domingo, 11 de octubre de 2015
EXPLORANDO PRADO (I) continuara
Explorando Prado (I)
Ciro Bianchi Ross •
10 de Octubre del 2015 21:04:32
CDT
Cuando Prado todavía era Prado —décadas del 40 y el 50 del siglo
pasado—
podía en ese Paseo sacarse pasaje para cualquier parte del
mundo. Aunque ya las
oficinas de algunas compañías de aviación y de
reserva y venta de boletos se
habían trasladado al Vedado y en
particular a la Rampa —incluso a grandes
hoteles como el Havana
Hilton, inaugurado en 1958— permanecían en el Prado
habanero agencias
como Canadian Pacific Airline, en el 454 de la calle, que
volaba a
Hong Kong, Tokio, Honolulu y Australia y también a Canadá,
Europa
Central y Sudamérica; Sas, aerolíneas escandinavas, a Suecia y
Noruega;
Tair llevaba pasaje y carga a Centroamérica; Branft lo hacía
al medio oeste
norteamericano, Aerolíneas Argentinas, a Buenos Aires,
y la British Europan
volaba a Londres y a las posesiones británicas en
las Antillas. Aeropostal
Venezolana (en los bajos del hotel Sevilla)
volaba directo a Caracas en lujosos
Súper G Constellation y desde esa
ciudad conectaba con toda la América del
Sur.
No faltaban las oficinas de la KLM, la aerolínea holandesa; y la
cubana
Aerovías Q, en Prado 12, volaba a Cayo Hueso, Palm Beach e Isla
de Pinos y
fletaba aviones a todas partes, aquellos míticos Douglas
DC-3 de 28 pasajeros,
de los que todavía vuelan unos 2 000 en todo el
mundo. Cubana Aero Expreso, en
Prado esquina a Trocadero, transportaba
paquetes y mercancía a Europa (vía
Lisboa y Madrid) y también a Nueva
York, México, Miami, Haití y Nassau, así
como a 20 ciudades cubanas.
Podrían mencionarse otras aerolíneas más, pero el
escribidor, también
sin ánimo de ser exhaustivo, quiere decir que en la época
todavía
funcionaba (bajos del Centro Gallego) la oficina de la agencia
Dussaq
Company Limited, que en 1958 se tenía como la más antigua
organización
cubana de viajes y transporte; fue fundada en 1876 y se
especializaba
en viajes internacionales y excursiones a Europa y a cualquier
parte
del mundo. Asimismo prestaba servicio (en Prado 20) la American
Express
Co., una organización de viajes conocida mundialmente que
aseguraba reservas y
compra de pasajes en todas las líneas aéreas y de
vapores, ferrocarriles y
ómnibus del mundo entero y programaba
excursiones e itinerarios tanto de grupos
como individuales.
Los automóviles Porsche y Packard mantenían sus agencias de
venta en
los bajos del desaparecido hotel de ese nombre, y Guerlain abría
su
perfumería en el número 157. En Prado tenían sus sedes el Partido
Ortodoxo
(número 109) y el Partido Demócrata (206). En Prado 111
estaba el Club de
Cantineros y la Asociación de Dependientes del
Comercio de La Habana, en el
número 207. La Asociación de
Transportistas Aéreos de Cuba, en el 252. Los
centros Andaluz y
Montañez, así como la Asociación Canaria, tenían su sede en
los
números 104, 362 y 201, respectivamente, de esa vía. El Casino
Español, en
Prado y Ánimas, se creó en 1869 y contaba con 2 304 socios
a fines de 1956. Era
la decana de las sociedades regionales españolas.
En Prado 216 radicaba la
Asociación Libanesa de La Habana y en el 258
la Asociación Sirio Libio
Palestina.
En la esquina de Prado y Virtudes, el American Club evidenciaba,
dice
el historiador Carlos del Toro, la presencia de una vigorosa e
influyente
colonia norteamericana en Cuba. Su antecedente hay que
buscarlo en el United
States Club, inaugurado en 1899 en el mismo
edificio, con el fin de ofrecer un
local de reunión a los oficiales
norteamericanos destacados en Cuba y a los
marinos de la misma
nacionalidad que arribaran al puerto habanero. Pero el
United States
Club no pudo resistir la competencia del Club de Oficiales
del
campamento militar de Columbia, en Marianao, y cerró sus puertas en
1900.
