lunes, 1 de junio de 2015
OTROS LUGARES DE LA HABANA / CIRO BIANCHE ROSS
Otros lugares de La Habana
RossCiro Bianchi Ross *
digital@juventudrebelde.cu
30 de Mayo del 2015 20:59:01 CDT
¿Dónde se
ubicaba la Plaza del Polvorín, que usted menciona en alguna
que otra página?
¿De qué edificio guardan recuerdo las ruinas que
desafían el tiempo en Calzada
entre Paseo y 2, en el Vedado? ¿A qué
debe su nombre el restaurante 1830?
¿Cuál es la historia del parque
Maceo, frente al hospital Hermanos Ameijeiras,
al final del primer
tramo del Malecón y a la altura de la calle Belascoaín?
Lectores
jóvenes y no tan jóvenes abordan al escribidor en la calle con esas
y
otras preguntas, que intentaré responder ahora. Comenzaré por la
última de
ellas.
El parque Maceo se inauguró el 20 de mayo de 1916, cuando se develó
el
monumento con el que se rinde homenaje al Lugarteniente General
del
Ejército Libertador, obra del escultor italiano Domenico Boni. Una ley
de
1910, firmada por el presidente José Miguel Gómez, disponía la
realización de
la estatua y establecía para ello un presupuesto de 100
000 pesos. En virtud de
esa disposición se libró en 1911 una
convocatoria pública, en la que se llamaba
a <> a enviar sus propuestas al certamen. La
inauguración tuvo lugar
bajo la presidencia del mayor general Mario García
Menocal.
La plataforma del monumento se asienta en cuatro grandes
figuras
representativas: delante, la Acción y el Pensamiento; detrás,
la
Justicia y la Ley. En el frente del zócalo, el relieve de Mariana, en
el
momento de hacer jurar a sus hijos fidelidad y sacrificio por la
Patria.
Detrás, en el mismo zócalo, la representación de la batalla de
Peralejo.
Alrededor del fuste cuatro grandes relieves evocan hazañas
del Titán: Mangos de
Megía Baraguá, Cacarajícara y La Indiana. En el
frente, la Victoria vuela sobre
una proa empujada por las almas de los
héroes. En la parte posterior, la
República, con la bandera desplegada
al viento, acoge agradecida al asistente,
la figura más humilde del
Ejército. Arriba del fuste, en el remate de los
lados, dos relieves:
el triunfo de la Paz y del Trabajo. En el frente, el
escudo de la
República; detrás, el escudo de La Habana.
Corona el monumento la
estatua ecuestre de Maceo. Viste uniforme
militar con la cabeza descubierta,
lleva el machete en una mano y, con
la otra, sostiene la rienda de su
cabalgadura. Mira hacia el frente y
arenga a sus hombres a lanzarse al combate.
Son de bronce todas las
partes escultóricas y decorativas del monumento, y el
granito
prevalece en la parte constructiva.
A lo largo del tiempo, el parque
ha sido objeto de modificaciones.
Mucho lo afectó el huracán de 1926, como se
aprecia en el testimonio
gráfico de la época. Su amplitud y ubicación frente al
mar consolidan
su grandiosidad y belleza.
En el lugar que ocupa existió una
fortaleza española, la batería de la
Reina, y también una entrada de mar, la
caleta de San Lázaro, que se
menciona en las crónicas más antiguas dedicadas a
La Habana.
Las ruinas de calzada
Las ruinas de Calzada, entre 2 y Paseo
--dos o tres columnas apenas--,
corresponden al salón-hotel Trotcha, fundado en
1886 por el empresario
catalán Buenaventura Trotcha, quien vivió durante más de
70 años en La
Habana, donde falleció en 1910.
El establecimiento comenzó con
un salón --bar, café y restaurante-- al
que con el tiempo se le adicionó una
sección para alojamiento. Cree
recordar el escribidor que allí se alojó la
jefatura de las tropas
norteamericanas que ocuparon la capital de la Isla en
1899, y que en
uno de sus salones España firmó la capitulación de la ciudad.
Contaba
con jardines bellísimos, a los que se accedía por Paseo, así como
con
un criadero de cocodrilos que impactaban a huéspedes y visitantes.
Una
guía turística de La Habana, elaborada en Estados Unidos, asegura
que
permanecía abierto a mediados de los años 50. Con el tiempo
desapareció el
área de albergue, que era de madera, y permaneció el
salón, de mampostería,
adaptado a casa de vecindad. Un incendio acabó
destruyéndolo a comienzos de la
década de 1990.
El poeta Julián del Casal le dedicó una de sus crónicas,
publicada en
el periódico La Discusión, de 23 de enero de 1890. Confiesa en
su
página que el día anterior decidió trasladarse <>.
Oscurecía. Los últimos reflejos del
sol flotaban esparcidos sobre las
ondas inmóviles del mar. El calor se
apaciguaba y se respiraba un aire
fresco que parecía salir de inmensos abanicos
agitados por manos
invisibles. Los pescadores aguardaban la captura, encorvados
sobre las
redes tendidas... Había llegado el poeta <>.
