1865 y queda Durañona
como propietario único. Es él quien le da el nombre de
Toledo, que es
el del lugar donde nació. Los herederos de Durañona lo venden en
1909
a Juan Aspuru, ferretero —uno de los propietarios de la
siniestrada
ferretería de Isasi— que antes había comprado el 51 por ciento de
las
acciones del central Providencia. Al fallecer Aspuru padre en 1917,
sus
bienes pasan a la viuda y sus cuatro hijos, pero es Manuel quien
asume la
administración de la fortuna familiar. Adquiere entonces la
totalidad de las
acciones del Providencia y en 1934 compra el central
Fajardo. En 1940 establece
una de las primeras plantas de papel de
bagazo, y en 1940 una fábrica de
caramelos.
En febrero de 1955, en ocasión de su venida a Cuba, Richard
Nixon,
entonces vicepresidente de EE.UU., visita el central por invitación
de
Aspuru, que fue su anfitrión durante varios días. Tras el triunfo
de la
Revolución, el Toledo pasa a llamarse Manuel Martínez Prieto,
nombre de un
dirigente obrero de esa fábrica detenido por las fuerzas
represivas de la
dictadura batistiana el 5 de marzo de 1958 y
asesinado tras ser sometido a
horribles torturas.
Madrecita sí, pero ¿de quién?
El doctor Rafael Borroto
Chao discrepa del escribidor cuando dijo que
Osvaldo Farrés compuso Madrecita
en homenaje a su madre, que nunca
pudo escucharla porque era sorda como una
tapia. En opinión del atento
corresponsal, dicha melodía la dedicó Farrés, en
1950, a Regla
Socarrás, madre de Carlos Prío, entonces presidente de la nación.
Doña
Regla, que falleció en 1959 en La Habana y fue inhumada en el
panteón
familiar en el cementerio de Colón, ostentaba los grados de
capitana
del Ejército Libertador. Era hermana del coronel Carlos Socarrás,
cuya
muerte en 1896, motivó una sentida carta de pésame del mayor
general
Antonio Maceo.
No es eso lo que afirma Cristóbal Díaz Ayala,
musicógrafo cubano
radicado en Puerto Rico, autor de La música cubana; del
areito al rap
y Si te quieres por el pico divertir, entre otros títulos.
Consultado
al respecto por el escribidor, respondió:
«En entrevista, Farrés me
contó que se la inspiró su madre. Ella no
podía disfrutarla, por ser sorda,
pero leía la letra y le comentaba a
su hijo que debía ser muy linda, porque
veía la expresión de las
personas que la escuchaban...».
Escuela de
periodismo
Jossie, firma así, a secas, su mensaje electrónico, está
confundida.
Leyó en mi página de 4 de octubre pasado que Rafael Pegudo,
fotógrafo
del periódico El Mundo, había sido profesor de la Escuela
del
Periodismo Manuel Márquez Sterling, y se desconcertó al leer en
esos
mismos días que la Escuela de Periodismo de la Universidad de La
Habana
cumplía 50 años de fundada. Escribe: «Me preguntaba dónde
estudió aquella
pléyade de buenos periodistas que vivió y trabajó
antes del 59… Ahora usted me
vuelve a sembrar la misma duda, ¿dónde
estudiaban los periodistas antes del 59,
si la Escuela tiene 50
años?».
La respuesta es obvia. Son dos escuelas, y una
larga historia que
trataré de simplificar. La Asociación de Reporteros de La
Habana fue
fundada el 14 de abril de 1902. Nació pobrísima, en Gloria 44, en
esta
capital, y solo con 23 miembros. Creció poco a poco gracias al tesón
de
sus componentes y el empuje de su directiva, y también gracias al
apoyo estatal
y a la iniciativa privada. Tuvo su edificio social, un
verdadero palacete, en
la calle Zulueta, aledaño al cuartel de
bomberos, y gestionó con singular éxito
las leyes que regularon el
descanso dominical, la jubilación y el sueldo
mínimo, así como procuró
la asistencia médica y la hospitalización al que las
necesitara. Entre
1941 y 1943 tocó presidirla a Lisandro Otero Masdeu, redactor
del
periódico El País, que abrió una nueva etapa en la vida de
las
instituciones periodísticas cubanas. Organizó el primer Congreso
Nacional
de Periodistas, creó la Escuela Profesional de Periodismo
Manuel Márquez
Sterling y trabajó en la colegiación periodística. Fue
la de Otero una etapa
muy fructífera para el periodismo nacional. Al
cesar en la presidencia de los
Reporters, Otero asumió el decanato del
Colegio Nacional de Periodistas que él
mismo creara. Había hasta
entonces mucho intrusismo e improvisación en el
sector. Se le trató de
poner fin mediante la colegiación, y dos vertientes
nutrieron la
matrícula de la Escuela: la de los egresados de Bachillerato y la
de
periodistas en ejercicio a los que se les obligó a estudiar.