Poco después, tras el asesinato del presidente McKinley, el 6 de
septiembre de
1901, el gobernador militar Leonardo Wood, en una
proclama dirigida a los
estadounidenses radicados en la Isla,
lamentaba que no existiese en Cuba una
organización norteamericana
capaz de asumir el homenaje al mandatario difunto.
Sus palabras no
cayeron en el vacío y luego de varias reuniones, el 21 de
octubre de
1901 en el hotel Pasaje, también en Prado, se constituía
oficialmente
el American Club, que pasaría a sesionar, con sus 59
socios
fundadores, en el edificio de Prado y Virtudes.
A partir de ahí en el
American Club se juntaron norteamericanos,
cubanos y españoles muy ricos. Una
membresía mixta en cuanto a
nacionalidad, pero homogénea en su condición social
y de clase. No
pocos grandes negocios nacieron en los salones de esta sociedad
que
todavía en 1963, cree recordar el escribidor, mantenía a su
portero
uniformado y mostraba la bandera de las barras y las estrellas
detrás
del vidrio de la entrada. El aire acondicionado trabajaba con
tal
potencia que cuando se abría la puerta el frío se sentía en la
acera.
Biografía de una calle
Hasta 1772 La Habana no contó con los paseos
que caracterizaban a las
ciudades opulentas. Solo dos y bastante rústicos hubo
hasta entonces
en la villa. El que arrancaba en la puerta de La Punta de la
Muralla,
y corría hacia la caleta de San Lázaro, en las inmediaciones
del
actual hospital Hermanos Ameijeiras. Paseo este que con el tiempo fue
la
calle San Lázaro. Se caminaba sobre tierra, a la sombra de los
uveros. De una
parte quedaba el mar y de la otra las huertas asentadas
en la zona. El otro
paseo salía de la puerta de Tierra de la Muralla,
aledaña a la calle de ese
nombre, tomaba la calle Monte y llegaba a
Reina. También de tierra y a la
sombra de cocales.
Hasta entonces (alrededor de 1770) la ciudad vivía
preocupada por sus
medios de defensa. Eran tantas las guerras, las expediciones
y los
saqueos que la principal preocupación fue la construcción de castillos
y
fortalezas, así como las murallas. Téngase en cuenta que entre
1762-63 La
Habana fue ocupada por los ingleses.
Había, sí, un respetable número de
iglesias y conventos y como plazas
estaban las de Armas y San Francisco.
También la del Cristo y la
llamada Plaza Vieja, dedicadas ambas al
comercio.
No había todavía ningún teatro en la villa. No estaba construida
la
Catedral. No se había edificado aún el Palacio de los Capitanes
Generales,
y las plazas de la Catedral y de Armas eran lugares yermos
y cenagosos.
Las
distracciones de los habaneros entonces eran las de concurrir a
las procesiones
religiosas y los desfiles y paradas militares. Servía
además de solaz recorrer
las calles comerciales, que eran entonces las
de Mercaderes y Muralla, cuyas
tiendas, por las noches, permanecían
alumbradas con quinqués y lámparas y
ofrecían en conjunto el
espectáculo de una feria o gran bazar.
En esas
condiciones estaba La Habana cuando Felipe de Fons de Viela,
marqués de la
Torre, fue nombrado capitán general de la Isla por el
rey Carlos III.
Se le
considera como el primer gran urbanista de la ciudad. El Marqués
prohibió que
siguieran construyéndose casas de paredes de tapia o
embarrado y techos de
guano, y se empeñó en dotar a La Habana de un
teatro, la Casa de Gobierno y un
paseo.
Ese paseo fue la Alameda de Paula, llamado así porque frente a uno
de
sus extremos se levantaba el Hospital de San Francisco de Paula.
Su
construcción se inició en 1772.
El Marqués de la Torre no solo construyó la
Alameda. También en 1772
dio inicio a las obras del Paseo del Prado, mejorado y
embellecido
luego por los gobernadores que lo sucedieron en el Gobierno. Era
el
del Prado un paseo de extramuros, que corría paralelo a las Murallas.
Prado
ha tenido varios nombres: Paseo del Prado, Alameda de
Extramuros, Alameda de
Isabel II, Paseo del Nuevo Prado, Paseo del
Conde de Casa Moré y Paseo de
Martí, que es su nombre oficial.