<>.
<>.
Describe el establecimiento el cronista: la verja de
hierro, el jardín
encantador, los senderos cubiertos de arena a la manera de un
parque
inglés, las glorietas espaciosas a cuya sombra los huéspedes
descansan
y degustan los licores de su preferencia.
En el restaurante, abierto
en el piso del edificio que está al nivel
del jardín, todo invita a satisfacer
las necesidades humanas más
imperiosas. Los manjares exquisitos, la calidad del
servicio, la
profusión de licores, el refinamiento de manteles y vajillas,
la
delicadeza de los propietarios, hacen que el Trotcha sea el lugar
escogido
por las personas de gustos más exigentes.
Desde el restaurante se asciende al
piso principal, y el visitante se
halla en un salón elegante que luce muebles
labrados, espejos
venecianos, alfombras suntuosas, jarrones japoneses y mesas
cubiertas
de bibelots. <>.
Concluye el poeta: <>.
Relativamente cerca de este hotel ya desaparecido, sobre la
misma
calle Calzada, se halla el restaurante 1830. Ocupa la mansión que
fue
propiedad de Carlos Miguel de Céspedes, ministro de Obras Públicas en
el
Gobierno dictatorial de Gerardo Machado y senador de la República
en el momento
de su fallecimiento, en 1954. Entonces José Curráis
Fernández, propietario de
La Zaragozana, quiso adquirir el inmueble.
Las nietas de Carlos Miguel, confesó
una de ellas al escribidor hace
ya mucho tiempo, se negaron a venderlo, pero
terminaron
alquilándoselo. Surgía así el restaurante 1830, que es la fecha en
que
se estableció La Zaragozana.
El polvorín
En 1868, tras el derribo de
las Murallas, el Ayuntamiento habanero,
interesado en crear un nuevo mercado,
obtuvo de la Corona española el
terreno que enmarcaban las calles de
Monserrate, Zulueta, Ánimas y
Trocadero. A partir de 1882 se construyó en ese
espacio conocido como
Plaza del Polvorín, el mercado de Colón, que terminaría
dándole nombre
a toda la barriada.
En opinión del historiador Emilio Roig en
su libro La Habana: apuntes
históricos, se trató del mejor de los mercados que
desde el punto de
vista arquitectónico tuvo La Habana. Era una vasta
construcción de
sillería, con una rotonda central formada por columnas de
hierro
fundido y una cúpula de acero en la parte central de la
fachada
principal, sobre la calle Zulueta.
El edificio fue proyectado y
ejecutado, a un costo de 100 000 pesos
oro español, por el arquitecto José
María Ozón y el ingeniero José C.
del Castillo, ambos cubanos, con la
colaboración de Emilio Sánchez
Osorio, arquitecto municipal.
Joaquín Weiss
elogiaba la típica arquería romana que rodeaba toda la
manzana, mientras que
otro importante arquitecto, José M. Bens,
precisaba: <>.
El Ayuntamiento habanero otorgó la concesión del
mercado al señor
Francisco Tabernilla, padre del militar de igual nombre que
tras el
golpe de Estado del 10 de marzo de 1952, con grados de Mayor
General,
llegaría a ser, primero, jefe del Ejército cubano y, luego, del
Estado
Mayor Conjunto. El beneplácito se extendería por 25 años,
transcurridos
los cuales el mercado pasaría a ser propiedad del
municipio habanero. En sus
galerías y portales operaban más de 200
establecimientos comerciales de toda
índole, mientras que los pisos
superiores estaban ocupados por unos 500
inquilinos cuando en 1947 el
Ministerio de Salubridad ordenó su clausura
definitiva. Federico
Villoch, en sus Viejas postales descoloridas, dice que
<>.
Se construiría allí el Palacio de Bellas Artes para dar
albergue al
Museo Nacional. Dice Emilio Roig que por sus valores de
permanente
belleza y tipicismo, el mercado de Colón o Plaza del Polvorín
merecía
salvarse. Así pareció que sería ya que, de inicio, se pensó
en
mantener en la nueva edificación los hermosísimos exteriores del
edificio
primitivo, que comenzaron a restaurarse y se construyó, según
planos del
arquitecto Evelio Govantes, una muy bella portada, no por
Zulueta, como en el
caso anterior, sino por Trocadero, frente al
parque Zayas --actual Memorial
Granma.
El proyecto quedó en el camino. Los funcionarios responsabilizados
con
la construcción del futuro Palacio y Museo quisieron un
edificio
enteramente moderno y funcional, y así, dice Roig, <>.
--
Ciro Bianchi
Ross
cbianchi@enet.cu
http://wwwcirobianchi.blogia.com/
http://cbianchiross.blogia.com/
No hay comentarios:
Publicar un comentario