sábado, 24 de enero de 2015
CAPITULO X DEL ULTIMO LIBRO DE ELIGIO DAMAS, AUN SIN TITULO Y SIN PUBLICAR
ota: El presente trabajo es el capítulo X de nuestro último libro, aún sin título. Lo ofrecemos a los lectores de este blog con placer y deseo de contribuir a comprender nuestra historia y, sobre todo, la de los años que corren.
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Apenas Betancourt fue electo presidente de la República, recibió la visita de Fidel Castro, quien no hacía mucho había bajado vencedor de la Sierra Maestra; no es mucho lo que sabe acerca de aquella conversación privada entre aquellos personajes. La “Fundación Rómulo Betancourt”, se limita a decir lo siguiente:
“Su encuentro con el candidato electo no es tan afortunado:
la falta de empatía es manifiesta desde el primer momento
y, posteriormente, las relaciones entre ambos gobiernos
se dificultarán hasta llegar a la ruptura”.
Al día siguiente de aquella entrevista en cada rincón de Venezuela se sabía que había resultado un fracaso; todos, de un lado u otro, incluso dentro del partido de gobierno, donde existía una fuerte tendencia izquierdista que recibió con entusiasmo a Fidel Castro, tanto que el líder de ella Domingo Alberto Rangel, esa tarde en el Congreso de la República en un discurso de orden le llamó “hijo de Venezuela, porque Venezuela es madre de libertadores”, estaban conscientes que allí no había posibilidad de acuerdo alguno.
No había mucho que pensar sobre el asunto; pues los propósitos de Betancourt eran claros, estaban definidos desde muchos años atrás y durante su primer gobierno dio muestras de ello. Su mayor interés era mantenerse en el poder y estaba dispuesto a lograrlo manteniendo muy buenas relaciones con los Estados Unidos. Sus vínculos con Rockefeller seguían sólidos y este continuaba siendo un personaje importante en el mundo de las finanzas y de los negocios petroleros. Los de Castro eran otros; ya había concebido la necesidad de abrir un frente de combate contra el imperialismo y venía a Venezuela en busca de respaldo. No es extraño, por los antecedentes de Betancourt, sus viejas amistades con “Manuel Urrutia, Oswaldo Dorticós y sobre todo Raúl Roa”, como afirma Edgardo González Medina en “Venezuela, Capitalismo de Estado, Reforma y Revolución”. Para este mismo autor:
“Inicialmente para los cubanos Betancourt era el líder capaz
de incidir en una estrategia de enfrentamiento contra los
Estados Unidos, porque había sido uno de los principales
dirigentes del Partido Comunista de Costa Rica y miembro del
supuesto Buró del Caribe de la III Internacional”.
No obstante quien esto dice, pasa por alto, que posterior a los hechos que menciona, desde 1941 aproximadamente, Betancourt ha dado fe de anticomunista, hombre de la derecha y con fuertes vínculos con la cúpula del capital gringo. Su conducta frente al gobierno de Medina, durante su período de gobierno y posterior mayor acercamiento a los círculos políticos y financieros de los EEUU, no ofrecían duda alguna acerca de sus propósitos. Lo que no niega en ningún caso, que Fidel, en cierto modo obligado por razones diplomáticas y por el respaldo que el gobierno de Wolfgang Larrazábal y particularmente los venezolanos habían ofrecido a los combatientes de la “Sierra Maestra”, vino de visito a Venezuela y aprovechó para sondear como estarían las cosas con el gobernante que acababa de ser electo.
Pero a falta de más información sigamos al auto antes mencionado quien sobre aquel encuentro dice lo siguiente:
“Betancourt le describe al líder cubano las enormes dificultades
económicas que espera para Venezuela durante su gobierno, en
particular el pago de la deuda externa, la confrontación contra
reacción medinista-pérezjimenista, la amenaza del sector militar
en su mayoría ansioso de retornar al poder, también le expone la
imposibilidad de que Venezuela le entregue petróleo a Cuba
directamente, y sobre todo, lo difícil de que sea a crédito, debido
al control que tenían las compañías transnacionales sobre la
producción y comercialización del petróleo venezolano”.
