lunes, 17 de agosto de 2015
LOS LECTORES ESCRIBEN
Los lectores escriben
Ciro Bianchi Ross • digital@juventudrebelde.cu
15 de
Agosto del 2015 19:35:46 CDT
El lector Rolando Estévez y una lectora que
firma Cristi su mensaje
electrónico y que debe moverse en la esfera de la
cinematografía,
escriben a fin de llamar la atención sobre el error que
advirtieron en
la página de la semana pasada, aparecida con el título Del
Fructuoso
me han dado un recado, y que se dedicó al prestigioso
Hospital
Ortopédico Fructuoso Rodríguez en ocasión del aniversario 70 de
su
apertura.
Lo que el lector Estévez califica como «desliz», el escribidor
lo
define como un solemne y soberano disparate, y acepta totalmente
su
responsabilidad. No contrastó suficientemente sus fuentes y, al aludir
al
sustituto del doctor Martínez Páez en la dirección de esa casa de
salud,
escribió que «el Dr. Blardoni ha sabido mantener hasta la
actualidad la
tradición docente-asistencial del Fructuoso…». Ello
resulta imposible porque el
distinguido profesor enfermó de cuidado a
fines de 2008 y falleció a mediados
del año siguiente. La dirección
pasó entonces a otras manos.
Comenta el
profesor Diego Artiles, especialista en Ortopedia de esa
institución, que la
carga asistencial del hospital perjudicó equipos y
deterioró la edificación, lo
que obligó al cierre por períodos de la
unidad quirúrgica. Pese a eso se
continuó trabajando arduamente en las
esferas docente-asistenciales e
investigativas. Un logro de relieve
fueron las 614 intervenciones de fractura
de cadera que durante el año
pasado se realizaron allí en un solo quirófano del
Cuerpo de Guardia,
cifra que constituye el 34 por ciento de ese tipo de
fracturas
operadas en La Habana y el 9,3 por ciento de las intervenidas en
todo
el país.
Precisa el doctor Artiles que con motivo de los 70 años del
hospital,
se inauguró la unidad quirúrgica y una sala de hospitalización
para
cirugía de alta complejidad.
Desde Puerto Rico
En relación con la
página de hace dos semanas, remite, desde San Juan
de Puerto Rico, dos mensajes
electrónicos el lector Gerardo Barrera.
Dice el primero de ellos:
«Con el tema
de la poliomielitis, trajiste a mi memoria la primera
mitad de los años 50 en
La Habana, cuando todos vivíamos aterrados con
ese maldito virus que, gracias a
Dios, no atacó a nadie en mi familia.
Con el pasar de los años, conocí a varias
personas que sufrían las
secuelas de esa enfermedad.
«El doctor Ricardo
Machín, que mencionas en tu artículo de hoy, era
primo hermano de mi padre,
pero como ninguno de los dos tuvo hermanos
varones, ellos se consideraban
hermanos entre sí.
«Ricardo Machín era como un misionero de la Medicina.
Atendía en su
consultorio a decenas de personas sin recursos, a los que no
les
cobraba un centavo. Por cierto, él y mi padre fueron arrestados en
el
aeropuerto de Miami en los años de la Segunda Guerra Mundial cuando
iban a
comprar repuestos para una lancha, porque tío Ricardo era
representante de unos
productos médicos de los laboratorios alemanes
Merck, A.G., los cuales no se
recibían en Cuba desde poco antes de
comenzar el conflicto.
«Tío Ricardo era
el padre de “Tavo” Machín, que murió en Bolivia junto
al Che. «Ahora, como ya
es habitual, voy a enviar tu interesante
artículo a unos 50 amigos y conocidos
que todas las semanas lo
disfrutan».
En la página de la semana antepasada, el
escribidor aludía a los
hermanos Alberto y Clemente Inclán Costa, ortopédico el
primero, y
pediatra el segundo, además de rector de la Universidad de La
Habana.
