lunes, 3 de agosto de 2015
¿DUERME USTED, SEÑOR PRESIDENTE? EN ESTE RECODO DEL CAMINO, RECORDANDO A CAUPOLICÁN OVALLES
ELIGIO DAMAS
Para evitar malos entendidos, piquetes al revés, debo decir por sí acaso o “por si fortis”, como decíamos en mi época en Cumaná, sobre todo por los más jóvenes que pudieran no saber de lo relacionado con el título, Caupolicán Ovalles fue un poeta caraqueño, contemporáneo y amigo nuestro, autor de un poema, editado como un libro de unas pocas páginas, fácil de adquirir en “Librerías del Sur”, titulado con esa pregunta. Quien además fuese uno de los fundadores del “Techo de la Ballena” y el MIR, preguntaba así, de manera irreverente e irónica, con hondo contenido humorístico, muy del gusto del poeta, llamado por todos sus amigos y hasta quienes no tuvieron la dicho de serlo, “el loco Caupolicán”, al entonces presidente Rómulo Betancourt. Era el año 1962 y sufrían los venezolanos del espanto de la llamada “Ley del Hambre”, un engendro neoliberal que aunado a los efectos ecuménicos de la “Revolución Cubana”, conmocionó al país y desató aquí un estado de cosas que todavía reclama explicación. La mencionada Ley rebajó sueldos y salarios en un 10 por ciento, aumentó de manera desmedida los precios de bienes de consumo, servicios y aplicó fuertes medidas impositivas. Para más, en un país rentista e importador, hasta de la manera de caminar, que lo era tal como lo sigue siendo, produjo lo que entonces se consideró una fuerte devaluación de Bs. 3.35 por dólar a Bs. 4.50, sobre todo si tomamos en cuenta que el venezolano sólo sabía de esa medida cambiaria e inflación, lo que veíamos en las películas europeas de la posteridad a la “Segunda Guerra Mundial”. La inflación esa uno la palpaba, cuando los buenos cineastas ofrecían imágenes donde el comprador de los pocos alimentos de la dieta diaria, se presentaba al mercado con una carretilla llena de billetes y volvía con ella a casa apenas con dos pequeñas bolsitas que, para cargarlas o transportarlas, no hacía falta. Uno sueña y de repente cree que despierto está.
Justamente, no sé por qué, llevaba tiempo sin acordarme de Caupolicán y aquellas casi bucólicas noches de Sabana Grande o en la vieja casona de La pastora, cuando venía de comprar vegetales de un mercadito en los alrededores de Barcelona, donde se instalan unos andinos con precios menores a los del mercado público, municipal y por supuesto abastos e hipermercados privados; miren que no mencioné PDVAL y Mercal porque ni en sueños puedo entrar a ellos. Allí, para no cansarles mucho, sólo diré que tomate y cebolla están en trescientos bolívares. Los demás productos hacían honor a esos dos de la dieta básica y diaria del venezolano. Quizás asocié el mercadito y los andinos a aquellos hasta felices momentos que Lautaro, hermano del poeta y yo, muy jóvenes, pasábamos en la Colonia Tovar, donde los olores a tomate, cebolla, cebollín, pimentón se mezclaban con los de fresas y tomillo. Donde solíamos ir, entre otras cosas, a guarecernos de aquellas noches de “razias” contra quienes combatíamos al gobierno aún por los mecanismos legales. También, quizás, pude rememorar nuestros viajes a Colombia, específicamente a Cúcuta, pasando por San Cristóbal y San Antonio, de donde proceden estos mercaderes, intentando establecer contacto para facilitar la comunicación cuando el autor de ¿Duerme Usted, señor presidente?, se hallaba refugiado en Bogotá para eludir la persecución y amenaza contra él por haber escrito aquel libro.
He visto que en Internet es fácil hallar ese poema, por lo que nada de él aquí cito para no privarles de leerlo completo. Mientras tanto, yo no sé todavía nada porque otra cosa pude asociar el poema exquisitamente irónico de Caupolicán, aparte de los precios del “mercado andino” de aquí de Barcelona y lo que ya narré y me sentí tentado a pensar en los del pescado, producto que casi de aquí mismo es. Los productos marinos no tienen por qué sufrir el impacto del precio de los alimentos, fertilizantes, abonos “que son importados” y porque “Agropatria” terminó en lo que ahora es. Los pescadores nunca antes se les había protegido como el gobierno ahora lo hace. Comenzó Chávez, bajo el riesgo que le tumbasen, aprobando por decreto una Ley de pesca, que entre tantas cosas, protege el ambiente donde el pescador artesanal desempeña su tarea. A muchos de ellos, miles, se les ha dado embarcaciones, aperos, motores y gasolina subsidiada de la que ya está subsidiada, se les incluyó en la GMVV y hasta en el plan de pensiones del IVSS y el pescado, de las especies tradicionalmente menos costosas, vale más que el pollo que de por sí ya vuela, aún sin tener talento para hacerlo. Y ese recuerdo, el bello gesto del comandante, en buena medida, le conservo como un sueño increíble.
Pensé en los bachaqueros, porque cuando salí de casa, muy temprano, muchos de ellos ya dormían y quizás hasta soñaban con harina, arroz, pañales, etc., a las puertas de los abastas hallados en el camino. ¿Acaso es un disparate pensar que el bachaqueo aparte de contribuir con la escasez, especular escandalosamente y repotenciar la inflación, es también una formidable bomba de tiempo que podría estallar, por los componentes humanos e interés material que el fenómeno implica e impactar, hasta los cimientos, la dirección que venimos soñando para el proceso?
Pero Betancourt no soñaba. Quizás sea valedero todo eso irónico y en veces poco revestido por el enorme talento de Caupolicán, que el poeta le endilgó y que en aquel presidente produjo una calentera enorme, tanto como para mandar a buscarle; razón por la cual Ovalles tuvo que irse a Bogotá; ya sabíamos que la policía política del régimen, que bien se ganó el calificativo con el significado que la oposición de hoy le da, si le buscaba no era precisamente “para darle consejos”.
Por eso nunca entendí, ahora menos entiendo, como aquel viejo zorro, animal fierro, viejo cascarrabias y lleno de rencor, Caupolicán preguntase si soñaba.
Porque hubiese sido válido, si uno le consideraba de buena fe, atiborrado de ella, dispuesto a hacer lo que creíamos que debía hacer y porque la herencia cultural y política a eso le obligaba, pero hacía lo contrario creyendo que iba por buen camino, mientras sus rivales le robaban la salida y hasta la entrada, sus presuntos partidarios se aprovechan de cualquier descuido para meter contrabando, coba, encalaterse los dólares y alimentar el bachaqueo, que no lo había, pues lo ladrones no lo eran al detal sino al mayor, sus enemigos le hacían una inclemente guerra económica que, aunada a la ineficiencia de sus defensas y hasta su línea de creación, ponían en peligro su estabilidad, preguntarle sin ironía alguna: ¿Duerme usted, señor presidente?
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Publicado por Eligio Damas para BLOG DE ELIGIO DAMAS el 8/03/2015 01:19:00 p. m.
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