Según la fuente que manejamos:
“Castro le habría dicho a Betancourt que estatizaría las empresas
batisteras y norteamericanas, y éste le recomendó, según afirmó
en sus memorias – que lo hiciera indemnizándolas o con la prome-
sa de indemnización para disminuir las consecuencias dentro de los
EEUU”.
Como dice Orlando Araujo, en “Venezuela Violenta”, editorial El Perro y la Rana, edición del 2012, pág. 167, en 1945, Acción Democrática, por la vía violenta asciende al poder:
“llevada por un golpe militar, pero lejos de luchar por un cambio
cambio revolucionario, Rómulo Betancourt suscribe con Nelson
Rockefeller un acuerdo para establecer empresas industriales mix-
tas que amplíen los negocios de este último hacia los sectores agrí-
cola e industrial”.
Lo que nos permite reiterar que Castro, no creemos se haya hecho muchas esperanzas con Betancourt, quien ya jugaba un juego demasiado abierto para engañar a alguien tan suspicaz como el líder cubano.
El “Pacto de Punto Fijo”, fue si se quiere un acto macabro pero ingenioso, para hacer parir de lo que fue un círculo de gobernantes de “demócratas” una dictadura feroz. Algunos, como Caldera y Villalba, volvieron a caer en la trampa de años anteriores, de los golpes de cuartel de la década del cuarenta y otros nuevos se prestaron para que aquella trampa se instalase en Venezuela por años.
Pero el Pacto de Punto Fijo recibió un rudo golpe. AD se había dividido y nacido de su seno una agrupación multitudinaria, que arrastró tras de sí más del 90 % de los jóvenes militantes del partido, la gran mayoría de la dirigencia y base del movimiento obrero, parte del campesinado e integrantes de la Federación Campesina, el movimiento estudiantil, que en principio se llamó Acción Democrática de Izquierda, que al constituirse formalmente optó por el nombre de Movimiento de Izquierda Revolucionaria (MIR), encabezado por Domingo Alberto Rangel, Simón Sáez Mérida, Carmelo Laborit, Moisés Moleiro, Américo Martín, Rómulo Henríquez hijo, Julio Escalona, etc.
El MIR restó una elevada cantidad de diputados a AD y algunos pocos senadores, llegando a configurar una fuerte representación parlamentaria.
En el seno de URD, partido firmante del Pacto de Punto Fijo e integrante del gobierno que presidía Betancourt, creció un fuerte sector izquierdista, solidario con la Revolución cubana, entre quienes destacaban Fabricio Ojeda, José (Cheíto) Oropeza, Víctor José Ochoa y otros. Grupo que gozaba de la simpatía de José Vicente Rangel, Ignacio Luis Arcaya y hasta el propio Jóvito Villalba.
El 22 de julio, por iniciativa de José Herrera Oropeza, Fabricio Ojeda, ambos de URD, Pedro Ortega Díaz (PCV) y Jesús María Casal (MIR) se aprobó un rotundo respaldo a la Revolución cubana.
A todas estas, Estados Unidos se había propuesto sancionar a la Cuba revolucionaria, aislándole diplomáticamente del resto de América Latina; una de esas metas sería expulsarle de la OEA de la cual había formado parte desde su fundación, y quizás aplicarle La Carta Interamericana; es decir invadirla con la ayuda y respaldo de todos los integrantes de la OEA.
El 17 de marzo de 1960, el presidente de Estados Unidos entonces, Jhon Eisenhower aprobó el “Programa de acción encubierta contra el régimen de Castro”.
En esa oportunidad, según Eugenio Suárez Pérez, en “Hace 50 años: VII Reunión de Cancilleres OEA” (01-10-2010) o Conferencia de San José, Eisenhower expresó: “Se trata que la OEA nos ayude”.
