lunes, 19 de octubre de 2015
BREVES PINCELADAS A TU ESCRITO "EXPLORANDO PRADO (II) SEGUNDO Y FINAL
Ilustre amigo Ciro,
Estas breves pinceladas
acudieron a mi mente mientras leia tu amena e instructiva cronica sobre el Paso
del Prado.
Hotel Miramar.
En el hotel Miramar estuvo acuartelado uno de
los grupos que formaron parte del contingente de apoyo -que no actuo- en el
asalto al Palacio Presidencial, el 13 de marzo de 1957; este grupo estuvo
encabezado, entre otros, por Mario Morales Mesa, veterano de la Guerra Civil
Espanola, muy vinculado a Eufemio Fernandez.
Royal Bank of Canada.
El
famoso asalto al Royal Bank of Canada, en el que participaron, el Chino Prendes,
Guarina, el moro Nayor, y otros delincuentes, estuvo dirigido, demanera
enmascarada, por el senador, Armando Fernandez Jorva, quien se quedo con la
mayor parte del dinero. El abogado defensor del Chino Prendes, fue mi amigo, el
Dr. Jorge Bacallao.
Restaurant del Hotel Siboney ( propina de Chibas).
Contrario a su costumbre de no dejar propina ( en Las Tres Ases), sin
embargo, en el restaurant, La Maravilla, en la calle Villegas, Chibas dejaba 40
centavos. Fue durante la campana para Alcalde de Fernandez Supervielles,
contienda en la que mi padre fue director, y conto con el decidido apoyo de
Chibas. Con regularidad, ambos almorzaban - junto a otros lideres Autenticos -
en el referido restaurant, el que tenia fama de servir el mejor Bistec ( con
papas, ensalada, postre y cafe ) de la Habana. El importe era de 60 centavos y
Chibas dejaba un billete de un peso.
Un abrazo, Pablo LLabre
Raurell.
Explorando Prado (II y final)
Ciro Bianchi Ross •
digital@juventudrebelde.cu
18 de Octubre del 2015 0:51:45 CDT
El Paseo
del Prado o de Martí tal como lo conocemos hoy con
su senda
central de
terrazo, sus bancos de piedra y mármol, farolas,
copas y
ménsulas, y sus
laureles, quedó inaugurado el 10 de
octubre de 1928.
Un poco después, el
1ro. de enero del año siguiente, se
emplazaban los
ocho leones sobre sus
pedestales. En contra de lo que
suponen no pocas
personas, ninguno de ellos
fue robado jamás.
A fines del siglo XIX, quizá un poco antes, y comienzos
del
XX,
aristócratas, burgueses y profesionales se fueron a vivir
al
Prado. De
la crónica habanera emerge, como vecino del lugar, el
doctor
Manuel
Piedra, eminente clínico que diagnosticó el primer caso de
cólera
en
La Habana y que salvó la vida milagrosamente al contraer
dicha
enfermedad. También los médicos Miguel Franca,
Benigno Souza y
Joaquín
Lebredo, cuyo nombre lleva la maternidad municipal
de Arroyo
Naranjo. El
ingeniero José Toraya y el magistrado Antonio
Barrera, a
quien siempre habrá
que agradecer sus desvelos por mantener
viva la
obra del narrador Alfonso
Hernández Catá. El periodista
José María
Gálvez, que presidió el Partido
Autonomista. En Prado 9,
en la casa de
su abuela materna, vivió parte de su
infancia el gran poeta
José
Lezama Lima. Antes, en Prado entre Ánimas y
Trocadero, tuvo
su
residencia don Pancho Marty, célebre negrero, dueño del
Teatro Tacón y
del monopolio del pescado en la capital.
Dos residencias
fastuosas se alzan en la esquina de
Trocadero, sobre
la acera de la
izquierda, según se avanza desde Neptuno
hacia el mar.