Habitualmente se le ha llamado Paseo del Prado
o Prado, a secas,
nombre este que obedece al parecido del Paseo habanero con
el
madrileño que corre entre la fuente de Cibeles y la estación
ferroviaria de
Atocha, en la capital española. Se extiende desde la
actual Plaza de la
Fraternidad hasta el Malecón, aunque el Parque
Central lo divide en dos
secciones bien diferenciadas.
Hacia 1841 ese paseo se convierte ya en el centro
de La Habana. La
Plaza de Armas, oportunamente, desplazó a la Alameda de Paula
como
lugar de preferencia. Y el Prado a su vez desplazó a la Plaza de
Armas,
«por su mayor extensión y amplitud, más adecuadas a la
importancia y población
que iba adquiriendo la ciudad». Era tan grande
el número de quitrines que
circulaban por la vía entonces que se hacía
necesaria «la atención más rigurosa
para no ser atropellado», dice el
escritor gallego Jacinto Salas Quiroga en su
libro Viajes por la Isla
de Cuba. Prosigue: «Cada carruaje se mantiene en su
orden, y marqueses
y condes, caballeros y plebeyos, con tal de que tengan
medios
suficientes para mantener una volanta propia, figuran en este animado
y
brillante paseo. ¿A qué van? Van a ver y a que los vean».
Las señoras saludan
con el abanico y los caballeros, con la mano.
Contaba el Paseo en esa época con
aceras cómodas y bancos, donde
descansaban los que lo recorrían a pie. Cinco
bandas de música,
situadas estratégicamente, dejaban escuchar sus
melodías.
Álamos, pinos, laureles
La estructura del Prado ha permanecido
inalterable a través de los
años. Pero su parte central era de tierra; no
estaba pavimentada,
aunque sí lucía árboles frondosos en sus bordes.
Durante
la primera ocupación militar norteamericana (1899-1902) se le
introdujeron
algunas mejoras al Prado y se sembraron álamos. En
tiempos del presidente Zayas
(1921-25) se sembraron pinos.
Después de 1925, cuando toma posesión de la
presidencia el general
Gerardo Machado, su ministro de Obras Públicas, Carlos
Miguel de
Céspedes, se empeña en hacer de La Habana una ciudad moderna.
Para
ello trae a Cuba a J. C. N. Forestier, jefe de jardines, paseos y
parques
de París, a fin de que haga las recomendaciones pertinentes.
La Habana de
entonces llegaba hasta el parque Maceo y la Universidad.
Aunque ya el Vedado
crecía y nuevos repartos se asentaban en el oeste
de la urbe.
Carlos Miguel
construyó el Capitolio. Trazó la Avenida de las
Misiones. Diseñó la Plaza de la
Fraternidad sobre el viejo Campo de
Marte. Proyectó el Hotel Nacional de Cuba.
Y, entre otras obras,
remodeló el Paseo del Prado.
Se trabajó allí con una
celeridad extraordinaria. Al punto que viejos
habaneros recordaban que una
noche se acostaron con la imagen de los
pinos del Prado y, al día siguiente,
habían desaparecido para dejar
espacio a los laureles que, traídos de la finca
La Coronela, se
sembraron ya crecidos. El paseo central se pavimentó entonces
con un
bello piso de terrazo. Se dotó el espacio de bancos de piedra y
mármol.
Las farolas artísticas suministraban al lugar una iluminación
excelente. Y se
colocaron copas y ménsulas en profusión. Se emplazaron
asimismo los célebres
leones, ocho en total. Tomaron como muestra la
pieza original que Carlos Miguel
había adquirido en Londres, en 1920.
Se reprodujeron y fundieron en bronce en
los grandes talleres de
Gaubeca y Ucelay, en Regla.
Durante las últimas
décadas del siglo XIX y las primeras del XX, las
clases pudientes construyeron
sus mansiones en el Paseo del Prado.
Cuando las abandonaron para asentarse en
el Vedado y en los nuevos
repartos del oeste (Country Club, La Coronela,
Kholy…) sobrevino una
invasión de comercios de lujo, dedicados en lo
fundamental al turismo,
seguida de otra de oficinas, hoteles, cafés… Así lo
veremos el próximo
domingo. (Continuará)
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