Por solicitud concertada del gobierno de Perú, siendo presidente Manuel Prado Ugarteche, país donde la inconformidad popular e inestabilidad habían llegado a un muy alto nivel, tanto que dos años después sería víctima de un golpe de Estado orquestado por el Departamento de Estado, la OEA convocó la VII Reunión de Consulta de Ministros de Relaciones Exteriores para celebrarse en San José, Costa Rica, para el 29 de agosto de 1960. Pagaba así Manuel Prado a Estados Unidos le mantuviesen un tiempo más en el poder.
Betancourt se encontraba entre los más entusiastas por acompañar a Estados Unidos, sobre todo porque su situación no era muy envidiable, confrontaba una aguda crisis económica, tenía frente así una muy fuerte oposición y necesitaba de manera vital el visto bueno de Estados Unidos. Por esas circunstancias, como presidente y jefe absoluto en materia de política internacional por disposición constitucional, decide que el voto de Venezuela fuese favorable a las intenciones de aquél gobierno – el de Eisenhower – y en contra del hermano país de Cuba. Eran además, otros tiempos, cuando el dominio de EEUU sobre América Latina era casi total y la OEA su “ministerio de colonias”, como la llamase Raúl Roa, el entonces canciller cubano.
Según versión de Alberto Rodríguez Barrera, en “La disolución del Pacto de Punto Fijo a la modernidad”, URD aprobó ordenar al Canciller Ignacio Luis Arcaya, no votar en favor de la “Declaración de San José”, destinada a condenar a Cuba y expulsarla de la OEA. El mismo autor antes mencionado, hace mención a unas declaraciones de Villalba, no sabemos si con anterioridad o no, a la decisión de Arcaya, según las cuales:
“La Revolución cubana es de trascendencia histórica y la suerte del
movimiento democrático latinoamericano está unida a la suerte
de la revolución cubana”.
El padre José Virtuoso en la revista SIC del Centro Gumilla, edición de septiembre-Octubre de 1990, al hablar de aquellos acontecimientos, lo hace de la manera siguiente:
“Esta Conferencia fue convocada por la OEA pata tratar acerca
de la intromisión de potencias extracontinentales, concretamente
de la URSS y China Continental en la vida económica, política y
social de los países miembros de la organización. El Canciller
Arcaya dirige una vana lucha para lograr una doble enmienda a
la resolución que había propuesto Estados Unidos en el sentido
de que se condenara todo tipo de intromisión extracontinental en
América y pedía a los países latinoamericanos que actuaran en
forma conjunta e instantánea para repeler cualquier intervención
extranjera. Por una parte, propuso Arcaya, debe quedar clara-
mente establecido que el rechazo a cualquier intervención extra-
continental no menoscababa el derecho de los países latino-
americanos a establecer relaciones diplomáticas y comerciales
con todos los países del mundo. Por otra parte, se hacía necesa-
ria la inclusión de un párrafo en la resolución que rechazara
también cualquier intento de intromisión intracontinental”.
Como Betancourt optó por la proposición de Estados Unidos, según Virtuoso, Arcaya “pidió consejo al Comando Nacional de URD y decidió renunciar” al cargo de Canciller.
Según Enrique Tejera París, mencionado por Roberto Lovera De- Sola, en “Cuando Venezuela Tenía Razón”, del 26-10.2013, hablando de Jóvito Villalba dice:
“Pero se fue, mal aconsejado, por un atajo, que no tenía salida.
el voto, no autorizado, de Ignacio Luis Arcaya, en San José
de Costa Rica, fue un grave error; los urredistas no vieron con
inteligencia el sucederse latinoamericano de aquella hora.
Desde luego el voto de Arcaya no había sido autorizado por el
Presidente, jefe de nuestras relaciones exteriores, y Arcaya
quedó fuera de juego”.