La primera de ellas,
que todavía a comienzos del siglo XX
se
consideraba la más lujosa de La
Habana, fue construida por
una dama
francesa de apellido Scull y adquirida,
luego de haberla
vivido ella
con su familia, por Felipe Romero, conde de
Casa Romero,
casado con la
mayor de las hijas del conde de Fernandina, de
quien se dice
que es la
habanera más bella de todas las épocas.
Cruzando
Trocadero aparece la casa que fuera del mayor
general José
Miguel Gómez,
sede hoy de la Alianza Francesa. Antes, en
ese mismo
sitio, se alzó la casa
de Marta Abreu, que el caudillo
liberal demolió
para construir la suya.
Las dos casas contiguas a esa fueron también propiedad de
Marta; no
así,
como se insiste en afirmar, la de Prado y Refugio,
sobre la misma
acera.
Esta otra gran mansión la edificó Frank
Steinhart, un
norteamericano que
arribó a Cuba como sargento y que con el
tiempo
llegó a ser cónsul general
de su país en la Isla y
un acaudalado
hombre de negocios, dueño de la
empresa de los tranvías.
En las postrimerías del siglo XIX hubo en ese espacio
una
vivienda que
se singularizaba de manera notable del resto de los
edificios de la
barriada. Era una casa cuyo piso estaba unos dos metros más
bajo que
el nivel del Paseo del Prado, por lo que desde la calle se
veían,
sobresaliendo de la edificación, los árboles frutales y de
sombra que
la
familia que la habitaba tenía en su patio.
Esa casa se demolió y allí a su
gusto construyó Steinhart
la suya.
Años después del triunfo de la
Revolución, todavía la
vivía su hija.
Quedó sola con un cocinero chino. No
se hablaban, ni
siquiera se
veían. Ella, inválida, ocupaba el piso superior
y no
podía bajar. Él,
también inválido, estaba limitado a la planta baja y
no
podía subir.
Quienes los visitaron entonces recuerdan el ambiente
surrealista de la
casa, donde parecía que el tiempo se había detenido, y a
la hija de
Steinhart, muy pálida, en su cama antigua, en una
habitación
cerrada,
donde cortinas de terciopelo impedían el paso de la luz.
Tiros y
cine hablado
Muchos recuerdos atesora el Paseo del Prado. Buenos y malos.
Tristes y alegres.
Fue, el 9 de junio de 1913, escenario del duelo irregular
en
que
perdió la vida el general Armando de la Riva, jefe de la
Policía
Nacional. Veinte años más tarde, el 12 de agosto de 1933,
en la
esquina de
Virtudes, caía fulminado por un disparo
certero el coronel
Antonio Jiménez,
jefe de la llamada Porra, grupo
paramilitar con que
el dictador Machado
perseguía y eliminaba a sus
opositores. También
en Prado y Virtudes tuvo
lugar el duelo irregular entre los
legisladores Quiñones y Collado.
Discutieron con aspereza,
y cuando la
disputa pareció tocar a su fin,
Quiñones dio la espalda a
su compañero
de hemiciclo, ocasión que aprovechó
este para balearlo a
traición. Un
poco más allá, en Prado entre Ánimas y
Trocadero, frente
a las
oficinas del Primer Ministro, en el número 257 de la
calle,
el
entonces sargento Lutgardo Martín Pérez —llegaría a
teniente
coronel y
jefe de la Motorizada en tiempos de la dictadura de
Batista— y
el
parlamentario Rolando Masferrer, de triste recordación,
ultimaron a
balazos a Emilio Grillo Ávila, alias «Pistolita»,
caballero de gatillo
alegre. Fue en esta refriega en la que, por confusión o
error,
encontró
también la muerte Francisco Madariaga Mulkay, en
el momento
en que intentaba
adquirir un pasaje para trasladarse en
avión a la
isla de Aruba, donde
vivía.
En Prado comenzaron los habaneros a conocer el cine hablado.
El
hecho,
de relieve cultural, ocurrió en el cine Fausto, en Prado y
Colón.
