lunes, 27 de abril de 2015
MANCHA MANTELES
Mancha manteles
Ciro Bianchi Ross * digital@juventudrebelde.cu
25 de Abril del
2015 21:42:43 CDT
Había invitados esa noche en la Embajada de Cuba en París,
y el gran
chef Gilberto Smith asumió, como de costumbre, la preparación de
la
cena. Envió los primeros platos a la mesa, y cuando se disponía a
hacerlo
con la langosta, lista ya para servir, una jarra de café se
derramó sobre ella.
Café cubano, fuerte y aromático. La escurrió
Smith, pero el líquido había
penetrado la masa y el sabor del café se
hacía bien patente. Pensó en
<> con coñac o whisky y algún
licor, pero fue inútil: más le sabía el
café. Estaba muy bien la
langosta, sabrosísima, pero el gusto del café estaba
ahí. Le puso
entonces salsa holandesa; nada. Nata de leche batida; tampoco.
Cada
vez se ponía mejor la langosta, y el café, sin embargo,
seguía
<>. Recurrió al queso parmesano. Es fuerte, huele mucho.
Lo
único que consiguió fue mejorar el sabor de su plato.
Aturdido,
desconcertado, envió la langosta a la mesa. Le agobiaba la
idea del papelazo,
cuando los que la degustaron requirieron su
presencia. Esperaba el reproche,
pero no. Nunca habían probado nada
igual, aseguraron. Quisieron conocer el
nombre de aquel plato, su
elaboración. <>, respondió Gilberto Smith. No dijo
ninguna
mentira.
Luego lo perfeccionaría. Le añadió champiñones, quemó la
langosta con
coñac, aumentó el tabasco y la salsa inglesa... El plato comenzó
a
caminar solo. Se extendió por Francia, Bélgica, Italia. En Milán,
donde la
langosta al café ganó el primer premio en un concurso
internacional, la gente
reconocía a Smith en la calle y le llamaba
<>. Años después, Fidel
Castro lo mencionaría en la célebre
entrevista que le concediera a Frei
Betto.
Su padre, en cierto sentido, fue su primer maestro y luego <>
en fondas y restaurantes de poca monta, hasta que a los 16 años
lo
designaron jefe de cocina de un importante hotel habanero. Fue miembro
de
la Academia Culinaria de Francia y le llamaron <>. Sus
platos a base de pescados y mariscos son famosos y
resultan incontables las
personalidades que se deleitaron con lo que
salía de sus manos. Cocinó para
Chirac, Mitterrand y Pompidou,
presidentes de Francia los tres. Para Alain
Delon y Jean Paul
Belmondo. Edith Piaf y Maurice Chevalier. Romy Schneider y
Julio
Iglesias. Paco Rabanne, Nat King Cole, Brigitte Bardot, Juan
Manuel
Serrat, Geraldine Chaplin, Jean Paul Sartre, Alicia Alonso...
A García
Márquez le fascinó el consomé de oca que Smith le preparó en
el restaurante
habanero La Rueda. Alejo Carpentier, que se desvivía
por el pato a la naranja
del maestro, al dedicarle su novela La
consagración de la primavera, escribió:
<>.
Japón le
otorgó la Medalla de Oro Especial. El Gobierno italiano le
confirió la Orden
Catalina de Médicis. En el megaevento culinario Perú
2001 se le entregó el
título de Chef del Milenio. Fue, dicen, el
cocinero más galardonado del
mundo.
Recordémoslo en el quinto aniversario de su muerte.
Platos de
siempre
La investigadora española Beatriz Calvo Peña estudia tres libros
de
recetas de cocina cubana que se encuentran a caballo entre finales
del
siglo XIX y comienzos del XX. El primero se titula Nuevo manual de
la
cocinera catalana y cubana, del cocinero catalán Juan Cabrisas,
publicado
originalmente en 1858. El segundo libro no consigna autor
alguno. Se publicó en
1862 y se titula El cocinero de los enfermos,
convalecientes y desganados. En
tanto, el tercero, Nuevo manual del
cocinero criollo, es de 1914 y está firmado
por José Triay, periodista
del Diario de la Marina.
En los tres libros
aparecen las recetas del ajiaco, el picadillo y la
ropa vieja, platos que
llegan hasta nosotros con el mismo nombre y una
preparación más o menos
similar. En opinión de la autora, la poca
variación que se evidencia entre los
ingredientes de esos platos en
los tres recetarios, confirma que ya para
mediados del siglo XIX
existía una tradición de cocina cubana bien asentada, y
que ciertos
platos eran ya identificados como auténticos y propios de la Isla.
Se
pone de manifiesto asimismo el interés de los autores de esos libros
por
acentuar una cocina sobre todo urbana, habanera, aunque no
descartan la
inclusión de lo que llaman <> y
que llegan a
identificar incluso con el nombre de la localidad a que
se atribuye su
origen.
La cocina cubana está en los tres títulos diferenciada de la
española.
Para el autor del Nuevo manual de la cocinera catalana y cubana
existe
una manera netamente criolla de elaborar los platos. Hay
también
ingredientes característicos como las frutas del trópico y el
azúcar.
El empleo de viandas y tubérculos de origen americano y la
guarnición
a base de arroz blanco o de plátanos fritos o salcochados
son
constantes en el paladar cubano. Los autores aluden a platos a lo
cubano,
a lo criollo y a lo habanero, que son, estos últimos, los más
elaborados.
