domingo, 3 de mayo de 2015
SANTOS SUAREZ
Santos Suárez
Ciro Bianchi Ross * digital@juventudrebelde.cu
2 de Mayo del
2015 21:11:59 CDT
El reparto Santos Suárez, en el municipio habanero de Diez
de Octubre,
debe su nombre a la familia propietaria de los terrenos donde
se
asentó esa urbanización. Se trataba de cuatro hermanos nacidos en la
región
central de la Isla y avecindados en la capital: José Indalecio,
Leonardo,
Nicolás y Joaquín, me dice el doctor Ismael Pérez Gutiérrez,
profesor de
Medicina, que lleva a cabo una paciente investigación
sobre calles y barriadas
de La Habana. El nombre de dos de ellos lo
llevan sendas calles locales: San
Indalecio y San Leonardo.
De los cuatro hermanos, Leonardo fue el más
prominente. No solo por
haber sido el más rico del grupo, sino por su quehacer
político. Más
de un autor asegura que es por él que Santos Suárez se llama
así.
Al igual que José Indalecio, el hermano mayor, Leonardo estudió
Derecho
y, junto con Félix Varela y Tomás Gener, resultó electo
diputado a Cortes en
1822.
La Constitución de Cádiz de 1812, restablecida en España en marzo
de
1820, fue proclamada en Cuba un mes más tarde. El elemento más
progresista
de la Colonia sugirió sin demora la creación de una
cátedra de Constitución y
la puso bajo los auspicios del obispo
Espada, <>, como se afirmaba
en la propuesta.
Queda Espada facultado para reglamentar la cátedra y elegir a
la
persona que la impartiría. La sumó el Obispo a los programas
curriculares
del Seminario de San Carlos y determinó que se cubriera
por oposición, pero al
mismo tiempo invitó al padre Varela a que
participara en el concurso. Nadie
podía desempeñarla con más dominio y
eficacia. Los ejercicios que presentó
Varela fueron brillantes; nadie
pudo discutirle la propiedad de una cátedra que
él llamó <>. La popularidad de
Varela, a
partir de ahí, subió como la espuma. Su integridad moral y
su
patriotismo lo hicieron un candidato indiscutible para las elecciones
a
diputado. Salió electo. También fueron elegidos Santos Suárez y
Gener. Aunque
no quería, debió Varela cambiar la vida sosegada del
estudioso por la
existencia agitada del político.
Tres proyectos llevan a Cortes los diputados
habaneros que encabeza
Varela: abolición de la esclavitud, autonomía para Cuba
y
reconocimiento de la independencia de la América española. Los cubanos
son
tratados con profunda consideración, pero la reacción absolutista
no está
muerta y espera el momento de la revancha. Con el retorno de
Fernando VII llega
a su fin el breve período constitucional. Los
cubanos que se pronunciaron sobre
la incapacidad del monarca para
gobernar y su sustitución por un consejo de
regencia, son condenados a
muerte y deben huir de España. Varela logra llegar a
Gibraltar y desde
allí viaja a Nueva York.
Retrato de grupo
A esa ciudad
llegó también Leonardo Santos Suárez. Colaboró con Varela
en su periódico El
Habanero, publicación que señalaría el camino justo
a los separatistas cubanos,
y que, por supuesto, no pudo circular en
Cuba. Ya para entonces Santos Suárez
tenía experiencia en el campo de
la letra impresa, pues años antes, en La
Habana, estuvo, junto a José
Agustín Govantes y Nicolás Manuel de Escobedo
--<>, como se le llamó en su tiempo-- en la fundación
de El
Observador Habanero, revista de alto valor literario. No persistiría
en
ese empeño. Se desencantaría por otra parte de la política --debe
haberse
acogido a la amnistía de 1832 promulgada por el Gobierno
español-- y se metió
de lleno, con gran éxito, en el mundo de los
negocios. Murió en Madrid, en
1874, a los 79 años de edad.
No vivió tanto su hermano mayor, el ya aludido
José Indalecio.
Falleció, en 1836, con 44 años. Hizo estudios secundarios en
La
Habana y cursó Filosofía en el Seminario de San Carlos. Muy joven,
apenas
con 21 años y en el propio Seminario, se presentó a las
oposiciones para la
cátedra de Texto Aristotélico. Pese a su brillante
papel, perdió ante un
contrincante de la talla de Escobedo, que sería
el profesor que sustituirá a
Varela en la cátedra de Constitución
cuando el futuro autor de Cartas a Elpidio
viajara a Madrid, para
ocupar su plaza de diputado a Cortes.
Matriculó
entonces José Indalecio la carrera de Derecho en la Real y
Pontificia
Universidad de La Habana, donde se graduó como abogado.
Tuvo la suerte de
laborar en el equipo del venezolano Juan Ignacio
Rendón Dorsuna, considerado
uno de los grandes letrados de la Cuba
colonial, lo que le permitió participar
de alguna manera en las causas
más célebres de la época, que eran de la
incumbencia de Rendón, dado
su cargo de oidor de la Audiencia de Puerto
Príncipe.
Lo eligieron diputado provincial por La Habana y diputado suplente
a
Cortes. La administración colonial lo designó magistrado del Tribunal
de la
Real Hacienda. La salud, sin embargo, no lo acompañó. Muy
enfermo, viajó a
Estados Unidos a fin de encontrar remedio a sus
males. Lo intentó durante todo
un año. No lo consiguió y regresó a
Cuba para morir. Falleció en el mismo año
en que murió su maestro
Rendón, que llegó a los 75.