Las citas anteriores coinciden en que Arcaya actuó por orden de su partido, incluso hay una versión, según la cual, recibió una llamada de Luis Miquilena, un hombre para aquel momento no ubicado en la izquierda de URD. Así lo hacían saber los jóvenes izquierdistas de ese partido con quienes tanto compartimos. No obstante era visible su reticencia contra AD.
Pero hay una circunstancia que llama la atención. ¿Cómo entender que pese la natural iracundia de Rómulo Betancourt, y habiendo URD, como partido y particularmente Jóvito Villalba “ordenado” al Dr. Arcaya tomar aquella decisión tan trascendente que constituyó un desafío al gobierno de Estados unidos y al venezolano mismo, no se hubiese roto el Pacto de Punto Fijo, retirándose URD voluntariamente o a solicitud del presidente? Es difícil comprender que Betancourt, ante aquella toma de posición del partido aliado que retaba su decisión, para él de gran significado en aquel momento, por lo que eso significaba en sus relaciones con Estados Unidos, intentase aún que no se rompiese el Pacto de Punto Fijo aún a sabiendas de las dificultades internas por las cuales atravesaba? ¿Cómo comprender que Villalba, yéndose al extranjero por un tiempo y URD, se tomasen un tiempo bastante largo, tomando en consideración la magnitud de la crisis y los rasgos personales el presidente, poco propenso a la condescendencia en determinados niveles y estando de por medio sus vínculos con Estados Unidos y al final se diez el lujo de poner condiciones para quedarse, pese que las mismas no tuviesen gran significación sino el condicionamiento mismo?
Por las consideraciones anteriores, no obstante, por la trascendencia de lo acontecido, el desconocimiento a una decisión del presidente, responsable único, por disposición constitucional de las relaciones internacionales, y la conocida conducta de Betancourt, poco dado a la tolerancia y permisibilidad, ¿cómo entender que habiendo sido aquella una decisión de URD y su Comando Nacional y al frente del mismo Jóvito Villalba, no se hubiesen roto inmediatamente las relaciones dentro del gobierno y sólo casi tres meses después, es URD quien decide retirarse, habiendo puesto condiciones nada difíciles e inaceptables para quedarse?
Por lo anterior, pareciera más sensato pensar, como lo escuchamos entre los jóvenes urredistas izquierdistas de nuestra generación, aquella toma de posición de Ignacio Luis Arcaya, obedeció a un acto personal de conciencia y a sabiendas que en aquel momento, contrariamente a lo afirmado por Tejera Paris, la mayoría del pueblo venezolano y la gente de URD, compartía su actitud.
Los hechos posteriores, los de hoy, cuando en la materia diplomática EEUU, está aislado por motivos suficientemente conocidos, confirman que aquel gesto de Arcaya estuvo plenamente justificado.
El 28 de agosto, Arcaya se negó a acatar lo ordenado por Betancourt, renunció desde San José al cargo de Canciller y se retiró de la conferencia.
El gobierno de Betancourt se hallaba acorralado, la llamada “Ley del hambre”, la inflación, un fenómeno antes no conocido en Venezuela, agravada con la drástica disminución de salarios, y acicateada por la improductividad y la devaluación, produjo un descontento descomunal que en las calles recogían y lideraban el MIR y el PCV.
A estas circunstancias, se sumó la desequilibrada distribución de la población venezolana. El área rural fue quedando abandonada y una inmensa parte de su población se apretujó en algunas ciudades, sobre todo del centro del país, empezando por Caracas, donde por años se había invirtiendo con intensidad el ingreso nacional; pero esa población que se concentraba en los enclaves del proyecto de sustitución de importaciones, no encontró como insertarse de manera productiva y de subsistencia, generando una fuerza adversa al gobierno y sus metas. Como dijo alguien, el ingreso se producía en un sitio y se invertía en otro, para contribuir con la economía de puerto y los enclaves ya determinados por los intereses norteamericanos.
