domingo, 27 de septiembre de 2015
LOS TERRENOS DEL CAPITOLIO (III) Y FINAL
Los terrenos del Capitolio (III y final)
Ciro Bianchi Ross •
digital@juventudrebelde.cu
26 de Septiembre del 2015 21:35:35 CDT
La
construcción del Palacio Presidencial en los terrenos de la
estación de
ferrocarril de Villanueva prosiguió su curso normal bajo
el Gobierno del mayor
general José Miguel Gómez. Sobrevino el cambio
de poderes, el 28 de enero de
1913, y el mayor general Mario García
Menocal, el nuevo mandatario, ordenó la
suspensión de la obra, animado
como estaba del propósito de construir la
mansión del Ejecutivo en la
Quinta de los Molinos y de destinar a sede del
Poder Legislativo el
edificio que se construía en la manzana comprendida entre
las calles
Prado, Industria, San José y Dragones. Un año después se votaba
un
crédito de un millón de pesos para convertir en Capitolio lo que se
había
construido para Palacio Presidencial. Dos arquitectos de mucho
talento y
prestigio asumirían la ejecución del proyecto: Félix
Cabarrocas y Mario
Romañach.
Cabarrocas transformó por completo el proyecto que los
arquitectos
Eugenio Rayneri Sorrentino y Eugenio Rayneri Piedra realizaron para
el
Palacio Presidencial. Diseñó un hermoso edificio de estilo
Renacimiento
francés y entre otras mejoras adicionó a los viejos
planos, en ambos extremos
de la planta, los hemiciclos; uno para el
Senado y otro para la Cámara de
Representantes. Por otra parte, cambió
el tipo de cúpula del proyecto
primitivo, que ya se había comenzado a
construir, por otra de sección cuadrada
y bóveda diferente. Como si
eso fuese poco transformó totalmente el vestíbulo
del edificio y
proyectó otra vez las escaleras, muy parecidas a las que a la
postre
se realizaron para el proyecto definitivo del Capitolio, pero
más
estrechas. Si el desechado Palacio Presidencial se concibió con
cien
metros de frente y 70 de fondo, la nueva edificación tendría 140 por
75.
El arquitecto Francisco Centurión Maceo fue designado ingeniero
principal, y,
por subasta, la obra se confió a la compañía
constructora La Nacional.
Tres
segundos para cuatro petardos
Como sucede por lo general en estos casos y pese
al empeño de que se
respetara todo lo que podía respetarse, adaptar lo ya hecho
al nuevo
proyecto de Cabarrocas y Romañach trajo consigo la demolición de
casi
la mitad de lo construido para Palacio Presidencial. Se impuso excavar
y
construir nuevos cimientos, paredes y fachadas.
Eran cenagosos los terrenos
donde se construyó, primero, la estación
de Villanueva y, luego, el Capitolio.
Hay relleno a cuatro metros
debajo del nivel de la calle; viene después una
capa de roca muy
porosa de unos cuatro pies de espesor, seguido por un banco
de
arcilla, de la conocida como jaboncillo, con una profundidad que va
desde
los 20 a los 30 pies, para dar paso a un banco de roca sólida.
En el subsuelo
del lado sur del edificio, que es el que mira a la
Plaza de la Fraternidad, no
existe esa roca firme, sino un
conglomerado de arena al que sigue un banco de
roca sólida. Roca firme
existe también en la parte de San José. Por eso hubo
que proceder a la
cimentación de la cúpula: se clavaron 532 pilotes de madera
dura
—júcaro, jiquí y pino tea de Pinar del Río.
Pero esa cúpula debía
desaparecer. Afirmaba el arquitecto Luis Bay
Sevilla que cuando se iniciaron
las demoliciones para adaptar lo
edificado al nuevo proyecto, despertó gran
interés entre los
profesionales el procedimiento que se proponían seguir los
directores
de la compañía constructora para destruir la cúpula, que resultaba
muy
baja para la idea que del Capitolio tenían Romañach y
Cabarrocas.
Puntualiza Bay Sevilla que prevaleció la idea de aislar
el
emplazamiento de la cúpula del resto del edificio. Para conseguirlo
se
cortó toda conexión entre ambas partes y quedaron colgando de
sus
arquitrabes y apoyos los techos de las crujías laterales, con los
que
estaba enlazada la cúpula. La demolición sería producto de una
explosión
controlada.
