domingo, 26 de enero de 2014
ELIGIO DAMAS
-“¡No mi buen amigo, no tengo imaginación!, esa virtud no me pertenece. Pasa que la realidad es demasiado imaginativa”.
Eso dije a un viejo camarada, quien habiendo leído algunas cosas mías y al contarle esta historia, que ahora contaré a ustedes, me dijo tras una estruendosa sonrisa:
-“¡Coño Eligio, tu si inventas vainas!”
Antonio –voy a llamar así al verdadero personaje para que no se caliente o sienta incómodo – tiene un carro, de esos asiáticos de prestigiosa marca, con unos cuantos años de vida y un kilometraje que ha dado más de cuatro vueltas al marcador. No obstante, no sé cómo, hasta ahora ha conseguido se lo aseguren; digo esto porque al mío, de la misma edad y con menos uso, pues él vive en Caracas y viaja con frecuencia hacia oriente, desde hace varios años la aseguradora no lo consideró cronológicamente apto para asegurarlo.
Pero ayer, Antonio estaba muy deprimido. Tanto que siendo viernes en la noche, ya pasaban las diez, no se había echado un palo. No se sentía con el suficiente ánimo para quitarse el desánimo. Resulta que este año, para asegurarle el carro, la empresa le cobra más de cuarenta y cinco mil bolívares y debe pagar, al brinco rabioso, como cuota inicial, más de trece y no los tiene.
Antonio es adicto a la televisión y como tal, bombardeado por la propaganda que lo importante en la vida es “tener un seguro y no necesitarlo que necesitarlo y no tenerlo”.
Pero si usted conoce a Antonio, un tipo extraño que como “Carlos Angustias”, desde el sexto piso del edificio donde está su apartamento, mira al estacionamiento toda la noche, aunque no vaya a mear, para asegurarse que su carro asegurado por empresa “seria”, en su puesto está, podrá imaginarse su estado de ánimo si no puede pagar el seguro. Para más señas, por su habilidad y don de gentes, consiguió que el condominio le asignase un puesto de estacionamiento que sin dificultad puede mirarse desde su pequeño balcón. Para más señas, el estacionamiento es cerrado y en el portón hay una vigilancia permanente.
Pero este año, el seguro, pese a la edad de su carro, ya bastante devaluado, le puso una tarifa como si fuese un carro nuevo o el mismo hubiese subido, por designios ocultos, o por creerle una reliquia, que de paso Antonio no está en condiciones de pagar.
Antonio no sólo vigila cada hora su carro en horas nocturnas, desde la oscuridad de su balcón, aun estando asegurado, sino que al mismo le tiene todo seguro que la tecnología ha inventado. Dispositivo para cortar la fluidez de gasolina, corriente y hasta trancas palancas de diversos tipos. Tanto que antes de poner en funcionamiento el carro, pela por un poblado llavero adicional al del carro mismo, para neutralizar o desmontar todos esos complicados mecanismos.
Antonio no deja su carro en ningún estacionamiento donde le pidan dejar las llaves.
-“Ni de vainas”, dice él, “si entrego las llaves me las copian para robarme el carro”.
-“Antonio”, le dice uno como para intentar convencerle, “pero si te copian las llaves no podrán hacer nada porque no tienen las del llavero adicional”.
-“¿Qué sabes tú, si yo en algún momento, al bajarme al frente de la panadería a comprar mi pan, por descuido o confianza, alguna vez, no tomo las precauciones debidas?”.
Cuando Antonio entra a un estacionamiento privado donde toma su ticket de ingreso y no le piden dejar el llavero, tal como a él gusta, no se bajará de su carro sin antes activar todos los abundantes y complicados dispositivos que en aquél tiene instalados.
En la calle no deja nunca el carro estacionado a menos que el local donde vaya a entrar esté justo al frente y pueda verlo en “vivo y en directo”. Si lleva a la compañera a algún sitio donde no haya estacionamiento que no pidan la llave, se queda dentro del carro donde pueda aparcarlo o da tantas vueltas alrededor de la cuadra, como sean necesarias, sin importar el tiempo que en eso invierta.
Eso explica que este viernes, al momento de despedirme de él, después de visitarle un largo rato, no hacía sino hablar de su tragedia, ir una vez tras otra al balcón a constatar si aún el carro estaba en su puesto, sin echarse un palo.
Antes de decirle “buenas noches, hasta mañana” y un inútil “¡qué duermas bien!”, le pregunté “y entonces, ¿si no puedes asegurar el carro qué piensas hacer?”.
Pensó un rato, no sin tristeza y respondió con parsimonia, mientras ligeramente se rascaba la cabeza:
-“A partir de la semana que viene, aunque sea solo, me refugio en el carro”.
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