En su segundo mensaje, el lector Barrera da cuenta de lo que
en
relación con estos eminentes profesionales de la Salud, le dice el
doctor
Enrique Lamoutte Inclán, magistrado del Tribunal de Quiebras,
de Puerto
Rico:
«Los doctores Inclán Costa eran primos de mi abuelo Serafín
Inclán
Arango. Asturianos. Mi abuelo decía que los Inclán profesionales
fueron
a Cuba y los agricultores a Puerto Rico. Mami recuerda cuando
la artista Marion
Inclán, hija de uno de ellos, se quedó con la
familia en Puerto Rico. Siempre
aclaraba que los Inclán de México no
eran familia».
El flagelo de la
polio
Y ya que se mencionó ese terrible flagelo, que se eliminó en
Cuba
después de 1959, voy a reproducir algunos datos sobre su incidencia en
la
Isla, encontrados en viejos papeles.
Se dice que hizo su aparición en Cuba en
1908. Tres casos se
diagnosticaron entonces. Al año siguiente, 135 enfermos se
registraban
en Santa Clara y pueblos vecinos. A partir de ahí, con
intervalos,
ocurrieron brotes epidémicos de importancia, como el
de
junio-diciembre de 1935, que registró más de 500 víctimas. Con un
número
más o menos similar cerraría la epidemia de 1946.
La casa de Marina
Sobre la
casa de Marina inquiere un lector cuyo nombre no recogí.
Marina Cuenya fue la
más famosa matrona en La Habana anterior a 1959.
Era de origen gallego y tenía
dos hijos. Un varón y una hembra que
vivía en la Argentina y a la que hacía
envíos periódicos de dinero.
Hubo muchos prostíbulos en La Habana anterior a
1959. El único que
pasó a la crónica es el de Marina, en la calle Colón número
258, en el
muy habanero barrio del mismo nombre, una de las zonas de
tolerancia
de la capital cubana en la época. Marina no tuvo nunca casas
en
Infanta ni en la calle Marina. Lo que sucede es que con su nombre se
ha
bautizado a más de una propietaria de burdeles.
Era, por sus tarifas y las
personalidades que lo frecuentaban, un
sitio bastante exclusivo. El «servicio»
se prestaba por diez pesos
—una fortuna en la década de 1940—, y la puerta
principal se abría
solo al cliente conocido y, a discreción, al que llegaba
recomendado o
podía mencionar, por su nombre, a alguna de las muchachas
que
«laboraba» en la casa. La saleta, donde se exhibía una imagen de
bulto
enorme de Santa Bárbara, con su corona y su espada de oro, daba paso
al
patio central rematado por un bar bien surtido. Allí muchachas bien
vestidas y
perfumadas esperaban por el cliente para perderse en el
piso de arriba.
Un
álbum recogía las fotos de todas las «pupilas» de Marina, lo que
permitía al
cliente ahorrar tiempo a la hora de escoger y hacer su
selección a distancia.
Esa manera de ofrecer a las prostitutas fue
toda una novedad en La Habana de su
tiempo. El álbum, se dice, todavía
anda por ahí. La imagen de Santa Bárbara
permanece en la saleta de lo
que fue el prostíbulo, ya sin su corona ni su
espada de oro.
Un día, el general Quirino Uría, jefe de la Policía Nacional,
y
Lomberto Díaz, ministro de Gobernación (Interior), salieron del
periódico El
Mundo, en Virtudes 257 esquina a Águila. Se dirigirían al
Palacio Presidencial
y decidieron hacer el trayecto a pie. Atravesaron
el barrio de Colón y llegaron
escandalizados a la mansión del
Ejecutivo. El Ministro sugirió al presidente
Prío que tomara alguna
medida con la zona de tolerancia, y Prío le respondió
que hiciera lo
que estimara oportuno. De aquella conversación salió el famoso
decreto
que clausuraba el barrio de Colón y que inspiró al compositor
Eliseo
Grenet aquel sabroso sucu-sucu que decía: «Ya los majases no
tienen
cueva / Felipe Blanco se la tapó…».
Días más tarde, ya con las putas
desalojadas y los prostíbulos
cerrados, el doctor Héctor Garcini, un
distinguido abogado con bufete
en La Habana, visitó al Ministro de Gobernación
en su despacho oficial
del viejo colegio de Belén. Iba a abogar por el barrio.
Lomberto Díaz
le comentó que los dueños de los inmuebles que albergaban
los
prostíbulos debían sentirse contentos del desalojo, pues podrían
así
reivindicar Colón y alquilar a familias los locales.