Dice Bay Sevilla: «Nosotros, que presenciamos llenos de curiosidad
el
momento de la explosión de los cuatro petardos de dinamita,
vimos
regocijados que todo ocurrió de la forma prevista por los
facultativos
de La Nacional. En tres segundos y medio vino al suelo aquella
enorme
mole de hormigón armado».
La cúpula ocupaba un área de unos 400 metros
cuadrados. Medía más de
550 metros cúbicos, lo que representaba un peso de unas
1 200
toneladas métricas. Su construcción había requerido una inversión de
más
de 30 000 pesos.
Desvío de recursos
Los trabajos transcurrieron normalmente
desde diciembre de 1917 hasta
abril de 1919, cuando el general Menocal ordenó
la paralización de los
mismos. Los precios habían subido y con ellos no solo
los de los
materiales de construcción, sino también los jornales de obreros
y
técnicos, y las exigencias de los contratistas.
Pasado algún tiempo se
reanudaron las tareas, y la obra estaba ya
bastante adelantada cuando el
presidente Alfredo Zayas, mediante
decreto de 21 de octubre de 1921, rescindía
el contrato suscrito con
La Nacional y disponía la paralización de los
trabajos, pues la grave
crisis económica por la que atravesaba la nación no
permitía seguir
adelante la obra. En verdad, el mandatario era del criterio de
que
Cuba no necesitaba un palacio de tanta riqueza donde
encontraran
alojamiento los dos cuerpos colegisladores, que podían
seguir
sesionando como hasta entonces: el Senado en el Palacio del
Segundo
Cabo, y la Cámara de Representantes en el edificio que José
Miguel
Gómez construyó para ella en 1910, en Oficios esquina a
Churruca.
Durante el Gobierno de Zayas (1921-1925) no solo se paralizaron
las
obras del Capitolio, sino que los terrenos se arrendaron a fin de que
se
instalara en ellos el espectáculo conocido como Havana Park. Fue el
desastre.
Desaparecieron como por arte de magia casi todos los
materiales constructivos e
instrumentos de trabajo que los
contratistas dejaron en depósito en el lugar, y
el edificio sin
terminar sufrió deterioros graves por el abandono, sin contar
el daño
que le ocasionaron el viento y la lluvia. Con el tiempo otros
negocios
particulares buscaron asiento en el área, convertida además en
un
almacén de trastos e inmundicias.
Mientras el Capitolio permanecía a medio
hacer y con aspecto de ruina,
¿qué había pasado con el Palacio Presidencial?
Menocal, en
definitiva, no llegó a construirlo. En aquellos días, el
general
Ernesto Asbert, gobernador de La Habana, construía el palacio
que
sería la sede del gobierno provincial. Era uno de los
«presidenciables»,
pero cayó preso en 1913 por haberse visto
involucrado en el tiroteo que, en
pleno Paseo del Prado, costó la
vida al general Armando de la Riva, jefe de la
Policía Nacional. Quizá
Asbert no fuera culpable directo de la muerte del jefe
del cuerpo
policial, pero amigos y enemigos le pasaron la cuenta; era un
político
demasiado exitoso. Mariana Seba, la esposa del Presidente, se
enamoró
de ese edificio. Menocal lo confiscó y el Estado pagó medio millón
de
pesos por el inmueble que, con las adaptaciones pertinentes, se
destinó a
Palacio Presidencial.
Menocal lo habitó por poco tiempo, pues quedó listo en
1920 y él
abandonó el poder en 1921. A partir de ese momento fue
despacho
oficial y residencia de todos los mandatarios cubanos hasta
Manuel
Urrutia Lleó, el primer presidente de la Revolución. Su sucesor,
el
doctor Osvaldo Dorticós, que fue la última figura que ocupó el cargo
de
Presidente de la República, lo utilizó solo como oficinas y lugar
de recibo. Es
el actual Museo de la Revolución.
Dictadura de hormigón armado
En Cuba las
dictaduras lo han sido también de hormigón armado. Gerardo
Machado asumió la
presidencia de la República el 20 de mayo de 1925.