A figuras de
la intelectualidad cubana, como Jorge Mañach, que eran
colaboradores habituales
de la prensa, se les reconoció como
colegiados, y otros tuvieron que evaluarse.
No pocos quedaron fuera
del sector. Sucedieron asimismo cosas curiosas. Elio
Constantín, que
sería subdirector del diario Granma, fue en los años 50
delegado del
Colegio en la revista Carteles, y en calidad de tal comunicó a
Raúl
Corrales, colaborador entonces de dicha publicación, su obligación
de
matricular en la Escuela, pues si no lo hacía cesaba su compromiso
de
trabajo con la revista. Corrales, que era ya el gran fotógrafo que
seguiría
siendo después, tuvo, como alumno, la satisfacción de ver que
sus reportajes se
utilizaban allí como material de estudio y
referencia.
Acerca de la Márquez
Sterling, donde hasta los profesores de
taquigrafía debían ser periodistas en
ejercicio, hay opiniones
encontradas. No son pocos quienes la glorifican y no
son menos los que
le niegan el pan y la sal. No es esa la Escuela que recién
cumplió 50
años, sino la de la Universidad, que fue después la Facultad
de
Periodismo y hoy es la Facultad de Comunicación, a la que los más
viejos
seguimos llamándole Escuela de Periodismo.
A Prado Y Neptuno
Las páginas
sobre el Paseo del Prado (11 y 18 de octubre) abrieron la
válvula de la memoria
de la lectora Alina Delgado Valdés, nieta de uno
de los dueños del restaurante
Miami, en Prado y Neptuno. Recuerda
Alina que de niña acompañaba al abuelo en
sus visitas a propietarios
de otros establecimientos de la zona, como al
gallego José, del Sloppy
Joe’s, y a José María Pertierra, del restaurante El
Ariete, en
Consulado y San Miguel, donde, recordaba Eduardo Robreño, se
elaboraba
el mejor arroz con pollo de La Habana.
«Recorrí a menudo el Paseo
del Prado, me impresionaban sus leones y su
gran arbolado. A la perfumería
Guerlain iba con mi madre y abuela, y
con mis padres al palacio de la
Asociación de Dependientes del
Comercio de la Habana y al Club de Cantineros»,
refiere Alina.
En Prado y Neptuno —acera de la derecha cuando se camina rumbo
a
Galiano— radicó el célebre Bodegón de Alonso, propiedad de Alonso
Álvarez de
la Campa. Era el sujeto coronel de Voluntarios y uno de los
más furibundos
integristas de su tiempo. Su hijo se vio enredado en el
proceso de los
estudiantes de Medicina, acusados de haber profanado en
el cementerio de Espada
la tumba del periodista español Gonzalo
Castañón, y fue condenado a la pena de
muerte por fusilamiento. El
padre quiso salvarle la vida. Ofreció, aunque
quedara en la miseria,
dar a cambio de ella tanto oro como pesara su hijo. No
pudo salvarlo.
Allí se estableció luego el café Las Columnas, donde, en el
verano de
1930, el poeta García Lorca se entusiasmó con la champola
de
guanábana. Años más tarde, el 16 de enero de 1939, abrió sus puertas
en ese
sitio un establecimiento con funciones de restauración, bar,
café-cantina y
fuente de soda. Se llamaría Miami y su propiedad fue
asentada definitivamente
el 30 de abril de 1949 a nombre de Manuel
Menéndez, Manuel Moreno y Antonio
Valdés, el abuelo materno de Alina.
A Antonio Valdés, que llegó a La Habana en
1905, con 14 años de edad,
lo entrenó un chef francés y se le consideró en su
tiempo entre los
mejores en lo que a cocina internacional se refería. No se
sabe ya por
qué, si por su estatura o porque era un emperador en lo suyo, pero
el
caso es que colegas y clientes le llamaban Napoleón. Un Napoleón que
no es
el de los franceses, ni fue político ni guerrero, pero dejó su
huella en la
crónica gastronómica habanera.
--
Ciro Bianchi
Ross
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