Las
características sobresalientes de la cocina cubana de fines del
siglo XIX y
comienzos del XX son el uso de la manteca de puerco, el
predominio de la carne
de ese animal, que empieza a perfilarse como
alimento netamente cubano, la
utilización como ingredientes básicos de
especias como el cilantro y el ají, la
mezcla de lo dulce con lo
salado... Escribe Beatriz Calvo: <>.
Otro aspecto que identifica a la
cocina cubana es la decoración de los
platos. Hay en los tres libros una clara
conciencia de cómo se adorna.
Los platos denominados a lo cubano, a lo criollo
o a lo habanero
suelen compartir la característica de estar adornados con un
producto
esencial en Cuba, el plátano. Expresa la española Calvo:
<>.
Concede
la investigadora peninsular excepcional importancia al ajiaco.
Se trata, dice,
del plato más rico en cuanto a la variedad de
ingredientes, pues reúne tres
tipos de carne --vaca, puerco y pollo o
gallina--, viandas esencialmente
americanas y especias mediterráneas
como el azafrán, el comino y el culantro,
junto al limón, propio
también de la cocina del Mediterráneo, y el ají, no
siempre presente
en todos los ajiacos.
El ajiaco se convirtió en toda una
institución dentro de la cocina
cubana, en toda una mitología pues, como dijo
Fernando Ortiz, contiene
en sí toda la esencia del criollismo de la Isla. El
cocido es un plato
genuinamente español, el ajiaco cubano es su natural
derivado. En
definitiva, los plátanos y el ajiaco se convierten en
auténticas
mitologías de la identidad cubana.
Cuba empieza a depender de
EE.UU., y el cambio deja su huella en la
cocina. Hay anhelo de modernidad,
entran las conservas, entra el
horno. Con anterioridad a 1914, la hora de
hornear era el momento de
pedirle ese favor al panadero. A partir de esa fecha,
el ama de casa
puede disponer de ese aparato que se importa y se vende en La
Habana.
El turismo hace que se extienda el gusto por platos foráneos. De
esa
manera, platos de otras cocinas toman carta de ciudadanía en
la
nuestra.
Un país tiene sus propios alimentos y los elabora además acorde
con su
idiosincrasia, en este caso <>. Y aquí
la
palabra <> tiene connotaciones patrióticas, ya que se trata
del
nuestro, del nacional.
Congrí, gloria de la cocina cubana
El congrí,
esa joya de la cocina cubana, es la mezcla del arroz blanco
con los frijoles
colorados, guisados juntos. No debe confundirse el
congrí con los moros y
cristianos, que es el guiso del arroz blanco
con los frijoles negros, aunque
por extensión también a los moros se
les llama congrí.
En la cocina de los
pueblos del Caribe es omnipresente la combinación
del arroz con diversas
variedades de frijoles. La hay en Jamaica, en
Guadalupe y en Trinidad. En
Venezuela es arroz con caraotas; en Puerto
Rico, arroz con habichuelas; en
Santo Domingo, moros y cristianos o,
simplemente, moros. Y en Centroamérica,
aludiendo quizá jovialmente a
nuestras síntesis étnicas, matrimonio. Empedrado
llaman los andaluces
al guiso de arroz con judías, y los haitianos, para
preparar el
congrí, aderezan el arroz blanco con leche de coco.
Alejo
Carpentier lleva la añoranza de ese plato a su cuento Los
fugitivos. Un esclavo
huye con su perro de los barracones de la
hacienda y ya en el monte, al parecer
fuera del alcance de mayorales y
rancheadores, echan de menos la seguridad del
condumio. El perro
extraña los huesos llevados al batey al caer la tarde,
mientras que el
hombre añora el congrí, traído en cubos a los barracones,
después del
toque de oración o cuando se guardaban los tambores del
domingo.
El folclorista oriental Ramón Martínez afirmaba que un congrí
se
compone de arroz con frijoles, manteca y pedacitos de tocino
hechos
chicharrones, sin especificar qué clase de frijol. Atribuye
origen
africano a esa palabra.
También Fernando Ortiz da, tanto al congrí como
a los moros, un
posible pero no probado origen africano. Afirma Ortiz que
congrí es
voz del creole haitiano, ya que en esa isla caribeña se llama congos
a
los frijoles colorados y al arroz se le llama riz, como en francés, y
de
congo y riz, argumenta el sabio cubano, surge la voz congrí. Aunque
Ortiz no lo
dice, en Cuba también se llamó congo al frijol colorado.
El erudito José Juan
Arrom asegura que <>.
Ortiz adelanta el posible origen de este
plato, al relatar en su
estudio La cocina afrocubana lo que con relación a eso
dice el ya
aludido Ramón Martínez en su libro Oriente folklórico, del que,
por
cierto, solo pudo hacer 12 ejemplares.
Escribe Martínez que un negro de
nación queriendo cocinar una comida
rápida y sin condimento, echó a hervir
arroz y frijoles juntos y casi
se cocinaron al mismo tiempo, porque los
frijoles eran frescos. Más
tarde el plato se cocinó con más cuidado: se
cocieron primero los
frijoles hasta que estuvieron blandos, se aliñaron luego y
se les echó
el arroz, y cuando este reventó, se sacó un poco de agua de
la
cacerola y se dejó secar el guiso a fuego lento.
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