En
Prado y Neptuno, en una sala de fiesta surgió, con el
título de La
engañadora y autoría de Enrique Jorrín, el primer
chachachá. En la
esquina
de San Miguel, el hotel Telégrafo exhibió en su
fachada el
primer anuncio
lumínico que se conoció en La Habana. Se
trataba de una
bandera cubana
hecha con bombillos incandescentes y en
movimiento,
con la que se
promocionaba la cerveza La Tropical. El 11 de
agosto de
1948, sobre las tres
de la tarde, tenía lugar en la
sucursal de The
Royal Bank of Canadá, de
Prado 307, el robo mayor de dinero
en
efectivo que haya ocurrido en Cuba, al
sustraerse más de
medio millón
de pesos. En la casa marcada hoy con el
número 309 murió
el poeta
Julián del Casal.
Los mejores hoteles de la
ciudad abrían entonces sus
puertas sobre el
Paseo del Prado, sitio donde
confluían la corriente
turística
extranjera, sobre todo norteamericana, y
los
visitantes del interior.
En el momento de su inauguración, en 1875, en
la esquina de
San
Rafael, el Inglaterra se anunciaba como un hotel
enteramente
iluminado
con luz eléctrica y provisto de elevadores, cuarto de
baño
en cada
habitación, cantina, barbería e intérpretes en todos los
idiomas. El
Sevilla, fundado en 1908, tenía su entrada por Trocadero,
hasta
que en
los años 20 construyó una torre de varios pisos que anexó
al
edificio
original y extendió sus servicios y dependencias hasta
Prado. El
hotel
Miramar, en la esquina con Malecón, era el más caro de la
ciudad.
Pequeño, pero muy confortable; lujoso, con chefs de
cocina franceses
y un
orden y limpieza extremados. El Telégrafo disponía de
servicio
telegráfico
exclusivo y teléfono en cada habitación, lo
que lo hizo el
preferido de
hombres de negocio y periodistas extranjeros de
paso por
la Isla.
Este
establecimiento, al igual que el hotel Miramar, era
propiedad de
Pilar
Somoano de Toro. Ambos se descomercializaron por
causas que
desconoce el
escribidor. El Miramar empezó a perder el
favor de la
clientela hacia 1920 y
aquella instalación preferida por el
mundo
elegante era en 1934 edificio de
oficinas —allí tenía la
suya Sergio
Carbó, el periodista más popular de
Cuba en ese
momento—, hasta que
se destinó a sala de fiestas y a escenario
de peleas
de boxeo.
Todavía en los años 60 estaba en pie: era un caserón
oscuro y vacío.
El hotel Telégrafo, en 1958, era una triste casa de
huéspedes.
Para comer bien
Refiere la crónica que el restaurante del
hotel Miramar fue
uno de los
lugares donde mejor se comió en La Habana.
Sitios donde
comer bien, y
a veces mejor, en Prado nunca faltaron. Muchos
recuerdan aún el
servicio del Centro Vasco, a comienzos del Paseo, antes de
su traslado
al Vedado, y las comidas de la Tasca Española, en el
número 51
de la
calle. El Frascati, en el 357, se alza todavía en el
recuerdo de
los
que lo conocieron como una casa insuperable de la cocina
italiana,
poco extendida en la Cuba de entonces.
En el restaurante del hotel Siboney, en
Prado 355,
preparaba el
entonces muy joven Gilberto Smith platos de cocina
judía
—funcionaba
la Unión Hebrea Chavet Ahim, en el número 557—, hasta
que, ya con la
cocina en la palma de su mano, pasó a Los Tres Ases,
en
Prado 356.
Gozaba esa instalación de una clientela selecta: ricos
empresarios,
políticos de moda, profesionales de sólido prestigio.
Entre
ellos
estaba el periodista Enrique de la Osa, jefe de la
sección En Cuba,
de la revista Bohemia, siempre con una copa de Veterano de
Osborne en
la
mano, rodeado de amigos y a la caza de la noticia. Era un
cliente
espléndido, que recompensaba con largueza el buen servicio.
