domingo, 12 de julio de 2015
MARIANA:200 ANOS
Mariana: 200 años
Ciro Bianchi Ross • digital@juventudrebelde.cu
11 de Julio
del 2015 20:31:58 CDT
Regresa Antonio Maceo a Costa Rica procedente de Cuba,
donde entró con
el pasaporte de Ramón Cabrales, su cuñado, y se movió siempre
de
manera clandestina, y enseguida le informan que Mariana ha muerto
en
Jamaica. Aún bajo el efecto de la terrible noticia le llega un
ejemplar del
periódico Patria, que en Nueva York dirige José Martí, y
halla en sus páginas
el artículo donde su amigo rinde homenaje a la
«viejecita querida». Lee el
texto de un tirón y vuelve luego sobre lo
leído para detenerse en aquellos
párrafos que evocan los días de la
guerra:
«Y amaba, como los mejores de su
vida, los tiempos de hambre y sed, en
los que cada hombre que llegaba a su
puerta de yaguas podía traerle la
noticia de la muerte de uno de sus
hijos».
Llega además una carta de Martí. Habla también sobre la madre muerta
y
dice: «Vi a la anciana dos veces y me acarició y me miró como a un
hijo, y
la recordaré con amor toda mi vida».
Cuando Maceo tiene ánimo, escribe a
Martí:
«¡Ah, qué tres cosas! Mi padre, el Pacto del Zanjón y mi madre
que
usted, por suerte mía, viene a calmar un tanto con su consoladora
carta.
Ojalá pueda usted con sus trabajos levantar mi cabeza y quitar
de mi rostro la
vergüenza de la expatriación de los cubanos y de la
sumisión al gobierno
colonial».
Si nace libre la hormiga
Tuvo Mariana Grajales un primer
matrimonio con Fructuoso Regüeyferos.
Se casaron en 1831. Ella tenía 16 años de
edad, y él 30. Permanecieron
juntos hasta la muerte del marido, nueve años
después. De esa unión
quedaron cuatro hijos.
Cuando se une a Marcos Maceo no
era una adolescente inexperta. Tiene
un carácter vigoroso, ha sufrido ya los
dolores de la viudez y sabe lo
que significa asumir sola el cuidado de cuatro
muchachos, lo que la
obligó a volver a la casa de sus padres.
De esa nueva
unión nacen otros diez hijos. Los primeros cinco de
ellos, incluido Antonio de
la Caridad, el después llamado Titán de
Bronce, fueron bautizados con el
apellido Grajales y como hijos
naturales de Mariana. La situación de la pareja
cambia cuando muere la
esposa de Marcos, de la que se encontraba separado, y
pueden Marcos y
Mariana contraer matrimonio.
Mariana sería para Marcos una
formidable ayuda en el fomento de la
finca de su propiedad. Inclinará a los
hijos a cooperar con el trabajo
agrícola, inculcándoles un profundo sentido de
respeto y de obediencia
al padre. Cada uno de ellos, según la edad, tenía
señalada su
ocupación en el predio, mientras que Mariana, poco a poco,
consolidaba
una posición rectora en el hogar, aunque no dejaba de consultar
con
Marcos todos los problemas a fin de pronunciarse sobre ellos de
mutuo
acuerdo. Los que los conocieron recordarían a la pareja
«consultándose
las dificultades, felices en expansión hogareña, juntos sobre el
dolor
y la felicidad».
Sus biógrafos la describen como una madre tierna y
bondadosa, pero
también inflexible en todo lo relativo a la disciplina. Era una
casa
en la que se comía y se dormía a horas fijas y de la que nadie
podía
estar fuera pasadas las diez de la noche. Una casa ordenada y limpia
en
la que Mariana vigilaba la pulcritud en la vestimenta de los que
la
vivían.
Hija de mulatos libres, Mariana debe haber recibido alguna
instrucción
hasta donde era posible en la Cuba colonial para seres de
su
condición, con independencia de su posición económica: las
llamadas
primeras letras. Es evidente que tuvo de sus padres una
rigurosa
formación ética que supo transmitir a sus hijos. Una formación que
se
complementaría con la lectura en voz alta que en el atardecer, después
de
las comidas, hacía una de las hijas, para todos los de la casa, de
aquellos
libros que Marcos mandaba a comprar en Santiago de Cuba y en
los que se hablaba
de Bolívar y Louverture, y entre los que no
faltaban las novelas de Dumas.
Las
canciones con que ella arrullaba a sus hijos estaban impregnadas
de cubanía,
que equivalía en ese tiempo a un verdadero
antiespañolismo. Cincuenta años
después, Antonio Maceo recordaría una
de las décimas con las que Mariana mecía
su sueño. Tal vez el Titán,
dice el escritor Raúl Aparicio en su Hombradía de
Antonio Maceo, por
el tiempo transcurrido, tergiversara un poco la letra.
Si
nace libre la hormiga,
La bibijagua y el grillo,
Sin cuestiones de
bolsillo
Ni español que los persiga,
Ninguna ley los obliga
A ir a la
escribanía
A comprar la libertad,
Y yo con mi dignidad
¿No seré libre algún
día?
Liberar a la patria o morir por ella
El 10 de octubre de 1868, Carlos
Manuel de Céspedes se alza en armas
contra España. Dos días más tarde, Marcos
Maceo manda a su hijo Miguel
a una tienda cercana donde se ha concentrado una
tropa insurrecta. Su
jefe es un viejo amigo de los Maceo Grajales y al
encontrarse con
Marcos y Mariana recibe de la familia una valiosa donación en
armas,
caballos y dinero con destino a la contienda recién iniciada.