Pudieron esas condiciones adversas contener la habitual iracundia de Betancourt. Pero el mismo fenómeno de descontento popular se expresaba dentro de URD, donde la tendencia izquierdista se fortalecía y con la cual el Dr. Arcaya tenía excelentes relaciones. Todo eso se combinaba con la conocida forma de hacer política del Dr. Villalba, nunca dispuesto a “nadar contra la corriente”.
El 17 de noviembre de 1960, URD se retiró del gobierno y fracturó el Pacto de Punto Fijo.
Habiéndose dividido el partido AD e ido URD del gobierno, ante las descomunales manifestaciones de descontento por las políticas gubernamentales, el 28 de noviembre, apenas once días después de la toma de la decisión del partido de Jóvito Villalba, mediante Decreto N° 403, Rómulo Betancourt decide suspender las garantías constitucionales. Lo que significaba, crear las bases “legales”, para reprimir a los trabajadores, estudiantes amas de casas, empleados, comunistas, a excompañeros ahora en el MIR y hasta sus no hacía muchos días, aliados del gobierno militantes de URD, incorporados a aquellas actos de inconformidad.
En esa oportunidad, en el discurso para justificar aquella medida desesperada, el presidente de Venezuela, pronunció aquella más que controversial, fatídica frase, “disparen primero y averigüen después”. En su desesperación el alto funcionario pasó por alto que aquel decreto no le otorgaba la facultad de aplicar la pena de muerte, la cual no podía ser objeto del mismo por disposición expresa del texto constitucional. Numerosos fueron los crímenes cometidos por la policía en cumplimiento de aquella ilegal y criminal orden, la que por sí misma define el estado debilidad y desesperación del gobierno.
Con Betancourt, se vuelve a repetir la historia. Los gobernantes interesados en imponer un proyecto antipopular, una vez llegados al gobierno, comienzan a perseguir a quienes antes fueron sus aliados y le ayudaron a lograr sus primeros objetivos. URD, partido que al firmar el “Pacto de Punto Fijo”, se hizo solidario con Betancourt, antes y luego cuando este llegó a la presidencia y hasta le ayudó a enfrentar con éxito la invasión por el Táchira e intento de golpe de Estado como el del general Jesús María Castro León, el 20 de abril de 1960
Comenzando el nuevo año, el descontento popular y sus manifestaciones públicas habían llegado a un nivel inaceptable para la poca paciencia y habitual soberbia del presidente, preocupado además, por la influencia y prestigio de la Revolución cubana, el desafío de esta al poder imperial que subyugaba a jóvenes, trabajadores y al sentirse desasistido de todo apoyo popular. El presidente sólo contaba con parte del ejército y un partido, el suyo AD, que después de dividido había quedado diezmado. Si bien es cierto que COPEI se mantenía en el gobierno, las viejas desavenencias de cuando este partido apoyó el golpe militar de Marcos Pérez Jiménez, aún no le hacían, por lo menos para Betancourt, un aliado confiable. Sin olvidar el hecho, que en el seno del partido socialcristiano, comenzaban a perfilarse tendencias más democráticas y progresistas, sobre todo en el seno de la juventud.
José Melich Orsini, quien fue profesor de la Escuela de Derecho de la UCV por más de 50 años y con vínculos con los sectores de Poder, en un trabajo titulado “Comentarios sobre la Inconstitucionalidad”, dice lo siguiente:
“El mismo 23 de enero de 1961, fecha de entrada vigencia
de la nueva constitución, el presidente de la República en
Consejo de Ministros, invocando la atribución 6ª del artículo
241 de la misma Constitución, declaró para todo el territo-
rio nacional el estado de emergencia a objeto de suspender
o restringir algunas garantías constitucionales”.
En ambos casos, la suspensión del año 1960 por Decreto 403 y este de Enero del 1961, según Melich Orsini, se hace alusión a la existencia de una serie actos cumplidos por grupos de exaltados políticos que se les califica como “subversivos”. En el Decreto 403, del 28-11-1960, también de “desórdenes, actos de violencia y atentados contra las personas y las propiedades”, así como “reiteradas perturbaciones de la tranquilidad pública”.