El 15 de julio siguiente el
Congreso votaba la Ley de Obras Públicas.
Machado, que no demoró en revelarse
como un dictador, se propuso
modernizar la capital cubana, y en buena medida el
país, y propició un
vasto y ambicioso plan constructivo. Bajo su mandato se
remodeló el
Paseo del Prado, el viejo Campo de Marte se transformó en Plaza de
la
Fraternidad Americana y se trazó la Avenida de las Misiones. Se
construyó,
en Isla de Pinos, el llamado Presidio Modelo. El Malecón se
extendió por el
oeste hasta la calle G, en el Vedado, y por el este
prosiguió con la Avenida
del Puerto. Quedó inaugurada la Carretera
Central y se levantó la escalinata
universitaria. Se urbanizó el
reparto Lutgardita. Se construyeron el Hotel
Nacional y el aeropuerto
de Rancho Boyeros, que en su momento llevó el nombre
de General
Machado.
La edificación del palacio de las leyes en los terrenos de
Villanueva
se consignaba asimismo en el acápite de Construcciones Civiles de
la
Ley de Obras Públicas. Resultaba impensable que Machado y su
megalómano
ministro de Obras Públicas, Carlos Miguel de Céspedes,
dejaran fuera de su
punto de mira las obras inconclusas del Capitolio.
Se aprovecharía lo ya
construido, aunque el proyecto debió sufrir
modificaciones innumerables. Los
mejores arquitectos cubanos de
entonces —Cabarrocas, Govantes, Otero, Rayneri,
Bens...— y algunos
extranjeros, como Forestier, sobre todo para los jardines,
se volcaron
sobre los planos, en tanto la parte material era encomendada a
la
empresa Purdy and Henderson, contratistas norteamericanos que hicieron
muy
buenos negocios en el país con la construcción de la Lonja del
Comercio, el
edificio de La Metropolitana, en la esquina de O’Reilly y
Aguiar, y el edificio
Gómez Mena, en Obispo y Aguiar (hoy Instituto
Cubano del Libro) ambos en La
Habana Vieja, el Hotel Nacional y los
centros Gallego y Asturiano, entre otras
importantes obras.
En esta nueva etapa el proyecto fue realizado por el estudio
de
Govantes y Cabarrocas. Los arquitectos Eugenio Rayneri Piedra y Raúl
Otero
fueron director técnico y director artístico de la obra,
respectivamente. La
construcción recomenzó en abril de 1926, sin que
los planos estuviesen
debidamente terminados, lo que provocó serias
dificultades, ya que la obra
tenía que avanzar y los planos no se
terminaban ni podìan terminarse con la
rapidez necesaria, ni se había
llegado a un acuerdo en cuanto a las necesidades
y distribución del
nuevo edificio.
Otero renunció a su cargo, y su sustituto,
el arquitecto José M. Bens
Arrate, introdujo modificaciones en los planos,
entre ellas cambiar la
cúpula ya proyectada por otra más esbelta y monumental,
que
posteriormente fue perfilada y mejorada, hasta darle la forma que
tiene en
la actualidad, por los arquitectos Rayneri y Luis
Betancourt. La cimentación
resultaba insuficiente para la nueva cúpula
y se hincaron cerca de mil pilotes
de madera dura sobre los que se
fundió una placa de hormigón armado, a fin de
que descansaran las ocho
columnas de acero que sostienen la cúpula. También
introdujo en el
proyecto las metopas, que tanto realce y belleza dan a la
fachada del
edificio.
Cuando se pasa balance a las obras del Capitolio, suelen
resaltarse
los nombres del arquitecto Eugenio Rayneri y Piedra que, junto a
su
padre, trabajó en los planos del Palacio Presidencial que no llegó
a
concluirse y mucho tuvo que ver en los proyectos posteriores, tanto
para el
Palacio como para el Capitolio. Sobresale además el ingeniero
Luis Betancourt,
jefe del salón de dibujo. Pero el Capitolio es
también obra de otros muchos
arquitectos, proyectistas, dibujantes y
de los miles de obreros y técnicos que
trabajaron en la construcción
de uno de los edificios más grandiosos de
América.
(Con documentación del ingeniero Luis Díaz).
--
Ciro Bianchi
Ross
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