También el
ex
primer ministro Carlos Saladrigas, ensimismado y
taciturno, y Bobby
Maduro,
uno de los dueños del Gran Stadium del Cerro y de
la
Financiera Nacional,
locuaz y sonriente, satisfecho de la
vida. El
senador Eduardo Chibás, que
nunca dio propinas, se
desvivía por las
costillas de cerdo Baden, que Smith
preparaba para él en
Los Tres
Ases.
Escuela de Televisión, animada por
Gaspar Pumarejo, el
pionero de la
TV en Cuba, transmitía todas las noches
desde el local que
fuera del
cine Prado, en el número 210 de la calle y que
es donde
radican los
estudios de sonido del Icaic. Además del ya
mencionado Fausto, se
encontraba en Prado el cine Negrete, en la esquina de
Trocadero, en
los bajos del Centro de Dependientes del Comercio de La
Habana, y los
cines Lara, en el 353, y Capitolio, en el 563. El
teatro
Payret, en
la esquina de San José, se inauguró el 23 de enero
de 1877 y por
su
escenario desfilaron famosos cantantes de ópera, actrices
como Sarah
Bernhardt y bailarinas como Anna Pavlova. Fue adquirido en
1948 por
los
sucesores de Laureano Falla Gutiérrez. Los nuevos
propietarios
decidieron
remodelar el edificio. Cuando se reinauguró en
1951 se
dedicó sobre todo a
la exhibición de películas
españolas.
El cafecito de García
Casas de
huéspedes y hotelitos de segunda, pero con
una buena cocina
como el
Biarritz, en Prado 519, eran varios en el Paseo.
Habría que
mencionar
asimismo otros como Regis, en el 163;
Areces, en el 106;
Caribbean, en el
164; Pasaje, en el 515, y Saratoga, en el
603. Las
tiendas de suvenir para
turistas eran igualmente numerosas.
Lo mismo
que los bares, como Partagás,
en el 359; Wonder
Bar, en el 351, y la
Barrita de Don Juan, en el 567.
Abundaban los
pequeños cafés, como el
Ninoska, llamado después Barón Bar, en
el número 115,
frecuentado por
Fidel antes de los sucesos del Moncada, y por
Max Lesnik,
líder de la
Juventud Ortodoxa. En el zaguán del edificio
marcado
con el número
565, el cafecito del vizcaíno Lorenzo García servía
de tapadera a un
lucrativo negocio de préstamos al garrote, en el que el
pintoresco
sujeto jugaba siempre al seguro. Allí trabajaba el padre
del
escribidor que, pese a lo modesto de su empleo, recordó
hasta el final
con
alegría aquella etapa de su vida.
Diario de la Marina, periódico fundado en
1832, tuvo
no menos de
nueve domicilios hasta su emplazamiento definitivo
en Prado
y Teniente
Rey, edificio construido a un costo de millón y medio
de
pesos. El
decano de la prensa cubana, como se le llamaba todavía en
1960, fue
vocero de la burguesía y, en especial, de los intereses
españoles
en
Cuba y en menor medida de banqueros y hacendados.
Casi en el otro extremo
del Paseo, en el número 53,
se alzaba el
llamado Palacio de la Radio, sede
de RHC Cadena Azul y la
Cadena Roja,
emisoras pertenecientes a Amado
Trinidad. Otras
radioemisoras de la
calle eran Radio Mambí (107) y Radio
Caribe,
que desde el edificio
del Club de Cantineros se mantenía 24 horas al
aire. Radio
Continental, en el 206, y Radio García Serra, en el 260. En
el
Paseo
del Prado radicaban asimismo la corresponsalía de la Prensa
Unida
(158) y las redacciones de Diario de Cuba (412) y la revista
Lux
(615).
--
Ciro Bianchi Ross
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http://wwwcirobianchi.blogia.com/
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