Es de notar, que las calificaciones hechas por el gobierno mismo, no definen un cuadro de gravedad, intolerancia como para justificar la medida. Pero lo que si es cierto, que las manifestaciones pacíficas eran de una magnitud y constancia considerable como para preocupar al gobierno, tanto que fue éste quien empezó a regar las calles de muertos por la orden dada desde Miraflores, de “dispara primero y averiguar después”.
Melich Orsini, remata con el siguiente comentario:
“En ninguna parte, en cambio, se alude a alguna circunstancia
susceptible de tener influencia en la vida económica de la Na-
ción, lo que hace incomprensible que en la parte dispositiva
de ambos Decretos se haya incluido, al lado de la restricción
de la garantía de la libertad y seguridad personales, de la
inviolabilidad del hogar y de la correspondencia, de la libertad
de expresión, etc., una no motivada restricción de la garantía
de libertad de industria y comercio”.
Según Federico Brito Figueroa, citado por Luciano Wexell Severo, en “Economía Venezolana (1899-2008), pág. 131:
“Betancourt viola la legalidad democrática recién instituida,
resultado de la presencia combatiente de los depauperados en
la rebelión del 23 de enero de 1958, e instaura una dictadura
de hecho, que supera en rasgos negativos al régimen en el país
en la década de 1948-1958”.
No hemos encontrado nada mejor para pintar un cuadro sobre el comportamiento del gobierno de Rómulo Betancourt, de ese período que inició en 1959 que las siguientes notas de Federico Brito Figueroa:
“El pequeño Napoleón de Guatire somete a su acomplejado
despotismo al Poder Judicial y a la iglesia. Sustituye las nor-
mas de derecho por el bárbaro principio: disparar primero
y averiguar después, instaurando de hecho la pena de muer-
te; ordena ametrallar, las veces que estime necesario, las ma- nifestaciones de depauperados que solamente reclaman pan
y trabajo; viola la inmunidad parlamentaria, disuelve los
sindicatos y los partidos que lo adversan, censura la prensa,
impone la llamada Ley del Hambre y hostiliza policialmente a
los militares patriotas”.
Lo anterior ha servido para demostrar, como el gobierno de Betancourt, pese haber resultado de unas elecciones “populares, libres, directas y secretas”, hasta donde se podía garantizar en aquella época con un sistema electoral muy vulnerable y una población en gran parte analfabeta, derivó hacia un comportamiento dictatorial, hasta más represivo, que en mucho superó a los gobiernos de Gómez y el propio Pérez Jiménez. Como hemos visto, por todos los elementos mencionados, varios factores influyeron en aquella conducta.
La historia venezolana anterior a Betancourt, salvo algunos instantes o experiencias diferentes y muy puntuales, se había caracterizado por regímenes represivos, sin conciencia verdadera de los derechos de los ciudadanos, no acostumbrados a experimentar el reclamo popular, ni siquiera de los grupos representativos, sino a una situación despótica donde prevalecía la opinión o voluntad del gobernante. La personalidad misma de Betancourt, demasiado conocida por los venezolanos y reconocida por quienes, como el suscrito, pudieron verle por buen tiempo diariamente, antes que asumiese el gobierno en 1959, era dada a reacciones violentas y muy poca delicadeza. La sutileza, para intervenir en cualquier asunto, no era una de sus virtudes.
Entre los jóvenes adecos de mi tiempo, se comentaba como, en las reuniones de gabinete, la iracundia del presidente, le llevaba a lanzar pipa contra cualquiera de sus ministros o allegados, salvo el Dr. Luis Beltrán Prieto Figueroa, porque discrepasen de aquellas opiniones en la cuales estaba interesado en imponer o los percibiese distraídos o evadidos de la conversación. Pocos se atrevían a rebatirle alguna idea por temor a su reacción o decisiones posteriores.