Garcini movió la
cabeza en sentido de negación. La cosa no era tan
fácil. Una familia pagaría
por aquellas casas entre 25 y 40 pesos como
máximo, mientras que la misma casa
dispuesta para prostíbulo rentaba
no menos de trescientos pesos mensuales.
Añadió el abogado: «Imagine
usted el disgusto de los propietarios». Preguntó
entonces el Ministro
a quiénes se refería, y la respuesta llegó
rápida.
—Aparte de unos pocos inmuebles que pertenecen a una o a otra
persona,
el barrio tiene un solo propietario —dijo el abogado y se acercó
al
oído del Ministro, para pronunciar su nombre y que el escribidor,
aunque lo
sabe, no va a repetir por ahora.
Con el barrio clausurado, Marina, con sus
muchachas, se instaló en la
casa de las cúpulas que se halla a la salida del
puente Almendares, a
la izquierda, según se va del Vedado hacia Playa. De ahí
la
desalojaron las señoras del reparto Kohly, encabezadas por la esposa
del
abogado Dorta Duque, profesor de la Universidad Católica de Santo
Tomás de
Villanueva. Fue entonces que fabricó el Mambo Club, en el
kilómetro tres de la
carretera de Rancho Boyeros, un centro nocturno
con prostíbulo incluido.
Con
el tiempo, Colón volvió a abrir como zona de tolerancia. Marina
conservaba su
casa, pues nunca la abandonó del todo; había dejado en
ella a un par de
sirvientas con el encargo de cuidar y mantener la
propiedad. Triunfó la
Revolución; cambiaron los patrones sociales y el
barrio entró en un declive
indetenible, hasta que lo cerraron de
verdad. Marina entonces encargó a su
marido, mucho más joven que ella,
que sacara de la casa la corona y la espada
de oro de la imagen de
Santa Bárbara, y otros objetos de valor. Salió de Cuba y
se le perdió
el rastro.
¿Lo sabe usted?
El doctor Alex Muñoz Alvarado,
investigador del Centro de Lingüística
Aplicada, de Santiago de Cuba, acude al
escribidor en busca de ayuda.
Investiga sobre el nombre de algunas
instituciones y le urge saber si
el nombre oficial de la principal heladería de
La Habana es Coppelia y
si ese nombre está ligado al del ballet homónimo.
Escribe que en
Santiago la heladería principal mostraba una bailarina de
ballet
clásico en el letrero de la entrada, por lo que la gente alude a
la
instalación llamándola Coppelia, cuando su nombre oficial es La
Arboleda.
Inquiere, por último, si la heladería de la capital mostraba
una imagen similar
a la de Santiago o algo que la relacionara con el
ballet Coppelia. ¿De no ser
así, expresa, con qué tiene que ver ese
nombre?
Si alguien tiene respuestas
para estas interrogantes, favor de
comunicarse con este
columnista.
--
Ciro Bianchi
Ross
cbianchi@enet.cu
http://wwwcirobianchi.blogia.com/
http://cbianchiross.blogia.com/
Estimado amigo Ciro: En relacion a tu articulo sobre la Casa de Marina,
comento:
Dos notorios proxenetas que en aquella epoca operaban en el
Barrio de Colon, Hector Duarte Hernandez y Dario Lopez Sierra, se disputaban a
tiro limpio el favor y "proteccion" del "propietario" de los prostibulos
enmarcados en el mencionado barrio, donde por cierto, vivio Jose Lezama Lima.
Dario recogia el alquiler de los prostibulos y el joven Hector Duarte intento
desplazarlo. En mas de una ocasion se enfrentaron a tiros y resultaron heridos
de gravedad.
El Dr. Hector Garcini Guerra fue un destacado jurista e
intelectual de altos vuelos, amigo de Juan Marinelo, Carlos Rafael Rodriguez y
Osvaldo Dorticos Torrado. Fue uno de los jovenes oficiales que a finales de 1933
combatieron en el Hotel Nacional de Cuba. Durante mas de dos decadas ostento la
catedra de Derecho Administrativo en la Universidad de la Habana. Fue mi
profesor.
Un abrazo. Pablo LLabre Raurell.
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