Digamos antes de proseguir
que Santos Suárez es un apellido compuesto,
y que Pérez es el segundo apellido
de estos cuatro hermanos. De los
dos hermanos menores se conoce menos que de
los mayores. Tuvieron una
vida más privada que pública. Nicolás, el tercero en
orden
cronológico, fue también abogado. Estudió en la capital de la Isla
y
luego de viajar por Europa, se estableció en Pensacola, cuando la
Florida
era aún territorio español y estaba bajo la jurisdicción de la
capitanía
general de La Habana. Se desempeñó allí como Auditor de
Guerra hasta que volvió
a Cuba y ejerció como juez en Guanabacoa.
Escribió varios folletos de carácter
literario y jurídico.
El menor de los hermanos Santos Suárez Pérez se llamó
Joaquín. Fue la
excepción de la regla. No estudió Derecho. Se hizo médico y
fue
miembro destacado de la Sociedad Económica de Amigos del País, de
la
Academia de Ciencias y del Liceo Artístico Literario.
Entran los
Mendoza
Los abuelos de los Mendoza-Freyre de Andrade contrajeron matrimonio
en
1855. Lo hicieron pese a la oposición del padre de María Teresa, la
novia,
que alegaba la escasa fortuna del pretendiente de su hija. Sin
embargo, siete
de los 12 hijos de la pareja originaron ramas que
<> antes
de 1959. Sus descendientes
enlazarían, dice Guillermo Jiménez, con los
principales de cada época y serían
propietarios en diversos sectores
del país.
Hubo entre ellos banqueros y
corredores de azúcar y de bolsa de
valores, propietarios de centrales
azucareros y de colonias cañeras,
de fábricas de fertilizantes, de empresas
constructoras e
inmobiliarias, de entidades hipotecarias y de seguros... De
miembros de
esa familia era propiedad el centro comercial La Rampa,
donde
funcionan ahora las oficinas de las compañías de aviación.
Figuraban
entre los principales accionistas privados de Cubana de
Aviación y eran dueños
del Bufete Mendoza, especializado en asuntos
mercantiles y uno de los más
importantes y antiguos de la ciudad,
situado en calle Amargura 205, entre
Habana y Aguiar, La Habana
Vieja. El Palacio de Aldama estaba entre sus
propiedades, y por no
dejar de tener llegaron a adquirir el Fondo Coronado,
llamado así por
su propietario original, el erudito Francisco de Paula
Coronado, y que
es la mayor colección existente de libros, folletos, materiales
de
prensa, mapas y todo tipo de documentos relativos a Cuba, que los
Mendoza
vendieron oportunamente a la Universidad Central de Las
Villas, donde hoy se
encuentra.
Los Mendoza, en cualquiera de sus siete ramas, eran propietarios
de
grandes extensiones de tierra en toda la ciudad. Poseían parcelas y
solares
en Cojímar y también en el Biltmore. En los repartos
Barandilla y La Coronela y
en La Puntilla. Los poseían asimismo en La
Víbora, cuando esta llegaba hasta La
Palma. En 1915 adquirieron
terrenos en la zona de Santos Suárez y comenzó su
urbanización.
Viaje a la memoria
Hay en Santos Suárez zonas cuyas calles
--Santa Emilia, Santa
Catalina, Santa Irene...-- agotan el santoral. Otras
-Mayía Rodríguez,
Juan Delgado, Lacret...-- rinden tributo a los héroes de
la
Independencia, y otras más --Saco, Heredia, Luz Caballero...-- recuerdan
a
nuestros más ilustres intelectuales y creadores, en tanto que toda
una
canasta de frutas cubanas se llena con los nombres de calles como
Zapotes,
Melones, Cocos... Por cierto, Cocos sigue siendo Cocos y no
Alfredo Martín
Morales, y nadie llamó nunca José Miguel Gómez a
Correa, ni José Antolín del
Cueto a Melones.
Para los que vivíamos en el reparto Lawton, zona
eminentemente
estudiantil, mientras Luyanó era, en lo esencial, obrero,
las
escapadas a Santos Suárez eran toda una aventura en la adolescencia.
Hasta
las muchachas parecían más lindas, elegantes, más en la onda,
aunque no
recuerdo si ya se usaba esa expresión. El escribidor
admiraba ya las grandes
casonas de la barriada, aunque no dejaba de
advertir que sus áreas se habían
congestionado en exceso con edificios
de apartamentos apiñados prácticamente
unos sobre otros, en un afán
de aprovechar al máximo los terrenos.
Un cine
como Los Ángeles, en Juan Delgado casi esquina a Lacret, no
solo nos parecía
mejor que los que funcionaban en nuestra zona, sino
que lo era realmente con
sus butacas acolchadas y el aire
acondicionado, mientras que otros --Ma'Ra y
Santa Catalina-- se
quedaban, con sus asientos de palo, en el atractivo de sus
fachadas.
La Gran Vía, ubicada precisamente en la calle Santos Suárez, entre
San
Indalecio y San Benigno, era, en los cumpleaños, lo máximo con sus
cakes y
su confitería fina. En la cafetería Niágara, de Juan Delgado y
Santa Catalina,
Paco el lunchero ofertaba los mejores sándwiches de la
ciudad, y los frozzen de
El Gallito, en Santa Catalina y Saco, nada
tenían que ver con los se harían muy
demandados después.
Más allá, por Santa Catalina hacia Palatino y la Ciudad
Deportiva, la
iglesia de San Juan Bosco, en cuyo vía crucis --lo sabríamos
después--
el pintor Eberto Escobedo representó al poeta José Lezama Lima.
Más
allá, la fábrica de la Coca Cola y casi enfrente la quinta Las
Delicias,
de Rosalía Abreu, impenetrable en el misterio de sus monos.
--
Ciro Bianchi
Ross
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