En las reuniones de partido, aquellas a las cuales por derecho podían asistir, además de Betancourt y sus allegados, los izquierdistas que posteriormente dieron origen al MIR, como Simón Sáez Mérida y Domingo Alberto Rangel, quienes eran miembros del Comité Ejecutivo Nacional (CEN), sólo estos solían rebatirle cada argumento en materia política, sino que el último se solazaba en enrostrarle su falta de conocimiento en muchos asuntos que el fundador del MIR manejaba en profundidad. Circunstancia que al “Napoleón de Guatire”, molestaba en exceso, pero según contaban, quizás haciendo un supremo esfuerzo, optaba por ignorar. Los jóvenes adecos, futuros dirigentes del MIR, cuadros dirigentes de menor jerarquía, quienes no teníamos accesos a aquellas reuniones, al poco tiempo de aquellos sucesos nos enterábamos en detalles. Nosotros formábamos dentro de AD una organización paralela con sus jerarquías y niveles organizativos que recibíamos abundante y diaria información del acontecer nacional y del partido, incluyendo aquellos incidentes. La gente del ARS, como Raúl Ramos Jiménez o Jesús Angel (el indio) Paz Galarraga y hasta el mismo Dr. Prieto, cuando no coincidían con Betancourt, dejaban saber sus desacuerdos pero cuidando las formalidades.
La situación económica del régimen era apremiante como ya lo hemos dicho en diversas oportunidades y el gobierno experimentaba, como Pérez Jiménez en los últimos días de su gobierno, o quizás de más envergadura por la enorme participación obrera en la calle, de grandes presiones del movimiento popular reclamando derechos y reivindicaciones.
Luciano Wexell Severo, en este sentido, en la obra que antes hemos citado dice al respecto, en la pág. 130:
“En los meses de octubre de 1959 y enero de 1960 nueva-
mente ocurrieron grandes protestas de trabajadores, estu-
diantes y desempleados. Las manifestaciones terminaron otra
vez en choques contra la policía y con dura represión”.
Pero para ahondar y dejar claramente establecido el carácter represivo y antipopular del gobierno de Betancourt, volvamos a Orlando Araujo, en la misma obra antes citada, págs. 168-169:
“……allí están aquellos tres primeros muertos abaleados por la
policía durante una manifestación pacífica en agosto de 1959.
Pero a poco de ahondar en nuestras averiguaciones tropezamos
con aquellas raíces afirmadas en la historia y en la deformación
estructural: los tres caídos eran obreros y la manifestación era
de desempleados. Un gobierno cuyos compromisos con las
minorías privilegiadas y con el capitalismo extranjero le impiden
ir al cambio de estructuras verá crecer ante sí el problema del
desempleo y sólo tendrá a la mano a la policía para silenciar sus
explosiones sociales….”
Esas circunstancias, llevan a Betancourt al eslogan de su práctica política como respuesta al pueblo, sus demandas y los humildes en general, según Araujo y todos quienes vivieron aquellos años, “Las calles son para las fuerzas del orden público” y “hay que disparar primero y averiguar después”.
Los defensores de Betancourt, intentan justificarlo apelando al expediente de la lucha armada, fenómeno surgido con posterioridad y asumido en principio como una forma de defensa de la brutal agresión policial y en virtud de haberse cerrado toda posibilidad de reclamo o participación legal, habiendo de por medio aquellas dos órdenes peculiares y ajenas a la constitución misma y los derechos humanos, impartidas desde Miraflores.
Quienes ayudaron a Betancourt, en cierta medida, pese las diferencias, a llegar a Miraflores, como la gente que luego formaría el MIR y hasta la de URD, que más tarde formarían el VPN (Vanguardia Popular nacionalista) pasarían a integrar la lista de los perseguidos por su gobierno y acosados por el de Raúl Leoni.
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Publicado por Eligio Damas para BLOG DE ELIGIO DAMAS el 1/21/2015 04:28:00 p. m.
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