Preguntó
entonces el jefe de la tropa cuál de los hijos de Marcos y
Mariana
estaría dispuesto a marchar a la guerra.
Sin pensarlo dos veces dieron
el paso al frente Antonio, José y Justo.
Mariana pide entonces a sus hijos que
se arrodillen ante una imagen de
Cristo y les hace jurar que liberarán a la
Patria o morirán por ella.
Al fin se irían todos a la manigua. Mariana, que
pasaba ya de los 50
años, se va a la guerra y lleva con ella a sus hijos más
pequeños.
Presta servicio en improvisados hospitales y prodiga en ellos
cuidados
y cariños a los mambises heridos. «Aquella santa mujer suplía
el
puesto de una madre ausente», escribía el patriota Fernando Figueredo,
y
añadía que conminaba a María Cabrales, la esposa de Maceo, a que
ocupara en
aquellos hospitales «el lugar que la distancia impedía
fuera ocupado por una
hermana».
Son numerosos los pasajes de su vida que ilustran el patriotismo
de
esta mujer, de quien celebramos el bicentenario de su natalicio. Es el
7 de
agosto de 1877 y su hijo Antonio resulta gravemente herido en el
combate del
Potrero de Mejía. En el hospital de sangre, un grupo de
mujeres se lamentan y
lloran por el estado del herido. Dice Mariana:
«Fuera, fuera faldas de aquí.
¡No aguanto lágrimas!».
Y antes, a raíz de recibir Antonio su primera herida de
guerra en el
combate de Armonía, el 20 de mayo de 1869, dice a Marcos, el
más
pequeño de la prole: «Y tú, empínate para que también puedas pelear
por tu
patria».
Solo cuatro de sus hijos vieron el fin de la dominación colonial
española.
El exilio
Sobreviene el Pacto del Zanjón (1878), que pone fin a la
Guerra de los
Diez Años, y Mariana debe salir de Cuba. Sabe Antonio cuán
valiosa
podía ser su madre como trofeo de guerra para los españoles y
prepara
cuidadosamente su salida. Junto con María Cabrales salió de la
Isla,
con destino a Jamaica, en mayo, a bordo de un barco francés. Nunca
más
volvería a Cuba.
Martí, que la visitó en Kingston, se refirió a sus «manos
de niña para
acariciar a quien le hable de la patria», y la evocó vestida
siempre
de negro, pero era «como si la bandera la vistiese». La describía
«con
un pañuelo de anciana a la cabeza, con los ojos de madre amorosa para
el
cubano desconocido, con fuego inextinguible en la mirada y en el
rostro, cuando
se hablaba de las glorias de ayer y las esperanzas de
hoy».
Está Mariana ya
muy mayor y quiere Antonio que se vaya a vivir con él
a Costa Rica. La anciana
se niega. Su hijo Marcos la acompaña y se ha
adaptado a Jamaica, pese a haber
sufrido allí los sobresaltos de la
pobreza y la vigilancia constante del
espionaje español. Está enferma.
Sufre de lo que en la época se conocía como
Mal de Bright, término ya
en desuso que designaba a una enfermedad renal y que
equivaldría a una
nefritis degenerativa, caracterizada por dolores, fiebre y
vómitos.
Ese padecimiento se complicó con una congestión pulmonar. Murió el
27
de noviembre de 1893, a los 78 años de edad.
Pidió, en los momentos
postreros, que cuando Cuba fuese libre sus
restos se llevaran a la Isla.
El
regreso
Treinta años después de la muerte de Mariana Grajales, el 15 de
marzo
de 1923, José Palomino, vicepresidente del Ayuntamiento de Santiago
de
Cuba, propuso a la Cámara Municipal el traslado de los restos de la
madre
de los Maceo. La moción fue aprobada y el 18 de abril salía
rumbo a Jamaica el
cañonero Baire, de la Marina de Guerra cubana. En
busca de los preciados restos
iba a bordo una comisión que integraban
veteranos de la independencia y
personalidades santiagueras. Viajaban
además el ya aludido Palomino y Dominga
Maceo Grajales, hija de
Mariana.
En la mañana del 22 de abril se exhumaban los
restos en el cementerio
católico de Saint Andrew’s, de Kingston. Ese mismo día,
a las 4 de la
tarde, partía el Baire con destino a Santiago llevando las
preciadas
reliquias. Una fuerte ventolera que duró unas ocho horas azotó
la
embarcación al atravesar el Paso de los Vientos.
Ya en tierra cubana, las
cenizas en una urna fueron expuestas en el
Ayuntamiento, donde recibieron el
homenaje de la población, antes de
que fueran depositadas en una bóveda
provisional. Fue, se dice, la
mayor demostración de dolor que se le haya
tributado a patriota alguno
en esa ciudad. Actualmente los restos descansan en
el patio D del
cementerio de Santa Ifigenia, junto a los de Dominga Maceo y
María
Cabrales.
«Es la mujer que más ha conmovido mi corazón», escribió Martí
cuando
supo de su muerte. De Antonio había dicho: «De la madre más que
del
padre viene el hijo… Maceo fue feliz porque vino de león y de
leona».
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Ciro Bianchi
Ross
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